Por Pancho Pastori de Casa Arbus | @casaarbus
María Pía Galvalisi me resulta una persona particularmente intrigante y sus imágenes hipnotizantes. Es una fotógrafa que explora el retrato y el autorretrato desde un lugar muy sencillo, pero logrando un estilo particular y único, lo que lo hace meritorio por demás.
Este espacio que tenemos con Casa Arbus en Latido Beat para presentar fotógrafas y fotógrafos que nos parecen interesantes es una gran excusa para tomarme un tiempo para reflexionar el por qué de ese interés. Desde que me contacto con la persona que será presentada en esta columna, me pongo a mirar con más atención su trabajo y a buscar información sobre su vida y sus proyectos. Es, al igual que la fotografía, una excusa para entrometerme un poco en la vida de otros.
A María Pía la crucé por primera vez en un encuentro del Centro de Fotografía de Montevideo, donde se daba una instancia de debate abierto en la azotea. Yo comenté que en las redes se subían cosas por subir y para pinchar un poco más la discusión (como me gusta hacer habitualmente), dije que en mi caso también era así, a lo que una chica desconocida para mí hasta ese momento, tomó la palabra y dijo, muy cortante, algo así como: “Si no tenés nada que decir con una imagen, ¿para qué la compartís?”. Siempre que subimos algo, estamos diciendo algo. Por lo pronto, cómo nos queremos mostrar hacia el mundo, qué queremos que vean de nosotros o de lo que hacemos, por lo que doy la razón públicamente a Pía.
Nació en Salto, Uruguay en 1993. Me dijo que le obsesiona el paso del tiempo, el cual de alguna forma intenta congelar en sus diferentes proyectos donde los autorretratos y las fotos familiares abundan.
Le gustan los gatos. Su mirada en los autorretratos y las pocas veces que la vi en persona me dan la misma sensación que la de estos animales, esa de no saber bien qué piensa o, mejor dicho, suponer que está pensando lo peor de uno.
Tiene esa mirada en las imágenes, pero también la logra con la mayoría de sus retratos. Veo en sus fotos una manto de antigüedad y misterio que le dan una unidad a toda su obra y que resulta atrapante.
Entre sus influencias menciona el tango y creo que sus fotos son eso, la melancolía de esa música o por lo menos seguro esa es la banda sonora con la que las miraría. También menciona a August Sander, yo creo que se conocieron en otra vida.
En Sobre la fotografía (1977), Susan Sontag dice sobre Sander algo que podríamos traspasar a los retratos de María Pía, aunque sus temáticas sean completamente diferentes: “Nadie está distraído, incómodo o descentrado. Un cretino es fotografiado con la misma imparcialidad estricta que un albañil. La complicidad de Sander con todos implica también una distancia frente a todos”. Esa cercanía distante es la que los retratados por Galvalisi me trasmiten, sin importar quién sea.
En esta búsqueda sobre María Pía encontré cosas en Internet, pero también recordaba que en una “Materia Sensible” (de su querido y formador Fotoclub) estaban algunas fotos de ella, revolví la biblioteca y ahí estaba, la serie “Los Galvalisi”, las primeras fotos que vi de su autoría y que enseguida me llamaron la atención.
Son retratos individuales en blanco y negro, de diferentes miembros de una familia con mascotas en sus brazos. Todos tienen esa mirada a cámara, pero perdida al mismo tiempo, propia de los retratados por Pía. Todos, menos una señora, que agarra un cordero y su simpatía ganó la pulseada contra la fotógrafa.
Esos retratos están acompañados de un texto, al igual que la mayoría de las fotos que comparte la fotógrafa en sus redes. El texto de esa serie decía:
“Los Galvalisi habitan el viejo hotel que está frente a la plaza central de un balneario amarillo y seco. Durante el día las ventanas están cerradas y el aire inmóvil. Cuando cae la noche las arañas se encienden y la mesa se llena de alcohol, panes y paté. Los niños toman vino. La orquesta toca de espalda. No está permitido bailar. Se sabe que a Palomas van los desterrados, los miserables, los solitarios. Los que no se reclaman en caso de muerte. Esto quiere decir que nadie interfiere en las operaciones nocturnas que inician pasada la una de la mañana. Primero, la menor de los hermanos presiona al elegido para que se dirija a la cocina tomado de su mano. Ahí la esperan los otros tres y lo guían hasta el sótano. El del medio saca la llave y tranca la puerta. La señora de pelo blanco aparece desde el fondo de la habitación y le inyecta una sustancia. El elegido cae al suelo. La más rubia de las hijas enfrenta la silla del desmayado para fotografiar la disección. El padre acerca el bisturí al cuello y hace un tajo de lado a lado. La madre le pinta los labios con sangre y lo dejan morir. Después de un cuarto de hora suben en fila la escalera y vuelven a la fiesta.”
