Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli

Su biografía es una evocación al arquetipo del judío sufriente, aunque ahora se haya convertido en un arquetipo desgastado en nuestra cultura. 

Chaim Soutine fue un pintor de la Escuela de París, compañero de Modigliani. Se caracteriza por su trazo violento en las formas y sus colores vívidos, pero mortíferos, que presenta en sus naturalezas muertas sangrientas.

La esencia de Soutine es un espíritu inalterable frente al éxito mundano. Su trabajo es hecho porque es un llamado. Sí, sueña con los museos, pero sabe de antemano que la emoción extrema se oculta por el miedo a una breve iluminación.

Nació un 13 de enero de 1893 en Smilavcihya (un shtetl judío cerca de Minsk), Imperio ruso, donde actualmente es Bielorrusia. Su padre era sastre, y tenía once hermanos. Vivió desde su niñez en la pobreza, escapaba al bosque para pintar los paisajes y evitar pensar en el hambre.

Creció en una comunidad judía ortodoxa que rechazaba la realización de imágenes, ya que la consideraban pecaminosa. Así, de todas maneras, a los 19 años Soutine decidió estudiar en la Academia de Bellas Artes de Vilna en Lituania, de 1910 a 1913.

Más tarde con sus amigos pintores, Pinchus Kremegne y Michel Kikoinese, se fue a Montparnasse, París, en donde estudió con el pintor académico Fernand Cormon en la Escuela de París.

Soutine decía que Van Gogh le dejó una marca, y era de gran influencia para él a la hora de pintar. Extrañamente, Cormon fue, también, maestro del postimpresionista.

En París vivió durante un tiempo en La Ruche, una residencia para artistas indigentes que queda en Céret (ciudad medieval francesa que da entrada a las tierras soleadas de Cataluña en España, con aroma a cerezos en flor, y ciudad que fue la cuna de los movimientos más importantes de la pintura del siglo XX). Allí conoció a Marc Chagall, Picasso y Modigliani.

La relación con Amadeo Modigliani es importante, ya que el uso de las formas alargadas para enfatizar los aspectos de la percepción unió a ambos pintores, proporcionándoles su amistad, una inspiración mutua, casi literal, ya que se retrataban entre ellos. Curiosamente, en estos retratos parece haber, de hecho, un intercambio de estilo pictórico, en donde Modigliani es más brusco y parece buscar un color vívido inalcanzable, y Soutine exagera aún más las líneas largas, y el rostro palidece.

Es como si la anatomía formara un papel importantísimo en el estilo. Modigliani, de rasgos finos, detalla con delicadeza, pero en los retratos a Soutine engruesa la pincelada; y Soutine, de rasgos más gruesos, solía pintar con exagerados brochazos, que al retratar a Modigliani se afinan. Lo mismo observo con la búsqueda del color. Se intercambian. Y, quizá, esta sea más bien una característica del intenso aura de cada artista, que se imponía sobre el estilo.

Modigliani por Soutine/Soutine por Modigliani

De a poco, en los años 20, comenzó a vender sus obras, y en la década siguiente vendió 60 obras al coleccionista de arte estadounidense Albert C. Barnes.

La Segunda Guerra Mundial alcanzó a este pintor judío. Las tropas nazis invadieron la ciudad y tuvo que marcharse de la capital para evitar el arresto de la Gestapo, supuestamente a Niza, con un amigo, viviendo en el miedo continuo de la delación, desembocándose en una úlcera perforada que terminaría por matarlo un 9 de agosto de 1943 en París, Francia, al abandonar su lugar seguro por el fuerte dolor y excesivo sangrado para ser sometido a una cirugía de emergencia, trasladado clandestinamente en un ambulancia con bandera blanca y negra para evitar la detección nazi.

Murió en la camilla del hospital con el vientre abierto, como en sus pinturas. En cincuenta años vivió sólo como artista, su arte es el sinónimo de su biografía, dijo Hilton Kramer.

Aunque también se dice que, durante la guerra, vivió en varios lugares, buscando refugio en los bosques y durmiendo al aire libre. Y recién luego de que se acabara la Segunda Guerra Mundial llega a vender los 60 cuadros, teniendo así por primera vez durante su estadía en París, dinero en sus bolsillos. Su presunta reacción: tomar el dinero y correr inmediatamente hacia la calle en busca de un taxi parisino para que lo llevara a Niza, en la Riviera Francesa, a grandes kilómetros de distancia.

Fue enterrado en Cimetière du Montparnasse, París, con una placa austera y pequeña que apenas nos dice su nombre, fecha de natalicio y muerte, donde yace una cruz paralela al cuerpo. A su velorio se presentaron artistas como Picasso y Max Jacob. Es extraño como Picasso, quien admiraba a Soutine, con su reputación de dar a conocer nombres desconocidos y su vanidad heroica, nunca pronunció el nombre Chaim Soutine más que en cartas personales.

La Guerra tuvo una gran influencia en su obra, comenzó a tener una notoria incapacidad de concentración, no podía encontrar modelos ya que debía esconderse y los paisajes no le resultaban idóneos. Pintaba poco, pero a causa del hambre, comenzó a pintar animales abiertos, cocineros, camareros y pasteleros, creando una pequeña serie de seis cuadros.

El pastelerito de Cagnes (1922)

Era profundamente expresionista en lo que al momento de la creación se refiere. No fue capaz de pintar sin un modelo delante, haciéndolo de manera frenética y febril, colocando colores vividos como la carne misma lo es.

