Por Federica Bordaberry
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De que nació a las 11:30 de la mañana un día en 1993, lo que más le gustó decir fue la expresión “era el año que corría”. Los años que corren o el correr del tiempo.
Llega, entonces, la primera derivación, el primer salto de tema: “otra cosa que me gusta es la idea de romper la barrera del sonido. Me suena tan poético y es algo tan parte del lenguaje cotidiano, en cierto modo. Es bastante científico, pero es `romper la barrera del sondo´, es medio jerga. Es como súper metafórico y metafísico”.
Así funciona la charla con Paul Higgs, un saltamontes temático.
Le contaron que fue un hijo muy buscado. Que intentaron tenerlo durante diez años. Que llegó y, con todo el amor que lo recibió, fue como un colchón que esperaba su caída. Su primera casa es la única en la que vivió en Montevideo, la misma en la que creció y la misma en la que viven sus padres. Es una casa “en el barrio medio Triángulo de las Bermudas al que llaman Punta Gorda”.
La compraron un año antes de que él naciera. Y, tantos años después, sigue manteniendo el olor a “madera y calidez”, además de “total buen gusto según lo que yo considero buen gusto, que es el que tiene en especial mi mamá, que se dedicó toda su vida a representar en un espacio físico lo que lleva en su cabeza, su forma de hacer arte”.
Entonces, esa primera (y única) casa, es “los colores cálidos, marrón, madera, pinotea en el suelo, muebles, varios marrones oscuros, estufa a leña, siempre algún can también parte de la familia, mi viejo desde que tiene 10 años ha sido acompañado por animales de tipo perruno”.
Y otros recuerdos como “las burbujas que tiraba mi viejo en mi cuarto iluminado por algún tipo de artefacto psicodélico, que junto al cariño y las burbujas que salían del aparato a través del cual uno soplaba, tornaban el asunto un tanto estimulante para un nene de tres” y “siempre mucha música porque mi viejo siempre tocó y siempre está re presente”.
Su padre, Lulo Higgs, uno de los miembros de Días de Blues.
Siendo hijo único, esa casa crecía y crecía. Era un espacio en constante expansión, aunque con respecto a experiencias y cariño, porque el recinto físico siempre fue el mismo.
En algún momento llegó un piano, que era de su tía, cuando su padre era un niño. Ahí empezó a tocar. Y a grabar: “recuerdo grabar en todas las diferentes partes de la casa, casi que literalmente. He usado todos los espacios para grabaciones de álbumes y cosas que luego han sido publicadas, y que no han sido publicadas”.
En esa misma casa, más adelante, las grabaciones se volverían jams de música. “Unas fiestas muy interesantes, muy entretenidas, también repletas de amistad o emociones insipientes que se perpetuaban hacia la eternidad en ese entonces”, agrega.
Y la segunda derivación, con respecto al amor de pareja de sus padres: “te hacen creer que no existe un tipo de amor, o el otro tipo de amor, creo que siempre existen todos los tipos de amores, existe el amor ese de pareja monógama for ever and ever que no conoce otra forma de vida.
Que a alguien le guste o no, que sea como un paradigma social, es otra cosa. Existe. Puedo decírselos porque lo he visto en primera fila y, hasta el día de hoy, continúa. Obviamente, con el devenir de una vida tan larga y llena de momentos tras momentos, hace del paseo una cuestión que tiene sus tumbos y también su flujo, digamos, suave”.
Dice que la diferencia entre él y sus padres es que nada de lo que tienen lo tenían. En cambio, él nació con otras posibilidades. “Me dieron todo lo que ellos creyeron que yo quería y que exteriorizaba, siempre de un modo muy austero, bastante elegante desde mi punto de vista, de lo que es elegante, sin desmerecer otro tipo de decisiones”, comenta.
Y luego, otra derivación, con respecto a la forma de expresar amor:
“Creo que hay tipos de amores que se enuncian a través de un regalo, de algo, porque hay gente que no se puede expresar y decir “cómo te quiero” y entender todo eso. Entonces, te regalan. Justo a mí no me pasó, pero es otra forma de dar amor. Tampoco le podés pedir a todo el mundo que sepa expresar, que te dé de una forma y vos lo vayas a entender”.
Tortugas Ninjas, Power Rangers, Pokemon, Gameboy, fútbol. A eso se exponía, en parte, Paul Higgs de niño. Y también, dice, “me llevaba bien con la gente y con mis padres, nunca tuve mucho drama”.
Y también la música que, en realidad, se expuso a ella “desde que estoy en el útero porque dentro del líquido amniótico ya iba a los conciertos que hacían las bandas de mi viejo, con mi mamá”.
Lo anterior lleva a otra derivación, a esta: “nutriéndome a través de lo que sea que ella comiese por el cordón umbilical, qué loco, ¿no?, es un órgano compartido, debe ser de los únicos órganos compartidos”.
Es decir, supone que estuvo expuesto a la música desde la panza de su madre. Siendo niño le gustó Californication, de los Red Hot Chilli Peppers, pero también se fascinó (se enamoró) de Bob Marley. “Eso me enganchó y ahí no hubo vuelta atrás, se me abrió el tercer ojo”, agrega.
