Por Juampa Barbero | @juampabarbero

Se dice que el tiempo es oro. En el caso de Eyes Wide Shut (Ojos Bien Cerrados, 1999), el tiempo fue literalmente un pozo sin fondo. 400 días de rodaje ininterrumpido. ¿Necesitaba Kubrick realmente 400 días para capturar una infidelidad, un sueño erótico y una orgía? Aparentemente, sí. En el universo kubrickiano, el tiempo no es una simple magnitud, sino un lienzo infinito para pintar cada detalle, cada sombra, cada arruga de la realidad con sus múltiples perspectivas. Un ejercicio de perfeccionismo tan extremo que raya en lo obsesivo, pero que nos deja una obra tan enigmática como fascinante.

La elección de Tom Cruise y Nicole Kidman para protagonizar su última película no fue solo una decisión artística, sino también un experimento sociológico que tuvo consecuencias inesperadas. La pareja, en ese momento una de las más top de Hollywood, se adentró en un proyecto que exploraba las profundidades de la relación conyugal y los deseos ocultos.

Uno de los momentos más explosivos de Eyes Wide Shut llega cuando Nicole Kidman, con la serenidad de quien está solo a medias en esta realidad gracias a la marihuana, decide confesarle a Tom Cruise que una vez deseó con locura a otro hombre. Lo hace con una frialdad quirúrgica, mientras él, sorprendentemente, no explota como uno esperaría, sino que se queda ahí, masticando su ego herido.

En ese instante, todo su mundo perfecto de médico exitoso y esposo ideal se viene abajo porque, ¿cómo es posible que su esposa, la misma que hasta hace un minuto estaba peinándose frente al espejo como una muñeca de porcelana, sea un ser humano con deseos propios? Así, con una sola confesión, Kubrick desmantela no solo la imagen de matrimonio perfecto, sino también la frágil seguridad masculina de Cruise, que lo lleva a buscar respuestas en los lugares más retorcidos.

Como dijo Oscar Wilde: “Todo es sexo, menos el sexo, que es poder”. Es curioso cómo Eyes Wide Shut es una película sobre el sexo… con sorprendentemente poco sexo. Kubrick no necesitó llenar la pantalla de escenas explícitas para dejar claro que los verdaderos protagonistas no eran los cuerpos desnudos, sino las intrigas de poder detrás de ellos. Y en el universo de Kubrick, las orgías con máscaras venecianas no son más que la escenografía de un juego de dominación donde el deseo se convierte en una moneda de cambio, y el poder es la única verdad que importa.

Eyes Wide Shut (1999), Stanley Kubrick 

La intensa exploración de estos temas, sumada a las largas jornadas de rodaje y a la exigencia de Kubrick, pudo haber agudizado las tensiones latentes en su matrimonio. La película, en cierto modo, se convirtió en un espejo que reflejó y posiblemente amplificó los conflictos internos de la pareja. No es descabellado pensar que la experiencia de filmar Eyes Wide Shut aceleró un proceso de distanciamiento que culminaría con su divorcio poco tiempo después del estreno.

La relación entre la película y el divorcio de Tom Cruise y Nicole Kidman es un tema que fascinó a los amantes del chisme durante años. Algunos afirman que la película fue el detonante de la ruptura, mientras que otros la consideran simplemente una convergencia cósmica. Lo cierto es que la idea de que una película pueda destruir un matrimonio es tan tentadora como difícil de probar. Por eso, mejor recapitular las palabras de su protagonista: “Era difícil volver a casa con mi marido después del rodaje, pero los dos habíamos decidido que íbamos a dejarnos envolver por su mundo durante aquel año y medio, y eso fue lo que hicimos”, confesó Kidman en una entrevista con Los Angeles Times.

Dicen que el arte imita a la vida, pero en este caso la vida imitó al arte de manera tan descarada que hasta los diarios más sensacionalistas se quedaron sin palabras. ¿Casualidad? Quizás. ¿Coincidencia? Difícilmente. Mientras Tom Cruise y Nicole Kidman se entregaban a las pasiones y los secretos más oscuros de la pantalla, sus propias vidas se desmoronaban como un castillo de cartas. ¿Será que Kubrick, con su ojo clínico, había anticipado el futuro de la pareja? Tal vez simplemente había encontrado la fórmula perfecta para vender entradas.

Stanley Kubrick decidió que la obra del escritor austríaco Arthur Schnitzler, titulada Relato Soñado (1925), necesitaba un poco más de sabor estadounidense, por así decirlo. Así, transformó una novela ambientada en la Viena de principios de siglo en un thriller psicológico neoyorquino, aderezado con una pizca de conspiración y una buena dosis de paranoia. Los elementos judíos, tan presentes en la obra original de 1925, fueron convenientemente olvidados, reemplazados por una atmósfera más universal (y menos polémica). ¿La noche de Navidad? Una elección brillante para añadir un toque de ironía a una historia que ya de por sí era bastante tormentosa. ¿Qué mejor momento para explorar los bajos fondos de la sociedad que durante las festividades? Kubrick, como siempre, demostrando su habilidad para transformar lo mundano en lo extraordinario.

