Por Carlos Dopico
Carlos Dopico
Árbol es una banda argentina de rock alternativo fundada en el 94, en el barrio de Haedo, ciudad de Morón, pero sus integrantes no conciben aquella fecha como un motivo de celebración. La historia, para ellos, se cuenta a partir del 96, cuando irrumpieron discográficamente con Jardín frenético, un álbum rabioso y potente que condensaba altas dosis de hardcore, letras combativas y se abría espacio en una década en la que el rock argentino iba por otros carriles. “Fascistas, leninistas, marcianísticos socialistas / llenan tu cabeza de mierda. / Fachos de mierda, curas, milicos / llenan tu cabeza vacía; de mierda. / Mienten! Mienten / Filosófica-mente, / Apocalíptica-mente / matemática-mente”, cantaban en “Gente”. Aquel mismo año, Los Redondos publican Luzbelito, Los Pericos editan Pampas reggae, Las Pelotas sacaban Máscaras de sal y Fito ponía en las bateas su Circo beat. Lo de Árbol no era nuevo a nivel internacional, de hecho, una veta familiar transitaba Peyote Asesino a nivel local, pero significaba una potente irrupción por este lado del mundo. Sin embargo, la masividad les llegaría más tarde, cuando en el 2002 —curiosamente el mismo año que Terraja de Peyote, y también bajo la producción de Santaolalla— editan su tercer disco, Chapusongs. Ratificarían el impacto con Guau! en 2004, el álbum del que ahora, anticipadamente, celebran 20 años. A partir de aquellos tiempos, tras la crisis económica y social que azotó tanto a argentinos como uruguayos, Árbol comenzó a tirar raíces de este lado del río. Sus conciertos eran efervescentes, frenéticos, como sacudiéndose un período hostil de encima y proponiendo algunos bálsamos de pop mestizo: “Rosita”, “Pequeños sueños”, “Ya lo sabemos”, “El fantasma”, o una rarísima versión coral de “Jijiji”, himno de Los Redonditos de Ricota, cuyo origen tuvo lugar en una pelopincho, una piscina inflable.
Con el correr de los años, Árbol comenzó a explorar más géneros aún e incorporar ska, cumbia y hasta chacarera en su mixtura sonora, en la que los arreglos armónicos y corales fueron siempre un distintivo, más allá del frenesí musical. Fue entonces que se fracturó la dupla compositiva, y Eduardo Smith, multiinstrumentista y cantante, se abrió en una carrera solista. Árbol siguió adelante, y tras la publicación de Hormigas (2007) y No me etiquetes (2009) decidieron parar. “Era demencial. Metimos 240 shows en doce meses, una locura. Era tocar, tocar y tocar. Eso genera una fricción en cualquier grupo humano, de tanto verte”, confiesa Pablo Romero, vocalista de Árbol.
Luego de siete años de distancia musical, decidieron volver a despegar aquella nave que habían aterrizado cuidadosamente y guardado en silencio en el hangar. Pero los sorprendió la pandemia y tuvieron que esperar un rato más. Publicaron Hongo, un retorno discográfico que les aporta un nuevo motivador para salir de gira. El próximo 29 a las 21:00 en Live Era, celebran dos décadas de Guau! y el retorno a los escenarios de esta capital.
“El show va a ir por temas de Guau!, Hongo, Chapusongs; vamos a tocar unas 25 canciones. Ojalá vengan muchos amigos. Si están, van a caer”, advierte Pablo Romero, con quien conversamos para LatidoBEAT.
Después de 17 años de carrera y seis discos, en 2010 decidieron parar. Siete años después, en 2019, se juntaron y volvieron a tocar. ¿Cómo fue el proceso de frenar?
Estuvimos un año y medio para parar la banda, fue charlado. Necesitábamos parar, tener un tiempo de descanso. Estuvimos 17 años tocando sin parar, todo el tiempo. Arrancamos, me acuerdo, en febrero de 2005 tocando en Uruguay y terminábamos al año siguiente, en febrero, tocando en Uruguay. Era demencial. Metimos 240 shows en doce meses, una locura. Era tocar, tocar y tocar. Eso genera una fricción en cualquier grupo humano, de tanto verte.
