Por Valentina Temesio
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Después de una ola polar, salió el sol. La Ciudad Vieja ya pasó su primera hora pico, la de la mañana. El mediodía acecha y en la calle hay algunos transeúntes, vendedores, turistas. Sobre la intersección de Misiones y la peatonal Sarandí, está el Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra (Anip) del Sodre.
Allí, en esa construcción amplia, casi vacía, hay seis hombres. Están impresos en blanco y negro y hablan, pero no dicen ninguna palabra. Sus ojos brillan, sus miradas dicen cosas, su ropa también. Despliegan significado, son un conglomerado de signos; están colgados. Hay sacrificio, hay bonanza, hay voces del interior del país.
Los seis hombres son parte de Orientales, la última muestra fotográfica de Luis Fabini, que estará en el Anip hasta 30 de agosto.
El fotógrafo Luis Fabini dice que “desde un primer momento” las fotos de Orientales fueron pensadas para ser impresas en tamaño grande: “Es toda una cuestión técnica que tenés que armar pensando en eso, que todo esté en foco”.
Porque, señala, cuando una imagen se imprime en tamaño grande aparecen los detalles, los errores, los fuera de foco. “Siempre imaginé a Orientales a escala humana; siempre busco que mis fotos te peguen una piña, que te impacten”, dice.
Pero el golpe que el fotógrafo busca no va directo a la mente, sino a otros lugares: puede ser el ombligo, la intuición del espectador, “algo que va más allá”.
Las seis fotos que están exhibidas en el Anip son el principio de Orientales. Fabini espera que el proyecto le lleve, al menos, unos tres o cuatros años más. La muestra tomará forma en cada una de sus venidas a Uruguay, porque vive en Nueva York.
Los seis orientales que cuelgan a escala humana y están impresos en blanco y negro son de Salto y Artigas. Pero, las próximas caras que los acompañen serán de otros géneros y edades. Orientales, para Fabini, es un “retrato de los uruguayos”, una radiografía.
Su intención es capturar a las personas “como son”: sin mucha vuelta, sin luz artificial.
El origen, la voz
Fabini nunca vivió más de cinco años en un mismo lugar. Su padre fue diplomático. Aún así, dice, nunca contó cuántos países del mundo conoce. De América del Sur, conoce todos menos las Guayanas; fue a Estados Unidos, México y Canada, y de Europa conoce “muchísimo”, porque se crio en Bruselas. También fue a Japón, cuando fue ayudante personal de un monje zen. En Perú, el país de donde proviene su madre, trabajó como guía de montaña.
Quizá sea por eso que Fabini buscó, a través de la fotografía, su raíz, su identidad.
—En la foto, eso para mí es muy importante, porque es la base de mi energía. Porque tenés que ser muy resiliente, tener mucha determinación para poder llevar estos proyectos a cabo, porque son a largo plazo, no son comerciales.
—¿Hay una búsqueda de un origen?
—Sí, y es a doble sentido. Porque cuando fui a buscar Gauchos, yo venía de ser monje durante tres años, monje zen. Cuando volví, lo hice con la idea fija de hacer algo que estuviera conectado con mi corazón, que fue ese proyecto. Lo empecé a dedo, con 20 dólares en el bolsillo. Me fui a Salto y empecé a tirar de la piolita y me llevó después a Vaqueros de América, que abarcó ocho países en diez años.
Para Fabini encontrar su voz como fotógrafo era “esencial”, y sucedió con esa exposición que logró plasmar su opinión, buscando al gaucho, se encontró.
—Siempre estoy buscando la foto icónica, no estoy buscando ninguna narrativa. No me siento un documentalista, a pesar de que algunas fotos puedan ser tomadas como tal. En realidad, lo que yo estoy haciendo es dar una opinión sobre un tema. Es como una comunión, yo trabajo solo, siempre lo hice así.
Los Orientales
El fondo de Orientales es gris. Es un lienzo “viajero” que Fabini coloca detrás de los orientales. “Me permite abstraer a la persona que tengo adelante, a enfocarme en ella solamente y que la foto también”, cuenta.
El proyecto surgió por una “necesidad”: “Tengo que estar fotografiando la mayor parte del tiempo”. Empezó a viajar al norte del país, donde se encontró haciendo retratos.
—Salió solo, muy naturalmente. No fue algo que tuve que pensar mucho. Cuando ya lo estaba haciendo, descubrí que era Orientales.
—¿Quiénes son estos orientales que están el Sodre?
