Su nacimiento fue similar al de su hijo: no estaba previsto. Su madre había comido un puchero, o algún plato similar, y al día siguiente se sintió mal, así que se lo otorgó a eso. Pero rompió bolsa y salió hacia el hospital, sin bolso ni nada. Por eso, Sibyla Trabal estuvo envuelta sus primeras horas de vida en una toalla y las enfermeras le decían a su madre que, cuando ella fuera más grande, se lo iba a cobrar pidiéndole mucha ropa. Eso no sucedió. Justamente, no le interesa mucho consumir prendas, pero sí le interesa vestirse como se sienta cómoda. Sobre todo, entre el violeta y el negro.
Su hijo, años después, nació de 38 semanas. Ella fue a hacerse un monitoreo de rutina y, de urgencia, le dijeron que tenían que hacerle cesárea y sacar al bebé de adentro.
Sibyla creció en la misma casa hasta los 25 años, edad en la que decidió irse del país. Vivió “toda la vida” en el Centro y los lugares a los que iba le quedaban cerca. El Elbio Fernández, la Facultad de Derecho, sus trabajos en Ciudad Vieja, todo muy cerca. Lo único que tenía lejos eran sus amistades que, por lo general, andaban por Pocitos.
“Yo no tuve niñez de barrio”, dice, menos cuando iba a lo de sus abuelos donde sí salía a jugar a la calle con otros vecinos. Esa casa era un apartamento “como los de antes”, viejo y de habitaciones amplias.
Fue una niña estudiosa, tímida y llena de amigos. Fue una niña con un hermano de dos años y medio menos, una niña que aprendió a jugar a la pelota con él. De hecho, su primer recuerdo de vida es de él.
Cuando su madre estaba en el hospital porque había nacido su hermano, ella se quedó en su casa con su tía y con su abuela. La estaban aprontando para ir a visitarlos y su abuela le hizo una cola de caballo y ella decía que no, que ella quería “el pelo peinado”. La única que pudo interpretarla fue su tía que dijo que aquello era una media cola.
El primer recuerdo es ese, el de estar en el baño sentada con ellas. Después vendrían otros jugando con su hermano, haciendo coreografías con sus amigas, poniendo discos y bailando.
Su padre era bodeguero, profesión que heredó de su padre. Por eso, Sibyla creció viendo viñedos, fabricación de vino, el contacto con el campo de las afueras de Montevideo, la vista desde arriba de los molinos de agua, el tractor, las bodegas.
Aunque en su casa siempre hubo vino, ni su padre ni su madre eran de fumar ni de tomar. Lo que sí, hacían una especie de sangría, como si fuera un refresco, que llevaba un poquito de vino, agua, azúcar, limón.
Su madre fue ama de casa, dejó de trabajar cuando se casó y se dedicó a cuidarlos a ella y a su hermano. La presencia de la madre era permanente, mientras que la del padre era bastante menor (tenía ese trabajo en el que se iba súper temprano y volvía súper tarde).
Esa Sibyla niña que era tímida, súper aplicada y muy de los amigos, de adolescente siguió siendo lo mismo. Nunca supo qué quería ser de grande, ni qué le gustaba. Sí estaba segura de que tenía amor por la música, pero entendió que su lugar no era delante de los escenarios, a causa de esa timidez.
Cuando fue momento de dedicarse a lo universitario, empezó Profesorado de Literatura (una promesa que se había hecho por pasar un examen en liceo), Derecho y Relaciones Internacionales.
Nada de eso funcionó. Con el tiempo, Sibyla se iría del país, volvería, comenzaría su carrera como relacionista pública y publicista siendo la primera mánager de la Vela Puerca, trabajaría en Bizarro, en Warner Music, con varias productoras locales e internacionales y armaría la prensa de shows como los Rolling Stones.
¿Te diste cuenta que no te gustaba el Derecho a los cuatro años, o siempre tuviste eso latente?
Nunca me gustó, yo hice abogacía por descarte. En aquel entonces, no había muchas carreras para elegir. Sabía que tenía que huir de matemáticas, entonces elegí humanístico. Como no me gustaban los números y elegí derecho. Eso me llevó a estudiar abogacía, pero entre abogacía y escribanía preferí abogacía. Pero no era lo que me gustaba.
Cuando nos hicieron un test vocacional en el colegio a cada uno para saber para qué lado iba, yo tenía 11, 12 en las notas. Cuando me llama la psicóloga para darme el resultado, me empezó a leer el diagnóstico y me decía que sabía que tenía problemas, que siempre con bajas notas y seguía, y seguía. Cuando se fue a fijar, se dio cuenta que había leído al compañero anterior. Ya había pasado el rato que tenía para darme la devolución, entonces lo miró por arriba y dijo, “bueno, acá dice que podés hacer lo que quieras porque tenés capacidad para todo”, y se acabó. Yo esperaba algo más y nunca me dijo para qué estaba. Lo peor es que así me mató.
