Por Federica Bordaberry
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El monólogo del unipersonal es sordo. Habla y no espera, ni quiere respuesta de otro. La evita. Un solo personaje habla y habla, construye un diálogo que solo tiene intención de ser escuchado. Pero el teatro es teatro cuando hay un público que lo ve.
De forma inevitable, entonces, aunque el unipersonal no lo quiera, el diálogo existe. A eso se le llama convivio, a una encrucijada temporal y territorial. En todo esto, en medio de todo esto, es que se produce el teatro.
En Uruguay, del 24 al 29 de octubre en la Sala Hugo Balzo del Sodre, se llevará a cabo el Festival Internacional de Teatro Unipersonal (Fituu). El Fituu existe desde 2006 y parte de la necesidad de juntar y mostrar, de poner en un ramo, como si fueran flores, obras de teatro de este género, tanto nacionales como internacionales.
El festival, además, se presenta como un lugar de reflexión sobre el género unipersonal en el teatro. Un género que, quizá, desde una mirada más tradicional, representa un prestigio por tratarse de un desafío extremo: la soledad en escena.
De las tantas obras que estarán presentándose, una de ellas es La mujer puerca, el unipersonal argentino que se considera un “clásico en miniatura” para varios medios. Escrita por Santiago Loza y dirigida por Lisandro Rodríguez, hace diez años que esta mujer, este personaje, tiene el rostro de la actriz argentina Valeria Lois.
Valeria Lois (1973), actriz de teatro, de cine, de televisión. Formada con profesionales como Hugo Midón, Pompeyo Audivert, Ciro Zorzoli, Paco Giménez, Alejandro Catalán, Augusto Fernandes y Guillermo Angelelli. Ganadora, en 2021, del Premio Konex Unipersonal. Protagonista y partícipe de decenas de guiones llevados a todos los formatos.
Valeria Lois, que habló con LatidoBEAT sobre el género unipersonal y qué significa para ella una obra que viene representando hace tanto tiempo.
La mujer puerca trata sobre “una mujer que ha vivido a pleno para lograr la santidad, sin conseguirlo. Es mundana, terrenal y el deseo de beatitud no conjuga con su ser. La mujer puerca es la historia de una huérfana, como esos relatos de Dickens devorados en la niñez, con melodrama, humor y algunos pensamientos sobre el amor no correspondido por Dios hacia una mujer herida. La obra es la travesía de un cuerpo partido y repartido. La necesidad de amar cuando alrededor hay silencio”.
Estará en el Fituu el domingo 29 de octubre a las 20:00 horas. Las entradas pueden conseguirse por Tickantel y boletería del teatro.
¿Cómo llegó a ti La mujer puerca?
Santiago Loza, el autor, había escrito ese texto para una actriz que no era yo. No pudo hacerlo, por suerte, y me llegó un mail de Lisandro Rodríguez, el director de la obra, diciéndome que me invitaban a leerlo, que si me interesaba, hablábamos. En ese momento no había visto ningún trabajo de ellos. Ellos ya hacían cosas juntos y el texto escrito me encantó.
Yo nunca fui una actriz muy de texto; más bien una actriz de trabajar con el cuerpo, de hacer una dramaturgia más física. No referida a la danza, sino a ir armando la obra en función de lo que pasa, improvisando y creando con otros. Te diría que este texto fue uno de los primeros que yo trabajé y, aparte, era la primera vez que hacía algo sola.
Así que lo leí y me encantó. Estaba escrito con otro personaje. Había un hombre en escena, una persona mayor a la que el personaje asistía. En el proceso de armado cayó ese personaje y ella quedó haciendo realmente el unipersonal que hasta ahora es La mujer puerca.
El unipersonal es un género muy específico dentro del teatro, ¿qué representa para el actor?
Puede representar muchas cosas. En mi caso, tuvo algo muy revelador porque no sabía si iba a poder. Después dije: “Si a esta obra le va bien, tiene que ver conmigo”. Por supuesto que está el trabajo de Lisandro, que fue un montón, y el texto de Santiago, pero sentía que era mi responsabilidad.
Me considero una actriz bastante insegura y con una autoestima dudosa, complicada, siempre uno vuelve a tener ese problema. Siempre uno vuelve a necesitar confirmarse en lo que hace, sentir que lo que hace está bueno. El miedo aparece cada vez. En el caso de la Puerca, o lo que me pasó a mí con este unipersonal fue que sí, dije: “Debe estar más o menos bueno lo que hago como para que la gente se entusiasme”.
