Por Deborah Rostán
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No somos Vietnam, no somos Ucrania, no sufrimos guerras, ni cargamos en hombros grandes tragedias. Tampoco estamos atravesados por placas tectónicas, ni portamos la elegancia de collares volcánicos o montañosos. Por suerte, podemos decir. O por ventaja del destino. O de alguno que nos neutraliza. Un puerto, tres gauchos, la parsimonia de la llegada tarde, el clima de la llanura y la penillanura (tan halagadas por las maestras), la marihuana legalizada para todes. Quizás la aparente calma se explique por esos lados. O no. ¿No?
Porque lo cierto es que la historia no da tregua y las marcas del tiempo punzan como sus agujas. Lo cierto es que más allá del changüí político, los pocos años de vida, o la geografía light, estamos en este mundo. Y mientras el mundo sea mundo, no estaremos exentos del conflicto. De alguna batallita.
Y lo cierto, también, es que noche por medio, más menos, me desvelo, doy una vueltita por Instagram, buscando algo, porque siempre andamos hurgando con ojos de flaneur en ese París digital.
Paseo. Y en el recorrido me sorprende cada vez más encontrarme con retratos de miserias impregnadas en rostros, tatuadas en ciudades, representadas con el dramatismo estático de la imagen. Ese que dice y dice, sin chistar. La mayoría con alguna inscripción. Menor. Por lo general, es la imagen misma por la imagen misma quien baja de golpe. Y si son curiosos como asumo, ya habrán entendido por qué hay que nombrar a la aplicación por su nombre.
Los tonos grises –es de notar que muchos aparecen en esa edición de color– hablan en código, encriptan la poética del dolor detrás de ese juego de claroscuros y mosaicos, a veces con movimiento o algún foco corrido. Y muchas veces el detalle minimalista ruega ser escuchado en su súplica. Y sí. Hay que saber mirar para no perderse el espectáculo.
Porque todo en la foto cuenta la historia. El relato de las miserias de algún ser o de un pueblo, o de un colectivo, un grupo; las reinvindicaciones de géneros, de todos los géneros, de muchos géneros. Las tragedias cotidianas que son consecuencia de falencias sociales. En fin, la violencia sistémica del señor Žižek haciendo eco a través del flash.
Las imágenes comunican el estado de la cuestión del país. De algún desastre político o climático o ecológico o hasta humano. Y todos podemos acceder a leer la noticia en el juego de luces y sombras reveladas en la pantalla rectangular que llevamos como apéndice. Nada menor.
La reproducción de la situación límite actúa como un reflejo claro del panorama nacional. Nos pone a tiro de la miseria que se vive en la calle, o de la multitud que caminó exigiendo derechos, y hasta de un sentir perdido en la perspectiva de los ojos que están en un retrato.
Más allá de entender que el arte es una interpretación en la reproducción semiótica cultural, sin ese dedo apretado a tiempo no podríamos tener la plena conciencia de la existencia del hecho que se expone. Sin la red social, muchas veces, no lograríamos acceder a estos Capa futuristas, estos ojos corresponsales que han entendido por dónde camina la comunicación, y usan los medios como lo que son. Como medios. Como herramientas para enmarcar lo que de otra manera se hubiera perdido. La red habilita y posibilita el entramado de estos disparos que podrían perderse, en algunos casos, en el anonimato, dado que la aplicación da espacio no solo a quienes ya son activos en el asunto. En ocasiones, el ejercicio de publicación en el feed es realizado por quienes ya juegan un papel en medios de prensa, pero en otros casos, quienes postean son simplemente activistas mostrando la noticia en sus perfiles. O haciendo uso de ellos para comunicar.
Habilitada por la app, la reproducción masiva invita al diálogo, y nos encontramos vivenciando realidades cercanas, pasadas por alto, a veces, en la calle misma. Y otras veces en el machaque del beboteo y la pose de los personajes que buscan intenciones tinder en la red. La verborragia de la primera persona lookeada para el show del muestreo corporal, de la insinuación sexual que espera el corazoncito como quien espera la invitación a la cita (la cerveza en un bar), se apaga en estos otros caminos de búsqueda de comunicación de los hechos en sí. ¿Y qué si no quedará registro de ello?
Aprendizaje de antaño: la historia y sus miserias se pierde en el relato oral. Y acá no alcanzan los elementos rítmicos para canalizar el cuentito tiritando en el teléfono descompuesto. Hay que materializarlo para no perder la crudeza de la experiencia en el momento justo en que sucede, dentro del contexto que nos ocupa.
La fotografía documental, el fotorreportaje ganan terreno en las redes sociales (valga la cursiva) y devuelven la fotografía a su lugar de origen. Como queriendo evitar que la esencia fotográfica se esfume, desde la subjetividad estética de quien hace la toma y en la efervescencia del posteo diario, los grams se desesperan por comunicar objetivamente las guerras sutiles que atravesamos en el paisito.
Ah! Por si quedó ahí picando la intriga, Instagram significa imágenes al instante. Y en este meollo, creo que el nombre, ese nombre, algo de ruido hace.
Las imágenes, en sus respectivos perfiles de Instagram, son de
- Alessandro Maradei @alessandro.maradei
- Marcia Casarino @mar_casarini
- Nicolás Blanco @nick_mclarry
- Pablo Sosa @pablososaph
- Patricia Rijo @rijopatricia
- Santiago Mazzarovich @smazzarovich
- Colectivo Yeca @colectivoyeca
Integrado por
Agostina Vilardo @tina_peache
Andrés González @cosasqueveomvd
Ernesto Ryan @ryanernesto
Jorge Tricarico @jorge_tricarico
Marcelo Casacuberta @marcelocasacuberta
Marcos Elgue @marcoselgue
Mariana Greif @mgeuy
Martín Cerchiari @_cerch
Pamela Dasilva @pamedasilva_
Por Deborah Rostán
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