“Y poco a poco comprendía que los Beatles no hablaban de ti”, canta Jaime Roos en “Quince abriles”. ¿De qué estarían hechas las canciones de amor si esos cuatro muchachos de Liverpool nunca se hubieran juntado? ¿Qué sería de la música? ¿Cuántos músicos habrían elegido dedicarse a otra cosa? Lo cierto es que Paul McCartney destinó su vida a plasmar en canciones lo que muchos todavía intentan entender.  

En la noche de ayer, un Estadio Centenario repleto asistió a una clase de historia musical. Es la tercera vez que McCartney visita Montevideo. Sin embargo, no parece ser suficiente. Con 82 años, una naturaleza aterradora para liderar un espectáculo y una banda sobresaliente, estuvo cerca de tres horas repasando gran parte de su trayectoria. Prometió viejas canciones, nuevas canciones, lo que hay entre ellas, y una “fiesta”. Y cumplió.

Uruguay fue el país elegido para abrir la pierna sudamericana de la gira “Got Back”. El turno de Argentina será este fin de semana en Buenos Aires y el 23 de octubre en Córdoba. También están incluidos Chile, Brasil, Perú, Colombia, Costa Rica y México.

Había varias cuadras de fila treinta minutos antes de la hora pautada (21:00) y la ansiedad solo aumentaba. Jugar con la puntualidad es difícil si se trata de un británico. Pero hubo misericordia. Alrededor de las 21:20, las luces del estadio se apagaron y una visual del bajo Hofner acaparó las pantallas laterales del escenario. La primera lección de McCartney: si algo es bueno, puede prescindir de adornos. Bajo ese mismo parámetro arrancó fuerte y seguro con “A Hard Day’s Night”, seguido de “Junior´s Farm”.  

Los gestos de calidez fueron constantes. El intento de los artistas de hablar en español cuando se presentan en países hispanohablantes ya es algo trillado, pero a lo largo de todo el show el británico se esmeró por hacerlo, más allá de la ayuda del teleprónter. El agradecimiento automático después de tocar cada una de las canciones habla por sí mismo.

Fotos: Javier Noceti

Es necesaria una mención aparte a Brian Ray y Rusty Anderson, que se intercambiaron la guitarra y el bajo durante el espectáculo e hicieron su trabajo con creces. Ray, además, fue quien hizo gran parte de los coros. “Letting Go”, “She’s a Woman”, “Got to Get You Into My Life” y “Come On To Me” no solo aumentaron la curva de intensidad, con palmas del público incluidas, sino que también sacaron a relucir el valor de los instrumentos de viento en la banda.

Cada vez que McCartney cambia de instrumento, adopta un nuevo matiz. Determina hacia dónde quiere ir. Cuando aparece la Les Paul colorida y con dibujos de personas levantando los brazos, significa que las cuerdas y los solos de guitarra van a asumir el protagonismo. Así fue con “Let Me Roll It”, con dedicatoria a Jimi Hendrix incluida, y “Getting Better”.  

Si la guitarra es vértigo, el piano es sensibilidad a flor de piel. “Let ‘Em In”, de Wings, y “My Valentine”, dedicada a su esposa Nancy, fueron seguidas por “Nineteen Hundred and Eighty Five”, que subió el ritmo momentáneamente. Un amague que fue completamente anulado por los primeros acordes de una de las mejores canciones de amor que se crearon —no, no es una exageración—. Quien haya escuchado “Maybe Im Amazed” en vivo puede sentirse privilegiado, sin importar que la voz marque el paso de los años, porque la dulzura genuina no sabe del tiempo.

Pero la debilidad del público uruguayo reside en la primera etapa de los Beatles, algo que quedó claro con “I’ve Just Seen A Face”, “In Spite of All The Danger” y, especialmente, “Love Me Do”. Frente a las vallas, señoras de tercera edad bailaban, hacían el twist y el tiempo parecía haberse congelado hace más de seis décadas. A su lado, nietos, nietas, hijos e hijas.