—Los he encontrado. Ponía el fondo en cualquier lado, en el almacén, en el boliche, o hasta en una estancia, a la hora del mediodía, cuando la gente está comiendo. Ponía el fondo, charlaba y empezaba a retratar. Los Orientales son la voz del Uruguay, la voz de los altos, de nuestro país. Cada uno es una puntada del entretejido este que llamamos Uruguay. Cada una de estas personas es una puntada de eso. Lo que me interesa es la esencia, la autenticidad, y que eso dispare a lo que dispare. Como fotógrafo tenés que encargarte de componer; la fotografía es simetría, es geometría y después la luz. En este caso, la luz natural del lugar. Ya la fotografía es invasiva, si tirás un flash, invadís y te estás imponiendo. No me interesa imponerme desde ese lugar, sino desde uno mucho más sutil, más humilde, más tranquilo. Voy más por ese lugar. Trato de no estar presente en la foto, es lo que es. Saco lo mejor de cada situación.
En Orientales, dice Fabini, el mano a mano es muy particular. Estaba solo, con una persona adelante de él. En ese momento, recuerda, lo único que queda es la presencia de la persona, que es lo que le interesa. Para retratar a alguien no hace falta hablar, existe una distancia, que muchas veces puede acercar. La intuición, asegura, es clave. Ese encuentro, el de dos personas, una que fotografía a otra, otra que posa para una que saca fotos, queda plasmado. La fotografía congela el tiempo, pero también crea “fuego”.
—Empezaste por el interior del país, una zona que no es tan visible...
—Yo amo el interior. Para mí el Uruguay es del río Negro para el norte. Yo llego al norte y es mi casa, lo siento en la piel, en el ombligo.
Las personas como reflejo
Fabini no es un “nostálgico de la fotografía”. Usa el formato que le quede mejor, el que se adapte a sus necesidades. Para él, lo que importa es el contenido. Tiene su fórmula, su técnica, el oficio incoporado, pero como “ya tiene su voz”, dice que se mueve en un espacio muy chico y las movidas son milimétricas. Se mueve con “una libertad casi anárquica”: “El proceso creativo es caótico, si le empezás a poner pensamientos, me aburrre”.
Pero, además de técnica, los proyectos de Fabini exigen consistencia y disciplina. Pueden durar años.
—Soy como un perro, no largo el hueso. Para llegar a cualquier proyecto de estos necesitás un tiempo de decantación. Una vez que llegaste a eso, que queda lo básico, ya estás. Pase lo que pase, sé que tengo ese foco. Tenés que estar enfocado, porque si hay algo que necesita la fotografía es consistencia. De cualquier tipo. Pero eso es lo que hace una obra. Tenés que estar muy presente para hacer este tipo de fotografía.
—¿Hay que tener consciencia?
—Te obliga a estar presente, porque si no lo estás, las cosas pasan y no te das cuenta. Tenés que ser un pararrayos, un catalizador de todo lo que está pasando. Cuando te ponés en este tipo de situación, conectás con gente que te interesa y ocurre. Pero, capaz, antes de eso estuviste sacando fotos tres días sabiendo que nada iba a quedar. De golpe hay un click, pero como venís sacando fotos hace días, ya estás con el músculo entrenado. Hay que entrenarlo siempre.
—Todo el tiempo mirás a tu alrededor. ¿Qué rol ocupa el entorno y las personas en tu obra?
—Todo está conectado. Me interesa mucho la gente que es el reflejo de la tierra en la que vive, me encanta cómo la tierra forma el carácter de las personas, hasta marca el físico. Si vos vas a 6.000 metros de altura, las personas son bajitas, los caballos también, porque para una persona u animal alto es más difícil moverse. Esa evolución física y hasta espiritual con el entorno en el que vivís me encanta. Me encanta esa fricción, esa electricidad que se crea entre el planeta y el ser humano que lo habita. Esa es mi fotografía, es alrededor de eso.
—De alguna manera, retratás la pureza de la humanidad.
—Hay algo de eso que me conmueve. La humanidad me conmueve, creo que tenemos muchas más cosas en común que diferencias, cuando te ponés a hablar con la gente podés no hablar el mismo idioma, puede ser un esquimal, un montevideano, un africano. En definitiva, todos tenemos padres, madres, hermanos, primos, amantes, enemigos, amigos, jefes, lo que sea. Entonces, una vez que vas por ahí todo se hace más fácil, porque empezás a buscar los puntos de referencia. Así se desenvuelve mi laburo, a través de esa creación permanente de vínculos que tenés que generar.
***
Gauchos, el proyecto con el que Fabini encontró su voz como fotógrafo viajó por el mundo. Estuvo en Corea del Sur, en China, en Bruselas, en Japón. Ahora está en Ginebra, Suiza. Facundo Almeida del Museo de Arte Precolombino e Indígena y Darío Invernizzi, el master print, jugaron un rol clave para que esto suceda.
Por Valentina Temesio
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