Más de grande, de adolescente, ya tenía una banda y eso era lo que más le importaba. Hacía canciones y ya había conocido el funk, otro de sus amores (“es una música que, de forma imprevisible, se me hizo imprescindible”). Y se vestía parecido a John Fusciante, de los Chilli Peppers, o a Ian Anderson, o a Claudio Taddei.
“Necesitaba una figura de esa índole que hubiese sido creada en mi propia nación y justo encontré a Taddei a través de unos discos que me pasó un amigo de mi viejo que tocaba con él, y me llevo a un recital de Taddei, y yo no lo podía creer”, confiesa.
Pero lo que hacía en casa era algo que aparecía bajo el nombre de una banda llamada La Mediosiglo. Duró desde que tuvo 12 años, hasta que tuvo 21. Y cuando terminó el liceo, empezó la Licenciatura en Comunicación Social. Estuvo seis meses y la dejó. Luego, hizo un intento nuevo con una tecnicatura, que fue la salida definitiva del mundo universitario.
Lo que sucedió, lo que marcó la salida, fue un día en que tuvo un examen de iluminación. “Venía de unos días que me dieron a probar éxtasis, cristales, se ve que eso hizo que mis glándulas segregaran una cantidad muy poderosa de endorfinas y luego quedaron vacías, que es lo que suele suceder con las drogas”, dice.
Y se deriva: “las drogas no son para todo el mundo, eso tiene que estar claro, es una estupidez paradigmática que el porro, o lo que sea, es para cualquiera. Eso es lo que tiene que estar más claro. Es más para menos gente, que para más, en este mundo”.
El examen lo perdió, pero además luego se fue a un bar con amigos y, luego de fumar marihuana, tuvo un mal viaje. “Como no sabía barajar un mal flash, porque nunca me había pasado, flashee ataque al corazón. Ahí fui a una guardia y mal flashee. Me pusieron unas ventosas y me dolían re zarpado. Veía a los enfermeros y creía que eran los enfermeros de mi muerte”, recuerda.
Luego de eso, se terminó la facultad.
Tiempo después, ahora, este 2022, Paul Higgs estaría por estrenar su onceavo disco llamado Tridimensional. Tiempo después, ahora, también este 2022, estaría por hacer un show para presentarlo. Eso sucedería (sucederá) el viernes 9 de setiembre en La Trastienda montevideana.
¿Después de lo universitario decidiste dedicarte a la música?
Es que ya me dedicaba. Desmalecé lo que había crecido, saqué los yuyos.
¿Ahí es cuando llega Algodón?
Exacto. Estaba medio que grabando el primer álbum de Algodón y ahí pintó esa.
¿Cómo llega Algodón?
Yo estaba en la Plaza Virgilio, miraba las nubes y decía, “están hechas de algodón”. Y grababa unos temas y sonaban como esas nubes y esa sensación de placer que sentía al contemplarla. Ahí grabé un álbum largo, de 17 temas, en una época particular para la música. Era un intermedio. No había ni Spotify en ese entonces. Publicabas tu música en tu muro de Facebook, post MySpace, pre Spotify, una cosa rara. Algodón salió en SoundCloud, pero eso fueron canales aledaños.
¿Lo grabaste solo?
Sí, lo grabé solo en casa. Después sí armamos una banda para tocarlo y tuvo su impacto en nuestra cultura, en la Montevideana en especial. En la cizaña cheto o no cheto, eso les encantó a las personas. Los que no les gustaba, podían putear por cheto y los que les gustaba podían decir que no importaba de dónde vinieras.
Pero eso ayudo a calar dentro. O, al menos, tocó un nervio que yo le cantase a Punta Gorda. Tocó un nervio en la escena y en las personas que fueran enfrentadas a esa canción. Después tenía otros temas que tuvieron su impacto y reconocimiento dentro de ese álbum, al menos por las personas que nos oyen, o por gente que no nos conocía. Tenían algo de eso, como que contiene hasta el día de hoy una fibra esencial de mi experiencia en este mundo, por eso creo que pudo tener su repercusión.
¿Cómo armaste la banda?
Por los amigos que tenía cerca en ese entonces. Era una época en la cual nos juntábamos con una gente e hicimos como una especie de sello colectivo que se llamaba La Órbita Irresistible. Entonces, andábamos ahí, amistades nuevas, nada más lindo que eso, y saqué ese disco. Además, como tuvo un poco de impacto, mis amigos tenían ganas de tocar esos temas. Entonces, se armó ahí, con los que estaban en la vuelta. Había como un enamoramiento de nuevos amigos, y armamos un grupo.
¿Lo definirías así a La Órbita? ¿Como grupo?
Era un colectivo. A mí me gustaba decirle organización. Era una organización, nos organizábamos para tocar, para grabar y nos ayudábamos. Lo que hace un colectivo.
Contame del episodio del video de “Claro que sí”, que se volvió una bola de insultos.