Tuve esos años donde me quería ir del país, me sentía mal en todo, en esas crisis existenciales: qué es lo que quiero hacer, nada me apasiona, y bueno. La cuestión es que, como estuve estudiando abogacía, pensé en aplicar a una beca en Madrid.
Era una forma de zafar y de tener un lugar a dónde ir. Me acuerdo que hice todos los trámites, pasó como un año y me llegó la respuesta de una universidad. Habían recibido todos mis documentos, pero faltaban cosas que no había presentado, que no sabía, que con gusto me volviera a presentar al año siguiente.
Yo estaba tan mal y tan empeñada en que me tenía que ir, además de que mis amigos se estaban yendo todos porque fue una de las épocas en que se iban todos, que dije que no iba a esperar un año más.
Tenía amigos que se habían ido a Boston a estudiar música en Berkley y uno de ellos me empezó a llamar por teléfono, con los teléfonos pinchados, las tarjetas. Me llamaba re seguido y me decía que fuera, que encontraba trabajo, que con todos estudiando conseguía de lo que sea.
Le dije que sí, pero no sabía a dónde ir y me comenta que allá había un uruguayo y que su hermana iba en un mes, que podía alquilar con ellos. Me acuerdo de que llamé al padre del chico y me dijo que sí, que su hija se iba. Me llamó el chico a mí y me dijo que fuera, que alquilábamos entre los tres.
Obviamente, en mi casa no sabían la verdad. Decía que iba a pasear, que yo volvía en un mes, pero me fui a vivir con este chico y su hermana que pasó a ser mi mejor amiga, el chico mi novio y me quedé cinco años, siempre en Massachusetts. Al principio estuve estudiando.
¿Qué estudiaste estando allá?
Estudiaba inglés, hasta en Harvard. Eran esos cursos de English as a Second Language, como para extranjeros. Estaba buenísimo, había chinos, paquistaníes, españoles. Tengo una amiga española de esa época que hasta el día de hoy seguimos siendo amigas. La fui a visitar, vino a visitarme, nos escribimos seguido.
¿Cómo era el Boston de aquella época, el que conociste?
Boston lo que tiene es que es una de las ciudades más lindas arquitectónicamente, es la más inglesa de todo Estados Unidos y está llena de juventud. Eso era lo que más me llamaba la atención porque hay tantas universidades o colegios que hay mucho extranjero, pero también mucha gente joven. Adoré.
Uno de los problemas fue que agarre seis inviernos seguidos porque con esto de que yo iba y venía, me iba en invierno y volvía en invierno. Y los inviernos allá son crudos, nieve hasta las rodillas, muy fríos y largos. Me acuerdo que en diciembre empezaba a nevar y capaz hasta abril estaba nevando.
Otro tema era que yo me hacía de amigos, pero todos se terminaban yendo porque, como estaban por estudios, se iban. Eso era lo que yo extrañaba. Yo siempre dije que, si hubiera tenido una o dos amigas en Boston que se hubieran quedado conmigo, creo que no hubiera vuelto, pero como quedaba sola.
Además, pasó que, cuando yo estaba en Boston, no estaba viviendo con mi novio. Él vivía en una ciudad a 50 kilómetros de Boston porque era más barato. Pero yo me había ido a vivir a Boston porque era lo que yo quería, pero claro, los alquileres eran muy caros. Con lo que yo ganaba comía fideos.
Pero Boston, para mí, es de las ciudades más lindas. Me encantaba salir, caminar sola y hacer de cuenta como que era un turista. Es una ciudad que la recorrés caminando y me pasaba lo mismo con Barcelona. Hay ciudades donde puedo estar un tiempo, mismo París que estuve dos semanas, la recorrí toda. Agarro un mapa y voy tachando hasta los cementerios, todo.
Los mejores recuerdos, pero es una ciudad muy cara. El americano es excelente en muchas cosas, pero no tienen la cultura del amigo, de juntarte a un asado, o de ir a tomar un café, o del si estás mal voy para ahí. Yo soy muy de eso todo el tiempo. Cuesta, es como que llevan amistad de otra forma.
Mientras estabas ahí pasabas, como quien dice, ¿de changa en changa?
Sí, pero fueron los años más felices de mi vida también. Aproveché ahí un montón de recitales, de lo que más me gustaba vivir, y aproveché a viajar mucho dentro de Estados Unidos. Siempre me mantuve legal. Pedía extensión por estudios, me daban seis meses más y me podía quedar un año. Sino venia para acá a visitar a mis padres, estaba un tiempo, y volvía. Estaba siempre en cero, pero venía. Veía a mis amigas, incluso alguna vez me puse a trabajar acá. Además, mantuve los mismos amigos de esa época.
