Pablo Alborán tiene más de 12.500 millones de escuchas en Spotify, una cifra que representa a muchísimas personas del mundo hispano que escuchan sus canciones. Sin embargo, el artista español enfatiza que le da “miedo que el sistema acabe condicionando la forma de hacer música”, o “los temas de los que se hablan” en las canciones.
En su sexto disco de estudio, La cuarta hoja, reivindica el lenguaje de “amor, de las emociones, el dolor, los celos, la rabia”. Un lenguaje propio de Alborán, que celebra que artistas como Luis Miguel aún llenen estadios.
La cuarta hoja refiere al trébol de la suerte que, para el músico, se encuentra dentro de uno mismo. A través del disco, Alborán expresa su amor por la vida, la amistad y hacia él mismo. Y lo hace con varios artistas que invitó a participar de sus canciones, como María Becerra y Aitana.
El 3 de noviembre, Pablo Alborán vuelve a Uruguay para presentar La cuarta hoja en el Antel Arena y promete que será una noche de “mucha fiesta, celebración, alegría y ternura”. Las entradas están a la venta en RedTickets.
¿Qué motivó el disco?
Es un disco muy vitalista, que viene después de una pandemia que nos ha arrebatado la vida a casi todos. Es un disco que devuelve las ganas de vivir, enamorarse, celebrar el amor, los amigos, la familia, la vida, en definitiva. Al final la suerte no está fuera, sino en nosotros, en cómo nos tomamos las cosas y nos reponemos de todo lo malo que nos pueda pasar. Es un disco bastante positivo en ese aspecto. Por eso la gira está llena de colores, luces, unas visuales que te inundan y te hacen viajar cuando ves el concierto.
¿Cuándo empezaste a escribir las canciones?
Lo escribí después de la pandemia, después de sacar Vértigo, que me gusta mucho pero que es muy oscuro. Lo hice en mitad de la pandemia. Este último disco surgió en la gira del año pasado, en pleno movimiento, con los viajes, con los fans, haciendo entrevistas cara a cara y no por el ordenador. Volver a la vida hizo que pudiera escribir de nuevo para hacer un disco tremendamente vivo.
¿Cómo fue el proceso creativo de La cuarta hoja?
Fue entre mi casa, Miami, Los Ángeles, sin pensar demasiado en cómo lo tenía que hacer. Es la primera vez que me dejo llevar un poco y hago el disco sin un orden, sin la obligación de ser tan cuadriculado. Me ha venido bien también como persona.
El disco explora géneros populares, como el reguetón, pero al mismo tiempo mantiene una distancia con lo mainstream. ¿Hasta qué punto te influye la forma en la que se consume música?
Creo que la manera que tenemos de consumir música es la que hay. A veces me hace pensar en positivo y a veces en negativo. Yo creo que el hecho de que haya tanta cantidad de música y tan poco tiempo para consumirla, entenderla y escucharla hace que, al final, hagas música que no se escuche. Me da miedo que se haga música para que no se escuche. No pasa siempre, hay pedazos de canciones que salen cada semana y son brutales. Me da miedo que el sistema acabe condicionando la forma de hacer música, los temas de los que se hablan en las canciones. Estoy harto de escuchar “el titi”, “el toto”, “el chichi”. Cansado. Creo que tenemos un lenguaje precioso para hablar del amor, de las emociones, el dolor, los celos, la rabia. Y me gusta defenderlo en mis canciones. No por eso hay que dejar de hacer reguetón, un estilo que me encanta.
¿Cuándo reconociste eso?
Me pasa hoy en día. Pongo la radio, escucho música y no sé ni qué estoy escuchando. Me hago mayor [risas]. Me encanta que el lenguaje cambie. Es interesante, siempre y cuando el contenido tenga un sentido. Pero si es todo sobre lo físico, el culo que tiene, de follar, llega un punto que dices: Dios mío. Me asusta que la música solo transmita eso. Entonces, ¿dónde queda todo lo demás? Tiene que haber un espacio para todo. ¿Dónde queda la emoción, la ternura, el tacto, el cuidado, el quererse bien? Luego ves a Luis Miguel llenando miles de arenas y thank God, la música sigue estando ahí, los clásicos están. Me refiero más al consumo musical, no hablo de artistas.
En La cuarta hoja te hablás y afirmás a vos mismo. Por ejemplo, cuando cantás: “No pretendo gustarle a todo el mundo”, o “No quiero perderme ni un segundo”. De alguna manera, alcanzás esa profundidad a la que se puede llegar a través de la música.
Sí, creo que nos pasamos la vida culpando a factores externos o buscando la suerte en algo externo. Es una metáfora, pero al final la cuarta hoja del trébol eres tú mismo. Es como un diario del artista. Estoy cansado de andar a contrarreloj. Supongo que habrá muchísimos artistas que sientan que tienen que escribir todas las semanas, casi por obligación. Esa sensación está alrededor. Incluso en el cine, en el periodismo. Es un poco el diario del artista o del creador, no solo el mío. Creo que muchos creadores pueden sentirse identificados.
Comentás que aprendiste a aceptar que te encasillen. ¿Era algo que te preocupaba?
Es normal que te encasillen, en mi caso en el género romántico, que me encanta. Viva el género romántico. El problema está en que el encasillamiento sea algo negativo. Pero es normal, yo también encasillo. Pero me gusta que alguien que me tenga encasillado de pronto se sorprenda en un concierto, eso sí me hace especial ilusión. Pero encasillar la música es inevitable.
En La cuarta hoja colaborás con artistas latinoamericanos como María Becerra, Carin León, Leo Rizzi. ¿Te permitió explorar otras sonoridades?
Sí, sobre todo la manera de componer. Con Leo estuvimos en un estudio y compusimos de una forma distinta. Él tenía la melodía del estribillo y en mi cabeza tenía toda una estructura melódica de piano bastante sofisticada. Teníamos que unir su mundo y el mío sin dejar de ser nosotros mismos. Normalmente cuando compones con otro artista tienes que dejar tu ego de lado. Te entregas al artista y el otro artista se entrega a ti. Al final construyes con un orden que casi siempre se repite, como un mismo patrón de trabajo. Eso aburre un poco. Esta colaboración fue diferente. Leo vino con una propuesta, yo metí mi mundo armónico y nos dejamos llevar. Con María Becerra yo fui con la propuesta, pero le dejé una parte entera en blanco para que la rompiera, para que hiciera lo que quisiera con la canción. Me sorprendió muchísimo porque se fue por otros lugares. Y con Carin León, en “Viaje a ningún lado”, yo quería hacer una especie de banda mexicana. Me ayudó a estructurarlo y usar los elementos adecuados a la banda sonora regional.
Además, en el disco también aparecen Ana Mena, Aitana y Álvaro de Luna, de España. Son varias colaboraciones. ¿Qué te llevó a producir el disco de esa forma?
Pues fue un poco sin querer. Creo que ha sido casualidad. Odio cuando las colaboraciones se piensan tanto y se hace una canción para que sea colaboración. Me asusta mucho porque ya parece el modus operandi de lo que hay que hacer. La canción “Amigos”, por ejemplo, yo no conseguía terminarla. Y era María la que tenía que estar ahí para poder darle vida. Las canciones pedían que estuvieran esas personas.
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