Es algo que la sociedad moderna lleva atado, como los presos que están con una piedra atada al tobillo. Es algo que sucede y no lo condeno. Yo lo experimenté de un lado que, en parte, por momentos creía podría funcionar en detrimento de mi bienestar, pero a decir verdad funcionó como nafta para mi absolución de esa piedra. Ahí como que me saqué ese tema de encima.
Pensé mucho al respecto y dejó de ser una cuestión que ocupara un RAM en mi personal notebook cerebral. Pensé de qué lado estoy, del gileo o peace and love.
Peace and love, más obvio. Justo el otro día hablaba con unos músicos más experimentados que siempre existió lo de los haters y más en Montevideo, que es un lugar que, si te agarra bien podés contemplar, experimentar y surfear su belleza con total gracia, pero si te agarra mal, puede ser un infierno.
Hay mucha gente que vive su vida en un infierno y que va a hablar sobre música que trata temas que no les gusta. Entonces, en mí proyectaban todo lo que sea que odiaban y me hacían sentir mal, siendo eso o no siendo eso yo. Pensé mucho respecto a eso en su momento. A veces, me enojé. Después hice un tema, otro tema, pero nada, pasó hace mucho tiempo.
Fue en 2014, ocho años ya.
Sí. Igual hizo muy bien en pos de la difusión de mi música, la verdad.
¿Cómo es que te llega la necesidad de ser solista? De no ser Algodón, aunque fuera un proyecto personal, y ser Paul Higgs.
Es que Algodón se tornó una banda. Ahí fue un proceso parecido al que hice cuando dejé de tocar en mi primera banda. Dejé de componer para mi primera banda y me puse a componer para Algodón, solo que me puse a componer, ya lo hacía, canciones que lanzaba, publicaba, bajo mi nombre, bajo el paraguas de mi nombre, lo cual implicaba que la lluvia que cayese me iba a mojar solo a mí.
Al estar dispuesto a eso, lo mejor que podía hacer era sacarla con mi nombre y que mis amigos no tuviesen que verse representados por lo que hablaban las letras, o lo que sonaban las músicas. Más que nada por eso, por encontrar una sonoridad que no representaba un grupo y a un multiverso, sino que representaba a solo una persona.
Ahí también se va creando un universo en base a lo que representa una persona, pero fue así, precisaba, supongo ahora, compartir. Porque, al fin y al cabo, la música es como ese cope de compartir música que hago y también disfruto. De la misma forma, compartir música que no es mía. Es el mismo nivel de éxtasis el que siento cuando le muestro a alguien una banda o una canción que me atravesó, o cuando publico un disco.
Por eso, últimamente, en mis recitales tengo un par de canciones que las pongo en el medio, pero aviso que las voy a poner, explico todo el cope que me da y las pongo en los parlantes re fuerte. Entonces, se vive esa experiencia compartida de escuchar música a todo lo que da, con un maestro de ceremonias muy entusiasta, en parlantes de alta gama o de mucha presión sonora.
¿Cuál es conceptualmente la diferencia a nivel de música entre Algodón y Paul Higgs? ¿Qué es eso que no representaba a la banda, pero sí a ti?
Algodón tiene, naturalmente, un sonido y unas palabras que reconocés que son cosas que pueden incluirse en ese universo. Mismo ahora estoy preparando un álbum nuevo de Algodón, que eran canciones que ya tenía y siempre se sabía qué iban a ser. Entonces, es eso, lo que hago con el nombre de Paul Higgs resulta tal vez más cercano, o es poco más literal de cosas que experimenté, o viví, o vi.
¿Algodón es el descarte de Paul Higgs?
No, cero. Yo hago muchas canciones. Todo es el descarte, en realidad. Descarto una, descarto la otra, pero de las diferentes bolsas que tengo. Todo es el descarte de lo que más disfruto, que es el simple hecho de hacerlo. Es como verdaderamente estar conectado con Dios, esa experiencia, que a mí me pasa de ese modo supersónico o espiritual, pero a otras personas les puede pasar de otra forma.
A mi viejo le puede pasar una noche caminando con la perra en Playa Verde, no es algo exclusivo. Creo que es importante que se entienda. Esa conexión con los universos que habitamos está ahí para cualquier persona que desee experimentarla o tenga la audacia, o suerte, de encontrarla.
Ahora quiero pasar a cada uno de tus discos solistas. Vamos a ir uno por uno y me gustaría que me cuentes un poco en qué contexto nacen y qué son. Empezamos con Enamorarse en 2016.
Eso es un descarte. Son canciones que quedaron grabadas y que referían a la sensación, también, de esa especie. Es medio conexión con Dios el asunto del entusiasmo o lo que segregan tus glándulas cuando te enamorás de algo o de alguien. Esas canciones referían puramente a eso. Tienen su perspectiva R-Way porque es como el enamoramiento de otra persona, súper establecido en cualquier novela teen, pero al mismo tiempo habla del enamoramiento que puedo estar teniendo con un grupo que me gusta ahora que se llama Jellyfish, o que tuve con los Red Hot, o con este par de cosas que juntas son deliciosas, es como el mismo enamoramiento.
