Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

Aquellas maratones sin parar de escribir canciones resultaron en un disco doble. La portada tendría que ser una serigrafía que recuerde a la imagen del Che. Habría que abocarse con intenciones casi que eclesiásticas al poder de las canciones. Honestidad Brutal (1999). Un disco que precedió al Apocalipsis Now que fue la grabación de El Salmón (2000).

Agenda 1999. Andrés y su tropilla se dispusieron a brindar un servicio musical, nada más que eso. Recordando cada tanto a los amigos que no están, y con un setlist que incluyó verdaderas joyas, que no circundan precisamente el repertorio de hits, tales como “No Tan Buenos Aires”, “Los aviones”, “A los ojos” y “Más duele”, que respetó el riff stoner y rodeó con un velo sensual al Antel Arena.

“Son las nueve”, aquella que habla de vivir sin horario, la canción que define el modus operandi de Andrés a fines de los años 90. Ejecutaron otras como “¿Para qué?”, “Una bomba”, “Eclipsado”. Por supuesto que no faltaron aquellas canciones que formaban parte del que se dice es el segundo disco más vendido en la historia de rock argentino: “Flaca”, “Alta Suciedad”, “Crímenes Perfectos”. Pero también se dio el gusto de irse un poco más hacia atrás y tocar “Algún lugar encontraré”, canción que formaba parte de la banda sonora de la película Caballos Salvajes (1995). Y también hacia adelante, picando las entrañas con “All you need is pop”, una extraña función ricotera con lo mejor del blues. Blues que sonó en la previa del recital, a través de una playlist que parecía confeccionada por el Salmón para irnos poniendo a tono.

La banda sonaba impecable y Andrés no parecía tener 63 años. Con su claridad vocal impoluta, incesante, lograba esos coros calamarescos que trazan una línea común en todo su repertorio.

Fotos: @federicamph

Las codas fueron exquisitas, mechando canciones como “All you need is pop” con “Walking on the Moon”, de The Police, hasta aterrizar sorpresivamente en “Roots, Rock, Reggae”, de Bob Marley. Incluso se dio el lujo de hacer un guiño a “Mil Horas”, tocando solo unas vueltas de la melodía, pero manteniendo esa aura rockera, vueltas de una canción que es bastante más pop que la versión que hizo, asemejándose más a “Luzbelito”, o a lo mejor de Almafuerte. Parece tener en claro su posición respecto a los shows en vivo. El happening es distinto al de los discos y por ende no deben reproducirse a la perfección. Incluso disfruta de los pequeños ruidos entre tema y tema de manos apoyadas en guitarras con los pedales de distorsión al mango, generando breves chillidos que nos hacen dar cuenta de que no hay pistas, es servicio musical en directo. Y esta intención la ha declarado innumerables veces a través de su perfil de X.

“Paloma” y “El día de la mujer mundial” sonaron con ese espíritu herencia del jazz que tanto escucha Andrés. Me refiero a esto que se repetirá hasta al cansancio, la libertad y el aire nuevo que se le da a las canciones. Canciones que, con valentía, respetan esos riffs distorsionados que cualquiera hubiera no elegido hacer. Era una elección arriesgada. Honestidad Brutal está repleto de saltos al vacío, y más teniendo en cuenta que llegó después de Alta Suciedad (1997), un disco que sonaba de pe a pa en las radios. Letras largas, de rimas en los mismos versos. Humor y bohemia. Letras rojas.

“Paloma” se permitió tener instantes instrumentales que le otorgaron al público seguir cantando, pero mientras tanto, la música se alejaba de esa intención épica y heroica que tiene la canción por los acordes abiertos y el volumen que no deja de ser alto en ningún momento, desnivelando la fuerza.

El hincha de Independiente le entregó respeto, compromiso y humildad a un Antel Arena que estaba hasta las manos. No paraba de repetirlo. Adquirió una postura, quizás desde Bohemio (2013), que lo desmarca de la figura, de aquel hombre de pelo largo que salía con modelos y se encerraba con el Cuino Scornik a no parar de hacer canciones en maratones tóxicas y suicidas. Se volvió un peón, un hombre al servicio de la música. 2 horas, 23 canciones.

En su tercer Antel Arena, Calamaro disfrutó de la complicidad de los presentes y fue recíproco, algo que no había pasado en 2022, por ejemplo. Eso no quiere decir que haya sucedido algo precisamente malo, pero lo de anoche fue una conjugación de suerte y festejo, lo más parecido a un milagro. Incluso declaró que este había sido su mejor recital en “la orilla hermana”. Permitió que el público cantase mientras él alzaba los brazos y se paseaba por el escenario. Incluso desfiló cuando desde el público le tiraron una campera de jean y él se la probó. “Tuyo siempre” lo encontró con dos maracas y un ritmo de cumbia colombiana, esa región de los 1000 géneros musicales.

