Por Federico Guerra
Snorkel
“Somos los derrotados. Somos los que no duermen, no comen y no necesitan abrigo. Somos lo que comiste, digeriste y cagaste. Nos arden las rodillas. Somos nadie y seremos nadie. Odiamos al prójimo como a nosotros mismos. Somos todo lo que proyectás en la pantalla. Nuestra felicidad viene encapsulada. Somos los hundidos bailando en la superficie… y bailamos bien.”
En el 2011 estrenamos Snorkel, la primera obra que hizo este grupo de Cretinos, y en el programa de mano se leía la frase que acaban de leer ahí arriba. Nunca tuvimos muy claro si esa especie de carta de presentación se refería a los personajes o a nosotros mismos, daba igual, porque Snorkel sin duda hablaba de nosotros, de nuestra manera de ver el mundo y de la manera en que el mundo nos devolvía la mirada. La crítica social que planteábamos, el abordaje crudo de los temas, la ironía y el humor negro (que utilizábamos para reírnos de nosotros y de ellos) logró muchos adeptos. La gente venía a ver su reflejo en la obra, aunque el reflejo que mostráramos no fuera bonito. Un submundo de drogas, prostitución, corrupción, enfermedad y violencia en el que los personajes están sumergidos, con la máscara de snorkel puesta y respirando por el tubo, igual de cerca de hundirse que de salir a flote… sumergidos.
Durante diez años estuvimos en cartel, dos veces por semana, horario trasnoche en El Galpón. Era un ritual que no finalizaba con el aplauso, claro que no, ineludiblemente debía continuar en el bar, para luego convertirse en una interminable gira nocturna. Era imposible imaginarnos yendo a dormir luego de la función.
La peregrinación a la salida del teatro era un intento por hacer que el show no acabara. No queríamos que terminara, de ninguna manera. La noche era parte del espectáculo, la noche era parte del escenario… algunas mañanas también… Y es que no era extraño que algunos personajes siguieran de largo y se aparecieran en el camarín la noche siguiente, prontos para maquillar sus rostros demacrados para una nueva función. La confusión algunas veces era tal, que una vez un actor salió a escena con una bolsita de cocaína real en lugar de la de utilería. La sorpresa que se llevó el actor al esnifar en escena no fue tan mala como la que se llevó el dueño de la droga, quien ahora tenía en sus manos una bolsita llena de maicena.
Fue una década de mucha efervescencia, en la que hubo de todo… sustituciones, peleas, idas y vueltas, llegadas tardes, una función suspendida por un pequeño inconveniente con la ley… ¿Y cómo olvidar aquel hermoso y caótico viaje al Festival de Porto Alegre? Volvimos todos peleados, como no podía ser de otra manera. A la vuelta, casi perdemos el vuelo por una cuantiosa deuda en el frigobar (pueden preguntarme personalmente por esta anécdota porque es maravillosamente estúpida) y luego en el aeropuerto dos actores con resaca discutieron tan vehementemente que casi no los dejan subir al avión.
¿Qué clase de cretinos seríamos sin anécdotas así? Claro que hay muchísimas peores. O mejores… depende de cómo se tome uno la vida.
¿Estamos orgullosos? Definitivamente, no. Pero fuimos creciendo, madurando o simplemente envejeciendo… Snorkel, luego de diez años, dejó de hacerse. Tarde o temprano todo tiene su fin. Siempre hablamos de volver… siempre… Nunca lo hicimos.
Odio oírlos comer...
“… la peor parte es verlos englutirse toda esa comida… verlos relamer los cubiertos, rebanar la carne, llevarla a la boca… y hacer gemidos… gemidos de goce, gemidos de aprobación mientras devoran el postre… Y el clin y el clan de los cubiertos, el clin y el clan de los cubiertos, el clin y el clan de los cubiertos, el maldito clin y el clan de los cubiertos…”
Cinco años después del estreno de Snorkel, llegó Odio oírlos comer, la segunda obra. Como suele pasar, si la primera es exitosa, la segunda no lo es tanto. Y es que era otro planteo, quizás menos abarcativo, quizás un reflejo menos “popular”. Si bien compartían temáticas similares, acá la atmósfera era más oscura y el foco estaba puesto en las neurosis y las obsesiones. Odio y Snorkel llegaron a estar juntas en cartel y hasta compartieron una patética pero divertidísima gira por Buenos Aires.
Se repetían algunos actores y actrices, pero también había sangre nueva. Entre los nuevos estaba Tabaré Rivero, con quien empezaría una nueva etapa para los Cretinos. Y es que ese vínculo con Tabaré llevó a varias colaboraciones escénicas entre La Tabaré y los Cretinos. Era una unión natural, nada forzada, simplemente nos empastábamos perfectamente. Había una conexión entre nosotros y la banda que permitió pergeñar varios espectáculos.
