“Una carta de amor al periodismo”, dijeron que era en Cannes, cuando se presentó en 2021. The French Dispatch, la última película de Wes Anderson, está lejos de ser una versión personal de Spotlight. Acá no se combate el poder, ni la corrupción, ni la injusticia. Acá se narra lo que suele pasar en el periodismo más cotidiano: cómo se cuentan las historias.

La revista ficticia de Anderson funciona, según la trama, entre 1925, que es el año en que Arthur Howitzer, Jr. (Bill Murray) la funda y 1975, el año en que muere Howitzer. Por decreto de su testamento muere, también, The French Dispatch.

La redacción tiene su sede en Francia, en una ciudad inexistente llamada Ennui-sur-Blasé, donde Howitzer, cuando era joven, decidió prolongar sus vacaciones para siempre. Allí transformó el el suplemento dominical del Liberty, Kansas Evening Sun, un diario que era propiedad de su padre, en una revista de viajes que se transformó en un éxito literario.

La película toma la forma del número final de la revista, donde aparece el obituario de Howitzer (escrito por los periodistas de The French Dispatch), un diario de viajes breve de un un escritor llamado Herbsaint Sazerac (Owen Wilson) que muestra cómo evoluciona el tono y la sustancia de esa última publicación, y tres artículos que serán publicados.

Ese grupo de héroes incluye tanto a los protagonistas de las historias, esas personas que hacen algo digno de contar, como a quienes informan sobre ello.

Anderson reúne, en su cine, la gloria de los héroes que dan voz a otros y la técnica ideal para hacerlo: hacer del audiovisual casi que un texto escrito. Celebra a los anónimos que son, aquellos que salen al campo a encontrarse con lo que narrar y, además, a Howitzer y su equipo de gramáticos e ilustradores, parte sustancial del periodismo.