Allá yo cuidé durante cuatro años a un chico que se llamaba Nicolás, que los padres eran un amor, americanos de los que son muy sociales, de luchar a favor de Nicaragua, tenían esa cabeza y les encantaba tener una niñera latina. Era como un miembro más de la familia. Iba dos o tres veces por semana a cuidarlo. Después, ese chico tuvo un hermanito y cuidé a los dos. Cuidé de los dos años a los seis años a Nicolás, era mi mejor amigo en Estados Unidos. Era un amor y un chico muy maduro para su edad. Cero mal criado, eran divinos. A los padres yo los adoro.
¿Y cómo se termina todo ese viaje? ¿Qué es lo que te hace volver definitivamente?
La última vez que tenía que salir, mi mejor amiga estaba trabajando de periodista en Uruguay y me dijo que le había salido una beca para ir a trabajar seis meses a La Vanguardia de Barcelona y que por qué no nos encontrábamos en Europa.
Le dije que sí y en vez de ir para Uruguay me la encontraba. Hicimos Alemania, porque teníamos amigos, hicimos España, Barcelona. Yo en Barcelona estuve un mes. Aproveché a recorrer y después terminé quince días en París visitando a otra gran amiga, que es argentina y estaba trabajando en la embajada argentina, ahí.
Cuando estuve un mes en Barcelona nos quedamos en una pensión estudiantil. La pensión estaba llena de chicos de Latinoamérica y de otras ciudades de España, y la pasamos tan bien que me hice amiga de todos. Ahí fue que empecé a extrañar el qué pasa con mis amigos, cómo yo necesito eso de verlos a diario, compartir, la salida, las conversaciones, yo soy muy de necesitar del afecto y de las relaciones públicas.
Cuando me estaba por volver supe que cuando volviera a Estados Unidos hacía las maletas y volvía. Fue así, lo hice sin pensar. A mi novio nunca le dije que no iba a volver, dejé algunas cosas allá y vine a Uruguay y todo me empezó a salir mal. Me fui a vivir con mi madre que, en ese entonces mis padres se habían separado, y me acuerdo de que al mes y medio entran al apartamento de mi madre y me roban todo. Perdí todo, hasta el anillo de compromiso que tenía.
Pienso que la etapa de Estados Unidos es como si fuera otra yo, pero fue súper necesaria para hacer esa transición. Yo me considero otra persona antes y después. Soy muchísimo más desenvuelta y más caradura gracias a eso.
Desde chica yo me sentía que era una persona que llegaba hasta la orilla, pero que nunca me tiraba al agua. Capaz que lo que estaba del otro lado era mucho mejor, pero era tanto el miedo de paralizarme que me quedaba en la orilla. Ahora soy la primera en decir “me tiro”, después aprendo cómo se hace.
En algún momento lo conociste a Andrés Sanabria, ¿qué tiene qué ver él en toda esta historia?
Lo conocí en la facultad. Estudiábamos abogacía los dos. Era una clase de 300 personas y era muy improbable que conversáramos. Yo, incluso, había empezado a trabajar, entonces creo que iba a los horarios de la noche. La cuestión es que un día veo que, una silla por medio, habían unas revistas de música extranjeras. En ese entonces, cuando volví, y antes de irme también, era de ir a los recitales que había de música nacional, aunque fuera sola. A mis amigas no les gustaba eso, Los Estómagos, Neo 23, todo eso. Mi hermano incluso, estaba en una banda, y yo fui corista de Zero.
Me gustaba, lo que pasaba era que no tenía quién me acompañara. Iba con mi hermano y los amigos, pero no era fácil.
Entonces, Andrés era compañero mío. Un día veo las revistas y a Andrés no lo tenía en mi vista. Él ya trabajaba, tenía un programa de radio, tenía contactos, estaba en el ambiente, pero yo no tenía ni idea. Entonces, miro al que estaba al lado de las revistas y le digo “¿me prestás?”. Empiezo a mirarlas y se las devuelvo.
Otro día, había otras revistas más y él de vuelta cerca de mí. Ahí empezamos a charlar, de dónde las conseguía. Él vivía en la Ciudad Vieja y yo vivía en 18 de Julio y Yaguarón. Entonces, nos empezamos a ir juntos y a conversar. Nos hicimos re amigos, teníamos mucho en común por la música. Hasta que me fui a Estados Unidos y seguimos en contacto. Cuando yo venía lo veía, nos escribíamos y todo.
Quedó como parte de tus amigos a partir de ahí.
Claro, y se lo presente a todas mis amigas. Él es amigo ahora de todas mis amigas. Es más, él me presentó al padre de mi hijo. Cuando me fui a vivir a Estados Unidos, él quedó acá trabajando en música. Yo volví y estuve siete meses buscando un trabajo en Uruguay.
¿A qué tipo de trabajos te presentabas?
