Por Sebastián Chittadini
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Los inconfundibles acordes de “Sweet Georgia Brown”, en la versión silbada que había grabado el grupo Brother Bones and His shadows en 1949, empezaron a sonar en el majestuoso Estadio Central Lenin mientras un equipo de básquetbol conformado por jugadores negros vestidos con los colores de la bandera de los Estados Unidos (EE. UU.) irrumpía en la cancha ante un público que miraba en silencio. Los Harlem Globetrotters ya sabían lo que era encantar a audiencias internacionales, desde que en 1950 habían hecho su primera gira por Europa. En Berlín, por ejemplo, llegaron a jugar frente a 75.000 personas y en Roma a deleitar con sus habilidades al Papa Pío XII. Pero la cosa era diferente en la Unión Soviética (URSS).
Ninguno de los presentes había escuchado jamás esa canción que los desconocidos visitantes habían adoptado como tema característico en 1952, ni visto a una persona negra. Algunos, incluso, querían frotarles la piel para ver si se les iba el color.
Por aquel entonces, el mundo estaba mucho menos globalizado y mucho más polarizado por la rivalidad entre las dos grandes potencias mundiales, que abarcaba no solo al ámbito político o ideológico. George Orwell ya había usado el término “Guerra Fría” en un ensayo publicado en el diario británico Tribune en octubre de 1945. La carrera espacial, nuclear, militar e informativa ya había empezado, pero Estados Unidos y la Unión Soviética también competían en el campo estético –buscando el liderazgo en el diseño y la arquitectura– y en el deportivo, que se convirtió en un campo de batalla simbólico en el que cada bloque quería demostrar poder y ser mejor que el otro. La llamada Cortina de Hierro quedó más de manifiesto que nunca en los años 80, cuando el capitalismo y el comunismo intercambiaban boicots a los Juegos Olímpicos de Moscú y Los Ángeles.
Nikita Kruschev lideraba el régimen soviético y Dwight Eisenhower presidía a la potencia norteamericana en un año 1959 que, en sus primeros tres días, dejaba muestras de que no iba a ser muy tranquilo. El 1º de enero, Fidel Castro tomaba el poder en Cuba tras el triunfo de la Revolución, el 2 veía cómo la URSS lanzaba al espacio a la sonda Luna 1 y el 3 amanecía con Alaska convirtiéndose en el 49º estado de los EE. UU.
En la Unión Soviética estaba prohibido el ingreso de cualquier producto de consumo cultural generado en el mundo capitalista, algo que hacía que Moscú no fuese una ciudad atractiva para Andy Warhol. En 1975, el artista escribió una oda a la cadena de comida rápida de McDonald’s, en la que decía que lo más hermoso de ciudades como Tokio, Florencia o Estocolmo era la presencia de la Gran M y otras, como Moscú o Beijing, no tenían todavía nada realmente bello. Durante la Guerra Fría, los Beatles eran considerados una amenaza que difundía el capitalismo: se dice que fueron el primer agujero en la Cortina de Hierro porque la gente escuchaba sus discos de forma clandestina.
Faltaban tres décadas para la disolución de la URSS, pero tanto el líder soviético como el norteamericano apostaban por abrir una época de coexistencia pacífica, lo que se dio en llamar un “deshielo” en la relación entre las dos superpotencias. En ese contexto y con toda la carga simbólica posible, el 4 de julio de 1959 y tras ocho años de negociaciones por parte de su propietario Abe Saperstein con las altas esferas soviéticas, los Harlem Globetrotters volaban desde Estados Unidos al país prohibido para los norteamericanos. El acuerdo estipulaba que el equipo cobraría el equivalente a 4.000 dólares de la época por cada uno de los nueve partidos que disputaría, con la condición de que ese dinero debía ser gastado en Moscú.
El equipo existía desde 1926, ya había grabado una película en 1951 y contaba en sus filas con un gigante de 2.16 metros llamado Wilt Chamberlain, que acababa de firmar contrato con los Philadelphia Warriors de la NBA. Con el tiempo, ese jugador sería siete veces el máximo goleador de la liga profesional estadounidense y acumularía récords imposibles, como el de 100 puntos en un solo partido. La gente en la Unión Soviética desconoce todo esto, pero Chamberlain diría muchas veces que su paso por los Globetrotters fue lo más disfrutable de una carrera que incluyó dos títulos de la NBA.
Al llegar a lo que para ellos era otro mundo, los Globetrotters se encontraron con un cielo eternamente nublado y con que de noche tenían que quedarse en el hotel, porque afuera había soldados que no los dejaban salir. El 6 de julio, jugarían su primer partido en Moscú contra un equipo sparring especialmente formado para la ocasión llamado San Francisco Chinese Basketball Team.
Pero enseguida empezaron a notar que el público soviético no reaccionaba igual a los trucos habituales. No había risas ni aplausos ante una pelota que iba girando por las puntas de los dedos o pasando por debajo de las piernas de los rivales, las bromas al árbitro y a los espectadores no causaban la gracia de siempre. En el inicio de la gira, el resultado anecdótico fue de 73-55 en favor de unos Globetrotters que al día siguiente enfrentarían al equipo local, el Dynamo de Moscú.