Martín Millán, el batero de Árbol, dijo a Pagina 12: “Había que aterrizar ese avión sin estrellarlo. Y ahora lo estamos haciendo despegar otra vez”.
Así fue, de hecho, hemos tenido muchas charlas con los chicos para poder seguir. Nos queremos muchísimo, por eso era muy sano poder charlarlo, para poder aterrizar el avión. En eso nos tomamos nuestro tiempo, un año y medio. Pero nos seguíamos viendo. Yo me fui a vivir a México dos años [allí vive hoy en día], pero volvía y nos juntábamos a comer un asado y charlar. Hasta que un día dijimos: “Ya pasaron seis años, ¿nos ponemos de nuevo en acción?”. Como dice Martín, aterrizar el avión sin estrellar era la prioridad, para poder subirlo nuevamente.
¿Y cómo fue el despegue?
Mirá, en 2019 ya tocamos en el Festival Catrina en México, con Mac DeMarco, Panteón Rococó y los Flaming Lips, entre otros; estaba buenísimo, venía creciendo… Y cayó la pandemia. Ahora por suerte estamos creciendo un montón. Hasta el Obras y el Luna no vamos a parar.
Ustedes trabajaron durante mucho tiempo con Fernando Ulloa, el mismo terapeuta grupal que acompañó por casi 25 años a Les Luthiers. ¿Cómo fue esa guía? ¿Les aportó instrucciones de aterrizaje?
Mirá, mientras estaba Eduardo [Smith] habíamos decidido tener un terapeuta para acomodar las piezas de la banda. Estuvimos un año y medio con Eduardo haciendo esa terapia, y un año y medio después que Eduardo dejó la banda. Era el mismo psicólogo de Les Luthiers, es verdad. De hecho, nos cruzábamos en su consultorio. Era muy raro ver a Les Luthiers en las sesiones de terapia. [Risas.] Era todo bien Les Luthiers. Nos ayudó muchísimo. La verdad que es lo que hoy se le llama coaching, es más normal. Pero en aquel momento no era tan común. Nosotros lo necesitábamos en ese proceso.
Habían llegado a meter más de 240 conciertos al año, una dinámica sobrecargada, para una banda que además debe componer, grabar y promocionar tanto sus discos como sus presentaciones en vivo. ¿Cómo fue volver a tocar tierra, una vez que habían aterrizado ese avión?
Y, bueno, nosotros somos muy trabajadores. Somos músicos con todo lo que eso implica. Nos abocamos a la música porque es nuestra herramienta de trabajo, nuestro oficio. Y con Árbol creemos que es muy importante poder trabajar en grupo, en equipo, para poder tener un buen resultado musical. Todo nace primero de las personas. Los cuatro somos músicos muy abocados, que saben que lo central es respetar la idea del otro. Si el otro no escucha, no crece.
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Además de músico, Romero es también productor artístico. Desde antes de emigrar a México había comenzado a trabajar esporádicamente en distintos proyectos, pero una vez que detuvo la actividad de su banda esa se convirtió en su actividad principal.
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¿Y quieren ahora retomar aquella dinámica de conciertos o van por una agenda más holgada?
Sería siempre de otra manera. Cuando uno crece y camina sobre la vida, ya adopta otra perspectiva. Yo hoy soy papá, tengo un hijo de 3 años y medio. Ahora lo dejé con mis viejos. Somos re familieros. Cuando tengo que girar mis viejos me ayudan, pero tengo que regresar. Tener ese aire hace que tengamos más ganas de volver. El de ahora es otro proceso, pero igual estamos tocando muchísimo. Te diría que cada tres semanas nos damos un respiro. Eso fue parte de lo que trabajamos con el Psic. Fernando Ulloa, saber cómo llevar un colectivo en acción.
¿Y cuál es la clave, más allá de la agenda?
Respetar al otro y entender sus tiempos. Porque cuando eso sucede, las cosas crecen solas.
¿De dónde se conocía el núcleo de Árbol, del barrio? Porque todos eran de Haedo.