Era eso, no tenía mucha idea. Me presentaba a los trabajos de secretaría, recepcionista. Me bochaban porque estaba demasiado preparada y pagaban muy poco, o no estaba capacitada porque no tenía diploma de Secretaría. Hasta que conseguí en una agencia de publicidad. Ahí estuve trabajando tres meses hasta que cerró porque dio quiebra.
Justo en el momento que me quedé sin trabajo en la agencia, me llamó un día Andrés y me dijo que él estaba trabajando en el sello Obligado. Era la parte de rock, de remix, era un sello y distribuidora de discos que, más bien, se encargaba de todo lo que era canto popular, carnaval, folklore, pero habían fundado Obligado como para agarrar artistas de rock.
Andrés y me dijo que lo habían llamado de Warner Music para ofrecerle trabajo con ellos, así que iba a dejar su trabajo en Obligado. Como se habían portado tan bien con él, no quería dejarlos tirados y quería recomendarles a alguien de confianza.
Había que hacer todo lo que se hace en un sello, la producción, pero yo de eso no sabía nada, Me dijo que no importa, que él me enseñaba y le dije que sí. Creo que Andrés estuvo cinco días y se fue, y quedamos en Obligado dos personas, el diseñador gráfico y yo.
¿Tuviste que salir a buscar artistas en ese momento?
En realidad, los artistas venían solos. Cuando Andrés se estaba por ir, estamos hablando del ´97, ´98, yo había visto a La Vela Puerca en Villa Biarritz un sábado tocando. Me había encantado.
Antes de irse, Andrés me dijo que había que terminar el trabajo de la banda que ganó el concurso Generación 96. El premio era la grabación de un disco, él ya había hablado con ellos, arreglado todo, les había conseguido a Claudio Taddei de productor artístico. Les faltaba entrar a grabar, pero me tocaba a mí seguir con eso.
Tal fue así que me acuerdo de que armé los discos de La Vela uno por uno. Eran tipo artesanal. Cuando hubo que decidir el arte yo empecé la relación con ellos. Después hubo que hacer el corte para salir a difundir a las radios, que fue El Bandido Salto del Mata, en una época donde no se pasaba rock nacional en las radios. Fue un desafío, pero el tema empezó a caminar. Ellos ya tenían su gente que lo seguía.
Me acuerdo que un 15 de junio, vinieron Coli y el Enano a decirme que querían hacer shows y que necesitaban un manager, a ver si yo no me animaba. Otra vez dije que yo no sabía hacer eso y me dijeron no importaba, que ellos me ayudaban. Como era el cumpleaños de mi abuelo y el apellido de mi abuelo es con V, dije, “esto es una señal”.
Empecé a ser la manager de ellos. Yo fascinada, creía en ellos a muerte, pero era un trabajo difícil para mí porque ellos movían mucha gente. Era la banda, más los Chin Chin, más los malabares, todo. Cuando había un show era mucha gente para organizar y mover.
Más toda la escenografía que usaban en ese momento.
Claro, ellos siempre fueron muy cuidadosos. Me acuerdo el primer show que hicimos en La Factoría. Se agotó tanto que la gente quería tirar las puertas abajo para entrar y yo sosteniendo las puertas. Fue difícil, pero yo lo disfrutaba montones.
Tocaban mucho por el interior, yo iba con ellos y volvía durmiendo en el camión arriba de donde iban los equipos, pero después de lunes a viernes trabajaba en el sello con horario. Se me empezó a hacer más difícil y después ellos empezaron a cruzar a Argentina y se quedaban a dormir allá. Yo ya no podía. Entonces, surgió que Juan Zas, que era amigo de la banda y los acompañaba siempre, quedara de manager y yo quedé como prensa, hasta el día de hoy.
Pero también pasaste por otros sellos, ¿cómo diste ese primer paso fuera de Obligado?
Con el sello Obligado estuve hasta el ´99. A Andrés, desde Warner, le dijeron que el sello estaba creciendo y que pusiera a otra persona para trabajar en el sello. Me dijo a mí y los dos empezamos a trabajar en Warner Music. Sigo hasta el día de hoy.
En el 2003 se fundó Bizarro y ahí también me fui a trabajar con Andrés, hasta el 2005. En el 2005 renuncié a Bizarro. Al día de hoy, creo que Andrés se debe reír tanto como yo, pero creo que fue la salida más sana. Somos tan amigos que también nos decimos las cosas con la cruda realidad y los dos tenemos nuestro carácter, yo sentí que era preferible cuidar un amigo, mantener un amigo, que un trabajo.
Cuando renuncié no sabía qué iba a hacer, no tenía trabajo, nada. Estaba colaborando con Warner, pero pasó que cuando trabajaba en Warner y en Bizarro, como teníamos mucho trabajo en Bizarro, le pasé el trabajo a una amiga. Yo seguía presentando, pero ella era la que cobraba, o lo hacíamos a media. Tuve la suerte de que los artistas empezaron a llamarme independientes.
