Por Federica Bordaberry
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Cuando nació, se descolocó la cadera en el parto. Los primeros nueve meses de su vida tuvo una férula en el cuerpo para no quedar renga, o con una pierna más corta que la otra. Así empezó, medio accidentada. Se lo iban cambiando porque iba creciendo y, de a poco, lograron que no quedaran secuelas de aquello.
Su primera casa fue la única. Allí vive su madre ahora, pero también vivieron su padre, su hermana mayor, sus abuelos y ella. En esa casa, que queda por el Puerto del Buceo, estuvo hasta que se independizó. Se fue modificando con los años, porque fueron cambiando las personas que vivieron ahí.
“Ahora mi mamá vive con una amiga. Entonces, como que ha habido siempre una especie de rotación interna dentro de las habitaciones de la casa, pero siempre ha sido lo mismo, Es la casa de mi mamá, es mi casa de toda la vida, yo le tengo mucho cariño, es una casita, pero es mi infancia y hasta que me fui”, dice Romina Peluffo.
A los 23 años, mucho más adelante, se iría a España a hacer un posgrado en Barcelona. Volvió en 2001, con una crisis galopante en Uruguay, lo que hizo que se quedara hasta 2004 ahí. Así que, ese año, fue cuando realmente dejó la casa y se fue a Ciudad Vieja.
De su infancia tiene pocos recuerdos, dice. Pero, una de las primeras imágenes que le vienen a la cabeza es un sueño: “había una discusión en el jardín de la escuela sobre quién era el rey de la selva, y todos decían el león, y yo decía que no, que era una pantera negra”.
Ahora, tiene un gato negro que es como una pantera pequeña, que tiene quince años y que “es como si fuera mi hijo mi gato”.
Su padre se dedicaba a los negocios, ya fallecido hace quince años. Después de separarse de su madre, él formaría otra familia y le daría otro hermano más chico. “Él era el tercero de cuatro hermanos y todos sus hermanos vivían fuera del Uruguay. Dos en Brasil y uno en Argentina. Cuando era chica mis primos estaban todos por ahí, tenía un montón”, agrega.
Su madre, nutricionista y luego dedicada a otras profesiones, la menor de dos hermanos (uno en España). Eso quiere decir que “todos mis primos y todos mis tíos estaban fuera, cuando yo era niña y adolescente nunca tuve cerca los tíos y los primos”.
La Romina niña, que creció siendo la menor hasta los diez años, cuando nació su otro hermano, era bastante habladora, inquieta. “En la escuela, por ejemplo, tenía buenas notas, pero siempre llamaban a mis padres porque hablaba mucho”, recuerda. Le gustaba cantar, hacer trabalenguas, publicidades que veía en la televisión o cantos infantiles, como “sal de ahí chivita, chivita”.
Y otra cosa que le gustaba: el dulce de leche. “Tuve como un problema de consumo problemático, trato de no comprar porque se me va la olla y dicen que era simpática y bastante graciosa. Yo me enojaba y le decía a mi madre que se reían de mí. Mi madre me decía, “no nos reímos de ti, nos reímos contigo”, y yo no me convencía porque para mí se estaban riendo de mí. Parece que era muy graciosa, que era como una niña cómica”, agrega.
A los siete años le dijo a su madre que quería estudiar piano. Ese instrumento, el pedido de ese instrumento, no prosperó porque era caro y había que ver si se lo iba a tomar en serio o no. Entonces, empezó con la flauta dulce, siguió durante un año y lo abandonó.
“Después, como que nunca más volví yo a buscar la música para mí, pero siempre era algo que me atraía. Había una época que en la casa de mi mamá se hacían guitarreadas. Se juntaban amigos, primos, y gente así cercana y tocaban. Nadie era músico profesional. Había un par que agarraban la guitarra y se manejaban y cantaban, canto popular. Yo era una niña que revoloteaba por ahí, supongo que algo de eso hay también. Después, durante añares, nada. Era como la ñata contra el vidrio porque me encantaba la música. Tenía un novio músico y cosas así, pero la pensaba como que no es para mí, pasó todo eso”, agrega.
Había un amigo de su madre que siempre le decía, “qué actriz que se perdió la Comedia Nacional” porque, al parecer, la Romina niña hacía unos berrinches, a modo de chiste. No eran ciertos, porque no era caprichosa, pero hacía unos escándalos de mentira. “Era como una nena un poco actriz, sin ser actriz”, dice.
Si esa niña era bastante desfachatada e irreverente, y se tomaba todo mucho menos en serio, la adolescente se fue poniendo un poco más pudorosa, muy vergonzosa con el sexo opuesto. Resalta: “me empecé a guardar un poquito y a desconfiar un poquito más, creo que era más atrevida cuando era niña”.
En el liceo, le iba igual que en la escuela. Esa parte no cambió, pero sí tuvo la experiencia de hacer teatro. En Quinto y Sexto, escribió una obra pequeña que interpretaron en el colegio. “Cuando terminé el liceo me anoté en ese taller, fui el primer semestre, no me convenció y abandone”, agrega.
Cuando llegó el momento de irse a lo universitario, se anotó en la Licenciatura en Comunicación en la ORT. Tenía planes de irse hacia el periodismo, porque lo que le gustaba era escribir. El primer semestre se dio cuenta que escribir ese tipo de textos, los informativos, no le interesaba. La noticia no le interesaba. Pero la producción audiovisual sí le llamó la atención.