Se dice que entre los actores es bastante prestigioso lograr hacer un unipersonal, por el trabajo que lleva, ¿vos sentiste que te empezaron a mirar así gracias al unipersonal?
La invitación de Lisandro y Santiago a participar de esto no tuvo que ver con nada de gran envergadura. O con dar ese paso. Yo siento que era una prueba, como las tantas que habíamos hecho todos hasta ese momento. En ese momento dijimos: “Hagámosla un par de veces y, si funciona, seguimos. Sino, la dejamos”. Para nosotros el trabajo ya había tenido un sentido. No había una especulación o la idea de que con eso nos salvábamos o hacíamos algo que la gente iba a querer ver. No éramos ni tan conocidos y lo íbamos a hacer en el estudio de Lisandro. Tampoco teníamos mucho que perder con respecto a una relación con una sala o una programación.
Creo que en estos diez años aparecieron muchos más unipersonales. Seguro que en la historia de teatro argentino hubo muchísimos, pero en estos diez años aparecieron. Lo digo porque también tengo el registro de muchas notas, de época de unipersonales, o muchas de nosotras juntas siendo entrevistadas hablando de nuestros unipersonales. Como que se armó algo alrededor de eso. Santiago mismo escribió muchos de ellos. En ese momento no tenía que ver con haber llegado a algún lugar, tenia que ver más con el “hagámoslo”. Con el mismo desparpajo con el que veníamos haciendo lo que hacíamos, hicimos este.
Lo estás haciendo hace mucho tiempo y lo fuiste haciendo en distintos lugares, ¿qué desafíos vienen con eso?
Yo fui una actriz que empezó a vivir de la actuación de grande, como a los treinta y pico. Entonces, la Puerca siempre tenía que darle paso a otras cosas. A teatro con viajes, por ejemplo, a la tele, o al cine, o a otra obra comercial que, de repente, ocupaba más días de la semana. En ese sentido, al ser yo sola, porque cuando uno actúa con otro a uno se lo reemplaza, pero en este caso Lisandro fue muy paciente, y bueno y comprensivo.
La puerca tuvo muchísimo tiempo de funciones. Incluso hacíamos dos los sábados y una el domingo, durante los primeros años. Después, fue esperando tener lugar, tener espacio, que yo la pudiera hacer. El año pasado habremos hecho unas diez funciones, en total, a fin de año. Este año también la hicimos un par de veces acá.
Ahora, salió esto. Siempre nos parece genial moverla, poder hacerla en otros lugares. En Buenos Aires ha dejado de ser el público de teatro. Los consumidores de obras ya dejaron de ser actores y gente que toma clase, etcétera. Ya hay un público muy expandido de teatro independiente acá en Buenos Aires, pero poder llevarla a otros lugares dentro de nuestro país, a otras provincias, o afuera, siempre nos parece un planazo, porque la obra se tiene que adaptar a otro espacio.
La obra, en general, funciona mejor cuando no sucede en un teatro convencional con butacas y escenario. De hecho, ahora acá la hacemos en una especie de galpón alucinante que tiene Lisandro. Ya moverla y llegar al lugar, y ver dónde podemos armar todo ese pequeño set que tiene La puerca es un golazo.
Habiéndola representado tantas veces, a esta altura, ¿qué desafíos vienen con volver a hacer de vuelta todo el tiempo el mismo personaje y el mismo guion?
En esta vuelta vino mucha gente que la vio en otra época, en otro momento, y me dicen que está re distinta. Me dicen que no lo pueden explicar. Nadie me sabe decir. Me veo poco en mis trabajos, pero hace poco analicé una parte porque le pasé un video a alguien para que lo vea con sus alumnos. Lo vi. Vi lo que hacía hace unos años atrás y me parece que no estaba tan bueno, como que me gusta más esta versión. Creo que la obra madura en tanto una madura como actriz. Hay cosas que, quizás, en un momento necesitás subrayar más, o buscar la emoción. Si no te emocionás, no pasa.
Ahora hay algo más liberado de todos esos miedos, o lugares a los que uno siente que tiene que ir sí o sí. Como si la madurez le otorgara tranquilidad a uno para hacer eso mismo que antes hacía de una forma más heroica, que me parece que le hace mejor.
¿Cómo hacés para que no se haya convertido en un proceso automático?