¿En qué momento tomaste la decisión de volverte independiente?
En el 2005, cuando renuncié. Fue un ataque de amor-odio. Renuncié y di un portazo y me fui diciendo que no iba a mirar atrás, y así fue. A partir de ese momento era independiente y, hasta ahora, me he mantenido así. Considero que es lo mejor que hice. Gracias a eso, pude tener un hijo. Yo trabajaba de 9 a 19 y después venían los shows. Tenía que estar. Fines de semana lo mismo. Era impensado tener una vida y, siendo independiente, podés manejar tus tiempos. Trabajaba desde casa y pude criarlo a mi hijo. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, porque obviamente nunca sabes con qué presupuesto vas a contar. Hay meses que, de repente, no cobrás nada. Además, uno tiene que estar haciendo de manager propio, ponerse precio, cosa que a mí me cuesta muchísimo.
¿Cómo se hace para cobrar este trabajo?
No es fácil porque, por muchos años, la gente no entendió que esto era una profesión y que era necesario. Solo algunos se dieron cuenta a tiempo. Ahora creo que sí, que, más o menos, todos saben que es una parte esencial de la producción, la difusión. Antes era “me mandás unos comunicados”, “me agendás unas notas”.
Cuando son amigos es muy difícil cobrar y lo hago con todo el amor del mundo, sobre todo si uno cree en lo que hace. Me di cuenta que, sin haberlo pensado, terminé trabajando de algo que yo lo cree para mí, porque en esa época no había dónde estudiarlo, era un puesto que no se usaba, no se definía, era raro. Sí había difusión de los sellos internacionales, pero tenías poco contacto con los artistas.
Con los artistas nuevos, que es cuando tenés que hacer un trabajo más exhaustivo para que te lo hagan conocer, para que le hagan notas, para vos darle toda una estrategia o enseñarle cómo dar una nota, o sea, el material que necesitan tener para poder salir a difundir.
Hay gente que no pensaba que debía tener fotos de prensa, videos, una gacetilla. Estoy hablando hace 24 años, hoy está más pensado. En este país no se veía así. Hay artistas a los que toda la parte de prensa no les gusta nada, y lo entiendo, pero es necesario.
La diferencia entre los artistas que llegan y perduran también tiene que ver en eso. No es solo el talento que pueden tener o la obra de arte que hacen, sino también tener esa capacidad de saber vender su producto, que eso no todos lo saben.
¿Hay un camino más duradero para los que hablan mejor en prensa?
Lo que pasa es que los que no saben venderse tienen que tener un producto muy bueno, como le ha pasado a Los Redonditos o bandas como La Renga, que no hacen concesiones y no hacen prensa. O como Divididos, que hacen poca cosa. Tienen que tener un producto muy sólido y, quieras o no, un poco masivo porque sino los números tampoco te dan.
La ventaja es que, cuando sabés hablar y caes simpático en los medios, es que los medios siempre te van a abrir la puerta. Cuando vos llamás y decís, “necesito una nota para fulanito”, aunque no les guste lo que hace, aunque sepan que no vende muchas entradas, le dan la nota igual, porque es un placer escucharlo, porque tiene buena onda.
Además de trabajar con productoras del medio, con el tiempo empezaste a hacerle la prensa a los Premios Graffiti, ¿cómo es hacer prensa de premios y no de un artista en sí mismo?
Con los premios Graffiti se dio un poco también por amistad. Los organizadores eran Nole Marrone y Miguel Olivencia, nos conocíamos y yo era fanática del programa de radio que hacían. Acá todo es muy chico, todos tenemos amigos en común, ya me conocían a mí y cuando surgió lo de los Graffiti me dijeron si no me animaba a ayudarlos con la prensa. Les dije que sí y, naturalmente, se dio todos los años.
Yo me mantengo muy por fuera y totalmente imparcial. Con los años, lo que les he ido pidiendo es que a mí me mandaran el comunicado ya armado, yo lo comunico, y para las ceremonias acredito a la prensa, o sorteos, pero no participo de las reuniones de jurado. No estoy en ningún grupo, no me entero lo que hacen o no hacen, o lo que opinan, porque no quiero.
¿Por qué tomas esa decisión?
Porque no me parece ético. Por ejemplo, sé los resultados antes que los demás, pero porque se lo tengo que pasar a lo radios para que lleguen a tiempo a publicarlos. Pero, así como me los dieron, soy una tumba. Últimamente lo que hago preguntar. Si veo que van a ganar algún premio pregunto al artista si va a ir. Si dicen no tienen ganas yo les digo que traten, que va a estar bueno, que capaz se llevan alguna sorpresa. Pero no se me escapa nada y la prensa es muy respetuosa también de eso, porque ellos tienen antes los resultados y no publican antes.
