Nació en Minas, en el año 2000. A sus 24 años, Tamara Silva Bernaschina ha publicado dos libros y es considerada una de las mayores promesas de la literatura nacional. Desastres naturales (2023) fue galardonado en 2023 con dos Premios Bartolomé Hidalgo: el de Narrativa y el Revelación. Además, fue reeditado más de una vez y obtuvo gran recepción por parte de los lectores. 

Silva es estudiante avanzada de la Licenciatura en Letras y de la Tecnicatura Universitaria en Corrección de Estilo en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Vive entre Aiguá y Montevideo. En la entrevista por Desastres naturales, contestó una pregunta con otra: "¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?" "¿Cuál es la otra opción?". En esta ocasión, afirma que escribe para creer que se puede otra cosa.

Es que ahora vuelve con una novela: Temporada de ballenas (2023), que recibió una mención de honor en el concurso literario Juan Carlos Onetti y que era esperado por varias personas, algo que le sorprendió a la autora. 

"Un vínculo verosímil entre el mundo mediterráneo y árido de las canteras de Lavalleja y los sonidos hipergraves que emiten los rorcuales titánicos", escribió Gustavo Espinosa al respecto. Magela Ferrero lo definió como "emocionante como una playa, por primera vez".

Fotos: Javier Noceti

¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?

Siempre me gustó mucho lo que pasa en el cuerpo después de leer La balada del café triste (1951), de Carson McCullers. Esa sensación agridulce que tiene que asentarse.

Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?

Con Gabriela Escobar, autora de Si las cosas fuesen como son (2022), seguro nos divertiríamos mucho. O al menos yo la pasaría muy bien, porque me animaría a escribir y a probar. Jugar. Porque creo que ella tiene siempre la atención puesta en lo importante.

Tu autobiografía en una frase.

Respondí esta pregunta el año pasado y mi autobiografía sigue siendo la misma: Lo que quería decir en realidad era otra cosa.

Contanos qué estás leyendo ahora.

Quebrada honda (2024), de Ana Solari

¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?

Generalmente me olvido de lo que presté y no tengo una lista. Pero me acuerdo de que le presté a una amiga, Monchi Mesa (2021), de Marina Closs, y no volvió, pero no me importa porque sé que le va a gustar mucho. Es una novela hermosa. Por otro lado, tengo muchos libros ajenos en mi biblioteca. Desde acá veo Prohibido morir aquí, de Elizabeth Taylor, prestado por mi amigo Santiago hace años.

Fotos: Javier Noceti

¿Como lectora, qué te gusta encontrar en un cuento?

El misterio.

¿Qué libro nunca te aburrís de releer?

Me aburro de releer porque tengo muchos libros que no he leído.

Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?

A La loca del frente, de Tengo miedo, torero (2001), de Pedro Lemebel, a la China Iron, de Las aventuras de la China Iron (2017), de Gabriela Cabezón Cámara y a Goyo Ribera (que para mí ha sido siempre un misterio) del cuento “Réquiem por Goyo Ribera”, de Armonía Somers. Me vinieron los tres al hilo y los escribí. Calculo que se llevarían bien.

¿Por qué Temporada de ballenas?

Porque es la época del año en la que se puede ver ballenas desde las costas de Uruguay. Y es la época en la que los protagonistas de la novela tienen esperanza.

¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?

Un año, más o menos.

¿Por qué elegiste esos epígrafes?

Me gusta pensar que acompañan bien a la novela, Eugenia Ladra (“En la cocina me sirvo un vaso de agua y me doy cuenta, lo entiendo”) y Phoebe Bridgers (“I don’t know how, but I’m taller. It must be something in the water").

Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?

Hay algo que suena a agua.

¿Cuál es la reacción más inesperada qué recibiste con este libro?

Que hubiese algunas personas esperándolo.

¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?

No sé si es un consejo, pero a mí me hace bien ver dónde late el texto y seguir por ese camino. Buscar esa parte viva y rescatarla, cuidarla, desearla.

Escribir para…

Para creer que se puede otra cosa.

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Fragmento de Temporada de ballenas:

Mi madrina me regaló una figurita de yeso de la virgencita, una réplica de la que está sobre el cerro, así que eso me convierte en su fan número uno. Es 19 de abril y subo el cerro Verdún de la mano de mi madre y mi abuela mientras pienso en que no conozco a nadie que tenga una figura como esa. El camino es empinado, hay piedras sueltas y el viento levanta tierra. Agarren a la abuela, dice mi madre. Tiene miedo de que se caiga al precipicio que termina allá abajo en el hueco de la cantera. Le apretamos las manos y las palmas me sudan.

Mi madre me reta y me dice que no mire tan fijo a la gente que sube el cerro de rodillas. Que lo suben así porque hicieron promesas a la Virgen. A mí también me gustaría hacerle una promesa, ahora que la veo tan grande y tan hermosa en la cima del cerro. Pero no se me ocurre nada, así que continuamos subiendo y me imagino que tengo a los costados de los ojos dos cartones, como los que mi vecino le pone a su caballo para que solo pueda mirar hacia adelante. Hay capillitas en el camino, chiquitas y metidas entre los yuyos, y ahí la gente prende velas y descansa cada tanto. Nosotras no descansamos. Solo caminamos lento, mamá nos convida con jugo. El sol nos pica en los brazos.

Cuando llegamos a los pies de la Virgen, el olor a cera nos llega en oleadas. Las velas construyen un muro diminuto, una aureola derretida e inmensa. Hay flores, hay fotos, hay zapatos de bebés, hay un vestido blanco y hermoso que me da pena que esté tirado sobre la tierra. Tengo que cubrirme los ojos para protegerme del resplandor y para poder ver a la Virgen. Tiene ambas manos sobre el pecho, y mira la ciudad con cara de preocupación sincera. El pelo pelirrojo le cae por debajo de la cintura, y sobre la cabeza tiene una tiara con estrellas. Qué linda es, digo y trago saliva antes de mirarla de nuevo, y mi abuela me dice que sí y se sienta dentro de la capilla para rezar. No sé rezar muy bien, pero igual le cuento a la Virgen que mi madrina me regaló una figurita de yeso suya y que me gusta mirarla antes de dormir, y que me tranquiliza saber que está cuidándonos a todos.

Después me alejo para ver la cantera. Mi hermana me agarra de la remera y me sigue. Llegamos a donde la cima se termina y miramos hacia abajo. El hueco parece una montaña invertida, con sus caminos en los costados que solo conducen al fondo. Y allá, muy abajo, la gente chiquitita, hormiguitas humanas que operan maquinaria diminuta. Son como insectos del futuro, digo, y mi hermana cierra un ojo, estira el brazo, aprieta el índice y el pulgar y mira la gente a través de esa rendijita.

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