Por Sebastián Chittadini
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Resulta difícil imaginar la existencia humana sin el arte, en tanto instrumento expresivo y de comprensión de la realidad que ha tenido un papel esencial a lo largo de la historia. Ya en el siglo XVIII se popularizó el término Bellas Artes para referirse a las principales artes y al buen uso de la técnica, clasificadas por primera vez en el libro de Charles Batteux Les Beaux-Arts réduits à un même principe (Las Bellas Artes reducidas a un mismo principio), de 1746. En él, el autor unificó las numerosas teorías que existían sobre belleza y gusto e incluyó en ese listado de Bellas Artes a la danza, la escultura, la música, la pintura y la poesía; añadiendo posteriormente a la elocuencia.
Por la influencia de diferentes movimientos artísticos que han dejado su impronta a lo largo de la historia, Francia ha sido considerada como la cuna del arte occidental. Su rico patrimonio artístico se ha construido sobre las bases del arte románico de las abadías, el arte renacentista, el clasicismo o el surrealismo, pasando por las catedrales góticas y el impresionismo para llegar al arte contemporáneo. Fue cuna de grandes pintores, escultores, escritores o dramaturgos. Y también de un artista de avant-garde llamado Zinedine Zidane, que con su obra contribuyó a alimentar la creencia de que un juego con pelota podía ser una expresión artística.
El fútbol es un innegable hecho cultural y es arte porque confluyen en él artistas, la realidad, la conjunción de ambos y el resultado, que es la obra de arte y la interpretación del público. Y, como toda manifestación artística, tiene su parte técnica, de inspiración y de interpretación. Como Marcel Duchamp y el Cubismo, Zizou revolucionó la historia por su creatividad y visión innovadora, convirtiéndose en un icono de fines del siglo XX y principios del XXI. Libre y provocador como los impresionistas Claude Monet y Auguste Renoir, pintó innumerables instantes mágicos con sus pies como pinceles y el césped como lienzo. También fue un artesano de los arabescos, como los maestros vidrieros del Art Nouveau Emile Gallé o los hermanos Daum y puso la cuota necesaria de Romanticismo como si fuera Eugene Delacroix pintando a La Libertad guiando al Pueblo, pero guiando al pueblo francés a la gloria deportiva por primera vez en 1998.
En el cuento Viejo con árbol, de Roberto Fontanarrosa, el protagonista le habla a su interlocutor acerca de cómo el fútbol está muy emparentado con el arte. De la misma forma en la que ejemplifica ese hombre que se deleita con la belleza de un partido, basta recordar jugadas de Zidane para encontrar elementos de diferentes artes. Acciones de alta factura estética ante las que había que entrecerrar los ojos para apreciar mejor, goles tan bellos que podrían enmarcarse, una técnica que podía verse como pinceladas de un artista. Eso, era la pintura. La elasticidad y plasticidad de un bailarín de claqué con pelota que usaba su cuerpo para expresarse como nadie. Eso, era la danza. Su ritmo y su cadencia de Chanson française, eso era la música. Su rol de actor principal que fue héroe y también supo hacer tragedia, transformando estadios en escenarios, eso era el teatro. ¿Cuántas veces se habrá pedido un monumento para Zizou? Eso, era la escultura.
A partir de su nacimiento en París, en 1895; o desde que en 1911 apareció por primera vez como el “séptimo arte” en un ensayo del teórico Ricciotto Canudo, el cine ha sido toda una institución en Francia. Desde que los pioneros hermanos Auguste y Louis Lumière, Georges Méliès, Charles Pathé o Alice Guy Blaché sentaron las bases de una nueva forma de arte, otros cineastas como Abel Gance, Jean Renoir, André Bazin, Jean-Luc Godard y Agnès Varda las continuaron hasta hoy y definieron corrientes de vanguardia que crearon escuela en todo el mundo. En el país que inventó el cine, el fútbol de Zidane tuvo mucho de cinematográfico y, como la Nouvelle Vague, reaccionó contra las estructuras reinantes hasta ese momento, postulando la libertad técnica y de expresión sobre el campo de juego. Al igual que el Cinéma vérité, fue un fútbol que no se dejó condicionar por los clásicos y mostró un estilo propio.
