Escribe Martín Inca | @inca_martin

Lo que suele verse de la música, o lo que llega a los públicos, son los shows, los discos, los comentarios en redes de los artistas. Se ven, aunque menos, los productores, técnicos, vestuaristas, sonidistas, managers, agentes. Pero, además de todo aquello, hay una forma que contactar con el mundo musical de forma directa: a través de la prensa. Es la voz de los propios artistas, colocada en un repositorio cultural y mediático, pero también es la voz de los que escriben y narran todo aquello. Y, una voz todavía más en silencio, cuando trabajan los editores.

En esta edición de Modo Retrete, el ciclo de notas en el que colaboran La Cretina y LatidoBEAT, entrevistamos a Manuel Serra. Editor digital en LatidoBEAT, acepta el desafío de La Cretina para una entrevista poco convencional en un baño. Hoy vuelve a tocarle al mundo de la música, pero desde otra perspectiva. Serra, que es un melómano, “consumidor de vinilos, y a mucha honra” como supo definirse en alguna nota, que es hacedor de entrevistas interesantes, que es gran usuario y conocedores de bares tanto de Montevideo como el interior del país.

Su conexión con la música y una gran apertura para lo nuevo, hacen de él una persona con una perspectiva diferente del mundo artístico y cultural. Aprovechando los dos años de lo que el suplemento llama la Cesárea BEAT, una celebración que busca honrar la forma en que el suplemento llegó al mundo, en que fue parido, conocemos desde adentro cómo colabora el periodismo cultural con su espacio físico e ideológico. 

¿Considerás que el baño es un lugar que nos muestra a todos más vulnerables?

Si te dijera que sí, te estaría mintiendo. Y eso no es algo que me guste. Entiendo por dónde viene esa concepción: el baño nos encuentra haciendo nuestras necesidades básicas, yendo a vomitar si nos pasamos de copas. Por suerte, hace tiempo que no me pasa. En definitiva, nos encuentra siendo humanos. Entonces, si ser humano es ser vulnerables, sí. Pero yo creo que no. Que la vulnerabilidad viene por otro lado. Y a los watercloss y sus cubículos los veo como un lugar democratizador, un espacio al que tenemos que ir todos. Algo que nos une. Por lo tanto, lo siento más como un santuario de la complicidad, de comunión y de ser, a fin de cuentas, iguales. Aunque sea por el tiempo que demoramos en entrar, hacer la cola y tirar la cadena.

Vos que sos periodista y editor de LatidoBEAT, te has encontrado más de una vez, con comentarios sobre las notas que se publican. Puede ser tanto en los comentarios del medio, como en redes sociales. Es decir, comentan sobre la cultura. Los baños que están todos escritos, también son una forma de comentario. Una forma de plataforma. ¿Qué diferencias encontrás entre una y otra?

Encuentro una diferencia capital: el amor. Los comentarios de las notas se pueden transformar –paradójicamente, porque los baños no– en un espacio cloacal terrible. En un lugar donde ir a vomitar, pero no la bilis del alcohol. O del licor que busca camuflar el sufrimiento. Una tarea que me parece mucho más noble. Creo que a los comentaristas muchas veces les falta salir a un bar y tomarse unas copas y, de esa forma, bancarse la frustración. En vez de insultar a la primera persona que pasa –escriba, en este caso– e intentar sacarse el veneno de esa manera. Señor de los Venenos hay uno solo y se llamaba Enrique Symns… Dicho esto, la libertad es libre y, aunque no estoy de acuerdo con muchas cosas que se dicen, defiendo y milito que se puedan enunciar. “Podré estar en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, como la frase que se le atribuye a Voltaire, aunque ahora parece que no es de él. Sería de una escritora inglesa de apellido Hall, me enteré el otro día. Pero ese es otro tema.

Como buscador de historias culturales, ¿creés que es viable encontrar una historia digna de contar en un baño?