Yo amo hacer cine. Todo el tiempo estoy buscando lindos proyectos para filmar, porque cuando estoy filmando siento que, y mirá que es mi trabajo, siento que estoy en Disney. Pero yo soy del teatro. Mi relación con la actuación es bien del teatro. El teatro configura muy claramente mi vida, mi rutina. Cuando todo el mundo se está yendo a dormir, o está volviendo a su casa, o está de joggineta el sábado a la tarde abriéndose una cervecita, yo estoy yendo a trabajar. Eso es una rutina, pero yo te aseguro que todas las veces, a mí, esa situación me inquieta como si fuera la primera vez.
Eso lo sabe mi hijo, mi novio, lo supo mi exmarido, mi mamá, mi hermana. Si me ves el fin de semana, yo ya estoy en situación de preactuar. Siento que es totalmente distinto a lo automático. La situación me sigue generando una adrenalina, unos nervios, cosas que no podés hacer. Te aseguro que cada función tiene lo suyo. Digamos, sí, obvio, sé las letras de atrás para adelante, la puedo decir casi sin pensar. Hay algo que está automatizado. Eso, por ejemplo. Pero hay funciones en las que pasan cosas. Se rompe un vaso porque la gente puede tomar, y yo eso lo incorporo. No es que estoy improvisando todo el tiempo, pero hay algo del presente que está encendido todo el tiempo. No hay un problema con la repetición. Sigue siendo una aventura cada vez. Yo siento que son cosas medio cursi, como con los hijos, que es un amor que no conociste antes, pero es real.
A este personaje lo conociste hace diez años ya, ¿qué sentís por ella?
Algo parecido a lo que puedo sentir por mí también. Mucho amor, mucha comprensión, compasión. La adoro a la Puerca. No tiene nombre el personaje, pero me parece alguien muy entrañable. La quiero, la respeto, me divierte, me encanta vivirla.
Ahora vas a estar viniendo a presentárselo a un público uruguayo, ¿ya lo habías hecho?
Sí. Fui una vez al Solís a hacerlo en una sala chica, en un pequeño auditorio, y la pasé muy bien. A parte, me encanta el público uruguayo. Fui el año pasado a hacer La vida extraordinaria y este año fui a hacer Teoría King Kong. Me parece que estamos muy unidos, que compartimos algo de la pasión por ver, por ver actuación, por conmovernos y reírnos y llorar al mismo tiempo. Es algo que, para mí, es medio clave en la actuación. En el sentido de que hay una emoción circulando que a uno lo tiene un poco desubicado. Atento y desubicado, un poco fuera de sí.
Esto de poder representar al unipersonal en más de un país habla de que toca ciertos temas que son universales, que trascienden a la cultura o al país mismo. ¿Cuáles son las universalidades de la Puerca para ti?
En la relación con la religión, con Dios. De todas las maneras habidas y por haber. Uno cree que creer en Dios, o respetar a Dios, es ir a la iglesia, rezar, confesarse, comulgar. En el caso de la Puerca, no hay nada de eso. Hay algo más real y pagano a la vez. Eso me encanta. Algo de lo femenino, de las mujeres, de lo que puede ser una vida, algo del sufrimiento de no tener contención, de no tener madre, de la orfandad, de ese lugar donde uno queda, del desamparo y puntualmente de las mujeres y de lo que puede ser resistirse, adaptarse, a la vida, al capitalismo, a la relación con los tipos, con los hombres. Estás todo el tiempo en una situación de responder a una demanda que hace que el camino y la vida puedan ser algo tortuoso, sufrido y desconectado de los deseos. De poder pensar, de poder plantarse, de poder definirse a una misma. Hay algo de lo que cuenta, de cómo lo cuenta, donde una ve el desamparo, cómo los que se caen del mapa no tienen con quién pensarse, no tienen qué hacer, cómo hacer.
Se dice que este unipersonal es un clásico en miniatura, ¿qué sentís vos con esa definición?
Me gusta. Lo de miniatura no sé por qué lo dicen, si por mi estatura o por las dimensiones. Es un espacio muy chiquito que me contiene a mí, donde me muevo muy poco, y eso puede ser que haga lo haga medio pocket. Me gusta lo de clásico porque sí, pasaron muchos años y sigue funcionando. Eso es lo que lo hace un clásico, porque podrían haber pasado años y haber quedado viejita. O que ya no interesara. Me gusta lo de clásico en miniatura.
Por Federica Bordaberry
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