“Siempre me habían gustado las películas, pero me gustaban más los actores. Sabía los nombres de todos, me veía los Óscars. No era una cinéfila de esas que se veían todo, tampoco”, comenta.
Cuando empezó a especializarse en esa área de la carrera, le gustó. Le mandaban de ejercicio que cerrara los ojos y que se quedara escuchando los sonidos de la calle. Luego, que escribiera sobre eso. “Pero hacia finales de la carrera, creo que ya había intuido que no era por ahí, pero seguí, porque ya había estudiado, vas haciendo un camino también y lo vas siguiendo y tampoco tenía tan claro. Si no era eso, ¿qué era?”, dice.
En España estudió guion. Su idea, su intención, era escribir guiones. Seguiría años por ese camino, porque fue de lo que empezó a trabajar. El cine siempre fue una parte importante de su vida. Dirigió cortometrajes, asistió películas, estuvo en el rubro de los comerciales.
Ya no de adolescente, pero un poco más adulta, se enamoró de Julio Cortázar. “Me reventó la cabeza en mil pedazos”, recuerda. Todo eso sucedió hasta que, hace unos pocos años, se dio cuenta de que quería hacer música, no ver a otros haciéndola.
En 2018, apareció su primer disco, Obsesa. En 2020, el segundo, Piel Fina. Ahora, en 2022, aparece Temporal, un disco a dúo con Gonzalo Silva.
Cuando optaste por el cine, ¿lo hiciste desde qué lugar? ¿Hacia qué rol te proyectabas?
Guion y dirección, de principio. Probé alguna otra cosa como producción y enseguida dije que no. Y las áreas técnicas de cámara, sonido, o dirección de arte tampoco. No puedo hacer un área. No puedo trabajar en arte porque no tengo ni idea. Entonces, siempre lo que pensé que quería era, porque además yo siempre tuve esta cosa de escribir que también estaba ahí, contar algo, contar una historia o expresarme de alguna forma.
En el cine. lo que pasa, es que hay algunas áreas en donde te podés expresar más que en otras. Yo terminé trabajando en dirección, como asistente de dirección, y ahí no te expresás nada. En cámara tampoco. Si sos el director de fotografía, sí, un poco más, el director de arte, ta. Lo que yo quería era dirigir y ser guionista. De hecho, trabajé como guionista en televisión, hice un par de cortos, dirigí cosas, y después también dije, “no, eso no”.
Ese “no” viene mucho más de grande. Hace no tanto.
No, no hace tanto. Ahora, ya hace más, pero no hace tanto. Además, después seguí trabajando en eso porque ya era mi oficio y era de lo que trabajaba y de lo que vivía. Entonces, más allá de que dijera “esto no es lo mío”, igual seguía haciéndolo porque tenía que pagar las cuentas. Creo que antes de terminar la facultad supe que no era eso, pero seguí, insistí, y algún día dije no.
¿Estamos hablando que pasó hasta los treinta y…?
En realidad, dejame pensar, porque hasta los 36 o 37 yo seguía.
Vivías del cine.
Sí, trabajaba como asistente de dirección y publicidad, fundamentalmente. Hacía también películas, en el rubro audiovisual.
¿Siempre en Uruguay?
Sí, siempre en Uruguay. Cuando estuve en España era estudiante. Fui a estudiar y volví, trabajé en otras cosas, un bar, un videoclub, pero nada de esto. No fue que un día que dije “no va más”, pero cuando fui y me compré una guitarra fue cuando empezó un poco un click de salir a buscar lo que ni yo sabía que quería. Pero sabía lo que no quería, eso sí, y eso fue en el 2015, tenía 38.
¿Qué era lo que no querías?
La vida que tenía, trabajar en eso, trabajar en rodajes. Como técnica no quería seguro, pero también me di cuenta de que tampoco quería dirigir ni escribir guiones, no era eso. En el 2014 hice un taller literario, como recuperando eso que desde chica quería, que era escribir. Al principio, me re entusiasmé y en un momento me daba pereza escribir textos largos, me daba ganas de escribir más poesías, me iba acercando cada vez más a algo que yo no sabía qué era.
Entonces, cuando terminé el taller, ese fue el punto de inflexión. Quería hacer periodismo porque soy escritora, hacer guiones porque soy escritora, lo que yo hago es escribir. Y de repente dije, “¿dónde firmé que tenía que hacer eso?” Fue muy liberador. En realidad, no se lo debía a nadie, pero era como una idea que me había hecho yo. Nos pasa, a veces, que te haces una idea y después sos presa de eso.
Eso fue en 2014, todo el año fue eso. En 2015 me compré una guitarra y me fui a estudiar guitarra como quien va a tomar un helado, porque fui a sacarme un gusto y una cosa que tenía que me había quedado siempre ahí. Me había quedado el piano, pero después también estuve en pareja con un músico muchos años. No podía, no lo hacía, no tenía tiempo, no sé.
Ahí fui y me compré la guitarra y cuando empecé con eso fue algo increíble. Empezó a abrirse toda una cosa en marzo y en diciembre tenía diez canciones que terminaron estando en el disco que salió primero. No todas, pero casi todas. Fue como que empezaron a brotar las cosas, como si se hubiera abierto una represa. Yo tenía la sensación de que se había roto un dique y no paraban de salir, como que estaba de toda la vida ahí adentro.