Luces rojas y espesor. Honestidad brutal es un disco colmado de humor, incorrección política y densidad. “Los aviones” abandonó su bossa nova latina habitual y se decantó en algo más sincopado, más adolorido.

Dijo que no iba a hablar, y habló mucho. Agradeció al público por la gratitud y dijo sentirse humilde. Agradeció a Rubén Rada, a Leo Masliah, a todos sus amigos y mentores y al ladrón devenido en joyero Luis Mario Vitette. Advirtió a todos aquellos nacidos entre el 81 y el 2000 que perfectamente podrían ser sus hijos. Confesó conocer el "dark side uruguayo" y es que, de un tiempo a esta parte, Calamaro se fue aggiornando cada vez más en esta imagen de torero urbano. Y no solo por hacer en cada concierto “La media Verónica”, mientras por los parlantes suena el pasodoble torero de Nerva, sino incluso por la aproximación a las canciones. Canciones que no reproducen las grabaciones de los discos. Tienen otra cadencia, otra forma de cantarlas, los fraseos parecían escapársele de las manos aunque siempre lograba atraparlos. Eran incluso, algunas como “A los ojos”, “Los Chicos”, pesadas. Son una banda, una formación rockera en su máxima expresión. Guitarrera, de riffs largos y congruentes, con sus performances y libertades para la improvisación.

Amamantado a base de leche Conaprole, como dijo en Radio Mitre hace un año antes de las elecciones argentinas, Calamaro, no es noticia, tiene la capacidad de reinventarse. No solo a él mismo, sino que también a sus canciones, que prácticamente a esta altura son himnos y cargan con esa característica tan buscada y natural, que es alcanzar ese rasgo popular. Que sale de gira con su modo de vida austero y su pendrive con películas clásicas y de género que le encantan. Aunque dice extrañar sus caminatas por Montevideo y las noches en el casino del Radisson. Que ahora se las pasa, esas horas, en habitaciones de hotel componiendo canciones que en su momento compartía en Souncloud, experimentos que entendemos nacen de El salmón con esas versiones de “No Woman No cry” que se asemejan al hyperpop cuando ese subgénero ni existía. Escuchando Chet Baker o a los clásicos del blues en las mañanas cebando mate con yerba correntina.

Fotos: @federicamph

No hubo invitados. Juanse no apareció para tocar “Para Siempre”. No fue necesario. Tres guitarras, bajo, teclado y batería. Andrés fluctuaba entre los acordes de su Telecaster, la misma que usa siempre, de color verde agua con detalles blancos y luciendo la imagen de un toro negro parecido al que lleva tatuado en la piel, y sus teclados Roland, Rhodes y un sintetizador Korg. Eran cuatro teclas en total las que abrazaban al Salmón. La banda, mezclada con españoles y bonaerenses fue, a pedido de Calamaro, aplaudida con "ovaciones cerradas". Y es que supieron estar más que a la altura. Andrés, que se mantuvo siempre al lado de grandes colaboradores en sus bandas como Baltasar Comotto, es minucioso a la hora de elegir quienes lo acompañan en sus pequeñas batallas públicas, en los escenarios. En 2013 salió de gira con la misma banda que había grabado el disco para, igual como consejo de Cachorro López, mantener una esencia, espíritu y respeto intacto para con las composiciones.

Entre tema y tema, se dio el gusto de cantar a capella frases de canciones cómo "amaneciendo en Montevideo’’, de "Nueva zamba para mi tierra", de Litto Nebbia. Al inicio de "Estadio Azteca", el primero de los bises, fraseó "Adagio a mi país", de don Alfredo Zitarrosa, y sobre el final de "Flaca" se mandó unas frases de "El día que me quieras", aquel tango que habla del amor y la armonía, mientras el público repetía la melodía que en la grabación hacen instrumentos de viento. La noche redonda se despidió con su telón oscuro al ritmo de "Los chicos" sin incluir aquello que implementó en el 2022 y en giras pasadas que era pasar los nombres, junto a imágenes, de sus amigos ausentes tales como Federico Moura, Luca, Pappo, Spinetta, Miguel Abuelo, entre otros. Se quedó un rato largo arriba del escenario, despidiendo a todas las tribunas. La gente ya enfilaba para irse, muchos lo estaban haciendo, Andrés se sacó los lentes y miraba emocionado, lanzaba besos y se inclinaba con respeto, humildad y gratitud.