Algo que capaz no se ve de afuera, si bien los artistas o los productores son mis clientes, como quien dice, a los que defiendo y para los que hago el trabajo, mis compañeros de trabajo siento que son los medios de comunicación. Hay que tener siempre mucha credibilidad y mucha confianza con ellos. Siempre se mantuvo eso, el cuidar a la fuente.
¿Cuál es el show que consideras que, hasta hoy, fue el logro más grande que tuviste?
Si es un logro personal, ha habido shows que los agarrás con muy baja venta y vendés. Por ejemplo, te dicen que es un show para 2.000 personas y van vendidas 300. Y vamos a hacer prensa con el artista y se termina agotando. Eso, para mí, es como decir, “tenía razón”. Hay artistas que sé que se venden cuando la gente los ve y los escucha. Son personas que son simpáticas y saben venderse, como Abel Pintos, Roxana, Soledad, gente divina, que tiene luz propia.
Es lo que capaz valoro más, mas allá del talento, porque hay gente muy talentosa que mejor tenerla lejos.
Pero creo que del show que más aprendí, o en el que más me gusto estar, es el de los Rolling Stones. Más allá de que fue lo más grande que llego acá, son lo más profesionales del mundo. No solo profesionales, sino cercanos. Te tratan como un igual. Vino la prensa de ellos, que era también la prensa de Paul McCartney, es una señora que trabaja con los más grandes, y me habló con un cariño, con un respeto. Siempre me hacía sentir bienvenida.
Sé que cada área recibió un mail de cada área de ellos agradeciendo, y lo bien que se habían sentido, y a la altura que había estado la producción. Eso es impagable. También tenés de lo otro, pero por suerte se ha dado menos.
En un show, por ejemplo de los Rolling Stones, donde prácticamente se hace prensa por sí mismo, ¿qué tipo de prensa hacés ahí? Es casi seguro que se agota.
En realidad, no fue tan así. El show de los Rolling nunca se agotó y venía floja la venta para la magnitud del show. Era un show carísimo, lo más caro que ha habido en mucho tiempo. No venía bien la venta y había que inventar acciones sin el artista.
Ahí es cuando empezás a inventar cosas. El catering, lo que piden en los camerinos, notas desde el estadio, que a la gente todo eso le va sumando. Incluso, pedimos si podíamos cubrir la llegada de ellos, que venían en un avión privado, y yo llevé ciertos medios. Los dejaban llegar hasta determinado lugar en la pista, pero para eso tuvimos que hacer muchísima burocracia porque no cualquiera puede pisar la pista del aeropuerto.
Se asomaron los cinco y saludaron, son muy profesionales, no tenían porqué. Ellos cobran, se llene o no. A ese tipo de artistas no les importa.
Otro que es divino es Ed Sheeran. También vino siendo el número uno, y él era una sola persona encima del escenario, si bien el presupuesto de la producción era como si estuvieran cincuenta personas arriba. Recuerdo que él accedió a la gente que quería conocerlo. Yo tengo la foto con él. Él te agarra el celular y él mismo saca las selfies. La recibió a Meri Deal, también.
Con los Rolling Stones, por ejemplo, tocó Boomerang y ellos pidieron que fueran a conocernos así se sacaban una foto. Fue divino porque se sacaron la foto y tuvieron una conversación con ellos. Después tenés otros artistas que directamente no los ves, o prohíben que se acerque el personal de producción cerca del camerino.
¿Aporta a la venta de entradas incorporar artistas locales, como fue el caso de Meri Deal con Ed Sheeran o de Boomerang con los Rolling?
A la venta, nada. Nunca el show se vende por el artista de apertura porque al artista de apertura saben que lo van a ver en cualquier momento y con una entrada muchísimo más barata. Se hace por un tema de impuestos, porque si ponés un artista local te baja y en un show muy grande hace la diferencia.
Pero además está bueno porque le das un plus a la persona y le das una notoriedad a un artista local, que lo ve público que capaz que nunca lo vio, o que no lo iría a ver si no fuera de esa forma.
Mirá lo que pasó con Passenger. Fue telonero de Ed Sheeran y lo trajo a su gira. Le fue tan bien a Passenger como telonero, que después hizo sus propios shows y agotaron acá en Uruguay.
Incluso, cuando vino Gun’s and Roses, que Axl llegó muy tarde. Estaba Vendetta, estaba Sebastian Bach y después vino Axl Rose. A Sebastan Bach le fue bárbaro, tuvo un muy buen show. Si no hubiera estado ese show, ¿qué hacía la gente todas esas horas?
A veces el público no va abierto a ver el artista nuevo o uno que no conoce. Muchos van tarde para no verlos. Si no le das la oportunidad, es como el huevo o la gallina. Si no les das oportunidad de que se muestren, ¿cómo los vas a conocer?
