María Dodera dirigió, al menos, 40 obras de teatro en las últimas tres décadas, desde que ganó el Premio Florencio revelación en 1991 y se fue a París a estudiar dirección. Obras que la perfilan como una directora punzante, convencida de que “todo el teatro es político”, por generar discusión y problematización de la existencia, como los griegos en el ágora, dice.
Los textos que “implican” a Dodera, los que la convencen para poner en escena, reflejan esa creencia. Ella misma categoriza “tres troncos bien definidos” que vertebraron su trayectoria: la actualización de clásicos —Electra y Máquina Hamlet—, un teatro existencial y político que realizó junto con Gabriel Peveroni —Exterminio o Sarajevo esquina de Montevideo—, y el tema género —Simone, mujer partida o Rosa, un cuerpo junto al río Spree—.
Su columna vertebral se une también por hacer un teatro que, “como consecuencia, incomode”. Aunque lo que busque, en verdad, sea implicarse con el material, y, a los efectos, también a su público.
“Busco poder revolcarme en ese mar de creaciones, en esa traducción que le hago al autor, porque, en cierta forma, cuando se escribe ya se sabe que se va a escribir para ser traducido, para ser llevado a orto territorio, a un territorio más material, más vivido, de la existencia humana y no del escritorio”.
En 2022 volvió a ser premiada por los Florencio, esta vez en las categorías de iluminación, ambientación sonora y elenco por la puesta escena de Slaughter, escrita por Sergio Blanco. Para Dodera, “una de las voces que nos representan en la contemporaneidad”, más allá de haber sido escrita hace más de 20 años.
Por tercera temporada, Slaughter vuelve al Teatro Stella D’Italia con la protagonización de Leonor Chavarría, Sebastián Silvera Perdomo y Franco Rilla. Las funciones serán los domingos 16, 23 y 30 de abril a las 20:00.
En marzo volvió Último encuentro y ahora retorna Slaughter. ¿Es común que sucedan las reposiciones?
Las reposiciones siempre te las manda el público. Esta fue una obra —Slaughter— que, desde que arrancó, estuvo con entradas agotadas. Mucho éxito del público, primero, y de la crítica también; tuvo 11 nominaciones a los Premios Florencio, y ganó tres. Tengo la sensación de que quedó mucha gente sin verla porque fueron dos temporaditas. Las temporadas no son como antes, son más cortas. Siempre terminamos a sala llena. Yo reestreno cuando lo amerita.
Decís que siempre te gustó mucho Slaughter por su vigencia, más allá de ser una obra del 2000. Pero ¿por qué decidís ponerla en escena en 2022?
Es un texto que tiene aspectos clásicos porque, creo, es contemporáneo a todas las épocas. Habla de la posguerra y, sobre todo, de los efectos que tiene la guerra: de shock, de trauma, de cómo queda el ser humano para poder reinventarse, de revalorar la existencia. Eso pasó en la pandemia, quedó un efecto traumático, fue como si hubiese pasado una guerra por el ser humano. Durante la pandemia leí mucho y el texto volvió a mis manos. Y dije: “Es lo que quiero hacer hace muchos años y es sumamente vigente hoy”. Es un texto muy bello, es duro y tiene esa belleza del horror.
¿Qué tiene que tener un texto para que lo dirijas?
Tiene que ser irreverente, no convencional, tiene que tener intersticios para que yo pueda meter la dramaturgia; pequeñas fisuras en las que yo me puedo colar con mi subjetiva, mi arte. Tiene que provocarme, implicarme tanto como para que yo pueda implicar al público. Y tengo que conseguir un elenco que esté tan apasionado como yo.
¿Disfrutás de hacer un teatro que incomode?
Bueno, no es que busque la incomodidad. Directamente lo que elijo nunca es totalmente cómodo. Mis amigos me preguntan: “¿Cuándo vas a hacer una comedia o algo para reír?”. Pienso que no entra mi subjetiva. Yo creo que existe el buen teatro y el mal teatro, pero no es que este sea el bueno y los otros no. Sino que, en mi subjetiva, en mi mundo, en mi fantasía y mi forma de expresar, me gusta este tipo de teatro que, de alguna forma, como consecuencia, incomoda. No es que busque incomodar al espectador, busco implicarme.
¿Qué influencias teatrales marcaron tu impronta como directora?
A mí me encanta Koltés [Bernard-Marie]. Si a mí me decís: ¿de qué gremio querés ser en dramaturgia? Quiero Koltés. Shakespeare. Son los que más me fascinan. Después me gusta crear directamente con el actor en escena. Pero Koltés, te diría, que es al que más admiro.
