Vengo de una familia muy futbolera. Mi padre me hizo socia del Club Atlético Bella Vista el día que nací y tengo mi carné vitalicio. Cuando era niña y mi padre me leía cuentos, todos los finales felices eran en el Nasazzi. Las princesas terminaban con camisetas de Bella Vista dando la vuelta, también los piratas festejaban ahí tras evitar el naufragio.
Por supuesto, esto por momentos me enojaba. Yo quería que las princesas y los caballeros terminaran en los castillos, y que los piratas llegaran a las islas del tesoro. Pero mi padre —y más tarde mi hermano, que siguió por el mismo camino— me enseñaron que el fútbol es mucho más que fútbol en Uruguay. Y quien se niegue a esto, y plantee que en nuestro país es tan solo un deporte, o que son “once tipos corriendo atrás de una pelota”, se negará a entender nuestra realidad cultural. Habrá quienes lo sientan como mi padre y mi hermano, otros a los que les guste y algunos que no se vean interesados; pero, más allá de las subjetividades, no comprender la importancia del fútbol en Uruguay es tener una visión ciega de nuestra cultura.
Es sabido que el fútbol —aunque antes el cricket y el remo, o “rowing”— fue un deporte introducido por los ingleses durante el siglo XIX en Uruguay. Y, para principios del siglo XX, se había transformado en un valor en sí mismo, asociándose con el ideal de lo moderno y la salud; era una de las banderas de la sensibilidad civilizada, en términos de José Pedro Barrán, junto con la educación, el trabajo o la medicina. El deporte venía para alterar el concepto del juego como mero ocio; ahora se podía jugar, pero con disciplina y conscientes de las ventajas para el cuerpo y la salud. Lo que al principio comenzó como un juego aristocrático e inglés, un espacio para el sportman, en los clubes para gentlemen, rápidamente se criollizó y popularizó en el Uruguay. Y desde ahí, comenzó el proceso de construcción del fútbol como un rasgo esencial identitario en el ser uruguayo, el fútbol como sello distintivo de nuestra nación, el fútbol como algo más que fútbol.
Este lugar que ocupa se traduce a cientos de manifestaciones culturales, desde nuestra forma de relacionarnos o de hablar hasta los distintos lenguajes artísticos.
Sin ir más lejos, mientras escribía este texto le dije a mi editor, casi sin darme cuenta, que me veía tentada de “empezar a atajarme” por determinados detalles de lo escrito. Otra expresión futbolística que nos atraviesa a todos como uruguayos. Y que de la que mi pluma tampoco escapa.
El fútbol, en un país en que la identidad ha sido construida tras una independencia dirimida desde lo diplomático, es hasta hoy un modo de cohesión, de nacionalismo y, en gran medida, de catarsis.
Tan solo pensemos en nuestra vida cotidiana. En todos los medios —redes, televisión, radio— el fútbol es prácticamente omnipresente. Lo es también en nuestra forma de hablar, como mostrábamos anteriormente. ¿Recuerdan aquel 21 de mayo del 2020, en medio de la incertidumbre de la pandemia, cuando el doctor honoris causa Rafael Radi decía que “es como estar jugando un partido en La Paz a 4.000 metros y estamos aguantando el 0 a 0”? En Uruguay algo que es bueno “es un gol”, cuando queremos ir al punto decimos “cortita y al pie”, si se complica optamos por “me fui a la B” o, si una persona la tiene clara, “tiene cancha”.
En la música es constante la referencia al fútbol. Jaime Roos, el Canario Luna o el Pitufo Lombardo son tan solo algunas de las voces emblemáticas que lo rodean. Tabaré Cardozo dice, en El tipo de la radio, “crucé los dedos, una vez más, por los colores de mi amor”; Trotsky Vengarán deja claro que “contra el alambrado es cómo vivís la vida” en Detrás del arco; el gran Ruben Rada, en Mi país, dice que los uruguayos soñamos “con ser campeón”; Buitres adhiere a la pasión en Te llevo en el sentimiento, y afirma que “aunque todos digan que estoy loco, te sigo siempre”.
La pintura es otro lenguaje que ha capturado este fenómeno. Como en el caso de Carmelo de Arzadun, quien reflejaba la presencia del fútbol en el día a día del barrio, en pinturas como Partido de fútbol (1919), o Petrona Viera, desde su profunda mirada de la infancia, en la que plasma a los niños jugando al fútbol en el mundo de lo lúdico, con sus colores planistas o sus intensas xilografías. No podemos olvidar los numerosos óleos de Alfredo Zorrilla o la participación de Guillermo Laborde en el icónico afiche del mundial del 1930, en el que conjuga su perspectiva del color planista con elementos decó, demostrando el diálogo entre arte y fútbol, que se refuerza con otros destacados ejemplos art déco en medallística. Desde una perspectiva contemporánea, Daniel Supervielle es un referente en la temática; sus pinturas transportan al espectador a la masividad y a la pasión de las multitudes.
¿Y en literatura? Horacio Quiroga escribió su cuento Juan Poltí, Half Black (1918), en el que relata la historia del cadáver de una criatura fulminada por la gloria, inspirado en el suicidio de Abdón Porte. Parra del Riego —poeta peruano que vivió en Montevideo gran parte de su vida— le dedica, desde su lenguaje vanguardista, el Polirrítmico dinámico a Gradín, jugador de fútbol (1920) al campeón olímpico. Mario Benedetti empieza su cuento Puntero izquierdo (1959) con “vos sabés las que se arman en cualquier cancha más allá de Propios”. O Galeano, en el paradigmático El fútbol a sol y sombra (1995), lo compara con la propia trascendencia: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. Cristina Peri Rossi, al describir las tradiciones de la vida en Vía Láctea (2007), menciona al fútbol junto con el colegio, la primera comunión, el juego de dominó o el matrimonio. Onetti también alude al fútbol en Cartas de un joven escritor (2009), donde recomienda ver Montevideo “desde el mástil del estadio”. Dato curioso: Juan Carlos Onetti, antes de dedicarse de lleno al mundo literario, tuvo varios trabajos, y uno de ellos fue ser vendedor de entradas en el Estadio Centenario.
Podrían ser nombradas tantas otras obras, como la película 9 (2021) dirigida por Nicolás Branca y Martín Barrenechea, que, desde un énfasis en la psicología de sus personajes, cuenta la historia de un joven y exitoso jugador que se ve enfrentado a una gran exigencia mediática y familiar, o Whisky (2004), dirigida por Stoll y Rebella, que en su historia de dos hermanos —caracterizada por un halo de rutina y mediocridad— aparece la cancha de cuadro chico, con todo su folklore y su componente catártico.
Creo que la marcada presencia del fútbol en la producción artística es un indicador de su trascendencia cultural; es que el arte recoge, en sus distintos períodos, significados existenciales de la sociedad. Y, sin dudas, la presencia del fútbol, desde principios del siglo XX, es una muestra de ello. Y quien aún piense que en Uruguay el fútbol significa tan solo un deporte… quedará en orsai.
*Daniela es licenciada y profesora de Historia. Centrada en los campos de la Historia del Arte y de la Cultura y amante de la escritura, actualmente trabaja en el área educativa y en producción cultural.