Si los retratos no alcanzaban a dar la atmósfera sombría que buscaba la autora, el texto los remata. Igualmente, créanme que los retratos ya tenían bastante de eso, pero siempre sin necesidad de artilugios, siempre con la captura de la expresión justa y un blanco y negro nostálgico.
La fotografía llegó a Uruguay en 1940, muy poco tiempo después de que en París se anunciara el Daguerrotipo. La casualidad trajo a un hombre que tenía uno y lo sabía manejar. La casualidad también hizo que se quedara en estas tierras y enseñara a diferentes personas y eso derivó en que rápidamente tuviéramos estudios de retrato, como había en Europa. Todo esto tiene que ver con María Pía, ya que en esa nostalgia que atesora, no podía ser otra que ella la que tuviera un estudio de retratos al estilo de los que había en ese Montevideo antiguo. Posiblemente, además de a Sander, haya conocido en otra vida al Abate Louis Comte y seguramente, por momentos, su cámara Sony se convierta en un daguerrotipo sin que se dé cuenta.
Tengo pendiente ir por esa experiencia del estudio de retratos, creo que me intimida un poco María Pía. Pero seguro debe ser una gran vivencia y los resultados que se ven en las redes son geniales, por lo que recomiendo a todos los que llegaron hasta este punto de la nota, que la busquen en redes y agenden ese viaje en el tiempo con una persona que los capturará como nadie.
Desde su embarazo ha registrado y compartido la maternidad a su estilo, con imágenes atemporales y textos que también mantienen una línea. Su escritura deambula por diferentes ideas sobre un tema o vivencia, como si al escribir recordara cosas y sintiera la necesidad de interrumpir lo anterior para plasmar lo que surgió, pero siempre con una belleza poética envidiable.
Actualmente trabaja en Diario para Cecilia y Árbol, un proyecto fotográfico donde retrata a cada uno de sus familiares “para no olvidar sus rostros jamás”.
¿Cómo empezaste en la fotografía y qué te inspiró a seguir este camino?
Empecé a fotografiar en el año 2015 cuando me fui a vivir a Buenos Aires, sin ser consciente de que la fotografía se convertiría en una necesidad y una pasión. Usaba un celular para registrar lo que me rodeaba y llamaba la atención, justamente porque no quería olvidarlo. Con un sentimiento bastante tanguero de lo efímero, lo que quedó atrás y no volverá. Obsesiones que me persiguen desde niña. El tango siempre estuvo en mi vida, aún así sin haberlo escuchado. De esto también me di cuenta en Buenos Aires. Y luego se convirtió en un modo de supervivencia. Me ayudó a sobrevivir, a exorcizar mis demonios, a levantarme una y otra vez por un impulso creativo que latía, me obligaba a agarrar la cámara y disparar para sentirme liviana, salir de mi encierro. Me inspiró el ser humano, los espacios muertos, la necesidad de registrar y captar un instante de esta realidad que tanto me conmueve. Básicamente, el tiempo.
¿Cómo definirías tu estilo fotográfico y por qué?
Esto prefiero que lo definan los otros. Lo que sí, lo único que me interesa es ir al hueso. Encontrar lo humano y lo profundo. Sin artificios. La crudeza sobre todo en imagen y palabra. Cierta crudeza que no es necesariamente violenta.
¿Cómo elegís a tus sujetos o temas?
Desde una búsqueda, generalmente interior, que me inquieta y conmueve. Siempre.
¿Cuál consideras que es tu proyecto/foto más significativo hasta ahora y por qué?
Árbol (en proceso e inédito) y Diario para Cecilia. Dos proyectos ligados a lo familiar. Pilar fundamental en mi vida.
