Con su presentación de anoche en Montevideo, The Cure se sumó a esa suerte de “lista de la revancha” o de “más vale tarde que nunca”. Una lista integrada por bandas que brillaron en las últimas décadas del siglo pasado y que no pudimos ver en el paisito por el simple hecho de que para estos lados no venía (casi) nadie.
Luego cambiaron los tiempos y los formatos musicales, las bandas ampliaron sus giras y comenzaron a cumplirse sueños: Guns n’ Roses, The Rolling Stones, Paul McCartney, Echo and The Bunnymen, New Order, por nombrar algunos ejemplos, llegaron a la tacita de plata con su música.
Esta vez fue el turno de The Cure, quizá una de las agrupaciones cuya llegada era más anhelada, que amagó en ocasiones y parecía que jamás concretaría, hasta que llegó el día y se produjo algo mágico: fue como si el tiempo de espera jamás hubiera transcurrido. Cierto: Gallup tenía ayer más arrugas que en los 80, y la cabellera de Smith no se veía tan lozana como en el famoso y luminoso video de “Close to me”. Y tampoco los que estábamos en el público éramos ya esos adolescentes que grabábamos en casetes los temas que sonaban en las radios y les robábamos a nuestros padres y abuelos los sobretodos negros para salir de noche.
Sin embargo, y a pesar de todo eso, la magia estaba intacta: The Cure ofreció un show extenso, sólido y emotivo, que incluyó temas de todas sus etapas compositivas y clásicos para todos los gustos.
Desde el minuto uno, cuando sonó “Alone”, quedó claro que la voz de Robert conservaba su embrujo, y su cuerpo continuaba marcando el ritmo con esos peculiares movimientos de marioneta con los hilos flojos, una marca de fábrica que ningún otro artista es capaz de remedar. Asimismo, el sonido de la banda demostró que no había perdido un ápice de su vigor. Además, durante el espectáculo la banda supo alternar acertadamente temas largos y quizá algo letárgicos, como “The last day of summer” o “Edge of deep green sea”, con otros provenientes de etapas más pop, como “In between days” o “The walk”.
En ese sentido, el recital fue una aplanadora en más de un sentido: canciones con la impronta dark clásica del grupo sumían al público en un disfrute calmo y hasta melancólico, del que se veía obligado luego a salir al ritmo de piezas más vigorosas. ¿Alguien esperaba otra cosa, quizá un pogo perpetuo? Pues no, porque se trataba de The Cure, no de un grupo de farándula para cumpleaños de quince o una banda de punk rock de barricada.
El recital comenzó con la ya mencionada “Alone”, siguió con “Pictures of you”, “High”, “Lovesong”, “The last day of summer”, “Burn” y “Fascination Street”. Pero fue recién con la llegada de “A night like this” y especialmente con “Push” que el público se “activó” por completo y resonaron los coros y palmas, entusiasmo que redobló instantes después con un doblete de hits: “In between days” y “Just like heaven”, dos de los temas más famosos de una banda que acumula éxitos al por mayor.
Luego siguieron “At night”, “Play for today” y una esperadísima “A forest”, cuya línea de bajo final fue acompañada a aplauso limpio. Posteriormente fue el turno de “Primary” y de una intensa “Shake dog shake”, una maravilla musical contenida en el excelente disco The top, grabado en 1984, y cuyo contenido la banda no frecuenta en vivo quizá tanto como podría.
Finalmente, tras la extensa y algo monótona “Edge of deep green sea” y una bien escogida “Endsong”, Robert y compañía abandonaron el escenario. Pero los bises reservaban munición pesada. La primera tanda estuvo compuesta por una selección para enmarcar: “It can never be the same”, “Want” y “Cold”, seguida por una conmovedora interpretación de la siempre bella “Charlotte sometimes”, para un cierre parcial con “Plainsong” y “Desintegration”.
Y en el cierre final la fiesta fue completa, porque luego de “Lullabay” sobrevino una seguidilla de temas archifamosos y movidos.
Así, el característico teclado de “The walk” puso a todo el mundo a bailar, y la llegada del perenne “Friday I’m in love” provocó un estallido de entusiasmo que bajó su intensidad con el intimista “Close to me”. Luego fue el turno de “Why can’t I be you”, y de la bajada de cortina con la emblemática “Boys don’t cry”. Justo es decir que en ese momento Robert ya mostraba signos de cansancio y eso se notó un poco en la interpretación del tema. Sin embargo, suplió esa falta de aliento con mucho entusiasmo y una emoción que, al menos desde el campo, se vio y se sintió legítima.
Y a nadie le importó esa extenuación final, porque todos estábamos igual que él: cansados, emocionados, felices y satisfechos.
La noche del 27 de noviembre de 2023 quedará en la historia como esa en la que The Cure finalmente puso los pies en la capital más meridional de América, y esos pies dejaron una huella imborrable y significativa.
Los fans de la banda podrán contarles a sus nietos la fiesta que vivieron. De hecho, muchos de ellos ya los tienen.