Hablan de eso las canciones, tienen como una sonoridad de una época en la cual yo grababa las cosas y sonaban de ese modo. En una lo cerré y lo subí a un álbum. Muy grabaciones caseras. Yo también soy parte de la generación que podía grabar mucho en su casa y en alta calidad, entonces de ahí hacía discos. Era eso, mezclaba cosas que tenía en una carpeta y me daba cuenta que tenían que ver y que las había grabado en un cierto periodo de tiempo similar, y las subía ahí.
Gelatina, 2016.
Todas grabaciones acústicas desde 2014 a 2016, era eso lo que las unía. Grabaciones acústicas con instrumentos acústicos, con una sonoridad de guitarras acústicas con cuerdas de acero, con cuerdas nilón, eso es lo que une esas grabaciones.
Adivinanzas, 2017.
Eso ya era como un proyecto conceptual de un álbum con el cual estas sónica y espiritualmente comprometido. También buscaba ver hasta dónde podía expandir las leyes de mis capacidades, hasta dónde podía llegar haciendo una canción y que sonara lo más anómala a lo que ya había hecho, lo más diferente posible en relación con lo que ya había hecho y que aún pudiese ser compartida como hegemónicamente pop.
Era ese intento. Medio que grabé todo con un micrófono que recién había comprado, o algo así, y todo se había atravesado por experiencias que tuve trabajando en un lugar que se llamaba Los Cardos, con Felipe Reyes.
Me cambió la vida, obviamente, y estábamos ahí en una especie de ultra romance con la Yaya, que era una piba mendocina, que bueno, era todo un romance, y yo le mandé una carta al Reyes para ver si podíamos ir a trabajar ahí en verano. Estaba toda esa historia. Está contada crípticamente y no tan crípticamente en ese álbum. Suena a que había descubierto la libertad, de verdad, por primera vez en mi vida, Empujado al precipicio por Reyes.
¿Por qué le llamas a eso libertad?
Porque me di cuenta de que quería dedicar mi vida a las aventuras, ese tipo de libertad: “me subo al galgo y arranquemos”. Ese plan.
Funk, 2018.
Esos son grabaciones más viejas, tal vez del 2013 y 2014, que tienen la sonoridad del funk, según mi cuerpo, cómo yo lo toco, cómo yo lo tocaba en aquel entonces. Y la foto es del día que me hice el tatuaje que tengo en el brazo derecho, que dice “FUNK”.
¿Cuándo te viniste a Buenos Aires?
En 2019. Venía bastante a tocar, siempre con el grupo Algodón. Todos los años veníamos un par de veces. Después nos hicimos amigos y empezamos a trabajar con un sello de acá, que se llama Queruza. Y los pibes nos traían cada vez más. En una, me agitaron para venir a tocar el bajo, suplantando a un amigo que toca el bajo en un grupo que se llama Los Siberianos. Tocamos en el Niceto.
Después, me fui a acostar a la cama del cuarto de huéspedes donde me hallaba residiendo y dije, “esto es tan obvio”, me bajó así, “me tengo que venir a vivir a Buenos Aires”, y vine. Pasó un tiempito y vine. Estaban mis amigos del sello acá que tenían un compromiso parecido al que tengo yo, así, indómito. Era acá, estaba claro.
¿Alquilaste un departamento?
Sí, ponele. Un cuarto en el Centro, Paraguay y Av. 9 de Julio. Me puse a tocar, a grabar a otras personas, a grabar el álbum que se llama Astucia, que es el primero que grabé acá, que también ese fue conceptualizado, un álbum con su sonoridad aún más desafiante que los límites de la música pop.
¿Cómo te llevaste con esa lógica que tiene Buenos Aires y que no tiene Montevideo, que es como un poco más selvático, que te pasan por arriba?
Re bien porque, ¿te pensás que te pasan por arriba en una ciudad? Andá a ver cómo te pasan por arriba en un liceo privado. No tiene chance Buenos Aires después de esa experiencia, ni cerca.
¿Qué diferencias y qué similitudes tenía la escena musical uruguaya y la argentina en ese entonces?
Sí, hay una especie de cuestión que es diferencia y similitud al mismo tiempo. Allá se toca muy bien, en Uruguay, porque es lo único que hay para hacer, tocar. No hay nada que lo rodee, no hay gloria más que la gloria de estar haciendo sonar las cosas, no hay distracciones. Eso puede hacer que te concentres en hacer el good trip, pero también en que te concentres en qué está pasando, nada está pasando, tengo el good trip y qué pasa con eso. Ahí podés entrar en un espiral de depresión.
Entonces, se toca bien allá por ese motivo, y acá se toca bien porque el estándar es alto, es un estándar cosmopolita. Hay mucho, entonces hay más competencia, hay un nivel más alto en general. El tema es que acá está la gloria, acá están las distracciones y muchas veces, en base a eso, se torna disciplina la mejora, para poder disfrutar de esas tentaciones. Allá se torna disciplina la mejora porque no están esas distracciones.