El teatro tiene muchos roles, ¿por qué elegís la dirección?
Yo empecé actuando con Teatro Uno, en los boliches, los bares, las calles. Me divertí mucho, en los principios de los 90 trabajé en el circo de Montevideo. Eso lo recuerdo y siempre lo cuento: ante una enorme platea de punks me dijeron “bajate gorda”, y ahí fue maravilloso, se me pasaron mil cosas por la cabeza, como “no sé por qué estoy haciendo teatro”, que siempre se te pasa. Me acerqué a ellos, los miré fijamente, me di cuenta que podía seducirlos y terminó en un gran aplauso. Yo creo que ese fue mi gran momento de actuación. Me gusta la actuación cuando no te estigmatizan, por eso a mis actores les busco su voz, su creatividad. No creo que exista una única forma de hacer el Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo, sino que depende de la actriz que lo interprete. Entonces, la dirección me gustó porque me daba más libertad de elección. Después saqué el Premio Florencio revelación a dirección y me fui a estudiar a París. Medio como que la dirección me eligió a mí.
¿Qué significa la dirección para vos?
Me encanta. La tomo como una cocreación con los demás integrantes del equipo. Pienso que el teatro es totalmente colectivo y alquímico, y que es la forma de poder construir la creación total, íntegra. Soy apasionada por la dirección.
¿Recordás cuándo se te despertó la pasión por el teatro?
Sí. Mis padres me llevaron al teatro, creo que era Manual para divorciadas. Vi esa obra y dije: yo quiero ser una de ellas. No quiero estar sentada acá, quiero estar ahí arriba. Sentí una gran pasión por el escenario, como si hubiera visto el joven más lindo del mundo.
¿Cómo tomás las decisiones para poner en escena una obra?
Selecciono el casting, que es el primer gesto de creación porque elegís quién va a ser tu actriz o actor, tu músico, quién va a hacer la escenografía, vestuario; la elección ya es una decisión de creación. Tengo un momento de preproducción en el que me imagino la puesta en escena y hago un croquis, pero siempre con espacio para sorprenderme. Siempre puede haber inteligencias e intuiciones muy superiores a lo que hacés por escritorio, y estoy abierta a tomarlas, sino sería una dirección acartonada y yo creo que es con la vida, con el revolcón, que se crea la historia. Voy añadiendo las cosas más inteligentes que surjan, generalmente el actor o la actriz tiene soluciones mágicas que te mejoran cualquier texto o preproyecto.
En ese sentido, decidís incluir música en Slaughter, ¿por qué?
La música es un lenguaje más, igual que el texto dramático, que puede ser narrado desde diferentes perspectivas. El lenguaje musical es muy importante porque le da ritmo, y, en teatro, generalmente, una de las cosas más misteriosas es el tempo.
¿Qué rol cumple la música en esta obra particular?
Es esencial. La música tiene momentos que embriaga todos los sentidos y que te da una perspectiva de belleza al horror que se está contando.
Este año también vas a dirigir una versión de La zapatera prodigiosa, de García Lorca, por Gabriel Calderón. ¿Cómo surge esta propuesta?
Me invitó Gabriel. Antes de saber el título, le dije: “Vengo con el sí totalmente fácil”. A cualquier propuesta le iba a decir que sí porque es una personalidad del teatro que admiro y me encanta la gestión que está haciendo entre el teatro público e independiente, es uno de esos seres teatrales que te dan luz. Donde va Gabriel cambia todo, cambia las cosas ordinarias a extraordinarias, es maravilloso. La Comedia es un gran elenco, tuvo siempre un gran desempeño y es muy respetada por mí. Pero, evidentemente, en esta era, Calderón ha explotado, como dice él mismo: “La Comedia ha ardido”, el año pasado fue una temporada tremenda.
¿Cuál es el rol del teatro en un mundo en el que predomina la virtualidad?
Cuando el contexto cambia, cambia todo. No solamente el teatro, sino el boliche, el café, la familia, las leyes. Pero la esencialidad no. El teatro es indestructible. Es convivio, es rito. Es algo muy primitivo, es necesario. El teatro nunca va a morir. Siempre se dice que está en crisis; en crisis estamos continuamente los seres humanos, y podemos crear en crisis. Ahora lo veo en un gran momento: los teatros llenos, rebosantes. La gente quiere vernos. Con la virtualidad, el teatro se ha aggiornado, las temporadas antes eran de tres meses, ahora son de tres semanas, más tipo temporadas de rock, intensas y violentas, que te dejan huella. El teatro es como una fiesta. Más allá de que vengan los robots, va a seguir existiendo.