El impacto de la ganadería sobre el ambiente se ha vuelto un tema global en el que distintos países desarrollan sus estrategias. Uruguay presentó esta semana en el edificio anexo del Palacio Legislativo los avances que se están haciendo en la medición de la huella ambiental de la ganadería donde entran múltiples variables entre ellas la destacada biodiversidad de los sistemas ganaderos uruguayos sobre campo natural.
En un sentido casi opuesto, el gobierno neozelandés intenta por segunda vez avanzar en la intención de que la ganadería pague por los gases de efecto invernadero que producen los animales al eructar (metano) y orinar (oxido nitroso), como parte de un plan para hacer frente al cambio climático.
Puede parecer una medida contraria a los objetivos de desarrollar a la ganadería, pero difícilmente sea tan lineal el razonamiento. Si los impuestos se destinan a mejorar la investigación y lograr condiciones ventajosas de acceso a mercados exigentes, la jugada puede ser más un ajedrez que el tiro en el pie a la ganadería que parece a primera vista.
La medida empezaría a regir a partir de 2025 y deben esperarse acaloradas discusiones dentro y fuera de NZ. Lo que es claro es que el cambio climático tiene la gravedad suficiente para rediseñarlo todo, desde la producción de automóviles a la de carne y leche.
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