Los simpáticos cachorros llamados Rómulo, Remo y Khaleesi no son lobos gigantes revividos del pasado, como afirmó la empresa biotecnológica Colossal Biosciences, sino lobos grises modificados genéticamente con algunos rasgos del extinto lobo huargo, una especie desaparecida hace unos 10.000 años. Así lo aclararon varios científicos tras el anuncio mediático de la empresa.
Colossal había asegurado que había logrado “desextinguir” al lobo huargo gracias a un genoma reconstruido a partir de ADN antiguo extraído de fósiles de entre 11.500 y 72.000 años de antigüedad. Usaron la técnica CRISPR-Cas9 para modificar 20 genes de lobos grises, obteniendo embriones que luego fueron implantados en perras que dieron a luz en octubre. Hoy, los cachorros viven en una reserva ecológica de ubicación confidencial.
Pero los expertos señalan que esto no representa una verdadera desextinción, ya que no se puede clonar una especie extinta con ADN deteriorado, ni se ha restaurado su genoma completo.
“No es un lobo huargo, es un lobo gris al que se le editaron unos 14 genes”, explicó a EFE el paleogenetista Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva (IBE).
Comparando con el caso de los humanos y los neandertales —cuyas líneas evolutivas se separaron hace 10 veces menos tiempo que las de estos lobos— Lalueza-Fox agregó: “Tenemos un 2% de genes neandertales, pero nadie diría que somos neandertales”.
El genetista Lluís Montoliu, del Centro Nacional de Biotecnología de Madrid, coincide: “Es un lobo que se parece al lobo gigante, pero que no lo es. No tiene todo su genoma”. Para él, el debate más urgente es ético: “¿Para qué hacer esto? ¿Queremos un zoológico de criaturas imposibles?”
Colossal también generó polémica con otros anuncios, como la creación de ratones con pelo de mamut, parte de su ambicioso plan para “resucitar” especies como el mamut lanudo, el dodo y el tilacino (lobo marsupial).
Aunque muchos científicos critican la idea de revivir especies extintas, algunos reconocen que los avances tecnológicos logrados podrían tener aplicaciones positivas en la conservación de especies en peligro, ayudándolas a adaptarse al cambio climático u otras amenazas.
Para el paleogenetista Espic Rawlence, desde Nueva Zelanda, el mensaje es claro: “Deberíamos usar estas tecnologías para proteger lo que queda, no para tratar de resucitar lo que ya se perdió”.
Con información de EFE
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