¿Por qué una guitarra, teniendo en cuenta que en el fondo estaba el piano?
Lo que pasa es que el piano mucho más caro. Me compré una guitarra por cien y pocos dólares. Ni yo me tenía mucha fe y pensé, “si no encaro la vendo, Mercado Libre y ya está”. Además, no tenía mucha plata y era poco, era barata. Fui a probar, quería estudiar música, quería estudiar guitarra.
Me había quedado un poquito pendiente que había tenido una guitarra en mis manos y no había perseverado. También el punto de inflexión es que a los 36 años yo me separé y dejé una relación de mucho tiempo que me dejó un poco como reseteada. Me costó un montón salir de eso, pero fue medio de cero.
Y en el medio de cuando tocás fondo y ese no tengo más para perder, a su vez estaba un poco quemada por poner adelante a los demás antes que a mí, dije, “ahora me toca a mí, mi turno de ver qué quiero”. Con una especie del desparpajo que tenía la niña, que después lo perdí y me apareció por otro lado, desde un lugar de crisis profunda en la que no tenía nada más para perder, me fui diciendo no me importaba.
A mí todo me importaba mucho. Eso es algo que nos pasa siempre, llega un momento de la vida en que todo se va, todo es un drama, todo es gravísimo, y dije, “no pasa nada, si no toco la guitarra la vendo, ya está, no pasa nada”. Fui y enganché enseguida. Estaba recién separada, hacía un año, y había cambiado mucho la vida. Me había mudado a otra casa mía, a un apartamento donde yo estaba súper cómoda, mío, soltera, sin hijos, tiempo, tranquilidad. Laburaba, pero estaba tranquila. No tenía que pagar alquiler. Todo una situación súper ideal para poder pasarme las horas que necesitaba dedicarle al instrumento que, en otro momento, no las hubiera tenido, no las hubiera podido dedicar.
Estaba horas, horas tocando. Cada clase me mandaba ejercicios le profe y yo volvía. Un día me dijo, “te voy a empezar a mandar para que puedas componer cosas”. No era mi idea, mi idea era aprender. Él me dijo, “te tiro tres piques básicos, si te sale cantar algo arriba, dale, si le querés poner letra dale”. Pero como algo en juego, completamente, muy lúdico y sin pretender nada. Y empecé a cantar y hacer canciones.
Llegaba cada lunes con una canción nueva. Empecé a hacer sin pensar, que es la mejor manera, porque no estaba pensando quién la iba a escuchar, si estaba bien, si estaba mal. Después terminó siendo un disco, salió en la radio, salieron las canciones. Si hubiera sabido, no hubiera escrito todo esto, porque es súper confesional y autobiográfico mi primer disco. Pero fue por eso, fue porque estaba un poco jugando y un poco sin saber mucho lo que hacía. Esa etapa fue re linda.
¿Quién te enseño guitarra?
Juan Pablo Chapital, el Chapa. Fui con él. A un amigo, que también es músico y diseñador, le comenté un día, le comenté por la calle, que tenía ganas de empezar a estudiar guitarra. Me dijo que hable con Juan Pablo y me pasó el teléfono. A los quince días me escribe y me dice “¿lo llamaste?”. Le dije que no y él me responde que me apure porque me iba a quedar sin cupos. Era febrero, empezaban las clases particulares y después se quedaba sin horarios. Ahí me anoté, empecé. Fui un año nomás a clase con él, después dejé.
¿Cómo te llega la posibilidad de que esas canciones que estabas haciendo sin ningún tipo de objetivo se hicieran disco?
Porque yo y Laura Gutman somos muy amigas hace años. Yo trabajé con ella en su último disco. Algunas de las letras de alguno de los temas colaboré con ella, y ella hace años grabó una vez un tema para un corto que yo dirigí. Además de la amistad, ya hemos compartido varias veces instancias artísticas musicales. Trabajamos juntas también en audiovisual varias veces y, cuando yo empecé a hacer estas canciones, le conté que las estaba haciendo, muy tímidamente.
Una vez le toqué algo cuando estábamos en casa, no era algo mío, era algo que había aprendido a tocar. Le mostré y me temblaban los dedos. Un día le dije, “estoy haciendo canciones” y me dijo, “mostrámelas”. Me daba un poco de vergüenza y me dijo, “dale, yo te muestro todo a vos”, y le mandé no me acuerdo si fue un mail con los diez temas, o qué, y ella me contestó al otro día. Me acuerdo hasta ahora porque era un mensajito de WhatsApp y decía, “primera escucha hecha” y era la lista de los temas con las caritas sonrientes, como unos emojis hechos a mano.
Me dijo, “está buenísimo, son re lindas, vamos a hacer algo con esto”. A su pareja, que es Santiago Peralta, que también es músico y productor, se las mostró y también le entusiasmaron mucho los temas. Nos empezamos a juntar con ellos dos, pero con la idea de tocarlas. Yo tocaba lo que había compuesto y ellos arriba improvisaban. Laura cantaba coros arriba mío, tocaba el cajón peruano y Santiago tocaba la guitarra. Empezamos a jugar y grabamos “Obsesa”. Esa fue la primera que grabamos.