Del barrio, sí, aunque Martín y Seba vinieran de capital. Lo que pasa que, en la casa de mis viejos, en la parte de atrás, teníamos una base de operaciones. Venía un montón de gente, no solamente los chicos. Había un montón de bandas en el oeste: Los Smithen, La Zurda; con los Tipitos grabábamos ahí. Vincent [Vin Balencia], el batero de Almafuerte —que en paz descanse—, venía también. Era un lugar neurálgico.
Hace casi una década que emigraste a México. De hecho, vivís en Colonia Roma Sur, muy cerca de donde Alfonso Cuarón filmó la película que retrata su infancia. ¿Cómo fue tomar distancia y vivir allá?
Bueno, ahora me mudé porque me separé hace un año. Vivía en la Roma con la mamá de Vito, a cinco cuadras de la casa de Cuarón. La filmación fue impresionante; fue como estar en Hollywood. Cuarón es un director enorme. Hizo tremenda película. Ahora vivo en la Condesa. Ahí hay mucha actividad musical. De hecho, en Hongo, en el tema que produjimos con Gustavo [Santaolalla], toca Quique de Café Tacuba, Celso Piña, el acordeón; canta Torreblanca. Además, produzco varias bandas y discos allá.
¿La actividad de producción musical era algo que ya también hacías en Argentina?
Sí, claro. Yo produje el álbum de Miranda Sin restricciones (2004). Ale [Sergi] era también de Haedo. Una vuelta, volviendo en colectivo, nos encontramos y acordamos producir el disco. Produje, además, Pericos —el segundo disco sin Bahiano—, Pura vida. Le metimos mucha atención a la parte vocal. Unos temas los hizo Cachorro, otros yo y otros los producen ellos mismos. Juanchi [Baleirón] fue productor de Attaque, Massacre, muchas bandas. Olvidate… Dejarse producir por alguien más joven fue un gesto tremendo.
¿Cómo y con qué necesidades surge la idea de sacar una vez más esta nave del hangar?
Lo estamos haciendo con mucha alegría. No queremos que nada sea forzado. Queremos que todo aquello que sembramos en algún momento vuelva a crecer. Y claro, vamos a seguir sembrando, más discos, más música. Va a haber Árbol para rato. Somos más que compañeros de banda.
Eduardo Smith, la otra mitad compositiva del proyecto, al menos entre el 1994 y 2006, había bajado de este avión antes del aterrizaje. ¿Consideraron citarlo para este nuevo despegue?
Bueno, no, él ya hizo su carrera solista y está en la suya. Cada uno está por su lado. Como grupo pudimos encontrarnos y estar sumamente cómodos. Él está en su carrera. Está dado. Nos pasa que nosotros cuatro, no solo musicalmente, sino como personas, estamos muy conectados. Eso hace que todo sea genuino, orgánico.
¿Sentís que el lugar de Árbol había quedado vacante, esperando el regreso? ¿Cómo encontrás la escena de hoy?
Cuando una banda llega a un nivel de popularidad donde llegó Árbol es porque tiene algo diferente a todos. Cuando sucede eso, le da una cosa que las mismas bandas buscan no repetir. Sé de pibes de una movida nueva, que hacen trap por ejemplo, que les gusta mucho Árbol pero no hacen lo mismo. Nosotros también nos hemos nutrido de muchas bandas, de Argentina y de afuera.
¿Y qué características tiene la banda?
El juego vocal, armónico… Viste cuando la persona se empieza a formar tiene sus cosas buenas y malas, y en las bandas es lo mismo.
Y, ¿cuáles serían las virtudes?
Nos escuchamos mucho musicalmente. Todos proponemos y escuchamos. Cada uno está en el lugar que tiene que estar en el colectivo en acción. A veces, uno se puede cansar de manejar y maneja el otro. Ahí está la confianza grupal, cuando deja que maneje otro. Cuando eso sucede es cuando la banda ya está en otro nivel, y la música empieza a crecer e inundarse la energía.
Compositivamente, ¿se reparten la energía o sos todavía el mayor proveedor?