Fotos: Javier Noceti

Abe Laboriel no solo estuvo a cargo de la percusión. Bailando la macarena en “Dance Tonight” al ritmo del mandolín de McCartney, y haciendo muecas y gestos en el transcurso del show, se ganó la simpatía del público. También fue la muestra más clara de una banda que disfruta de tocar en conjunto. El mismo Paul refleja la idea de que no hay que tomarse a uno mismo tan en serio, y no por eso hay que dejar de hacer las cosas bien.

La presencia de John Lennon fue cobrando fuerza a lo largo de la noche. En primera instancia con “Here Today”, una de las últimas correspondencias en formato de canción de la dupla. En este caso, de manera póstuma. Sobre una plataforma de altura, en la que también interpretó “Blackbird”, le cantó una canción a su amigo mientras reinaba el silencio de los espectadores. ¿Qué puede despertar más sentimientos encontrados que una de las duplas compositivas más significativas de todos los tiempos?  

Redobló la apuesta con “Now And Then”, “la última canción de los Beatles”, lanzada en 2023. Uruguay fue el primer lugar donde se tocó en vivo y representó uno de los grandes hitos de la noche. En las pantallas corrían diferentes fotos y videos de los integrantes de la banda, una fibra sensible en el imaginario de los fanáticos. ¿Qué pasaría si las cosas hubieran sido diferentes?

“New”, “Lady Madonna” —con la presencia en imágenes de mujeres como Greta Thunberg y Linda McCartney—, “Jet” y la sgtpepperiana “Being for the Benefit of Mr. Kite!” fueron un subidón que, antes de continuar de la mano de “Obla Di Obla Da”, tuvo una pausa con otra de las grandes canciones de amor que existen.

Fotos: Javier Noceti

Los primeros acordes sonaron desde el ukelele de McCartney, pero la dulzura se transmitió con la misma fuerza. Con las imágenes y la dedicatoria al compositor de la canción, “Something” y George Harrison tuvieron su momento especial. Junto a “Band On The Run”, con el escenario iluminado por focos amarillos, fueron un vergel antes del pico de intensidad de la noche. 

Solo hubo lugar para clásicos. “Get Back” y “Let It Be” fueron los introductores a la locura. Lo de “Live and Let Die” todavía no tiene explicación: fuegos artificiales, propulsores de fuego, humo y el inmenso set de luces iluminando un rojo intenso. La acumulación multisensorial fue contrarrestada repentinamente por “Hey Jude”. Paul McCartney parecía estar operando una montaña rusa, y no llevando a cabo el último bloque de su show.

Por si fuera poco, Lennon terminó de materializarse con su participación. Con el track del concierto histórico en la azotea, cantó junto a McCartney “I’ve Got a Feeling”. De espaldas al público, el músico tocaba mirando a su amigo por la pantalla.

Reitero: ¿Qué pasaría si las cosas hubieran sido diferentes? Puede que él y nosotros nos hagamos la misma pregunta.

Fotos: Javier Noceti

Festejando los cumpleaños con “Birthday” y dando una nueva dosis de rock con “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (reprise)” y “Helter Skelter”, el encore resultaba más que generoso. Es posible que McCartney sea el producto de una fuerza de la naturaleza que no sabe de límites. Con alguna que otra sonrisa, parecía decirle a todo el estadio: “Viejos son los trapos”.

El final fue la síntesis del amor que Paul McCartney siente y que se esmeró por transmitir en sus años de carrera. El amor por la música, el amor por los amigos, el amor por la belleza. El medley que cierra Abbey Road (1969): “Golden Slumbers”, “Carry That Weight”, “You Never Give Me Your Money” y “In The End”. The love you take is equal to the love you make. La dulzura, la brutalidad y la destreza unidas para crear un sonido que solo cuatro personas pueden replicar con exactitud y al que miles intentan, sin éxito, acercarse.

¿Cómo un hombre de 82 años puede terminar un concierto en mejor estado que su público? “Nos vemos la próxima”, dijo antes de retirarse. Ojalá que, al igual que diez años atrás, vuelva a cumplir su promesa. Ojalá que el sonido que mantiene vivo después de tantos años, vuelva a nosotros una o varias veces más. Ojalá que el encore sea eterno y así, algún día, podamos entender lo que él ya entendió tanto tiempo atrás. Mientras tanto, sus canciones seguirán pintando los paisajes de varias generaciones.