Un día dijimos, “¿si grabamos un par de canciones un poquito más como demo, para ver si un sello nos edita las canciones?”. Ahí, jugando, después dijimos, “no, ¿qué sello? Podes grabar en tu casa”. Lo único que grabamos fuera de la casa de ellos fue la batería, que era un poco más pro, pero después las voces y los demás instrumentos los grabamos en la casa de ellos. E hicimos un disco.
Se fue dando así. Fue largo el proceso. En 2016 grabamos las maquetas todo el año y 2017 el disco. En diciembre de 2017 el disco estaba terminado, pero hasta 2018 no lo podíamos sacar porque no tenía arte ni el videoclip. Estuvo guardado un cajón casi nueve meses hasta que pude sacarlo. Fue un proceso largo porque al principio no sabíamos ni lo que estábamos haciendo y, de a poco, nos fuimos decidiendo que sí, que íbamos a sacar un disco.
Ya has dicho en prensa que esto de llegar jugando a hacer las canciones te proporcionó cierta libertad, ¿esa libertad cambia en las siguientes cosas que hiciste o se mantuvo?
Yo procuré a aprender la lección. El primer disco fue lo que me pasó, no fue planificado, pero dije, “esto tengo que capitalizarlo como una lección”, porque realmente fue una diferencia. Más allá que siempre había escrito y escribía guiones, me di cuenta la diferencia de cuando estás libre, no estás pensando lo que van a decir los que los van a leer y escuchar, creás desde un lugar mucho más honesto, libre.
Entonces, cuando fui a hacer el segundo disco, yo ya sabía que iba a ser un disco. Igual, muchas de las canciones, o varias, ya existían de antes. Por ejemplo, hay un par de temas en inglés que uno de ellos ya lo tenía cuando hicimos Obsesa, pero no quise sacar canciones en inglés la primera vez porque me daba un poco de pudor, pero lo guardé. El tema cuatro ya estaba. Hay varios temas más que también ya existían. En esos no tuve que hacer ningún ejercicio.
En los demás lo que hice fue un ejercicio inconsciente, como de evocar esa sensación que había tenido de no pensar en los demás. Es más, en un par de canciones se me vinieron a la cabeza qué va a pensar no sé quién o qué va a pasar con no sé qué. Dije, “no importa, esto lo voy a ignorar porque si pienso en eso no voy a crear lo que realmente tengo para decir”. Entonces, hice como un ejercicio muy a conciencia de evitar pensar en esas cosas y, si se me venían a la cabeza, ignorarlas descaradamente y seguir para adelante.
¿Cómo me definirías el rol que cumple Santiago y Laura en tus discos?
Yo ya los nombre alguna vez como mis padrinos musicales porque ellos me llevan de la mano, un poco. Ahora llevamos varios años trabajando juntos y ya yo estoy en otro lugar, pero de principio fue como que me llevaron a todo. Desde lo musical, los shows, los ensayos. Yo no sabía enchufar una guitarra. No sabía nada porque fue muy rápido que se dio todo.
Tampoco tuve tiempo de aprender mucho. Cuando empezamos a tocar en vivo, ellos todo el tiempo me aconsejan y me van llevando, y son para mí un respaldo enorme porque tienen muchísima experiencia. Después, en lo musical, en lo artístico, confío plenamente porque son salados que tienen muchísimo criterio y me respetan también a mí en lo que yo propongo. Está bueno, nunca se dio algo que fuer como, “vos no tenés ni idea porque empezaste ayer”. No, siempre muchísimo respeto por lo que yo traía y de mi parte hacia ellos también. Así que son mentores, amigos y padrinos.
¿Qué postura tiene cada disco? Capaz que le tercero no sé si se define como disco, pero pongámosle palabra disco. ¿Quién eras en cada uno?
Hay una cosa de colores bastante marcadas. En los primeros dos, son solo míos porque en este último no lo firmo sola, con lo que ya hay una primera diferencia. Los primeros dos están marcados por el color. El primero es rojo, el segundo el verde. A mí se me vino a la cabeza con Obsesa el rojo y dije, “voy a seguir instintivamente”. Después tuvo mucho sentido. Me pasó con el verde y con este disco es naranja y negra, es como los dos colores que hay.
Yo trato de mantener, dentro de lo que puedo. Las tapas de los singles también van por ese lado. Hay como una paleta. Vamos a sacar un video que va por ese lado, porque para mí el mundo del color también habla mucho de lo emocional, desde un lugar súper subliminal, si querés. No sé qué quiere decir naranja y negro, no tengo ni idea, es como una cosa que trasmite un clima.
Y la principal diferencia de este tercero con respecto a los anteriores es que no es solo mío, es compartida la autoría. Eso ya es muy diferente. Es otra cosa. Fue una experiencia buenísima. Con Gonzalo, que es mi pareja, nos empezamos a mostrar canciones. Estábamos en plena pandemia, nos conocimos en pandemia, y yo le tocaba una canción mía y él una de él. Fue como natural mostrarnos canciones. Todo el día encerrados tocando la guitarra.