Bueno, depende. La canción nunca termina de ser si no la agarramos los cuatro. Esto es un equipo. Messi es un crack mundial, pero si no tenía a Di María y el resto de sus compañeros, no salía campeón. Cuando el colectivo en acción está bien, el éxito es cuestión de tiempo.
¿Cómo sienten que ha envejecido el repertorio de Árbol?
Bien. Algunas palabras hemos cambiado. En “Osvaldo”, por ejemplo [la canción se llama “Prejuicios”]. Pero el 80% envejeció bien. Ahora, uno puede rever y reacomodar. No es que lo acomodás por careta, sino porque ya no comulgás con aquello.
Te propongo una recorrida por alguno de los temas más icónicos de vuestro repertorio y que me cuentes lo que te surja. Puede ser tanto una anécdota como una contextualización de la composición.
“Jardín frenético”, canción que da nombre al primer disco (1996).
Es una canción que compusimos entre todos, en la sala. Matías [Méndez] trajo esa idea —en ese momento era el batero de Árbol—. Mati trajo muchas canciones a la banda. De hecho, “Rosita” también es de Mati. Después inició su proyecto solista, el Chávez, que yo produje. Es un compositor tremendo. Fernando Ulloa decía: “Árbol es un grupo de cinco solistas —en aquel momento— bien afiatado”.
“Jardín frenético” es la ciudad, el caos. Tiene una cosa bien Jane’s Addiction, grabada en Los Ángeles. El demo lo hicimos en Mataderos, pero luego grabamos en LA con Gustavo Santaolalla, en tape machine, cinta abierta. De “Jardín frenético” creo que hicimos tres tomas, pero de “Rosita” hicimos como quince. Nos habíamos confiado. Decíamos: “Es el tema más pop, ese va a salir”. Y Santaolalla, del control room, decía: “No está, no está, no groovea”. [Risas.]
“Rosita”, del disco Árbol (1999).
Tiene un estribillo en inglés tremendo, que en inglés decía: “Oh, oh, oh. Mother fucker”. ¿Sabés lo que era eso para los gringos? ¡Les encantaba! Ese es un tema de Chávez, que luego trabajamos entre todos.
“Ya lo sabemos”, de Chapusongs (2002).
Es una canción que hice yo. Nació letra y música juntas, pero hasta que no la bajé a la banda, no sonó. La magia se la dio la banda. En ese momento pasábamos los tres acordes y no funcionaba, hasta que un día los pibes me dijeron: “A ver, tocá la canción”, y se empezaron a sumar.
Por esa canción fue que Mercedes Sosa me invitó a cantar, y más de una vez. Yo la enganchaba con “Himno de mi corazón” [Abuelos de la Nada], que la idea de los acordes nace un poco de ahí. ¡Grande, Miguel! No sabés lo que fue cantar con ella. La primera vez, fui a la prueba de sonido y ella se había caído en la bañera, por lo que nunca llegó. Yo dije: “Ya fue, no importa; soy feliz de verla cantar a un costado del escenario”. Pero igual me llamó, y en vivo me dijo: “Hacemos como quieras”. Ahí hay que pelar, imaginate. Repartimos las estrofas ahí mismo, en el escenario. [Risas.] Mercedes era lo más grande que hay. Después me invitó a cantar en la asunción de Cristina y ensayamos en su casa con Gieco, Santaolalla y ella. Ese momento toqué el cielo con las manos.
“Pequeños sueños”, también de Guau!
Es una canción que… [se emociona hasta las lágrimas]. A veces uno tiene que dar muchas vueltas, o exponerlo en una canción para que algunas cosas cambien. Con mi viejo, de joven, no había mucha empatía. Un día, dos años después de aquella canción, viene mi viejo y me dice: “¡Vení, dame un beso y un abrazo!”. El trabajaba en Aeroparque y los compañeros le habían dicho: “¿Tan duro sos con tu hijo?”. Él nunca fue muy afectivo. Y eso fue lo que pasó con esa canción, muchos padres volvieron a abrazar a sus hijos. Lo amo a mi viejo.
