Por Federico Medina
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“Hubo ensayos en que solo me dediqué a hacer girar el vestido, y otros a subir el miriñaque”, confiesa la actriz Verónica San Vicente, que sigue ensayando entre funciones “de maniática nomás, para profundizar en el trabajo una y otra vez”.
Todos los sábados de junio, en Espacio Palermo (Isla de Flores 1631) se transforma en Una reina, un monólogo teatral en clave de clown en el que aborda temas como la soledad y la muerte mientras acompaña a los presentes en un tour por las habitaciones de su palacio.
Verónica lleva más de quince años en el oficio de payasa. En el camino fue actriz, creadora y directora en un sin fin de espectáculos teatrales, entre ellos A punto, Carpe diem: Cabaret Clown, L´orfeo, Misión Selva, Platz, y Clásicos cuentos clown.
También y desde el principio llevó su actuación a hospitales (el primero fue el Clínicas, en 2005) y actualmente combina todas esas tareas con su rol de docente en talleres de clown.
Comenzó estudiando danza pero buscaba algo más. Lo encontró en la Escuela de acción de teatro Alambique, con Mario Aguerre (uno de precursores del movimiento clown en Uruguay) y luego profundizó sus estudios en el exterior.
Su personaje en Una Reina es sorprendente y atrapante, todo el tiempo, pero esta no es una reseña teatral. Mejor todavía, en este rato vamos a hablar con Verónica sobre Una reina, un invento suyo para el que convocó a la directora Florencia Santángelo y del que conviene no adelantar demasiado. También vamos a hablar sobre los recursos y las herramientas del clown, y de una forma de hacer teatro que, por lo visto, uno de esos sábados a la noche, desafía e interroga como pocas expresiones del arte escénico.
¿Cómo surge esta reina?
El impulso lo tuve en la pandemia. Se me juntaron varias cosas. Una es que tengo una extraña fascinación por el mundo de las reinas de todas las épocas. Pero no es que sueñe con ser una reina. Tiene que ver con algunas preguntas que me genera ese mundo. Por ejemplo, ¿cómo todo un país puede mantener una familia real?
Mi personaje de clown lo estoy practicando todo el tiempo por mis diferentes labores; en un momento se me ocurrió: “quiero ser una reina clown”. Eso fue lo primero.
Durante la cuarentena, además – como les habrá pasado a muchos – me acerqué a temas como la muerte y la soledad que están muy presentes en esta obra.
Así que fue: “quiero que sea una reina y que tenga que lidiar con esos temas”.
Con esa idea base, seguí alimentando las primeras imágenes y llamé a Florencia (Santángelo), la directora, para trabajar en la creación del espectáculo. Ella se ocupó de la dramaturgia y yo de los textos.
En ese proceso empezamos un diálogo con las escenógrafas. Les decíamos: “necesitamos que esta reina sea imponente, pero al mismo tiempo que pueda mostrar su lado más vulnerable”.
Lo mismo le transmitimos a las vestuaristas, de la mano de toda una investigación sobre la historia de las reinas. Así, por ejemplo, nos enteramos de que la corona de la Reina Isabel pesa dos kilos y medio.
Es una locura que para leer los discursos no pueda bajar la cabeza. Descubrimos un mundo que tiene un montón de cosas absurdas que para la técnica del clown eran ideales.
Sin spoilear, la puesta en escena en esta obra tiene un protagonismo muy importante.
Absolutamente. Y además en el clown teatral trabajamos mucho con los objetos en escena. El vestuario, para nosotros, también es dramaturgia. La forma en cómo la actriz se mueve con el miriñaque es parte de la dramaturgia. Se está contando algo y hay una emoción. Por eso decimos que para el clown en todos los rubros hay dramaturgia.
¿Cómo se siente ser una reina?
Esta reina, en cada función, tiene la posibilidad de encontrarse con personas. Es una reina que hace muchos años que está sola en su palacio y disfruta mucho de sus espacios, del mínimo poder que tiene.
Ella está en decadencia, pero en cada función se permite la posibilidad de abrirse y mostrarse, y de cuenta cosas de su intimidad, como que está sola, que no habita para nada sus emociones y tiene que cumplir con su mandato de reina. Probablemente ella hubiese querido ser otra cosa, pero no pudo.
Además se permite compartir su tristeza con el público, que no es muy diferente a la que puede sentir alguien que la fue a ver. A cualquiera le puede pasar que, por determinadas razones, se ve obligado a seguir ciertos mandatos y no puede manifestarse como quiere.
Y como si fuera poco, esta reina se siente desesperada.
Y la viene a buscar la muerte.
Claro. Y ella no se quiere ir. Cree, en tanto reina, que puede controlar todo, hasta la muerte. Hay un gran abanico de emociones que ella atraviesa durante toda la función.
¿Siempre la pensaste sola en escena?
Sí. Desde el principio. No sé bien por qué pero sentía que esta reina clown tenía un universo enorme y con la presencia del público era suficiente. Una de las intenciones del teatro clownesco es abrir la ventana para que se pueda entrar en el alma del personaje.
