Por The New York Times | Annie Roth
Hace mucho tiempo, una hembra joven de mamut vagaba cerca de lo que se convirtió en la costa central de California, cuando su vida tuvo un final prematuro. Aunque murió en tierra, su cuerpo gigantesco llegó hasta el océano Pacífico. Arrastrados por las corrientes, sus restos se alejaron más de 240 kilómetros de la costa antes de asentarse 3000 metros bajo la superficie del agua en la ladera de un monte submarino. Allí permaneció durante milenios, sin que nadie supiera de su existencia.
No obstante, todo cambió en 2019 cuando los científicos del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterey (MBARI, por su sigla en inglés) encontraron uno de sus colmillos cuando utilizaban vehículos operados a control remoto para buscar nuevas especies de aguas profundas frente a la costa de Monterey, California.
“Estábamos navegando y cuando miré hacia abajo lo vi y dije: ‘Eso es un colmillo’”, narró Randy Prickett, piloto experimentado de vehículos sumergibles operados a control remoto (ROV, por su sigla en inglés) del instituto. Al principio no todos le creyeron, pero Prickett logró convencer a sus colegas de que se acercaran a ver el colmillo. “Les dije: ‘Si no lo tomamos en este momento, se van a arrepentir’”.
El equipo intentó recoger el objeto misterioso. Para su angustia, la punta del espécimen con forma de cimitarra se rompió. Recogieron el trozo y dejaron el resto.
No fue hasta que los científicos inspeccionaron el fragmento que estuvieron seguros de que lo que habían encontrado en efecto era un colmillo, pero aún se desconocía a qué especie y periodo pertenecía.
El descubrimiento de un espécimen de este tipo en aguas profundas es inusual. Los colmillos y otros restos óseos de criaturas prehistóricas suelen encontrarse en las profundidades del subsuelo o contenidos en el permafrost cerca del círculo polar ártico. Aunque se han encontrado algunos ejemplares en aguas poco profundas del mar del Norte, en Europa occidental, nunca se habían encontrado los restos de un mamut, o de cualquier otro mamífero antiguo, en aguas tan profundas.
Steven H.D. Haddock, biólogo marino del instituto, quien dirigió el estudio de 2019, suele centrar su trabajo en la bioluminiscencia y la ecología de los organismos gelatinosos de las profundidades; sin embargo, no pudo resistirse al encanto de este enigma científico. Así que reunió a un equipo de científicos del instituto, la Universidad de California en Santa Cruz y la Universidad de Míchigan para resolver el misterio.
Las investigaciones preliminares de los colegas de Haddock plantearon la posibilidad de que no se tratara de un mamut cualquiera, sino de uno que murió durante el Paleolítico inferior, una era que duró entre 2,7 millones y 200.000 años atrás y de la que hay pocos ejemplares bien conservados.
Un estudio más detallado de este espécimen podría ayudar a responder preguntas que se plantean desde hace tiempo sobre la evolución de los mamuts en Norteamérica. El descubrimiento también sugiere que el suelo marino podría estar cubierto de tesoros paleontológicos que se sumarán a nuestro conocimiento del pasado profundo, pero antes de que el equipo pudiera lograr un avance real en la ciencia, tenía que volver al mar para recoger la otra parte del colmillo.
El 27 de julio, abordé el Western Flyer, el mayor buque de investigación del MBARI, junto con otros miembros de la tripulación. En el viaje se encontraba Daniel Fisher, paleontólogo de la Universidad de Míchigan, quien estudia los mamuts y los mastodontes, y Katherine Louise Moon, investigadora posdoctoral de la Universidad de California en Santa Cruz, que estudia el ADN de los animales de la antigüedad.
Antes de la excursión, Moon pudo extraer el ADN suficiente de la punta rota para determinar que el colmillo procedía de un mamut hembra. Su conclusión fue secundada por Fisher, quien dijo que la forma y el tamaño del colmillo eran característicos de una hembra joven de mamut. Terrence Blackburn, otro investigador de Santa Cruz, no pudo unirse al viaje, pero su trabajo preliminar también proporcionó un cálculo de cuántos años habían pasado desde la muerte del mamut.
De vuelta en el barco, tardamos dos días en llegar a la montaña submarina donde estaba el colmillo, ya que Haddock y sus colegas se detuvieron en varios puntos del camino para recolectar especies raras y no registradas de medusas y ctenóforos, invertebrados a los que también se les conoce como medusas de peines. La mañana del 29 de julio, el sol apenas se asomaba por el horizonte cuando el barco por fin alcanzó su objetivo. Haddock y su equipo no perdieron tiempo en iniciar la búsqueda y se situaron en la sala de control del barco mientras el resto de la tripulación aún estaba desayunando.