Ahora con las redes sociales y las plataformas tienen mucha más posibilidad, pero antes si no te pasaban en la radio, o si no pasaban tu video en MTV no existías. Ahora podés difundirte sabiendo al público que querés llegar. Hay productos o artistas que surgieron de eso.
¿Cómo decidís a qué tipo de prensa mandás a cada artista? Me imagino que no todos rinden igual en televisión, radio o prensa escrita.
Siempre prefiero que el artista tenga opinión, que ellos me digan qué es lo que les gusta, qué no les gusta. Si hay algún medio que no quieren ir por algún motivo, se respeta. Hay muchos artistas que no quieren hacer televisión y no lo insistís, pero si el artista quiere estar en todos lados, es en todos lados.
Siempre trato de que sea del perfil o del estilo de cada programa. Si hacés un artista de folklore no se lo vamos a mandar a una radio de rock, porque es llenarle la casilla. Si es de rock no se lo vas a mandar a uno de tropical porque ni lo va a escuchar.
Yo creo que lo mejor es que, por lo menos, la información de que está el show o de que sacaron un disco le llegue a todo el que se pueda. Después cada, uno elige si lo pasa o no.
¿Es mejor la mala prensa que la no-prensa?
Yo no estoy de acuerdo con la mala prensa, pero es lo que se usa. No acá, por suerte. Nosotros no somos del chimento o de la mentira. Si vas a ver cosas argentinas, inventan peleas o romances que son mentira. Aunque no solo en Argentina, en España, en Brasil.
Acá, afortunadamente, no somos así. No somos así porque el público no es así, no hay farándula. El tema es a qué le llamas farándula, si a famosos o no famosos, talentosos o no talentosos. Creo que todos tienen su talento, más o menos masivo, pero el talento está.
El tema de si hay un comentario negativo, al artista no le va a gustar. Por lo general, al artista no le gusta que se hable mal de él. Hay artistas que no leen, ni les importa. Ha pasado y, cuando pasa, que no estuvo en mis manos ni en las manos del artista, digo que es mejor que hablen a que no hablen, pero si se que hay forma de desmentirlo o probar que están equivocados lo hago.
Hablemos del rol de las redes sociales en todo esto. En cierto sentido, han tomado un poquito el rol de lo que sería un manager. Por lo menos, en la difusión.
Así como la industria fue cambiando, porque antes existía el disco, después el cassette, después el CD, también en lo que es difusión fue cambiando. Antes dependían de que te mandaran la foto impresa y se la enviabas al diario. Ahora enviás todo por internet o le mandas un link y se lo bajan, o los mandás escucharlo en Spotify. Todo cambió y, obviamente, hay todo un tema de redes sociales al que el artista puede acceder y lo puede usar en su beneficio. En eso estoy 100% de acuerdo.
Hay artistas que me llaman, principalmente los nuevos, y les digo que usen sus redes. Primero, que la gente los conozca y, después, hacemos el trabajo. El tema es que los medios tradicionales cada vez se usan menos. Las nuevas generaciones miran poca televisión abierta, casi no escuchan radio. Entonces, tu público está atrás de un celular o una computadora, pautá ahí.
Pero el tema pasa a ser cómo hacer ese posteo para atraer a tu público, no es subir por subir, ahí está el desafío.
Si me decís las redes sociales para mí, yo las uso muy poco. Twitter es simplemente para informar algo o replicar alguna nota. Instagram casi lo mismo, alguna cosa que me enterneció y lo subí. Facebook lo dejé de usar casi y, así como todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, Twitter me gusta porque me entero de noticias. Por otro lado, me hace mal cuando veo los comentarios de la gente.
A veces pienso en gente famosa, el daño que les puede ocasionar leer el odio que hay, ese resentimiento de gente que no te conoce y que opina sobre tu vida como si tuviera propiedad. Nadie tiene propiedad para criticar lo que hagas o no hagas. En eso creo que las redes no son positivas, pero para informar creo que sí. El tema es que cualquiera puede subir cualquier cosa. Por eso, el cuidado y la responsabilidad en su uso.
¿Es viable que en esta era de redes y tecnología un artista pueda llegar a vivir sin hacer prensa y hacer solamente redes sociales?
Sí, es que lo hay. Esperemos que los artistas sigan haciendo shows en vivo porque de ahí es donde no solo el artista recibe dinero, sino un montón de gente que trabaja en eso también.
Los sellos discográficos desde hace un tiempo tienen un arreglo 360, porque si es por la venta de los discos se mueren de hambre. ¿Qué pasa si algún día el artista no hace más los shows? Pasó un poco en la pandemia. Hubo gente que decía que se moría, otra se acostumbró. No sé qué va a pasar, pero es un deseo de que no termine. Porque a mí me gusta ver música en vivo y porque es una industria que hay gente que vive de eso.
¿Cómo es tratar con los egos que pueden tener algunos artistas que pueden ser dañinos?