Y así como Zidane fue algo nuevo dentro del fútbol-arte, sus orígenes tienen mucho que ver con el porqué de la explosión de expresiones artísticas de carácter urbano surgidas en la segunda mitad del siglo XX -como el rap o el graffiti- y su vínculo con el fútbol. Nacido en Marsella e hijo de padres argelinos, el talentoso futbolista logró en pleno auge de la “Zidane manía” (Mundial Francia ’98) que la bandera de Argelia flameara al lado de la de Francia en los Campos Elíseos. Los grafittis y el rap, corrientes artísticas fuertes en Marsella y aceptadas masivamente, lo declararon presidente. De golpe, había una Francia joven e inmigrante que pasaba a llamarse “La Generación Zidane” mientras estrechaba los vínculos entre el fútbol y el arte urbano como expresiones culturales y medios de ascenso social.
Algunos mortales han sido capaces de expresar con sus pies lo que no se puede decir con las palabras, convirtiendo al fútbol en un medio perfecto para transmitir sentimientos y emociones. Como otras expresiones artísticas, genera reacciones en quienes disfrutan de verlo como sucede con los trazos utilizados en los cuadros o en la melodía de una canción. Y es el arte del fútbol, con su condición de metáfora de la vida, un lugar para que las emociones afloren a cada paso. Hay jugadas que pueden ser obras de arte por su plasticidad, estética en los movimientos, creatividad, sello estilístico personal y belleza en la maniobra. Son esos momentos que se parecen a la inspiración divina de las musas y a la estampa de lo que, al menos en Occidente, hemos conocido como arte.
La cultura francesa, construida con el aporte de personas llegadas de toda Europa que contribuyeron a forjar un legado, tiene en Zinedine Yazid Zidane al autor de la última obra de arte que el fútbol -en tanto elemento central en la cultura occidental- francés ha regalado al mundo. Su gol de volea en la Final de la Champions League de 2002 contra el Bayer Leverkusen, declarado el mejor gol de la historia de esa competencia, es un objeto artístico que se reinventa con el paso de los años a través de las miradas de quienes lo observan una y mil veces. Sin embargo, mucho más allá de sus trofeos, goles o asistencias, el legado más importante de Zidane es el de plantar la bandera de que el fútbol es un arte y además más difícil que el resto, porque no se hace con las manos. Aquel artista que trabajaba de futbolista era capaz de detener el tiempo cuando bajaba la pelota en el aire, podía manejar todo lo que pasaba en una cancha como el mejor director de orquesta y podía hacerlo sin dar sensación aparente de esfuerzo.
Pero, a diferencia de la mayoría de los artistas, Zizou también pudo ser pensado en dirección inversa. El devenir del siglo XX, sobre cuyo final plasmó Zidane algunas de sus mejores obras, trajo el crecimiento de nuevas formas expresivas que por mérito propio se ganaron el derecho a ser consideradas arte y no pudieron negarse a tener al mago francés como insumo artístico. Además de sus obvias apariciones en televisión o en la fotografía cuando todavía jugaba, fue también personaje en cómics y videojuegos, modelo para grafittis e inspiración para raps como “Zinedine” (del francés Ayax) o “Zidane” (del colombiano VHESE).
Lógicamente, otras artes más clásicas también lo tuvieron como musa y material para sus obras. Como los artistas visuales Philippe Parreno y Douglas Gordon, que realizaron en 2006 la película “Zidane: un retrato del siglo XXI”; la banda australiana de funk Vaudeville Smash, que compuso en 2014 una canción llamada “Zinedine Zidane” en la que lo destaca como el mejor de todos los futbolistas o el escultor argelino Adel Abdessemed, que convirtió el famoso cabezazo a Marco Materazzi en la Final del Mundial 2006 en una escultura de bronce de cinco metros de alto en 2018. Así, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos logró la distinción de ser además de un reconocido artista un objeto de arte en sí mismo, algo tan difícil como ser Auguste Rodin y El Pensador –cumbre de la escultura francesa- al mismo tiempo.
Por Sebastián Chittadini
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