Contame de Tim Bernardes.
Un día salí a caminar por donde estaba viviendo en 2019 y me crucé a dos personas, resultaron ser Tim y Jazzie, que son una pareja paulista muy fabulosa, muy enamorada también. Nos cruzamos esa misma noche en un boliche acá, nos cruzamos de nuevo. Ahí intercambiamos los contactos y a la semana me invitaron a cenar al barrio chino. Me pasaron a buscar y pronto me di cuenta que me hallaba con dos personajes pesados de la cultura paulista y brasileña, pesados de creativamente densos. En la mesa estaba sentado Piro, que en su momento yo no le decía Piro, para mí era Martín Piroyansky, el tipo del video. Ahí conocí a Piro y nos hicimos muy amigos.
En cierto modo, por conocer a Tim y Jazzie, termine conociendo a Piro, que nos terminamos haciendo amigos y me terminó contratando para actuar en la serie Porno y Helado. Tim es un músico fabuloso, Jazzie una fotógrafa fabulosa y Piro es un genio, no puede ser.
¿Llegaste a tocar con ellos?
Sí. Tim se subió a cantar una canción que se llama Cosmovisiones en un recital que di en San Pablo, Eso y, después, tocamos. Pero en lo de Jazzie, en su casa, no en público. Me enseñó una afinación de guitarra que terminé utilizando en varias canciones del álbum nuevo que voy a sacar.
Hasta antes de Astucia todo tenía más bien un espíritu inquieto, que es el mismo título que el documental del Príncipe. ¿Qué tenés del Príncipe?
Supongo que es algo más que nada lúdico, sónico, como en cierto modo chistoso, astuto, poético, gracioso, gracioso de gracia, y supongo que los dos tenemos swing. Eso tengo del Príncipe.
Hablando de Felipe Reyes, trabajaste en Galgomundo, su programa de radio. ¿Qué aprendiste de edición y de audios?
Eso es lo que más aprendí. Aprendí a editar re zarpado porque tenía que editar cuatro horas de programa en una compu que funcionaba re mal. Entonces, lo edité, lo edité, y lo editaba re zarpado. Fue como entrenar en esos lugares donde el piso es de tierra, como jugar al básquet con una pelota de Fútbol 5, pesada. Después me dieron la pelota de la NBA. Editar me encanta y lo hago muy veloz y muy eficaz, y eso lo aprendí ahí.
Quiero hablar de tu quinto disco, Astucia, de 2020, ¿qué es ese disco?
Estaba fascinado con la idea de hacer vanguardia pop. Lo que me enteré después es que si estás diciendo que vas hacer vanguardia, deja de ser vanguardia. Yo estaba copado con esa idea, de ver hasta dónde podía desafiar el paradigma que tenía que estar incluido en una canción para que sea escuchada por personas y pudiese así divulgarse cada vez a más gente.
Estaba con ese flash, vivía acá en Buenos Aires. Creo que esa sonoridad de la ciudad se traducía a la mirada de elementos que las canciones incluidas en ese álbum contienen, que son muchos, en secciones cortas de tiempo. Como si fuese un choque de dos autos. Era como si pusieras el choque al revés, son autos que se arreglan. En ese minuto incluía todas las piezas del auto, era como el Transformers haciéndose.
También veía, eso es muy fácil de notar, cómo en las modas y las escenas hay mucho cardumen que sigue al sol, que estás por encima del agua y, en realidad, en lo que se tiene que concentrar el pez es en respirar y que no lo agarre el anzuelo. Yo veía que había mucha gente dirigida al anzuelo, y siempre la hay porque la moda es así. Ven el sol y, en realidad, el sol es el anzuelo, es como que la luz, la varita esa que quiebran los que pescan y la tiran, me lo tomo personal. Nada me importa más que la música. Cuando veo mucha estupidez, mirás para donde mirás y la vas a ver, porque es como la más obvia, usualmente la gracia y la perla están escondidas.
Veía eso y quería hacer la música que yo hacía, y más pop al mismo tiempo, en pos de mostrar que se puede hacer algo que tenga la cualidad de ser material para divulgarse y, al mismo tiempo, que sea absolutamente loco, fuera de la norma. Eso era lo que pasaba con ese álbum.
Para la edad que tenés, ¿llevás once discos?
Sí. Yo creo que más, solo que hay discos que están publicados solo en YouTube, hay cosas que están solo en Bandcamp. Hace poco subí un disco a Bandcamp de música instrumental, pero no lo sabe nadie, porque nunca le dije a nadie, a ninguna persona. Lo descubrió el otro día un amigo que se llama Leandro y me dijo “¿y esto?”. Y es un disco que se llama Raspberry Delight, que es como “delicia de frambuesa”. Es un disco de música instrumental hecho con guitarras criollas y teclados, solo para que esté de fondo en conversaciones. Creo que he hecho más albums de esa índole. Pero sí, discos, once.
¿Por qué pensás que hacés tanta cantidad de música?
