Por The New York Times | Somini Sengupta
FORBES, Australia —Una superficie de 40.500 hectáreas del vasto centro agrícola de Australia es el foco de una estrategia inusual que busca ralentizar la destrucción debida al cambio climático. Los agricultores intentan aprovechar los superpoderes de diminutos zarcillos subterráneos de hongos para succionar el dióxido de carbono del aire y almacenarlo en el subsuelo.
Este es un proyecto de la enorme apuesta que han hecho empresarios e inversionistas de todo el mundo para averiguar si la tierra es capaz de limpiar la contaminación del clima. Emplean varias tecnologías en tierra de cultivo no solo para cosechar alimentos, sino para secuestrar el exceso de dióxido de carbono producido después de más de un siglo de quema de combustibles fósiles y agricultura intensiva.
¿Por qué un hongo? Porque los hongos actúan como comerciantes de carbono de la naturaleza. Cuando los agricultores siembran, les añaden a sus cultivos una tierra de esporas fúngicas pulverizadas. El hongo se fija en las raíces del cultivo, toma el carbono que absorben las plantas del aire y lo almacenan en reservas subterráneas de tal forma que puede permanecer en el subsuelo mucho más tiempo que en el ciclo natural del carbono.
La empresa australiana que puso en marcha el proyecto fúngico se llama Loam Bio y es solo una de las muchas empresas emergentes que han movilizado cientos de millones de dólares en inversiones con la intención de utilizar el suelo para remover dióxido de carbono de la atmósfera. Al igual que Loam Bio, empresas como Andes y Groundworks Bio Ag también experimentan con microbios. Lithos y Mati les ofrecen a los agricultores roca volcánica triturada que absorbe carbono para que la rocíen en sus campos. Silicate Carbon pulveriza concreto sobrante con el que forma un polvo fino, mientras que varias empresas queman los desechos de los cultivos para obtener carbón.
El atractivo de la empresa australiana es que no requiere que los agricultores hagan mucho.
“Muy sencillo”, fue lo que comentó un agricultor australiano llamado Stuart McDonald, quien pertenece a la quinta generación de agricultores de su familia, sobre su experiencia de sembrar esporas fúngicas pulverizadas con las semillas de trigo y colza en su tierra cerca de Canowindra este año. “No requiere que cambiemos muchas cosas. Tampoco requiere una inversión considerable de capital”.
Todavía es muy pronto para hablar sobre la mayoría de estos proyectos, además de que sigue en debate la cantidad exacta de carbono excedente que pueden eliminar y cuánto tiempo pueden mantenerlo bajo tierra. Pero los beneficios adicionales pueden ser igual de profundos. Todos tienen como meta reponer los microbios y minerales que contenían los suelos, que se han degradado tras décadas de agricultura intensiva, y así restaurar su salud.
Los suelos tienen un potencial enorme en la remoción de carbono. Los suelos retienen tres veces más carbono que la atmósfera y podrían absorber más de 5 gigatoneladas de dióxido de carbono al año, o una séptima parte de todo el dióxido de carbono que la actividad humana le inyecta a la atmósfera, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés). Así que son la segunda mayor reserva de carbono del mundo, después de los océanos.
“Creo que los suelos desempeñarán un papel clave”, afirmó Rob Jackson, científico del clima en la Universidad de Stanford, aunque se mostró escéptico sobre la promesa de los aditivos fúngicos en las pruebas de campo ya que no cree que tengan un efecto significativo estadísticamente en las tierras agrícolas trabajadas.
“Necesitaríamos trabajar con miles de millones de hectáreas para marcar una diferencia real”, explicó.
A los críticos les preocupa que las nuevas tecnologías se ocupen del síntoma y no de la causa del cambio climático. “No pueden utilizarse como excusa para seguir quemando combustibles fósiles”, señaló Jackson.
La cofundadora de Loam Bio, Tegan Nock, quien pertenece a la sexta generación de agricultores en su familia, concordó con este señalamiento.
“Sencillamente, es una opción que puede darnos algo de tiempo”, opinó.
¿Por qué Australia?
No todos los agricultores han emprendido estos proyectos por su gran altruismo.
Si aumenta el carbono, el suelo es más saludable y los cultivos rinden más. Pero en Australia, los agricultores tienen otro motivo. Esperan aprovechar créditos emitidos por el gobierno a aquellos que pueden demostrar que han almacenado carbono en el subsuelo.
No es la primera vez que los agricultores de esa área han intentado obtener dinero gracias al carbono del suelo.
En una ocasión, McDonald, de 52 años, transportó en camiones desechos sólidos de aguas residuales de Sídney para fertilizar sus campos y midió un pequeño aumento en el carbono del suelo. Lo que no sabe es cuánto duró. Algunos agricultores sembraron árboles en parte de su tierra y el carbono del suelo aumentó unos años, pero después se estabilizó.
Los críticos afirman que los créditos no se otorgaban por cambios sustanciales, sino por fluctuaciones de temporada en el clima: en años de humedad inusual, el carbono se acumulaba en el suelo, pero luego se disipaba en los años secos. Un estudio advirtió que el número de créditos de carbono emitidos por proyectos de agricultura estaba inflado.
Determinar cuánto carbono hay en el suelo es difícil porque se encuentra en formas diferentes. La mayoría del carbono del suelo se encuentra en forma de materia orgánica muy volátil. En las tierras de cultivo, son los residuos de plantas o estiércol. Esta forma puede regresar a la atmósfera en varios años, o bien puede haber una sequía o un incendio puede quemarlo más rápido y liberar dióxido de carbono al aire.
Pero hay tipos más estables de carbono del suelo, incluido uno que se fija en los minerales de la tierra y se queda ahí un siglo o más. Loam Bio afirma que sus esporas fúngicas pueden ayudar a crear carbono del suelo más estable. Para medir su contenido en la tierra de sus clientes agricultores, utilizan núcleos de perforación de un metro de profundidad.
Los hongos realizan su labor vital en el subsuelo. Toman el dióxido de carbono que las plantas absorben del aire durante la fotosíntesis, lo almacenan bajo tierra y, a cambio, les dan a las plantas nutrientes que necesitan.
Para Alan Richardson, biólogo de suelos de la agencia gubernamental Commonwealth Scientific and Industrial Research Organization en Australia, el concepto de utilizar hongos para reservar carbono en el subsuelo suena lógico. Pero solo funcionará si los agricultores aplican los hongos todos los años, lo que le permitirá al suelo acumular el carbono con el paso de varios años.
“El principio fundamental en el que se sustenta es lógico, pero no sabemos si se traducirá en la práctica”, comentó.
El suelo deteriorado del mundo
La agricultura sufre cada vez más por su propia factura ambiental.
La misión de alimentar al mundo ha devastado la tierra, además de que ha generado enormes cantidades de gases de efecto invernadero. Talar bosques. Arar la tierra. Aplicar fertilizantes químicos. Esta actividad ha alterado la mayor parte de la Tierra.
Ahora, el cambio climático presenta un nuevo riesgo. Según los modelos científicos, un futuro más seco y más caluroso amenaza con liberar mucho más carbono del suelo.
Las metas climáticas de Australia requieren cambios en la agricultura. Su gobierno está decidido a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 un 43 por ciento con respecto a los niveles de 1990. La agricultura representa alrededor del 14 por ciento de esas emisiones.