Pero no era tan sencillo como ir a filmar a Nueva York y listo. Nada con Kubrick era sencillo. El director, conocido por su perfeccionismo hasta la obsesión, transformó el rodaje en una odisea cinematográfica que puso a prueba los límites de la producción.

Kubrick tenía fobia a volar, por eso demostró que su miedo a las alturas era inversamente proporcional a su ambición fílmica. En lugar de tomar un avión y visitar la Gran Manzana, decidió llevarse un pedazo de Nueva York a Londres. Con la meticulosidad de un arquitecto neurótico, envió a sus equipos a medir cada esquina, cada farola y cada vendedor ambulante de panchos de la ciudad que nunca duerme. ¿El resultado? Un gigantesco set de filmación en Pinewood Studios donde, paradójicamente, nadie podía dormir por culpa de las exigencias del director.

Un contrato extraño y casi dictatorial unió a Tom Cruise y Nicole Kidman con Stanley Kubrick para la filmación. El acuerdo estipulaba que los actores permanecerían a disposición del director hasta que él considerara la película terminada. Esta cláusula, inusual incluso para las superestrellas de Hollywood, revela el poder y la influencia que Kubrick ejercía sobre la industria cinematográfica. ¿Cómo no querer someterse al director de 2001: Odisea del espacio (1968)? Después de todo, ¿quién podría resistirse a la visión del genio perturbador detrás de La Naranja Mecánica (1972) y El Resplandor (1980)?

La gracia del destino quiso que Eyes Wide Shut, una película concebida bajo el absoluto control de Stanley Kubrick, se convirtiera en su obra póstuma. El fallecimiento del director, justo cuando estaba a punto de compartir su visión final con Warner Bros., dejó un vacío en el cine y una sensación de faltas de respuestas por parte de su creador. La película, cargada de simbolismos y enigmas, se convirtió en un testamento de la destreza de Kubrick y un recordatorio de su legado imperecedero.

Por supuesto, la película post mortem no tardó en convertirse en el caldo de cultivo perfecto para teorías conspirativas, en especial gracias a la famosa escena de la secta hipersexualizada. Aquí, Tom Cruise se cuela en una lujosa mansión donde los ricos y poderosos, aparentemente con mucho tiempo libre, se dedican a rituales eróticos enmascarados que parecen sacados de un manual de simbología oculta.

Como era de esperar, no tardaron en surgir las especulaciones: que Kubrick estaba “revelando” los secretos oscuros de sociedades secretas, que la élite mundial se pasa los fines de semana de juerga con máscaras venecianas, y, obviamente, que lo “silenciaron” por exponerlo todo. Porque claro, nada dice más “te estamos vigilando” que un guión de Hollywood. La atmósfera sofocante y la coreografía perfectamente absurda de la escena fueron un festín para los teóricos del cine con ansias de desentrañar mensajes encriptados en cada plano, mientras Kubrick, desde algún lugar, seguramente se ríe a carcajadas.

Eyes Wide Shut (1999), Stanley Kubrick 

Una de las teorías conspirativas más jugosas es que, tras la muerte de Stanley Kubrick, Warner Bros. reeditó la película para suavizar el mensaje original. Según esta teoría, la versión que vimos en los cines no es la que Kubrick dejó antes de partir. En el corte original, dicen, Kubrick se fue de boca revelando secretos de cultos poderosos, y para evitar que estos amantes de las máscaras venecianas quedaran al descubierto, Warner habría metido tijera y reacomodado todo para que no nos diéramos cuenta. Claro, Warner niega categóricamente esta teoría, pero, ¿qué otra cosa iban a decir?

Y como si esto fuera poco, la teoría estrella asegura que Eyes Wide Shut es en realidad un misil directo contra la Cienciología, esa religión llena de famosos como John Travolta, Russell Crowe, Elisabeth Moss y hasta Beck, que anda metida en casos de fraude. Adivinen quién es uno de los rostros más representativos de la Cienciología… ¡Exacto! Tom Cruise, protagonista de la última película de Kubrick. La conspiración sostiene que Kubrick estaba tratando de advertirnos sobre el culto, lo que encaja a la perfección con la secta secreta de la película, pero además, lo personal: la hija de Kubrick, Vivian, fue absorbida por la Cienciología y cortó lazos con su familia.

Si le creemos a los conspiranoicos, parece que a Kubrick lo querían muerto todos: desde los Illuminati, pasando por un culto a Saturno, hasta la Cienciología y, por si fuera poco, los descendientes de Woodrow Wilson. ¿El crimen perfecto? Aparentemente, lo mataron el 7 de marzo de 1999, exactamente 666 días antes del año 2001, en un giro espectacular digno de su propia película. Pero si no fueron los Illuminati, tranquilos, que la CIA, George Bush, o incluso Sonny Bono están en la lista de sospechosos. Porque claro, morir de causas naturales es demasiado mainstream para Stanley Kubrick.