El ambiente era frío y serio. Para el público soviético, el básquetbol debía ser jugado por máquinas perfectas que funcionaban con precisión y sin lugar a la improvisación. El juego tenía una ortodoxia que respetar y estaba muy alejada de lo que ofrecían esos norteamericanos que parecían burlarse de cómo había que jugar. Seguía sin darse esa comunión entre el público y los Globetrotters, pero el resultado sería contundente: una victoria por 98 - 42 frente a los locales. La crónica del Pravda, el diario oficial del régimen, decía que lo que se había visto no era básquetbol y que tenía demasiados trucos. Sin embargo, reconocía que los de Harlem tenían muchas destrezas para enseñar. Tal vez, un acercamiento era posible y el público podía darse cuenta de que buscaban divertirse y divertir al estilo estadounidense.
Pese a lo gris del cielo y a lo frío del público, los Globetrotters empezaron a disfrutar de su estadía soviética. Así lo registró el fotógrafo alemán Peter Bock-Schroeder, quien trabajaba en un documental sobre la vida detrás de la Cortina de Hierro. De esta manera, los magos del básquetbol descubrieron que podían comer gulasch con arroz tres veces al día y que el vodka realmente podía hacer caer a cualquiera menos a Wilt Chamberlain. Y de golpe, a Moscú también empezaron a gustarle los Globetrotters. Meadowlark Lemon, el emblema y jugador más carismático del equipo, empezó a estrechar manos y a abrazar gente antes y después de los partidos. Para la tercera presentación, el público ya se levantaba de los asientos, aplaudía y vitoreaba a esos visitantes que jugaban el mejor básquetbol al mismo tiempo que hacían un número de comedia nunca antes visto por aquellos lares.
Al finalizar la gira moscovita, habían jugado nueve partidos con estadio lleno. Fueron ovacionados y saludados en persona por Kruschev, quien los condecoró con la Medalla de la Orden de Lenin. El Secretario General de la URSS rio con ellos, comieron caviar, se abrazaron y quedó alguna foto para la posteridad. Habían hecho historia durante un leve deshielo en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, por lo que fueron catalogados de Embajadores de la Buena Voluntad.
Las dos grandes potencias mundiales irían por más, en ese afán por acercarse y al mismo tiempo intentar convencer al adversario de que su sistema era el mejor. Tras haber firmado un acuerdo cultural en 1958, en el que se comprometían a un intercambio de ideas e información más libre, tendrían lugar dos exposiciones comerciales durante 1959. El American Way of Life mostraría sus virtudes en Moscú y lo más representativo de la URSS estaría exponiéndose en Nueva York.
Pocos días después de finalizada la gira de los Harlem Globetrotters en la Unión Soviética, el vicepresidente norteamericano Richard Nixon se sacaría una foto con Nikita Kruschev en una cocina color limón equipada por General Electric. En esa reunión, a Kruschev le acercaron un vaso de Pepsi y la foto recorrió el mundo. Se entabló un acuerdo que recién se concretaría en 1972, por el que la marca de gaseosas estadounidense produciría en la Unión Soviética. Para solucionar las dificultades cambiarias entre dólares y rublos, la Pepsi obtuvo los derechos de comercialización del vodka Stolichnaya en territorio estadounidense.
Unos meses después, en setiembre de 1959, el mismo Kruschev que había hablado de suministrar pequeñas dosis de socialismo a los americanos viajó a Estados Unidos y estuvo con Shirley McLaine, Maurice Chevalier, Frank Sinatra y Marilyn Monroe; cenó con Bob Hope, habló ante la ONU, fue abucheado por multitudes al paso de su caravana y no pudo entrar en Disneylandia por motivos de seguridad.
Más de seis décadas más tarde, el mundo es otro y los conflictos también. Los Globetrotters, cercanos a cumplir 100 años de vida, han entretenido a más de 148 millones de fanáticos en 123 países en multitud de giras mundiales con más de 22.500 partidos y siguen teniendo presencia en diversas manifestaciones de la cultura popular norteamericana. Aquella visita a la Unión Soviética en 1959 puede ser vista como un hecho simbólico desde varios puntos de vista. Quizás de cómo el deporte ha sido utilizado como herramienta de inserción ideológica del gobierno de los EE. UU.; tal vez como una oportunidad vista por su manager para obtener publicidad, como una estrategia de Kruschev para desmarcarse de Stalin o simplemente como un puente para la paz.
Mucho antes de que los Beatles pudieran ser escuchados de forma legal –en 1986–, o de que un policía soviético sonriera a la cámara mientras, al fondo, se organizaba una cola de horas para probar una hamburguesa en la apertura de McDonald’s en Moscú –el 31 de enero de 1990–, la pegadiza “Sweet Georgia Brown” sonó para hacer historia.
Por Sebastián Chittadini
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