Una de las cosas que más preocupan si uno es racional y vive con los pies en la tierra, o al menos lo tiene como un ideal, es que - para sorpresa de nadie - hoy en día la verdad no parece tener ningún valor de mercado.
Expresiones como "posverdad", "fake news", "narrativa", y otras tantas, se han introducido en el habla común y dan cuenta de un fenómeno nada positivo para la vida en sociedad.
En efecto, la era de la información que se inicia con la explosión informática e internet está, lentamente derivando en una era de la "reputación", en la que el valor de la opinión se mide no en capacidad de generar conocimiento o resultados, sino en "likes" y seguidores.
Por suerte ese no es un juego que los científicos y filósofos genuinos no puedan jugar, y la cantidad de divulgadores auténticamente formados, portadores de conocimiento genuino, se amplía por momentos, pero crece a menor velocidad (mucho menor) que la de los "influencers" portadores de la nada.
Lo que llama la atención y convoca el espanto, es pensar el porqué de tal degradación del conocimiento, porque, salvo que uno aplique el "doblepensar" orweliano (muy al estilo de Moreira) (1) estamos ante una aparente baja de calidad.
Ahora bien, decimos que es aparente porque el tsunami digital le dio voz a gente que nunca la hubiera tenido, ya que en la década de los ochenta nunca gente como Maluma o Daddy Yankee (por no usar ejemplos locales) hubieran tenido otro futuro que hombrear bolsas para subsistir, pero hoy con un celular, autotune y poca cosa más cualquiera puede apostar en la ruleta de Youtube o la red que sea y acceder a la fama sin talento ni capacidad, por una mezcla de suerte y carisma...
Y no es poco. Eco poco antes de morir se quejaba que las redes sociales le dieron voz a legiones de idiotas, pero el hecho de que tengan voz no es malo en sí, es la gran cantidad de esos ejemplares que existen la que lo convierte en un arma de dos filos muy grande.
Por un lado es democratizador, es darle voz al "hombre común", algo que la televisión, diarios o radio de hace 20 años nunca hubieran hecho más que para cosificarlo como hacían los programas de concursos o sorteos (con honrosas excepciones) en las que se los invitaban a bailar por cien de mortadela.
El problema es que el "hombre común" no puede ser confrontado, por la gratuidad de esa voz, con la responsabilidad que se les exigía a los comunicadores sociales antes de la era Zuckerberg.
Y si no existe responsabilidad, el ser humano tiende a comportarse como si tuviera el bagaje cultural de un niño de 10 años, la capacidad de frustración de uno de tres y la inteligencia de un babuino no muy dotado.
Por el otro lado, se genera la falsa certeza de que todas las cosas son acumulativas (yo lo llamo el "patrón like") y se asimila mayor aprobación con, por ejemplo, mayor veracidad (un disparate pero un hecho también). El problema es que un apoyo masivo puede ser aditivo con imagen de marca, o ventas, o variables de mercado, pero en el aspecto de generar verdad, no es así. Solamente funciona para las verdades que se construyen socialmente, como las reputaciones, y estas pasan a ser moneda de cambio.
Puede argumentarse (sin mucha capacidad de convicción) que TODAS las verdades se construyen socialmente, pero esta ideología, llamada el "socioconstructivismo", es ajena a la ciencia y más propia de los "cientistas sociales", ya que, si el objeto de estudio son las personas, la aparición de construcciones es más frecuente que si se estudia, pongamos por caso, la biología de las medusas.
O sea, la aceptación de una verdad científica requiere de un contexto de justificación en su creencia, y los tradicionales se han sustituido - en cierta medida - por narrativas que nacen de las redes sociales (2) y como la mecánica de estas incluye la agresión ante el discurso foráneo (3) la interacción deriva rápidamente a la agresión, como aconteció con las notas en las que criticábamos la aberración del MMS como supuesto medicamento.
Por lo anterior la mecánica es sencilla, si la OMS es la institución a cargo (con aciertos y errores, seamos sinceros) de dar los lineamientos, el procedimiento para sostener la pseudociencia alternativa (y vale para terraplanistas y antivacunas también) es atacar el prestigio y reputación de la OMS mientras se victimizan de que "el sistema" los proscribe (4) porque sus verdades no les sirven a los poderosos.
El problema funciona en ambas direcciones, lamentablemente. Gente que no sabe nada de epidemiología como Bill Gates o Trump pueden torcer el rumbo de los acontecimientos no solo por su capacidad de influir, sino por la de asignar recursos materiales en lo que ellos creen, lo que a veces no es necesariamente la dirección correcta. En el caso del segundo, casi nunca lo es...
El problema, como vemos, es que el aumento exponencial de las personas con voz en estas épocas no ha tenido un correlato con un aumento de la capacidad crítica, y por lo tanto basta un exponente carismático (honesto o no) que sostenga una falsa noticia para que esta se multiplique, generando una onda expansiva como en el caso de los ya citados antivacunas.
Para por, en el caso del COVID-19 hay miles de memes circulando que sirven para ejemplo, desde la demonización de los tapabocas porque supuestamente producen hipoxia, hasta el uso de desinfectantes por vía interna, pasando por el tomar agua caliente para prevenir la infección.
Los estafadores dicen que nace un bobo cada minuto, pero las redes sociales parecen haber aumentado su capacidad de reproducción, aunque queda la vaga certeza de que muchos de los que sostienen falsas noticias no comprarían un boleto de lotería premiado en la calle...
De momento, estás pensando mal...
Q.F. Bernardo Borkenztain
1. Constanza, Irene o Carlos, elija Ud su ejemplo.
2. Por supuesto como expresa Forst, todas las justificaciones se anclan en una narrativa, pero para este artículo vamos a considerar, con esta salvedad, a las verdades científicas como demostradas (provisoriamente, obvio) y no dependientes de un consenso social.
3. En la mecánica simplista de las redes sociales, el discurso o es propio o es del otro, y si el otro critica o ataca mi narrativa automáticamente se los demoniza o invisibiliza.
4. Esto último se ha multiplicado desde que Twitter y Youtube borran los contenidos con falsas noticias o incitación al odio.