Porque lo hago hace mucho tiempo. Ya puedo hacer algo en cinco minutos y dejarlo plasmado para que dure toda la eternidad. Si no lo hubiese venido haciendo desde que tengo once años, tal vez me llevaría dos meses hacer eso, pero ahora puedo aplicar mi concentración de una forma óptima tal que logro resultados que, yo por lo menos, considero excelentes o satisfactorios en cantidad de tiempo. Tiempo ínfimo según el calendario gregoriano, porque si es según el calendario del multiverso y del continuo del tiempo, y el espacio, tal vez yo esté haciendo eso en lo que demora una estrella en deshacerse y volverse a hacer. Pero según el calendario gregoriano y el reloj clásico puede llevarme cinco minutos, debido a la concentración y al expertise que realice.
¿Cómo componés? ¿Tenés una fórmula que siempre repite?
Varía. Usualmente, toco algo en la guitarra, mando el tarareo. El tarareo tiene algunas palabras escondidas que resuenan con mis huesos. Por eso, suena adentro, Después veo si me llevo la letra en un papel, me llevo el papel a todos lados, ando con la guitarra. Cuando algo me compete mucho me llevo al guitarra a todos lados. A veces, no la abro, pero estoy haciendo ese tema. Vivo para hacer ese tema. Así que, de muchas formas.
A veces, pongo un ritmo en el teclado este, agarro la guitarra eléctrica y hago un punteo, que lo hago con mis amigos Choki y Melanie, que lo hacemos con el grupo Algodón, todas las formas. Lo hago hace tanto. He hecho solo letras y les he puesto música, he hecho solo música y le he puesto letra, he hecho solo letra y quedó letra, música y música.
¿Cuál es tu concepto de disco? ¿Qué es un disco para ti?
Ahí dijiste la palabra clave. Un disco es un concepto. Es como mi idea, que engloba a las diferentes composiciones que incluye. Yo creo que un disco es tipo la tapa de Dark Side Of The Moon. Los colores refractados. Eso, en reversa. Los colores refractados pasando a través del vidrio y formando un rayo solo. Ese rayo solo creo que es la línea que ata a las canciones como un regalo. Un disco es un regalo.
¿Qué rol tiene la terapia en tu obra?
Ahora, ninguno. Debería ir, pero hace tiempo no voy. Traté de hacer online y un embole, horrible, a mi terapeuta lo veía en la compu, estaba de menos. Me ayudó para jugarle ping pong de alta velocidad a la sociedad con mayor cintura, más que nada. Y también hubo algún par de frases que tiró el Heber que dije, “eso está interesante”, pero esas frases las encuentro también en cualquier lado.
Me ayudó también a soltar un poco las preocupaciones relativas a la venta de los tickets de los recitales, o a darme cuenta de que hay cosas que no puedo controlar y pensar en ellas es aplicar negligencia al bienestar, ser negligente. Insistís en creer que los tickets que se venden dependen de tal o cual cosa. Al fin y al cabo, el continuo del espacio y el tiempo es medio destino y ya fue. Igual, hay que trabajar para que se vendan los tickets, pero es como en un “ya fue, ya está todo el pescado vendido”. Pero para mí hay que cambiar esa frase, el pescado todo muerto.
Dijiste una vez que ya no querías ser un artista indie.
Sí. No quería ser un artista indie porque me preguntaban si era artista indie y me gusta llevar la contra. Además, porque hay una cuestión muy obvia al respecto. Se engloba lo indie como eso, un artista indie, está la estética indie, está la sonoridad indie, está la forma de trabajar independiente. Yo veía que no me identificaba con esas tres ramas, o las ramas que haya.
Por ende, si en ninguna de esas ramas crepito, ¿cómo voy a ser un artista indie? No voy a mentir, tampoco. Yo trabajo con un par de sellos que trabajarán de forma boutique, pequeños, lo que sea, pero trabajo con otra gente. Ya no lo hago con mis amigos en una reunión de lunes. Creo que es bastante obvio que un artista indie, propiamente dicho, no sale en la tapa de Galería posando. Menos artista indie que eso.
¿Quién es Paul hoy?
Hoy es fanático de Jellyfish. Es una banda que descubrí hace poco que me tiene loco. Tal vez es por el cope que tengo con Jellyfish, pero me gusta imaginarme más extraterrestial y salido de Charly y la fábrica de chocolate, un alfil de la escena musical, aunque igual tampoco sé tanto lo que es un alfil, porque no sé mucho de ajedrez.
Y creo que soy un productor de música. Produzco a otros artistas, produzco mi música, compongo con mis amigos. También soy eso, un músico de alto rendimiento. Practico mucho, trato de tocar cada vez mejor, tomo clases de canto, hago clases de percusión. Una supernova creativa, creo que es por ahí. A veces, me gusta funcionar como mentor de artistas más jóvenes. Entonces, también soy un mentor, un mecenas, cuando tengo un mango me gusta ponerlo de nuevo y hacer las fotos de la tapa del disco de Lucas Marchese.
También sos un artista que hace músicas con elementos o imágenes que son de contexto tuyo, cosas con las que creciste, que serían circunstanciales. ¿Qué tiene tu música de universal?