“Siempre soñé con tener angina en mi cama / Nunca papá me besó y me dijo hasta mañana. / Quise tener una bici que me lleve a todos lados / Me gustaría decirte tantas cosas. / Ou-oh-oh Dreams / Little dreams”.
“Trenes, camiones y tractores”, tema que abre Guau!
Venía en el micro de gira rumbo a Mar del Plata y me estaba re meando. En el baño, estaba a un costado esa ventanita redonda y al borde de la ruta pasa un tren en sentido contrario, inmediatamente un bondi y, a lo lejos, veo un tractor en medio del campo. Saco el grabador que tenía en el bolsillo y grabo: “Trenes, camiones y tractores, / tanta fuerza, tanta fuerza”. Corto, me lo guardo y me fui a dormir. Al otro día lo bajé a la banda y empezamos a buscar toda esa parte vocal, a lo Queen. Me encanta Freddy, es “El” cantante del rock. Uno puede ser gran compositor, Lennon/McCartney, lo que quieras, pero para mí Freddy es “El” cantante. Las armonías, la musicalidad, la obsesión por los arreglos, la banda… Nosotros siempre trabajamos mucho la parte vocal, siempre cantamos.
El arreglo de “Jijiji” es un claro resultado de esa búsqueda.
Claro, eso nació en el fondo de los de mis viejos en Haedo. Yo tenía una pelopincho [piscina inflable], y hacía tanto calor que fuimos afuera y nos metimos a la pileta. Dijimos: “Mientras estamos sin instrumentos, juguemos a algo coral”. “¿Qué hacemos?”. “Un cover”. “Dale, ‘Persiana americana’”. Pero era muy difícil. Entonces empezamos a hacer “Jijiji” y fue increíble; salió en la pelopincho. Lo armamos en media hora. Después tuve la suerte de conocerlo a Skay y comprobar que no es solo una persona increíble, sino que marcó el camino de cómo trabajar con la música, sin entregar todo a las disqueras. Ellos fueron los primeros, la Negra Poli, Skay y el Indio hicieron lo imposible para editar independiente, en el sello que tenía el papa de Lito Vitale. Los tipos siempre fueron por otro lado. Son los Beatles argentinos.
“Lobo solitario” del álbum nuevo Hongo (2022)
Ese es un tema que hago después de bajar de las cumbres de Maltrata (Veracruz/México). Es un lugar que se llama así porque hay mucha niebla y cuando te agarra es como si estuvieras en una licuadora. Te marea mucho y no lo podés dominar. Íbamos en fila con otros coches, al borde del precipicio, y de repente pasa un camión de frente, prende las luces y nos saca del camino. Yo dije: “A este tipo le tengo que hacer una canción”. Ahí nace “Lobo solitario”. Quería que Santaolalla la cantara y se lo propuse. Gustavo me dijo: “Yo canto y hago el arreglo vocal, pero también lo mezclo yo”. Terminó el tema y para mí es una obra de arte. El disco es bastante ecléctico.
¿Hongo es otra vinculación con Peyote Asesino?
Jaja, no. Hongo para mí es un gran título. Fijate que, en la vida, el hongo es fundamental; tiene que descomponer algo para que vuelva a crecer. Sin eso, no vuelve a tener vida. Nos parecía que estábamos en ese proceso.
¿Por la impronta refundacional?
No sé, musicalmente estábamos en ese proceso.
El año próximo se cumplen 30 años de la fundación de la banda. ¿Tienen programado ya un festejo?
En los 30 vamos a hacer algo, seguro, pero falta todavía.
Pero ustedes se fundaron en el 1994, no falta tanto.
Bueno, sí, pero la historia arranca en el 96, ponele. Por eso ahora estamos con los 20 de Guau! El show de Montevideo va a ser: Guau!, Hongo, Chapusongs; más de 25 canciones.
¿Se sumarán al festejo Gustavo Cordera o el Enano Teysera, amigos de la banda?
Ojalá vengan muchos amigos, en eso somos abiertos. Si están, van a caer, seguramente.
Por Carlos Dopico
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