La ciencia es clara al respecto: nadie disfruta cuando está asustado. Sin embargo, la adrenalina liberada en la experiencia podría ser la responsable de que hasta un 60% de los que ven una película de miedo repitan experiencia.
Los cuentos infantiles están llenos de personajes que provocan el miedo en los más pequeños. El objetivo, aprovechar la gran persistencia que el temor confiere a los recuerdos. Así, por medio de animales parlanchines, hemos aprendido que no debemos hablar con extraños, o que no conviene adentrarse en lugares peligrosos. No hay que olvidar que el temor a algo se puede aprender única y exclusivamente a través de la palabra o el testimonio de otros, sin que necesariamente lo hayas experimentado personalmente.
Al crecer algunos siguen conservando su fascinación por las historias de terror, y el cine ha sabido ser un buen vehículo para costumbre que nos asusta y atrae a la vez. Todas han dejado huella en la memoria, desde los celuloides clásicos, que contaban historias de seres sobrenaturales, como Nosferatu, Drácula o Frankestein, a otras míticas y supertaquilleras, como Psicosis, Tiburón, o El exorcista, a El sexto sentido, que marcó una nueva forma de suspense psicológico. Quizá una de las más impactantes sea la escena de la ducha de Psicosis, que ha desatado el miedo fuera de la sala de cine en quienes la vieron, provocando sobresaltos desmesurados ante el más mínimo ruido, real o imaginario, mientras se enjabonaban.
Es que el miedo que provocan estas historias es la emoción más difícil de extinguir. Escuchar relatos de miedo o ver películas de terror desata los mismos efectos fisiológicos que vivirlos: el ritmo cardíaco, la presión arterial y la respiración se aceleran y la adrenalina se dispara.
Entonces, ¿por qué nos gustan las películas de terror? Según los expertos, en la adrenalina podría residir la clave. Puesto que estas películas provocan un aumento de esta sustancia, satisfacen la necesidad de sensaciones fuertes sin necesidad de lanzarse en paracaídas o vivir experiencias extremas.
Glenn Sparks, director asociado de la Escuela de Comunicación Brian Lamb de la Universidad de Purdue, estudia el tema desde hace más de dos décadas. En su opinión, lo que nos hace volver a comprar una entrada para películas que sabemos que nos asustarán, es la sensación que perdura tras la proyección. Y curiosamente no es la de miedo.
"El miedo es una emoción negativa que se produce cuando las personas están bajo asedio o amenaza, y que no es agradable", explica Sparks en declaraciones recogidas por el periódico ABC. "Después de investigar este tema no he encontrado ninguna evidencia empírica de que la gente realmente disfrute de la experiencia emocional del miedo. En cambio, sí la hay de que las personas están disfrutando de otras cosas que van junto con esta experiencia aterradora."
El miedo es posiblemente la emoción más activadora. Después de terminar la proyección gracias a la excitación fisiológica que nos ha provocado, y aunque no seamos conscientes de ello, cualquier emoción positiva que experimentamos se intensificará. Y en lugar de centrarnos en los sobresaltos que la película nos provocó, recordaremos los comentarios y risas que compartimos con nuestros acompañantes. Aunque luego, al llegar a casa, las imágenes vuelvan a nuestra cabeza y se nos paralice el corazón ante el más mínimo ruido o circunstancia que nos recuerde lo que acabamos de ver.
Según los datos recogidos por Sparks, sólo un tercio de las personas buscan entretenimiento en este tipo de proyecciones horripilantes. Otro tercio, las evita sistemáticamente, como ocurre con otras situaciones que provocan miedo, y el resto pueden tolerar la angustia que les producen si no es muy extrema y si el tema o la compañía les interesa.
Para Francisco Claro Izaguirre, profesor de Psicobiología de la UNED, "las historias de miedo funcionan principalmente para evitar el aburrimiento, y no producen miedo, de lo contrario nadie iría al cine a verlas. Lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo"
Por otro lado, las historias, sean de miedo o no, vistas o leídas, favorecen la empatía, el ponerse en la piel del otro, por lo que podrían considerarse como un simulador de la vida real, donde aprendemos comportamientos y formas de reaccionar sin exponernos a situaciones reales que pudieran ser lesivas física o emocionalmente. De ahí, que los adeptos al género de miedo podrían estar explorando los suyos propios.
El "efecto abrazo"
Hay quienes incluso van más lejos y atribuyen a la subida de adrenalina que provocan estas películas cierto carácter romántico. El aumento de adrenalina hace que la dopamina, decisiva en el enamoramiento, también aumente. Y en consecuencia, que nuestros acompañantes despierten nuestro interés.
En 1986 se llevó a cabo un curioso experimento con adolescentes parece avalar esta postura, sostenida por neurocientíficos como Joseph Ledoux, uno de los principales expertos en el estudio del miedo. Chicos y chicas veían en pareja una película de miedo. Uno de los integrantes del dúo era un cómplice de los experimentadores, y seguía instrucciones para ajustarse o no a los roles de género estereotipados.
Así se llegó a la conclusión de que los chicos encontraron más atractivas a las chicas que sentían miedo que a las que hablaban sobre cómo era la película. Y al revés, a las adolescentes participantes les resultaban más interesantes los chicos que se mostraban valientes antelas imágenes aterradoras. Al parecer, según el estudio, las mujeres son más propensas a buscar la cercanía física cuando se asustan, y es el momento idóneo para que los hombres muestren fuerza y valentía en forma de abrazo. ("efecto abrazo").
Los datos sugieren además, que son los hombres quienes más disfrutan con este tipo de películas, lo que se achaca a que están educados para no sentir miedo.