Estudió por largas horas los bodegones de Jean-Baptiste-Siméon Chardin y Rembrandt en el Louvre. Recorría las carnicerías de París buscando carnes que tuvieran la tonalidad y aspecto que necesitaba. Se sabe que una vez, se llevó un buey entero que dejó pudrirse hasta que los vecinos recurrieron a la policía por el hedor. De hecho, se dice que el pintor Marc Chagall vio que la sangre del cadáver se derramaba por el pasillo fuera de la habitación de Soutine y salió corriendo gritando: "Alguien ha matado a Soutine".

La respuesta de Soutine ante la policía fue un sermón sobre la importancia relativa del arte sobre la higiene. Élie Faure, gran crítico de arte de las décadas del 20 y el 30, con quién Soutine compartió amistad, dijo que Soutine era el pintor vivo más espiritual porque era el más carnal. Y es que esperaba el llamado como un profeta.

Así creó su serie Carcass of Beef, compuesta por diez cuadros. “Una vez vi al carnicero del pueblo cortarle el cuello a un pájaro y sacarle la sangre. Quería gritar, pero su expresión alegre atrapó el sonido en mi garganta”, dijo una vez, según fuentes desconocidas, y se agrega: “Cuando pinté el cadáver de res, fue este grito lo que intenté liberar. Todavía no lo he logrado”.

Sus pinceladas eran amplias, distorsionaba la realidad. Los cuadros de Soutine tienen vida. En los retratos, de hecho, parece que tanto el rostro como el cuerpo se derrite, y las expresiones son siempre preocupantes, terroríficas, con una mezcla entre horror y humor. Su preocupación era, ante todo, la forma, el color y la textura, no la representación. Este estilo individual que llegó a desarrollar, sirve como puente entre los enfoques más tradicionales y la forma en el desarrollo del Expresionismo abstracto.

Carcass of Beef (1925)

Igualmente, a su obra la encuentro difícilmente catalogable, no parece entrar en un estilo o corriente en concreto, sus pinceladas rápidas lo acercan al Impresionismo, pero Soutine utiliza más bien líneas gruesas y violentas, no era de pincelada delicada como solía ocurrir en esta corriente.

Si debo encasillarlo, prefiero acercarlo al expresionismo alemán, de gran fuerza, pincelada frenética e increíble distorsión. Por esta misma razón, de imposible etiquetación hacia su obra, simplemente suele referirse a ella como de vanguardia o de la Escuela de París.

Su obra se puede dividir en tres géneros: retratos (siempre en la misma pose: de frente), paisajes (catastróficos, de gran movimiento y con colores vibrantes) y naturalezas muertas o bodegones (principalmente animales muertos). También hizo autorretratos, en los que jamás llegó a pintar sus manos de las que se avergonzaba, ya que eran alargadas y huesudas, lo que reflejaba su pobreza, aunque a sus modelos que eran casi siempre de su misma situación, sí les pintaba sus manos y vestimenta de trabajo.

Aunque su trabajo es expresivo y puede verse en sus pinturas a un Soutine transpirado, de movimientos rápidos, enérgicos y afiebrados, son en sus paisajes de Céret (que aún no son aceptados como pintura), increíblemente deformados, donde muestra su trabajo arduo en la búsqueda y estudio del color. Es decir, a pesar de ser hondamente expresionista, no reniega de la técnica no sólo intuitiva. Se somete a un orden autoritariamente, pero no lo acepta.

Porque el expresionismo consta de una paradoja: es conservador. Ansía la reforma antes que la innovación. Es exigente de manera desmesurada al tener que representar la emoción pura de la creación. Así, ocurre una inhibición, la exigencia emotiva del expresionista bloquea el acceso hacía el.

Le Groom (1925)

Soutine iba con sus nervios expuestos, aún más cuando pintaba. Y aunque tiene influencia de los postimpresionistas, los nombres más conocidos del movimiento hablan desde la cultura en la que habitan. Eran intelectuales, conocían los problemas de las crisis sociales, eran observadores elegistas. Soutine no formaba parte de esta cultura, él se enfocaba en el arte en el que había volcado toda su sustancia humana.

Su obra inquieta y sorprende. Transforma nuestra visión en sus propias desarticulaciones. Su dolor físico se convierte de alguna manera, en éxtasis. En verdadera sustancia vital. No podemos ver su trabajo inocentemente, nos entregamos a la absorción completa o no lo vemos. Soutine nos exige una implicación.

En Soutine hay algo más allá de lo estético. En las pinturas en las que parece tranquilizarse, indiferentemente de si es por sedación o cansancio, queda la pintura sola y lo esencial afuera. Uno extraña esa manía. No sólo debe estar presente la pintura, porque es su propia situación personal lo que lleva a sus cuadros a esos extremos de interioridad. No hay distancia real entre su arte y su persona.

Rara vez mostraba sus cuadros, pero en 1935 hizo su primera exposición en Chicago, y luego en la Galerie nationale du Jeu de Paume en 1937 en París. Son muy pocas las obras que se conservan de su autoría, ya que tenía la manía de romper y deshacerlas si no le gustaban.

Es en el año 2008 cuando se organiza la primera retrospectiva de su obra en el Kunstmuseum de Basilea. Hoy en día, las obras de Soutine se encuentran en las colecciones del Instituto de Arte de Chicago, el Museo Hermitage de San Petersburgo, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la Tate Gallery de Londres, el Museo de la Orangerie de París y el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, entre otros.

Aún con su ensombrecido nombre, fue una gran influencia para muchos artistas. Como para nuestro José Cuneo cuando en el 27 en Europa conoce sus pinturas, llamándole la atención sus deformaciones expresionistas.

Este suceso marca su obra futura, visible en el 30 con su serie de ranchos y lunas del campo uruguayo. También influenció fuertemente a Francis Bacon, Pollock y Kooning, quienes reconocieron abiertamente su admiración por Soutine y mantuvieron su manera de buscar el color intensamente vívido y abrir, aún más, la carne.