De repente, yo lo empecé a ayudar con temas de él que le faltaban cosas de la letra. Él a mí con canciones mías que me las enriquecía de otra forma, en un momento dijimos “vamos a hacer un disco”. Entonces, Santiago apareció, que había hecho mis dos discos anteriores. Fue natural presentárselo a él. Dijo que sí y la impronta de él está muy presente. creo que unifica trabajos porque, más allá de todo, hay una unidad. Santiago y yo repetimos con otros discos, pero el aire de Gonzalo se nota y hay diferencias en las canciones de Temporal que se notan, con respecto a las otras.
Una de las principales diferencias que yo encuentro con respecto a lo lírico es que él cuenta historias, como relatos, no en primera persona. Mis discos son muy autorreferenciales y autobiográficos. Si bien no todos son en primera persona y yo hice un intento también en el segundo disco de fijarme un poco, tampoco son todas las canciones de amor. Al contrario, en el segundo son las menos. Y tampoco son todas en primera persona, pero sí son desde un lugar autobiográfico y personal. Y siempre estoy diciendo cosas que no necesariamente me pasaron, pero sí que pienso, siento o quiero decir.
Gonzalo trabajaba de otra forma que, al principio, me costó un montón. Después me gustó también desafiarme a eso, que es contar un cuento, que puede haber parte real, parte no, se mezcla. No sabés qué es ficticio y qué no. De repente, estás contando un relato sin hacer tampoco un juicio, me pareció muy lindo eso, poder acercarme a otra forma de componer.
Al principio no entendía, como que si no estabas contando algo tuyo no lo entendía, estuvo bueno. La que soy yo en este disco, no sé, no me sale mucho decirlo a mí. Es capaz para que lo diga otro que pudo escuchar los tres, y los tres trabajos, y pueda ver la diferencia. Para mí, la mayor diferencia fue poder hacerlo con otra persona y estuvo buenísimo. Compartir la creación es una cosa re linda.
¿Escuchas tus propias canciones?
No.
¿Por qué?
Porque te cansás. Porque escuchás tanto durante el período, sobre todo, de la mezcla. Al principio, cuando las hacés estás fascinado. Yo, por lo menos, mi historia ha sido esa. Ahora hace tiempo no escribo una canción nueva, pero escribís una canción y es tu favorita de todas y la querés tocar todo el tiempo, cantarla todo el tiempo. La escuchás ochenta veces. Después, cuando la grabás la escuchás un montón, pero por partes, porque grabás la voz por un lado, los instrumentos por otro, y después cuando viene la última etapa, que es la de la mezcla, la escuchás hasta el hartazgo, y la escuchás a un nivel enfermizo de subir este golpe del bombo o bajar acá. Entrás en un nivel medio psycho de detalle que después que lo cerrás, a mí no me da por ir a escucharla. Pero alguna vez le mando a alguien un tema y, de repente, se me da por poner play siempre. Como que me encantan, como que me sorprenden y digo, “estaba bueno, no me acordaba”. Pero no, después de que los terminás, necesitás un poquito de distancia. Quedás muy metido. Está bueno alejarse un poquito.
Me contabas hace un rato que en el segundo disco tenés algunas canciones en inglés. ¿Por qué?
¿Por qué no? Yo aprendí desde los 4, fui a colegio bilingüe. El inglés es muy musical, es muy amigo del rock. El rock, principalmente, es inglés. Entonces, para cantar tiene muchas vocales. Una cosa maravillosa que podés hacer es conjunciones. Entonces, una palabra puede tener cuatro sílabas o una. Lo que te sirva. Es como una plastilina que, para componer y para escribir, está buenísimo porque es más plástico que el español, que es un poquito más duro.
Ahora, igual, no estoy escribiendo nada nuevo. Todas las últimas cosas siempre me han salido bien en español, pero cuando recién empecé me salieron naturalmente cosas en inglés. Y dije, “¿por qué no?”. En el primer disco me daba vergüenza porque bastante vergüenza ya me daba de un día para el otro salir a cantar. Más vergüenza me daba en inglés.
Pero ya para el segundo, que tenía más el viento en la camiseta, estaba más confiada me gustaban las canciones. Igual, hay varias que todavía no se publicaron que las tengo ahí y que todavía estoy viendo qué voy a hacer con ellas, porque sé que surge la pregunta de por qué. Y yo sé por qué, pero puede ser extraño. Pero me salieron. Me salieron y también lo respeté porque, además, al ser un idioma que lo tengo tan incorporado, siento realmente que me puedo expresar.
Tu cerebro piensa en ambos idiomas.
Sí, yo cunado escribo en ingles no estoy traduciendo de ninguna manera, estoy como realmente me sale en inglés o jueguitos de palabras, cosas que en español no se pueden decir de la misma manera, me salen en inglés. En el disco este hay una que se llama The End Is Coming, que todo el chiste de la canción en la primera parte hablo yo, habla ella, y en la segunda parte, o sea dice, vos no la viste venir y dice en la segunda parte yo no la vi venir, en inglés no estás diciendo ni yo ni vos nunca, no está la persona pero lo decís igual, eso no lo podes hacer en español, hay cosas que no lo podes hacer, me parece re valido. Hay un montón de artistas, acá está un poquito mal visto, pero vas a cualquiera de los países nórticos o países europeos, artistas que cantan en inglés y ta, cantan en inglés, a nadie le sorprende que ningún noruego cante en inglés. Yo me considero bilingüe, no te digo que tan bien como en español pero me puedo expresar en inglés y puedo expresar cosas que en español no.