Un ambiente de emoción llenaba la sala oscura mientras los científicos observaban en las pantallas cómo el ROV, bautizado Doc Ricketts en honor al famoso biólogo marino que tuvo gran influencia en John Steinbeck, descendía con lentitud hacia las profundidades. Para cuando el dron acuático llegó a su destino, la ladera de un monte submarino a 3000 metros de profundidad, la sala estaba repleta de científicos, ingenieros y miembros de la tripulación del barco, todos ellos ansiosos por presenciar el redescubrimiento del colmillo.
Casi todo el monte submarino inclinado debajo del ROV estaba cubierto por una costra negra de hierro y manganeso. Al principio, esto dificultó la localización del colmillo, sin embargo, tras menos de 15 minutos de búsqueda, la cantera apareció de repente en una de las pantallas.
“Está exactamente como lo dejamos”, dijo Haddock. En la actualidad, extraer y analizar el ADN de animales de la antigüedad como este mamut “es bastante rutinario para nosotros, lo cual es algo de verdad genial”, afirmó Moon ese día en el barco. Los avances recientes en el ámbito del ADN antiguo han permitido realizar estudios genéticos de animales de hasta un millón de años de antigüedad.
Después de que Moon recolectó sus muestras, le entregó el colmillo a Fisher para que lo analizara y revelara la edad del mamut cuando murió y las condiciones en que vivió. Hasta noviembre, ninguno de los dos investigadores había completado sus análisis, pero sus resultados iniciales parecen prometedores.
El colmillo, de aproximadamente un metro de largo, estaba cubierto de una gruesa costra de hierro y manganeso. Las aguas profundas son ricas en estos metales y, en algunos lugares, se forma una corteza de hierro y manganeso alrededor de cualquier objeto que permanezca en un solo lugar el tiempo suficiente, es decir, al menos unos cuantos miles de años. El grosor de la corteza sugería que el colmillo era antiguo, pero para determinar su antigüedad con exactitud, Blackburn, cuyo laboratorio en Santa Cruz se especializa en geocronología, estudió la descomposición de materiales radiactivos en muestras de la punta del colmillo original recuperada en 2019.
Estimó que el colmillo había estado asentado en el fondo marino durante mucho más de 100.000 años, aunque estos hallazgos aún deben ser revisados por pares y no son definitivos.
“Es un tesoro”, señaló Dick Mol, paleontólogo del museo Historyland de los Países Bajos, quien no participó en la recuperación ni en el análisis del colmillo.
Los colmillos de mamut de más de 100.000 años son “extremadamente escasos”, añadió Mol, y el estudio de uno de ellos podría darles a los científicos nuevos conocimientos sobre el Paleolítico inferior, una era poco conocida de la historia de la Tierra. Independientemente de la cantidad de ADN que los científicos logren extraer de este colmillo, se puede aprender mucho estudiando su tejido. Los elefantes, mamuts y otros proboscídeos almacenan grandes cantidades de información en sus colmillos. Crecen capa por capa, creando una estructura que se asemeja a una pila de conos de helado.
Al igual que los anillos de los árboles, el tamaño y la forma de estas capas pueden revelarles a los científicos mucho sobre la historia de la vida del animal con una resolución casi diaria, incluyendo, en el caso de las hembras, la frecuencia con la que engendraron descendencia. Además, cada capa microscópica contiene isótopos que reflejan con qué se estaba alimentando el animal. Estos isótopos pueden rastrearse hasta lugares concretos, lo que les permite a los científicos saber no solo qué comía el animal, sino dónde.
Sin importar qué logren aprender los científicos de este colmillo de mamut, es poco probable que sean los únicos restos de un antiguo animal terrestre conservados en el océano.
“Es probable que haya muchos más por ahí”, dijo Mol, quien ha ayudado a descubrir los restos de numerosos mamuts en las aguas poco profundas del mar del Norte. Recomendó que los exploradores de aguas profundas “empiecen a viajar acompañados de paleontólogos en sus exploraciones del fondo marino, porque saben qué buscar”.
Haddock aprendió otra lección del descubrimiento: las profundidades marinas necesitan ser protegidas de la minería y la perforación.
“En este entorno único, poco explorado y en gran medida infravalorado, resulta muy valioso tener un hábitat inalterado”, concluyó Haddock. Un descubrimiento en el océano Pacífico frente a California da lugar a “un momento estilo ‘Indiana Jones’ mezclado con ‘Parque Jurásico’”. (Leonardo Santamaria/The New York Times).
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