Su honestidad es universal. Lo hago porque no existo de otro modo. Al menos esta encarnación mía de otro modo no existe. Eso es universal porque, al fin y al cabo, cuando entregás tu físico a la permanencia de un sonido, estás haciendo algo en el lenguaje. Es un símbolo, en realidad. Cada vez que toco una guitarra, es como cuando la gente hace yoga, vos dibujas símbolos con tu cuerpo, yo dibujo símbolos con mi cuerpo que se torna en música que va a sonar para cuando yo de nuevo sea un bebé dentro de 500 años en un útero que no sea el de mi mamá, cuando haya reencarnado. Algo de eso es lo universal de mi música.
Hace poco salió “Ni ahí”, que promociona lo que va a ser tu siguiente disco, Tridimensional, que fue producido por Martín Buscaglia. ¿Por qué elegiste a Martín para esto?
Porque no quedaba otra, porque nos hicimos amigos.
Hace no tanto, hicimos otro Personas con Martín y cuando salimos me contó que le habías mandado un audio muy largo.
Me muero. Un audio de 7 minutos y 14 segundos. Sí, buscaba y no quedaba otra. El halcón plateado, con quién iba a trabajar. Nos hicimos muy amigos y en una dije, “quiero sacar del medio a esa figura creativa que creció junto a mí que se llamaba Paul Higgs, necesito hacer el exorcismo de Paul Higgs, a quien cito, a quien sabe sobre el evangelio, el evangelio según el jardinero”. El jardinero le contó a Buscaglia que podía ponerse la sotana y ser el cura que llevara a cabo el exorcismo. Y eso hizo. Yo simplemente derivé las decisiones a Buscaglia y yo solo rendía lo que él pidiese o lo que nos pareciese okay.
¿Qué de Martín permeó en este disco?
El sonido absolutamente profesional. Y, nuevamente, la astucia arreglística. Si hablamos de alto rendimiento, es maestro, lo aplicó con total gracia, cintura y soltura, en pos de que este álbum quedase como sea que quedó.
¿Qué mantiene de Paul?
Todo, porque eso hace un gran productor. No quitó nada de mí y, al mismo tiempo, me exorcizó, Mantiene todo, más aún, lo cristaliza, lo torna, él puede ver más allá de lo que sea que yo perciba.
Si, en definitiva, somos influencias que nos componen y nos fueron formando a lo largo de nuestra vida, ¿quiénes te componen?
Lulo Higgs, Magdalena Espondaburu (aka Pola Higgs), Gladys, mi abuela, un poco de Tom Berry Higgs, o algún ancestro nacido en Gran Bretaña que siento inyecta inspiración a través del multiverso para mi acción creativa en esta dimensión, Choki Giaquinta, Melanie Williams, Paco Gallardo, mi nueva amiga Eva, su gato disecado, los Red Hot Chilli Peppers, el montón de guitarras que tengo, Judee Sill, la perrita Funky, la perrita Pangea, la perra Úrsula, Jellyfish, un vinilo que estoy esperando de Tom Waits. Mi época en la que trabaje en Los Cardos, Montevideo, Buenos Aires. En especial las experiencias que tuve en San Pablo y en Río de Janeiro, eso me compone un montón. Los bebés de mis amigos me encantan, esos me hacen ser. Mis amigos mendocinos, por ejemplo, Simón, que es un cantante muy bueno. Es un gran amigo que nos conocemos hace mucho tiempo y también me inspira totalmente, la perla incandescente que constantemente busco y trato de, a través del agujerito de la puerta, vislumbrar y luego grabar lo que creo que vi, transmutando la música para poder compartir eso con el mundo. Esa perla.
¿Por qué te interesa la inter generacionalidad?
Absolutamente me interesa. Un día me puse a pensarlo y es algo que pienso, y que lo asumo y lo promulgo por completo, que es que no existe cultura sana, no existe cultura sin inter generacionalidad. Se empantana el asunto y, al fin y al cabo, la cultura no es solo un pantano, sino que es todos los biomas conviviendo dentro de una gran lo que sea que es, dentro de una gran esfera de vida.
Entonces, todo esto tiene que estar re conectado, salubre, aceitado, constante, que quien es más viejo conozca a quien es más joven y viceversa. Te nutrís mucho de todo. Creo que lo empecé a pensar porque me gusta experimentar la vida como si fuese una Wikipedia andante. Me gusta mucho la historia de la música y la historia no es solo lo que leo de cosas que pasaron, sino que es lo que veo de cosas que van a pasar o podrían pasar. Por eso me interesa, porque me parece que todavía no encuentro la traducción perfecta al español de la palabra thrive. Es como progresar, pero es otra cosa porque se habla para las plantas. Las personas, también, pero la planta no sé si progresa.
También el progreso está, lamentablemente, asociado con cuestiones de gobiernos, y de cosas políticas de esa índole. Al fin y al cabo, la inter generacionalidad es política, pero está bastardeada la palabra “progreso”.