¿Cómo es que llegas a colaborar en el single que se llama “Somewhere” de Faro? ¿Cómo llega esa propuesta?
Llego a través de Cesar Sanguinetti. Él me había entrevistado, le había gustado mucho mi primer disco, habíamos hecho varias notas juntos, me recomendó con un amigo de él, brasileño, productor. En realidad, periodista muy especializado en música, que hizo a principio de la pandemia un ciclo que se llamaba Estamos, donde le pidió a un montón de artistas de América que grabáramos una canción. Y me convocó a mí de Uruguay y a Nicolás Polino.
La premisa era agarrar una canción tuya y grabarla en tu casa con lo que tuvieras a mano, bien caserito. Yo agarré la Caja de Zapatos que era la primera canción que hice, la primera canción del disco, del primer disco, y la grabé, así como estaba, en casa. Y participé en ese ciclo. Después, a él, con otro músico brasileóo, que ese sí es productor, Rodrigo Stradiotto, se les ocurrió hacer “¡Unan todo!”. Porque cuando escucharon todo ese material y eran como veinte temas, dijeron, “pah, cuántas cosas que hay en América Latina y por ahí no sabemos, no conocemos”. Brasil es muy cerrado a su propia música y ellos no conocen mucho lo que pasa afuera. Entonces, les sorprendió encontrarse con sensibilidades y cosas que les parecieron interesantes.
Había salido el documental “Rompan todo”, que no hablaba de Brasil, y dijeron, “qué mal, Brasil también es parte de Latinoamérica”. Entonces, ¡Unan todo! Le pusieron al EP como reacción al Rompan todo, pero como que redoblaron la apuesta y, en vez de ser canciones existentes, lo que se les ocurrió fue juntar artistas que hicieran una composición nueva.
A mí, porque a ellos les pareció que eran sensibilidades a fines, me juntaron con Rodrigo, que incluso era el productor del CD, y me dijeron si quería participar con una canción nueva. Yo dije que sí, yo decía que sí a todo. Me parecía muy divertido, y además pandemia, todos encerrados, qué se yo. Entonces, Rodrigo me mandó una pista de música. Yo, arriba de eso, canté algo, una melodía, que cuando me dijeron que sí, que les gustaba, escribí la letra y me salió en inglés.
Después les pregunté si a ellos les jodía. En realidad, nosotros, en un grupo de WhatsApp que teníamos los tres nos comunicábamos en inglés. Yo no hablo portugués y ellos español tampoco. Después pensaba que, incluso, tenía más sentido. Si la canción hubiera sido en español a Rodrigo no lo hubiera representado tanto. Yo, en portugués, no podía cantar, no puedo escribir en portugués, o que alguien la tradujera y yo cantaba. El idioma que nos unía más era le inglés y ya que me había surgido así, la dejé. Y a ellos les pareció perfecto, así que quedó.
¿Por qué elegiste a Little Butterfly Records para editar tus discos?
Yo creo que el catálogo de ellos cada vez está más amplio, pero tiene un perfil, y creo que nosotros entramos. “Nosotros”, hablo en plural con Santiago, Laura y Gonzalo en este disco. Creo que nosotros re entramos en el estilo del sello. Se dio naturalmente.
El primer disco yo lo saqué independiente, pero el segundo ellos se comunicaron a ver si estábamos interesados en editarlo por ahí. Nosotros ya estábamos a mitad de camino, ya estaba grabado el disco a esa altura, estábamos empezando a mezclar, dijimos que sí y ahí nos asociamos. Y ha sido, por ahora, un matrimonio feliz.
¿Cómo compone Romina?
Ahora, no sé. Estoy como en otra fase. El otro kiosko de la actuación me ha tenido bastante ocupada. Entonces, como que no estuve, pero hasta ahora todas las formas se han dado. He empezado por la música, por la letra, por la melodía.
A veces, tarareando por la calle una melodía que se me viene y después a eso le encuentro una letra y al final la música. Me ha pasado al revés, también. Cuando estaba yendo a clase, que estaba haciendo guitarra, empezaba con la música. También me pasó con textos viejos que ya tenía escritos, que ya tenían en sí cierto ritmo. Y ya tenía rima y cierta métrica, a eso ponerle una música.
Me pasó todas las combinaciones posibles, por ahora, no tengo un método. Lo que sí me ha pasado, y esto creo que ya lo he leído y escuchado de otros artistas, entonces me quedo tranquila, es que tenés la sensación de que no vas a escribir nunca más una canción. Hace tiempo que no me pasa. Capaz ya me sequé y no tengo más nada para decir. Lo que sí me pasa, empiece por donde empiece, es que hay un momento en que sentís que hay algo que hace click.
Está la idea de no me acuerdo qué escultor que picaba la piedra como si la forma ya estuviera debajo. Vas limpiando y vas descubriendo. A mí me pasa un poco como que eso ya existiera y vos lo que hacés es soplar alrededor el polvo y la vas viendo aparecer. Eso me gusta mucho. Con las canciones me pasa que siempre estoy muy segura, que a veces en la vida no, pero con las canciones sí. Es como si la canción me lo pidiera, como si tuviera una vida propia. Incluso, me acuerdo intercambiando mails con Santiago, peleándonos por los BPM, el tiempo de la canción, y negociando un número porque la canción un poquito más lenta o un poquito más rápida es otra. Y la canción te lo pide, para mí. Vos no le podés imponer una velocidad, ella es así. Yo siento que ellas tienen su personalidad, su forma, y vos tenés que derretirte a sus pies y tratar de hacer lo mejor que puedas para que sean lo que ya son.