Claro que sí. Y me animo a decir que los bares son unos de los grandes repositorios culturales que existen. Sé que se supone que los periodistas no deben revelar sus fuentes y no lo haré, sin embargo, voy a confesar que muchas de las historias que hacemos en LatidoBEAT han surgido de boliches. De conocer gente y escucharlos. De tener los oídos abiertos. De fumarse charlas que no llevan a ningún lado –noticiosamente– aparentemente, pero que terminan con unos plot twist dignos de las mejores series policiales suecas. Pero hay algo que es fundamental en estos casos: lo ético. Uno no cuenta todo lo que le dicen, y tiene que hacer los contactos durante el día para confirmar que se quiera hablar de lo dicho bajo el velo de la noche. Sin ética y respeto de la privacidad, no hay nada. Solo falta de rigor profesional. Y algo peor: falta de rigor humano.

Trabajás y vivís en Montevideo, pero también sos muy partidario de ir a buscar música del interior uruguayo para darle visibilidad. En ese sentido, ¿notás diferencias entre los bares del interior y los capitalinos?

Celebro a la eternidad esta pregunta. Efectivamente, amo mucho a eso que le dicen “interior” en este país, aunque no se hace en ningún otro lado del mundo. También está eso de “irse para afuera” que tampoco rima con esa expresión… Pero volvamos a lo nuestro: claro que encuentro diferencias en los bares capitalinos y los de otros departamentos. No son ni mejores ni peores. Pero uno encuentra una fauna diferente y propuestas disímiles también.

Cuando vengo a La Cretina puedo pretender escuchar David Bowie, pero, quizá, si estoy por Castillos eso no es algo que suceda y tengo que escuchar a la Dupla o al Chacho Ramos. Y ambas cosas me gustan por igual. Uno tiene que adaptarse. Está eso de la teoría de la evolución, pero algo más importante: ese dicho que me encanta que dice que “en Roma como los romanos”. Y lo que me cuesta tolerar es cuando desde Montevideo se ve al resto del país por encima del hombro. Cuando se creen que “afuera” de su circuito no pasa nada. “Vaffanculo”, me sale decir.

Uruguay es un país único y está lleno de boliches y propuestas culturales diferentes y hermosas por todos los confines de la patria. Les dejo un par de bares que quiero mucho: el bar del Panza Osmar y La Cantina en Castillos, Sueños Megadisco en Minas –y ahí hubo bocha de toques de rock para los rockeros– o el Bar del Viejo Mena de Velázquez. Y hay tantos otros que no conozco los nombres, o me quiero reservar. Les dejo otro solo por el lugar de su paraje que es La Cañada, porque es un remanso que quiero proteger, aunque estoy seguro que más de uno sabrá de qué estoy hablando. Entonces, son diferentes pero iguales. A fin de cuentas, es lo mismo: todos están llenos de gente que va a apoyar en la barra la carga de los problemas de la vida. 

¿Y en sus baños?

En sus baños son más visibles las diferencias, quizá. Porque no están graffiteados o llenos de stickers de bandas, emprendimientos o lo que sea. También son mucho más grandes. Eso por los lugares que los suelen alojar. Es natural que las cantinas de clubes del “interior” sean más grandes por una cuestión de estructura histórica. En cuanto a lo utilitario, quizá la gente es más de ir al grano con sus necesidades. Más que en Montevideo, donde se convierte más en un lugar de conversación e intercambio. Aunque no siempre. Pero los lavabos de los establecimientos nocturnos de “afuera” tienen una cosa que en la capital no suele pasar: muchas veces parecen ser un viaje en el tiempo. Y eso es algo hermoso. Como también lo es ir al baño y leer una frase de los Stones en un baño citadino. Otra cosa a aclarar es que no es lo mismo un bar de ciudad del interior que uno de campaña.

¿Hay diferencias sonoras? Desde la música que se escucha hasta las conversaciones que tiene la gente. Se me ocurre, incluso, los acentos, de forma obvia.

Hay, sí. En la fisonomía las hay. Y en el aspecto de las personas también, quizá. Pero en el grueso no porque a todo tipo de bar lo puebla el mismo tipo de especie: los humanos. Y los humanos tenemos, con pequeñas diferencias y derivaciones, los mismos problemas y esperanzas desde hace miles de año. Entonces, puede que con un acento diferente –más si uno está en Rocha o en la parte norteña y fronteriza del país– los temas son básicamente los mismos. Y los interlocutores también. Un amigo que le cuenta a otro que se peleó con su pareja o que le gusta mucho una chica y ese día se va jugar el todo por el todo. Una chica que le cuenta a sus amigas que se empezó a escribir con el chico que le gustaba. Y siempre hay, pobres almas, que todos supimos ser, que, sobrepasadas por las situaciones de la vida, nos dejamos caer en la barra como si tomando más copas el dolor desapareciera.