Contame de Púrpura Discoteca.
Ese es un intento tácito del desarrollo de la escalera inter generacionalidad. Púrpura Discoteca es una carpintería sonora que hace que los escalones de la inter generacionalidad estén firmes. Hay desde personas chicas que yo con las que he estado trabajando de los discos que nos llegan para que publiquemos, o para que escuchemos, hasta la antología de grabaciones en las que estoy trabajando hace un par de años de mi papá, que es un músico de 73 años, que grabó toda su vida, pero nunca la publicó.
Eso es Púrpura Discoteca. Es como un lugar, una carpintería, en la cual pasan personas. Es como un lugar donde, más que nada, hay personas que te dicen que sos el mejor. Eso, igual, si te lo dicen mucho te podés volver medio loco. Cuando te das cuenta de que no sos el mejor porque te das cuenta de que no hay mejor ni peor, te podés volver medio loco, pero ni idea, eso que se arregle después en terapia. Por ahora, yo digo que es lo mejor del mundo.
¿Por qué hacés música?
Estoy pensando una forma, a ver si hay una forma no metafórica de decirlo. Capaz que no hay. Del diccionario, todavía no sé las palabras suficientes como para expresarlo. Es por lo que te digo, que detrás de la puerta de la acción está la perla, y esa perla brilla, y esa perla ha iluminado a muchísimas personas que a mí me han iluminado a través de lo que vieron, cuando vieron la perla, y la tornaron música. Entonces, yo me fijo a ver si está la perla brillante, básicamente es como para compartir, inspirar y ser inspirado, porque hacer música me inspira. En el sentido de que estar inspirado y hacer música son una sola cosa. Inspirar, ser inspirado, ver la perla.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
El tiempo es un continuo, están todos sucediendo al mismo momento los días de mi vida. Entonces, cuando estaba sucediendo lo que te voy a contar, también estaban sucediendo un montón de cosas que ya habían pasado, y un montón de cosas que ya van a pasar. Si te cuento una, en realidad, estoy poniendo en palabras una, pero estaban sucediendo todas.
Actualmente, podría decirte que fue alguno de los miércoles o viernes en los cuales llevábamos a cabo con Choki, Melanie y Paco, que es nuestro amigo dueño de una sala de conciertos de acá que se llama Centro Cultural Richards, y de una disquería que se llama Exiles, una residencia.
Tocamos todo ese mes ahí y venían personas que queremos y que no conocíamos también a tocar sus canciones. Y nosotros les salíamos de banda, además de tocar canciones que iban de cada persona del trío que te hablo. Alguno de esos fue muy heavy, segregaba mi cerebro muchas endorfinas sin ningún tipo de MDMA de por medio. El estímulo era real, amoroso, de amistad. Ese fue uno de los días más felices de mi vida.
También el día en que escuché el primer disco de Judee Sill, que se llama Crying Angels, pero estaba sucediendo al mismo tiempo ese día, o ahora, cuando descubrí Jellyfish. O alguna de estas noches que venía caminando, escuchando esos discos, no podía creer. También fui muy feliz el día que estaba llegando a Montevideo hace poco y me llegó un mensaje del Bambino Coniberti, el violero de No Te Va Gustar, agitándome para trabajar en una producción de una canción del grupo, re polenta, eso me puso re feliz.
¿Cuál fue el día más triste?
Supongo que días de frustración. Alguna frustración con respecto a que las expectativas que tenía de algo no sucedieran tales como las había puesto sobre un pedestal. Sucedieron de una forma o más mundana o distinta, y eso causaba en mí, tristeza.
La tristeza no queda grabada en mí, no por negligencia, sino porque últimamente trato de verla pasar y de vivirla, there it goes, pasa como un fardo. Entonces, ahí pasa y, en cierto modo, también así pasa la alegría, pero como dicen los extraterrestres del libro que termine hace poco de Kurt Vonnegut, ellos pueden ver todo el tiempo al mismo tiempo y deciden quedarse con las cosas buenas. Y son extraterrestres, algo sabrán.
¿Algo que hayas aprendido a los golpes?
Supongo que a tocar mejor la guitarra. Literalmente, a los golpes, porque tocar es un golpe físico. Ahora, estoy haciendo clases de percusión y reviento el tambor. Eso es un golpe que, de verdad, me duele.
¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?
Supongo que después de dejar las instituciones educativas.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Cielo, dalo por hecho. Mi acción aquí es positiva. Trato de ser mejor persona para que otras personas se sientan bien a mi alrededor, Acepto y me hago cargo de cualquier error. Pasás por la vida, es un torbellino en el que tirás todo lo que te quede por delante, en menor o mayor medida. Entones, obviamente lamento y puedo cerciorarme de que hay gente que ha salido lastimada en esta vida debido a habernos cruzado, seguro, y siempre pasa eso, pero la experiencia de la vida es así. Pero es eso también, tener conciencia de eso es parte de una búsqueda en la cual de forma consciente cause el mayor bienestar posible. Entonces sí, heaven. Heaven is fun.
Por Federica Bordaberry
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