Creo que antes me afectaba un poco más y ahora cada vez me afecta menos. Yo digo que, con el tiempo, o no sé si es por mi forma de ser, me pongo en el rol de madre. A veces, hasta de psicóloga.
Como que siempre lo entiendo, o lo justifico, o no me molesta. Te puede molestar, pero no al grado de que enoje. También creo que si el artista que tiene ese ego. él debe considerar que se lo merece. Hay que tratar de complacerlo o de hacerle entender de una forma muy elegante que no va por ahí, que bajemos dos cambios, o hacerlo sentir bien por otro lado. Por suerte, no he tenido problemas.
Gente con ego, sí. Pero no he tenido conflictos o peleas con alguien por culpa del ego. Hay que saber el rol que uno ocupa. Vos estás trabajando para esa persona, no quiere decir que te dejes pisar la cabeza, pero saber llevarlo.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Creo que debo haber tenido muchos. Las madres dicen que el día más feliz es cuando nació tu hijo, pero, en realidad, ese día fue todo tan oscuro. Fue todo rápido, yo no sabía lo que iba a pasar, me dieron anestesia general porque creo que no sabían si podía llegar a nacer muerto.
Considero que mi hijo si es lo más grande que tengo y es de lo que estoy orgullosa, pero no lo pongo como el día más feliz de mi vida. Más que días, son momentos, cuando voy a algún lugar en el que deseo estar. Por ejemplo, toda la vida dije que quería ir a Italia y es un sueño realizado.
Pero también soy feliz con las pequeñas cosas, con un atardecer en la playa, viendo una linda puesta de sol. Soy agradecida. Desde que estoy trabajando en lo que hago me considero una persona sumamente afortunada. Trabajo de lo que me gusta, que lo descubrí gracias a que la vida me lo puso.
Me di cuenta que sí porque me gustan las relaciones publicas, me gusta la música, me gusta el contacto con la gente, ser un poco maternal con los artistas, o psicóloga, llevarme bien con los medios. Tengo muchísimos amigos y amigas en el ambiente y qué más lindo que trabajar con amigos.
No sé, soy feliz cuando veo que mis mascotas disfrutan. Mi hijo que paso con 11 y yo no le tuve que decir en todo el año que estudiara, fue de él solo. Yo lloraba de orgullo y de emoción. Cuando alguna amiga me cuenta algo lindo que le pasó.
Si hay un día, creo que son muchos. Hay que saber disfrutar y de las pequeñas cosas. Creo que en esta vida todo es dar y recibir. Lo que uno da, vuelve.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
Para mí los más tristes, o a lo que uno tiene miedo, son la pérdida de los seres queridos. El día que se murió mi gato de 17 años, que había pasado todo conmigo, pasó mis renuncias, el nacimiento de mi hijo, el fallecimiento de los familiares, mis enfermedades, y él estuvo siempre ahí. Cada vez que fallece una mascota es un día triste, pero siempre es en base a los demás.
Creo que todo tiene solución, menos la muerte. No le tengo miedo a la mía porque creo que, si cada uno vive disfrutando todo y aportando lo que tiene que dar, el día que te toque irte sentite afortunado.
¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?
A veces uno demora mucho en tomar las decisiones o cosas que tendría que hacer y no las hace, las va posponiendo y, tarde o temprano, si no la tomaste la vida la toma por vos. A veces tiene que pasar algo muy grave o importante para bajarme de algo y digo “¿por qué tuve que esperar a eso?, ¿por qué no me retiré antes?”.
Creo que eso es lo que últimamente estoy tratando de aprender, de escucharme a mí y darme mis tiempos. A no ser tan exigente con uno. Si bien no soy perfeccionista conmigo, soy perfeccionista con el laburo, en lo que le tengo que dar al otro. Eso sí me cuesta más. Me esfuerzo tanto que después termino pasada de estrés, contracturada, mareos. Uno tiene que saber escucharse, saber hasta dónde puede, hasta dónde no puede.
¿En qué momento sentiste mayor libertad?
Cuando me fui a Estados Unidos. Pasé a vivir sola, sin mis padres, sin ataduras de ningún lado y en un lugar que nadie me conocía. Me parecía que era una tierra de oportunidades, pero creo que ahora también me siento libre. No le tengo que dar muchas explicaciones a nadie. No soy libre porque los afectos son una responsabilidad y está bueno tenerla, yo la asumí y la quise tener, lo mismo que tener un hijo. Y en lugares de viaje, lugares lindos, soñados, te sentís como volando.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Todavía no tengo muy claro si existe el cielo o el infierno, pero creo que al cielo. Siempre traté de ser justa, de dar segundas oportunidades y de ayudar a todo aquel que me lo pidiera. Soy buena, no tengo sentimientos de envidia, de odio. El odio no existe en mí. Gracias a Dios, no sé lo que es el odio. Eso te permite vivir muchísimo más liviana.