Hicimos Fugas disociativas en el Solís y en la Zitarrosa, El confort de los esclavos en la Adela Reta y luego gira por el interior del país, y algunas otras intervenciones como invitados en sus shows. Esto abrió una nueva perspectiva de lo que era el lenguaje teatral para nosotros, y así fue como empezamos a buscar la forma de incluir más rock en nuestras siguientes propuestas.
¡Que traigan el boliche al escenario!
Y llegó Cretinos solemnes, quizás nuestro lado más Cretino. Lo anunciábamos como un “ciclo de sketches, birra, empanadas y rock n roll”, y eso era exactamente lo que era.
El espectáculo estaba formado por sketches, que para nada eran políticamente correctos, una barra con una canilla de birra servida al público por nosotros, unas deliciosas empanadas caseras hechas por mi amada madre, actores y actrices invitados a participar del último sketch y una banda invitada que tocaba al final del show.
Lo hacíamos todos los martes de noche en El Galpón y el público acompañaba siempre. Era maravilloso. Todo lo que queríamos y buscábamos: caos y falta de estructura. Ahí éramos peces en el agua.
Fueron muchos las y los invitados que pasaron. Entre ellos estuvieron La Tabaré, El Congo, Milongas Extremas, AFC, Alfonsina, Alejandra Wolf, César Troncoso, Daniel Hendler, Rogelio Gracia y muchísimos más colegas y artistas que compartieron con nosotros.
Fueron dos intensas temporadas. Luego nos comunicaron que no nos seguirían dando la sala para el espectáculo. La dinámica de las cervezas, la música y todo lo que generaba era demasiado “quilombo” para el teatro. Los Cretinos necesitaban una casa.
Jirafas y gorriones
Entonces, nació La Cretina. Teníamos casa, finalmente, pero había mucho para hacer y muy poco tiempo para cranear un espectáculo teatral. Tuvieron que pasar tres años desde la inauguración de La Cretina para que finalmente estrenara Jirafas y gorriones.
Con esta obra volvimos a nuestro estado más puro. Una obra despojada de todo lo que no fuera teatral. Cualquiera que haya visto Snorkel verá esa estructura y forma plasmada en Jirafas. Y es que las similitudes son muchas, porque nuestras obras siguen hablando de lo mismo, de las desgracias y de lo absurdo de la vida.
Mucha gente dice que escribo comedias, pero no es así. Yo escribo tragedias de las que el público se ríe. Son dos cosas muy distintas.
Para poder hacer Jirafas y gorriones tuvimos que reformar la sala. Los universos que solemos crear requieren de muchas personas en escena, así como un escenario que permita generar diversos espacios físicos. Esto era un desafío para La Cretina, ya que las dimensiones de la sala nos jugaban en contra. Con el ingenio y ayuda de nuestra diseñadora Reneé López, convertimos el pequeño escenario que teníamos en cuatro escenarios en desniveles. En base a esa estructura, planteamos la narración y dinamismo del espectáculo.
Algunos del elenco están desde Snorkel, otros desde Odio, otros desde Cretinos y, como siempre, también sumamos sangre nueva.
La obra comienza con un bebé que es arrojado por la ventana de un noveno piso. ¿O es tan solo el vuelo de un bebé? Esa ventana abierta es la que nos invita a entrar a ver el resto.
¿De qué trata la obra? Es una pregunta que detesto contestar y nunca entendí bien por qué. Quizás porque no hay un argumento claro en mis obras o quizás porque me gusta que los demás me digan de qué se trata para ellos, luego de verlas.
Quizás por esa razón mis descripciones sean tan vagas:
“Un colchón en el piso, pastel de carne en el freezer y el maldito bebé que no se calla. Podríamos cerrar la ventana, pero una ventana cerrada deja de ser una ventana. A veces se nace, a veces se muere… cosas que pasan. Un baño, una milanesa, un ascensor, unas pastillas, un cáncer, una salsera, un amante, unas peras, un bebé que no deja de llorar… y las jirafas y los gorriones, que algo tuvieron que ver en todo esto.”
Eso se lee en el programa de mano que le entregamos al público antes de dar sala. Esa es nuestra pequeña y breve anticipación de los hechos. Eso es todo lo que van a saber de la historia hasta que se corra el telón.
Mientras tanto, nosotros estamos en el camarín… Siempre tuve la sensación de que los camarines pertenecen a otra dimensión, a otro espacio, donde no estás en el mundo real ni tampoco en el mundo de la ficción. Estás ahí, atrapado. En ese momento, no pertenecés a ninguno de esos dos mundos. El tiempo se detiene… Es raro explicarlo, pero cuando uno está ahí logra percibirlo y se vuelve evidente. Tan evidente como que las jirafas y los gorriones no se parecen en nada.
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