Por The New York Times | Christine Chung
Cuando están lejos de casa, los dueños de perros pueden usar la tecnología para hablar con sus mascotas, rastrear cada uno de sus movimientos, lanzar proyectiles con premios al aire e incluso espiarlos mientras duermen.
Los perros no pueden hacer mucho, excepto asomarse con nostalgia por la ventana. Tal vez es por eso que la posibilidad de un “Teléfono Canino” emocionó de manera breve al mundo de los medios. ¿A quién no le gustaría recibir esa llamada?
No obstante, la nueva investigación que inspiró esas historias, encabezada por Ilyena Hirskyj-Douglas, una profesora adjunta en la Universidad de Glasgow, fue en gran medida aspiracional.
El estudio solo involucró a un perro. El dispositivo no era un teléfono real ni nada parecido a los existentes en el mercado. Y los resultados fueron, en el mejor de los casos, inconclusos.
Mediante el uso de una pelota equipada con un dispositivo de detección de movimiento que activa las videollamadas, Hirskyj-Douglas, cuya especialidad es en interacción entre animales y computadoras, le dio a su labrador retriever de 10 años, Zack, la capacidad de llamarla con tan solo mover su juguete.
“Pensé que algo como esto podría contribuir a que los perros de alguna manera tuvieran opciones y más control”, mencionó Hirskyj-Douglas en una entrevista. “Decidimos tanto sobre sus vidas que quizá tener tan solo esta elección es emocionante en sí mismo”.
La investigación, publicada el mes pasado en la revista Proceedings of the ACM on Human-Computer Interaction, se desarrolló a lo largo de dieciséis días, con variaciones en la sensibilidad del dispositivo. Zack no fue entrenado para usar el llamado Teléfono Canino, afirmaron los investigadores.
Durante el experimento, Zack llamó a Hirskyj-Douglas alrededor de cinco veces al día y en más de cincuenta ocasiones en total. Casi todas las llamadas parecieron haber sido hechas por accidente, indicó el estudio.
“El perro estaba jugando con su cerdo y por accidente movió la pelota”, se lee en la grabación de una llamada de treinta segundos.
“El perro llamó por accidente (al subirse al sofá) y después, se durmió”, se lee en la siguiente, que duró dieciséis segundos.
Además, en decenas de llamadas, el perro estaba dormido cuando empujó el sensor de movimiento para activarlo. “El perro duerme acurrucando la pelota”.
Una destacada especialista en comportamiento animal, Patricia McConnell, estaba escéptica sobre el estudio. “Una muestra de uno (una persona y un perro) no constituye un estudio y desearía que se hubiera puesto mayor esfuerzo en entrenar al perro para usar el dispositivo en lugar de esperar a que él descifrara cómo emplearlo”, expresó McConnell.
No obstante, opinó que los autores deberían “ser reconocidos por su interés en encontrar maneras de darles a los caninos más autoridad sobre su vida; en especial, cuando se quedan solos en casa”.
Comentó que el estudio plantea cuestiones interesantes. “¿Nuestros perros quieren saber de nosotros cuando estamos fuera de casa? ¿O nos dirían: ‘No me llames, yo te llamo’?”.
En el artículo, Hirskyj-Douglas y sus colegas reconocieron sus limitantes en comprender qué quería, o qué no quería, hacer un perro. “Es posible que nosotros, los humanos, tal vez no sepamos cuáles son las intenciones de un animal o cómo se relacionaría con sistemas informáticos de manera deliberada”, escribieron.
En los últimos días del estudio, las interacciones con Zack eran más prolongadas y llamaba con mayor frecuencia, cualquiera que fuera su intención.
Durante sus videollamadas, Hirskyj-Douglas le contó a Zack sobre su día y habló sobre futuras visitas al parque. Ella afirmó que él estaba especialmente involucrado cuando volteaba la cámara para mostrarle la ciudad a través de la cual se trasladaba, los músicos callejeros con los que se topaba y cuando viajaba en el metro hacia el trabajo.
No siempre estaba tan involucrado. “El perro me llamó, pero no estaba interesado en nuestra llamada; en cambio, revisaba cosas en su cama”, anotó Hirskyj-Douglas sobre una llamada. “Estaba ocupado con otra cosa”.
Notó que Zack nunca contestó cuando ella llamó.
Hirskyj-Douglas aseguró que aunque su investigación no reveló lo que Zack quería hacer, demostró que los perros podrían usar un dispositivo digital interactivo como el de ella, si se les diera la opción.
“No siempre tienen que ser usuarios pasivos de la tecnología que hacemos pero, toda la tecnología que sale es de uso pasivo”, comentó y agregó que su investigación “mostró que el futuro de la tecnología canina puede ser muy diferente a lo que es en la actualidad”.
La industria de la vigilancia de mascotas está creciendo. A medida que productos con cámaras, altavoces y dispositivos GPS han proliferado, un número creciente de propietarios de mascotas recurren a dispositivos que les permiten estar con sus mascotas, incluso cuando no se encuentran físicamente en la habitación.
El año pasado, el mercado de la tecnología para mascotas alcanzó los 5500 millones de dólares, según un informe de la industria realizado por la firma de investigación Global Market Insights, la cual proyecta que el mercado se incrementará a más de 20.000 millones de dólares para 2027. Los productos más vendidos incluyen collares y juguetes equipados con rastreadores GPS.
Hirskyj-Douglas dijo que tecnología como su dispositivo, el cual no fue desarrollado para venta, podría contribuir de manera potencial a aliviar la ansiedad por el aislamiento y la separación en las mascotas (un problema que muchos dueños de mascotas han notado durante el transcurso de la pandemia de coronavirus). Una fotografía sin fecha proporcionada por la Universidad de Glasgow, muestra a Ilyena Hirskyj-Douglas con su labrador retriever de 10 años, Zack. (Universidad de Glasgow vía The New York Times) Una fotografía sin fecha proporcionada por la Universidad de Glasgow, muestra a Ilyena Hirskyj-Douglas durante una videollamada con su perro, Zack. (Universidad de Glasgow vía The New York Times)