Aunque es verdad que lo hace por un rato. Sin embargo, al otro día, si prima la empiria o la razón, la espina va a doler el doble. Pero los humanos somos humanos. Y benditos sean los bares y los baños que muchas veces nos hacen encontrarnos.

Volviendo al baño, ¿qué tirarías por la cadena para que desaparezca?

Tiraría la hipocresía y la falsa moral que prima en determinados lugares como excusa para no ponerse a hacer cosas. Y también el culto a que el trabajo es una mala palabra. El trabajo en un sentido amplio, claro. Trabajar también es preocuparse por el bienestar de uno. Y también es un propósito. Y vaya si necesitamos proyectos para sentirnos bien.

Por otro lado, ¿qué irías a buscar al fondo del váter?

Iría a buscar personas que se quedaron en el camino. Gente que fue olvidada en el paso de la historia. Personajes que se merecieron reconocimiento, pero que, lamentablemente, esta sociedad que parece siempre valorar a lo mismo los dejó desaparecer. Eso realmente me apena.

Hace dos años, LatidoBEAT comenzó una colaboración con La Cretina. Aprovechando que estamos acá y que el suplemento cultural está por cumplir dos años o, como dicen ustedes, festejar su segunda cesárea, ¿qué considerás que es ser un cretino?

Si digo lo que pienso, que es lo que voy a hacer, para mí lo cretino es algo positivo. Lo veo como una actitud irreverente contra ciertas actitudes o consensos que existen colectivamente, pero que no necesariamente son justos. O éticos. Ser cretino es un poco como ser punk. Pero en el sentido más amplio del término: punk es mucho más que tener una cresta y vestirse de látex.

Punk puede ser cortarse el pelo, ponerse una camisa y, contra todo pronóstico, salir a trabajar. También implica cierta posición respecto a las cosas. A su vez, punk puede ser Mozart, como lo fue Edmundo Rivero o Tabaré Etcheverry. Claro que lo es David Bowie, pero también, a su forma, acá lo era Marito Silva, que en paz descanse. Entonces, para mí cretino es revelarse, cada uno en su área, en el lugar que uno pueda, de la forma que uno pueda, contra las costumbres y, sobre todo, contra el inmovilizador bálsamo de “esto siempre se hizo así”. Como dirían los Babasónicos: “¿Y qué?”. Eso es ser cretino para mí. Quizá, para la RAE sea otra cosa.

¿Te sentís un cretino?

Siento que soy cretino en lo que hago, aunque podría serlo más. Porque seamos claros: ser cretino tiene sus precios. Y uno puede estar dispuesto a pagar algunos, pero no otros. Entonces, me animo a decir que tengo una actitud cretina, o intento tenerla. Después está en los otros juzgar si es así. Pero igual no importa, el juicio final es con uno mismo. Todos tenemos nuestro propio imperativo categórico y no nos podemos esconder. Siempre va a aparecer en la almohada a juzgarnos. Nadie se escapa.

¿Tenés un ejemplo que lo ilustre?

Creo que no corresponde que yo lo diga, sino los demás. Pero aprovechemos para compartir un evento que organizamos con LatidoBEAT, que me animo a decir que tiene, al menos, un tenor “cretino”. Este jueves 14 de diciembre festejamos nuestra segunda #CesáreaBEAT, esta es en la cervecería Julepe (Obligado 1259), la pasada fue en este noble recinto. Y la hacemos en honor al noble pirata irlandés Shane MacGowan. Creo que un medio le dediqué su brindis de fin de año a un punkie maldito gaélico tiene algo de cretino. Festejar cesáreas en vez de cumpleaños también. Aprovecho para invitarlos a todos y brindar por el irreductible Pogue. Pasarla bien la vamos a pasar.

Te invitamos a dejar una frase en las paredes de este baño, y que la gente del bar te lea.

La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena.

A.Y.