Serías como un medio que traduce la canción para el mundo.
Un poco sí. Suena medio pedante cuando se dice así, pero a veces he sentido eso. Obviamente, vos la creás, pero a la vez hay un instante en que es un monstruo que agarra su vida propia, y aparece. Es eso, tenés que escuchar. Si la apurás no es. A veces, te puede pasar. A mí me pasa que escucho una canción y digo, “nos quedó rápida, algo que podría haber sido distinto”.
Si tuvieras que definirme tu música en términos de géneros, ¿qué dirías?
Es rock, con un poco de pop, con un poco de folk. Es en español, por lo que hay que decir que es rock en español. Hay temas en inglés, también, me parece que no tiene más fusiones que esas.
Pasemos al otro kiosko, a la actuación. ¿Cuál es la diferencia entre estar de un lado de la cámara y del otro?
Toda, yo soy mucho más feliz ahora. Para empezar, cuando yo estaba del otro lado, hacía un rol técnico y no me estaba expresando, no estaba haciendo algo vocacional. Ahí ya está la primera diferencia. Cuando yo dirigí, si bien es muy distinto, hay un punto en común que sería que estás creando una obra y estás haciendo una cosa expresiva.
Igual, al estar frente al lente, lo que estás creando, tu obra, es la interpretación. La obra final, la película, no es tuya. Es un engranaje fundamental, pero una pieza más. A mí me gusta mucho eso. Me da una especie de tranquilidad. En las canciones o en la música, son mis canciones y me la tengo que bancar. En la actuación igual, pero la película y el guion no es tuyo, y ser una pieza te da más tranquilidad, seguridad.
Para mí, es divertidísimo. Siempre uso la palabra diversión porque jugar es hacer algo como cunado sos niño, que jugás. Jugás con otros y repetís varias veces. Es algo súper infantil, también. El cine, que es mi experiencia. El teatro es otra cosa.
En el cine haces una escena, una toma, y la repetís. Ahora estuve trabajando en una serie y hacíamos dos tomas y seguíamos, me quedaba un poco frustrada porque vos la querés hacer más veces, a ese nivel, lo querés repetir. Para mí, es súper intuitivo, divertido. Estás con otros siempre, nunca estás actuando solo.
En la música es parecido. Siempre estás intercambiando con otras personas en un nivel así, creativo, poco abstracto, si se quiere. No estás elaborando, eso se da más en la música, pero cuando estás actuando también estás jugando a que eso es verdad. Estás jugando con el otro. Durante la interacción y el corte, eso es verdad. Es fascinante, para mí es muy divertido.
¿Cómo trabajas tus personajes?
No la pienso mucho, por ahora. Mi corta experiencia es que, si tengo que hacer de Catalina La Grande, me pondría a estudiar historia, componer un personaje con otro acento, más físico. O si hacés de alguien que existe, realmente tenés que enrular modismos. Eso es una cosa que me ha tocado, o alguien que sea de otra época. Pero cuando es alguien que está muy cerca de mí en cuanto a historia y a todo, mi técnica es sobre no pensar mucho y tratar de jugar con que, si el guion está bien escrito y el personaje está bien delineado en el guion, confiar en el director o directora, o directores, y mandarme a jugar a que eso es verdad.
Cuando algo no me sale naturalmente, si hay una línea de algo que no me resulta natural u orgánica decirla, lo planteás. Siempre del otro lado, un director o directora, más o menos coherente, va a estar abierto a ablandar el texto, pero no la sobrepienso mucho. No soy de escribirme la biografía del personaje, preguntarme todo, de dónde viene, por qué hace qué. No es mi forma. Yo tampoco tengo formación técnica, es intuición pura y que la cosa sea verdadera, lo más verdadera posible en el momento.
El día que me toque hacer algo más elaborado tendré que poner otras cosas en juego. Tampoco voy a ir a improvisar un acento, eso lo tenés que trabajar y preparar. Por ahora, es “el que piensa pierde”.
¿Cómo llega tu papel en la película Alelí?
Un sueño que me pasó. Alelí llega porque somos muy amigas con Leticia Jorge (directora y guionista) y Anita Guevara (guionista). Yo trabajé con ellas en 2014 en un corto. Yo era asistente de dirección, ellas hacían este corto como preámbulo de Alelí, y me pidieron si quería hacer el casting para un personaje de ese corto. Se celebraba el cumpleaños de una mujer que cumplía 60 y, entre otros personajes, aparecían dos de sus sobrinas, y una de sus sobrinas hacía como un discurso en la fiesta de 60 años. Ese personaje me pidieron.
Me preguntaron si quería hacer casting para interpretarlo, dije que sí. Actriz y asistente de dirección es un combo que no se puede hacer, pero como éramos amigas, el que estaba de segundo asistente de dirección estaba re sobrado para cubrirme a mí. Yo tenía dos escenas nomás. Durante esas dos escenas quedó él a cargo. Si no, no lo podés hacer. Hice el casting y me eligieron.