¿Cómo influyen tus experiencias personales en tu trabajo fotográfico?
Cada cosa que hago o vivo influye en mi trabajo y está completamente conectado porque mi fotografía soy yo misma. Mi obra es mi vida.
¿Qué fotógrafos/as o artistas influyen en tu trabajo?
El primero que me voló la cabeza fue August Sander. Alessandra Sanguinetti me gusta bastante, sobre todo su trabajo Las aventuras de Guille y Belinda. Bueno, Francesca Woodman, Richard Avedon. Y el cine, que influyó muchísimo en mi visión de la fotografía. La nouvelle vague, el neorrealismo italiano, Fellini. Eduardo Darnauchans, Onetti, el tango. Son un montón.
¿Cómo es tu proceso creativo, desde la idea hasta la captura final (o finalización del proyecto)?
No tengo una línea marcada clara. Es bastante instintivo. Me controla y se mueve a su propio ritmo. No pienso nunca demasiado. Me dejo arrastrar. Sé que termina cuando siento que cierra y no tengo más nada para decir o agregar.
¿Cómo manejás los desafíos técnicos o creativos en tus proyectos/fotos?
Suelo trabajar con luz natural y me ciño a mis conocimientos. Si quiero hacer algo que no sé, pido ayuda. Suelo compartir mis proyectos con personas que realmente me conocen y pueden darme su visión de lo que tienen enfrente. Luis Fabini fue una figura importante en mi fotografía. Sobre todo me enseñó a trabajar de manera responsable, a buscar más allá de lo que ya sabía, a conocer la luz.
Más allá de lo que hagas habitualmente, ¿preferís trabajar con luz natural o artificial y por qué?
Luz natural siempre porque es la luz que conozco y adoro sus matices incontrolables. En los retratos de estudio me apoyo con luz continua. De todas formas, si supiera usar flash, lo usaría en el estudio. Pero no sé, así que no lo uso. Tengo cierta idea y sé manejarlos pero cuando entran en campo cuestiones más complejas de rebotes, sombras, etcétera, me genera frustración y mal humor. Entonces lo dejo. De todas formas creo que la luz natural es hermosa y siempre te sorprende.
¿Cómo seleccionas las imágenes que exhibís o que forman parte de un proyecto?
Las siento. Simplemente las miro y lo sé. Hay algo en ellas que me dicen es esta.
¿Qué equipo fotográfico es esencial para vos y por qué?
Ninguno. Lo esencial es el alma de las cosas. No el medio. Tengo mi cámara Sony A7R III hace años. Sí me gustaría comprarme una de formato medio para trabajar en estudio. Por una cuestión técnica y de definición, sobre todo.
¿Cómo ves el futuro de la imagen en tiempos de inteligencia artificial?
Creo que los artistas seguirán siendo artistas y creando ellos mismos su obra, a no ser que quieran experimentar con la IA. Pero no creo, ni cerca, que vaya a convertirse en la forma más común de crear imágenes. Hablando estrictamente del medio fotográfico creativo. Después no sé ni me interesa.
¿Qué foto icónica de la historia te hubiera gustado hacer a vos?
Ninguna. No pienso en eso y creo que cada artista es único. Jamás me interesaría ser la autora de una obra que es de otro. Sí siento muchísima admiración por distintas fotografías icónicas pero dista de desear haberlas creado yo.
¿Cómo consideras que la fotografía puede influir en la cultura y la sociedad?
De muchísimas formas. Para bien y para mal. Puede conmoverte, sacudirte hasta el punto de cambiar tu forma pensar y sentir sobre conflictos, situaciones. Puede hacerte sentir pésimo. Por ejemplo, las fotografías que se ven en redes sociales de influencers y gente viviendo una vida idílica y falsa mostrando y vendiendo estilos de vida prácticamente inalcanzables y vacíos. Burdos. Y así podríamos estar horas.
¿Tenés algún proyecto futuro o meta que te gustaría alcanzar en la fotografía?
En este momento no. Finalizar Árbol por lo pronto, poder hacer una exposición y editarlo en Fotolibro junto con Diario para Cecilia sería algo gratificante y hermoso.
¿Qué foto te queda aún por sacar?
Seguramente unas cuantas. Ninguna específica que tenga en mente.
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