¿Qué le ha pasado a esta reina con el público?
Lo primero es que el clown cuenta una historia con el público. Hay un involucramiento que es diferente al de otros tipos de teatros. Sue Morrison (maestra de clown) decía algo así como que esta técnica trae al público a su universo, para que no sean espectadores pasivos y puedan vivir y sentir con el personaje lo que le está pasando.
Por más que, yo espectadora, no sea una reina, me puedo identificar con ese otro ser humano.
Durante estas funciones que hemos tenido la respuesta del público ha sido maravillosa.
El clown tiene un compromiso con la comicidad, pero además trabaja con todas las emociones humanas. No reímos de lo que podemos, ¿no? Cada uno se ríe de lo que puede o siente, de sí mismo
Un espectáculo de clown teatral es como un espejo, donde cada uno va resonando con lo que ve, y si tiene la posibilidad de reírse de eso, para mí el trabajo está cumplido. Y no hablo de la risa superficial, la risa para evadir, hablo de esa risa profunda que por momentos se puede transformar en llanto, porque son la misma cosa.
Vos con tu mirada, desde el comienzo de la obra vas directo al encuentro con los espectadores.
Cuando yo trabajo como docente de clown, la mirada y el rostro es algo que trabajamos a fondo. La gestualidad se trabaja pero no desde la caricatura, sino de los estados. Es una gestualidad que viene de un cuerpo expresivo. En esto también se juega mucho la escucha del público.
Una reina es una obra que está toda guionada, salvo algunos momentos que surgen en cada función, pero algo que trabajamos con la técnica del clown es: “Voy diciendo el texto, escucho al público, acciono, y siento cómo responde”. Es como una música que se va armando en ese ida y vuelta, y ahí está la capacidad de las clowns de que esa música sintonice.
Hay pausas, silencios, ninguna función es igual a la otra. Dijiste tal cosa, alguien comenta algo, alguien se ríe; así se va armando una melodía.
También se nota un especial esmero por la precisión en cada movimiento. No sé si eso tiene que ver con que el personaje sea una reina o con la técnica del clown.
Con las dos. Este personaje es alguien muy cuidadoso con todas las formas y los protocolos que tienen que respetar las reinas. Trabajamos mucho en eso a partir de la corporalidad, sin dudas. Después, con el transcurrir de la obra ella empieza a destruirse un poco. Y al ser teatro físico, el cuerpo también es dramaturgia. Se busca el movimiento exacto, es como si fuera una palabra en un libreto.
¿Viste la serie The Crown?
¡Claro! Dos veces. Es increíble. Muestran cosas que en un punto comprometen a la corona. A veces pienso “si consiguieron permiso para mostrar esa parte de la historia” cómo será de verdad ese mundo, ¿no?
Vi otras películas sobre monarquías y una reina en particular que me terminó inspirando fue Juana La loca, sobre todo por su historia de soledad. Encontré una película española muy vieja sobre ella, leí de ella un montón de cosas, y hay algunas pinturas donde también quedó retratada. A través de su historia, que es la de una mujer que queda encerrada por mucho tiempo y pasa por cosas terribles, podés ver la crueldad que hay detrás del poder.
Escuché una vez que cada actriz y actor que trabaja con la técnica del clown construye su propio clown. ¿Me lo explicás?
Jacques Lecoq (actor, mimo y precursor de la técnica) lo que hizo fue llevar el clown al teatro y sistematizó un conjunto de conocimientos alrededor. Su idea fue: “llevemos el clown del circo al teatro”. Y ahí empieza a aparecer un maquillaje más sútil, por ejemplo, y el trabajo de las emociones y los estados.
Lo que decía Lecoq es que el clown es un personaje como cualquier otro, pero con la salvedad de que en este caso lo construimos a partir de material propio. ¿Qué material propio? Ese que en la sociedad no nos sirve para nada. Por ejemplo: te caés en la calle, te reís cuando no corresponde, te olvidás de cosas todo el tiempo. Todo lo que nos reprimimos como seres humanos para ser funcionales para el clown es el mejor material, y es el que convierte a la actriz en potencia escénica clownesca. También tu cuerpo, cómo somos. Si sos flaco, alto, o gordo, eso tuyo va todo para tu clown.
Hay una cosa muy hermosa que me pasa cuando doy clases: cuando alguien llega con mucha vergüenza por algo de su cuerpo y después empieza a trabajar y sale a escena mostrando algo de eso es maravilloso.
Un taller de clown es muy divertido, pero también es una experiencia muy profunda.
En el clown trabajamos con las vulnerabilidades, las torpezas y, sobre todo, lo que no queremos mostrar en la sociedad.
Cada uno de nosotros tiene un clown en potencia, y si lo descubre va a ser único, irrepetible como el ser humano.
"Una Reina" va los sábados junio a las 21 en Sala Espacio Palermo (Isla de Flores 1631) y las que restan son las tres últimas funciones.
Por Federico Medina
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