Ahí hice ese personaje y quedó bien, quedaron contentas, les gustó. Ellas ya tenían el proyecto Alelí hace años, pero en realidad en Alelí eran dos hermanos y la madre. Lo que pasaba era que el hermano varón tenía una hija con la que tenía algunas escenas de complicidad y toda una subtrama. Yo no podía hacer de hija porque nos llevamos cinco años. No podía, no daba la edad. Entonces, ellas reeescribieron el guion para que fuera una hermana y no la hija. Quedé con ese personaje de Silvana, la hermana menor, que básicamente lo escribieron ya pensando en mí.
¿Cómo es tener un personaje hecho a medida? ¿Es más fácil o es más presión?
No, yo creo que es más fácil porque es un lujo que se te da. Sobre todo, la primera vez que haces una cosa así, porque era la primera vez que yo hacía algo que era rol protagónico. En realidad, el primer ensayo estaba como nerviosa de que tenía que dar en la talla. Leti me sentó y me dijo, “tranquila, todo bien, estás acá porque podés hacerlo, vos relajá. Yo me estaba como cargando, pensando demasiado.
Después dije, “si cada escena es verdad, después el total va a ser verdad, yo me tengo que concentrar en que cada situación que estoy haciendo para mí sea lo más honesta y verdadera posible”, y ahí lo hice. Ensayamos un montón y para mí estuvo buenísimo. Es eso. Es un lujo que no se te da seguido que hagas un personaje pensado para vos, como a medida, estuvo buenísimo.
Me daba como tranquilidad y me resultaba “fácil” porque tampoco tenía que hacer. Yo tengo mucha memoria para la letra, además, que es como algo que tengo. Me pasa con las canciones también, me aprendo las cosas rápido. Tampoco me han tocado parlamentos larguísimos. Me aprendo las letras y me apersono en el pensar demasiado.
Eso, igual es un arma de doble filo, yo soy un tipo de actriz que funciona mejor las primeras tomas. Lo espontáneo, lo que me sale sin pensar, que hacerlo otra vez, me lleva más tiempo encontrarlo. Obviamente que tenés que pulir la técnica para poder llegar a hacer las tomas que sean necesarias y me ha pasado en la escena de la playa que es la única escena que mi personaje tiene como fuera de toda la trama de los demás. La hice muchas veces cuando hacíamos los castings para encontrar al a pareja. La hice muchas veces ensayando y muchas veces en rodaje. Y el gran desafío era no perder la espontaneidad que había logrado la primera vez que lo había hecho. Creo que lo logré, pero fue un desafío porque no sé la cantidad de veces que lo hice, pero muchas.
A veces trato no pensarlo mucho, tener el texto agarrado casi que con pinzas para que haya una cosa. Cuando hablamos en la vida real estamos como agarrando las palabras en el momento, no las tenés pensadas. Los diálogos esos de películas yanquis que hablan como si tuvieran todo escrito, no me va, pero en este código de registro naturalista está bueno no pensarlo mucho, ir medio distraída y “acción”.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Ahora te diría cualquiera de estas noches de otoño con la estufa, mi novio y mi gato, mirando la serie, ahora estoy en un momento en que todas las noches nos tiramos así y son como chuchos de felicidad. No sé si tengo un acontecimiento que te pueda decir que fue el día más feliz.
¿Cuál fue el día más triste?
No sé tampoco decir uno. Se me viene a la cabeza cuando se murió mi papa porque fue la pérdida más grande que he tenido. También un amigo que se quitó la vida, fue muy triste. Soy mala para estas cosas de pensar en uno, no sabría decir uno. Hoy te hablaba de cuando tuve esa crisis después de que me separé, cuando había apostado todo a algo, a un proyecto, y eso no funcionó y se hizo añicos. No sé si fue un día, pero fue una época muy oscura, de mucha tristeza, de sentir como que mi gran hincha desde entonces es no volverme una cínica. Después de que te desilusionás tan fuerte de algo o de todo, porque uno en el amor pone todo. Cuando decís, “no era eso”, cómo seguir, cómo seguir después y no volverse cínico, pero no hay un día.
¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?
Ahí sí tengo un momento muy lindo que me lo acuerdo, que fue volviendo por Av. 18 de Julio con la guitarra de mochila, la primera guitarra. Ahora tengo tres, pero la primera que me compré que se llama Nancy, fui, me la compré y me la colgué. Volvía por 18, volvía como un niño, como que había hecho una picardía. A la vez, deseando llegar a casa y sacarla de la funda y ponerme a no sabía a qué. Ese fue un momento muy lindo, muy libre, porque me había sacado todas esas presiones de, “tengo que hacer esto, tengo que hacer lo otro, tengo que escribir”, no sé, eso que yo sentí de que si no toco no importa, la vendo, fue una liberación enorme.
¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?
Que no soy tan especial, capaz.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Ojalá al infierno porque debe ser mucho más divertido, ¿Quién está en el cielo? No debe haber nadie en el cielo, para empezar. Se supone que no tenés que tener ningún pecado para ir al cielo, o algo así. Yo soy atea. No sé muy bien cómo es, pero creo que no tenés que tener ningún pecado para ir al cielo, o si rezás te los perdonan, no tengo muy claro cómo es. Yo creo que prefiero el infierno, además está más calentito.
Por Federica Bordaberry
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