Para el músico Leandro Aquistapacie, el momento en el que se sintió “conscientemente fascinado” por primera vez con la música fue más significativo que cuando decidió hacerla. Se acuerda de un amigo de la escuela que tenía un celular. Era un Nokia 5300 con pantalla a color y podía hacer que las canciones —mp3 piratas descargados de Ares— viajen a través de bluetooth e infrarrojo. Por allí, recuerda, circulaban “Twist and Shout”, “All You Need is Love” y “I’m a Loser”, de los Beatles. Ese día, “completamente tomado por eso que sonaba de esos parlantes minúsculos”, recurrió a su padre. El resto, dice, “es historia”.
A Aquistapacie niño también lo marcaron dos discos en formato casete, que estaban en su casa: Pokemón: Para ser un gran maestro y un compilado, que aún no volvió a encontrarlo, con hits de artistas brasileños, como Gilberto Gil, Caetano Veloso, Djavan. Después, al igual que esa primera vez en que la música lo fascinó, volverían los Beatles con su Let it Be, un disco que escuchó hasta el “hartazgo”.
Pero, por lo general, para hacer música, hay que saber tocarla. Y así le llegó su instrumento: el piano. En un principio el artista se inclinaba más por la guitarra, pero a sus siete u ocho años, no lo recuerda exacto, consideró que era un instrumento “bastante trillado”. Todo el mundo tocaba la guitarra, pensaba el músico. En cambio, el piano era “un poquito menos común”. Así, a temprana edad, “pecó de un esnobismo galopante”, que sería, de alguna manera, determinante para su camino musical y le daría un instrumento que lo enamoró.
Desde hace varios años, el músico se consolidó dentro de una nueva generación de músicos uruguayos: integra Algodón, lanzó dos discos (Es bebé y Capítulo dos), presentó sus canciones fuera del país, colaboró con artistas nacionales e internacionales, compuso música para obras de teatro, ganó premios.
Este 28 de octubre el músico tocará junto con Los Siberianos, de Argentina, en Inmigrantes.
La banda de la vecina orilla, que se presentará en formato reducido, se orginó en La Pampa, transita los géneros folk, pop y rock, y desplegará un show lleno de canciones clásicas, nuevas y reversiones.
Para noviembre de este 2023, Los Siberianos lanzará un nuevo single “Fábulas de terror”. Además, está produciendo un nuevo disco. En este momento, la banda se siente vital y llena de energía creativa.
Antes de esta fecha de reencuentro y amistad, LatidoBEAT charló con Aquistapace sobre su camino artístico, la pausa después de su último disco y su composición.
Contás que, entre otras, te influenció la música norteamericana, como Crosby, Stills, Nash & Young o Bob Dylan. ¿De dónde viene eso?
Toda la escena
del folk-rock de finales de los 60 y los 70 en general me fue dada en bandeja
por mi viejo haciéndome buscar en Youtube “Suite: Judy Blue Eyes” de CSN en
vivo en Woodstock 69. Me dijo que era el súmmum absoluto, la crema de la crema
de la música.
La verdad en ese momento cacé la onda pero me tiraba más
el lado de Hendrix o Santana, que están recontra salados pero son un poco más entry
level.
Fue un poco después que caí del peso musical de las armonías más bien simplonas del folk, del storytelling, del peso poético de las letras, de la fuerza de la austeridad arreglística, y ahí mi incursión en esos géneros fue más bien autogestionada. Tarde o temprano iba a llegar a Dylan, después los Steely Dan, los Genesis, etc, y me encontré con esa cosa más fines de los 70 radio Dad Rock FM que llegaba acá y la generación de mis padres consumió.
Al mismo tiempo, tocás canciones de Jaime Roos o Gustavo El Príncipe Pena, música popular uruguaya. ¿Se mezclan las influencias en tu música? ¿Cómo la describirías?
Se mezclan de la
manera más natural que puedo. Intento no componer desde un género, sino desde
mi propia voz, mi propio instinto, con mayor o menor acierto pero desde ahí siempre.
Naturalmente, lo que escucho y lo que me emociona se
cuela en mi voz compositiva y ejecutante pero intento no forzar absolutamente
nada, así logro que la mezcla no quede con grumos.
Desde un punto de vista más sesudo, y a posteriori, podría analizar cómo esa mezcla de música popular uruguaya y rock norteamericano de los 70 maridan tan bien. No es coincidencia que Darnauchans tenga un tema que se llama “Dylaniana”.
¿Qué canción fue la que más disfrutaste componer?
La verdad nunca pensé tanto en el factor “disfrute” de la composición. Creo que si lo pienso bien, el disfrute se encuentra cuando tengo el tema lo suficientemente terminadito como para que lo pueda tocar al aire todo de corrido. Puede faltar un pedazo de letra, o alguna sección no convencerme, pero cuando el tema pasa de balbuceos y notas sueltas a ser una canción, y esa canción arranca a mover aire, ahí empiezo recién a disfrutar propiamente dicho.
Seguramente la canción a la que más disfrute le extraje fue “Río 17”. La letra me encantaba, me costaba creer que la había hecho yo y eso me gustaba, el mood que generaba la progresión me encantaba, los compases con tiempos irregulares que tiene de vez en cuando el tema también me generaban tremenda satisfacción.
¿Qué rol tiene Las Toscas en tu proceso creativo?
Hubo un momento en el que conocí Las Toscas que flashée. Yo no me había movido mucho de mi casa en La Blanqueada desde que nací, más que 15 días anuales de vacaciones. Entonces cuando habité por primera vez Las Toscas canalicé todo el abanico de imágenes, sensibilidades y climas de estar en un balneario clase B residencial y honesto. Me atravesó como una daga la fuerza de ese costumbrismo costero uruguayo y me dejó a punto caramelo para sacarme de la lengua todas las canciones de mi primer disco largo serio, Es bebé.
También trabajaste en música para teatro, en Terrorismo emocional y Un drama escandinavo. ¿De qué manera complementa tu carrera? ¿Las composiciones eran tuyas? ¿Cómo se diferencia a componer para vos mismo?
La composición para es una instancia de composición muy atípica y disfrutable.
Las necesidades musicales manifiestan de una manera muy distinta a las de una canción.
Cuando se hace una canción no se responde a nada, la canción es su propia jefa,
digamos; no pide más nada que lo que a ella le sirve. Con la composición
teatral hay una función más clara en cada pieza, hay un problema cuya resolución
es musical y hay que resolverlo de una manera tanto bella como efectiva.
Yo creo que cualquier trabajo compositivo al igual que la composición de jingles —changa que también ejerzo cada vez más seguido—, ayudan en tanto limpian el caño de escape de la composición. El motor, el núcleo compositivo siempre es el mismo, y hay que mantenerlo calibrado y ejercitado para resultados más limpios y potentes.
Pareciera que en 2023 te diste una pausa de la música, porque tocaste poco, ¿es una impresión hacia el afuera? ¿Qué estuviste haciendo?
Siento que la pausa fue más bien en el 2022 y principios del 2023, y es real. Yo sentía y predecía que luego de la salida de mi segundo disco largo Capítulo dos se venía un período de hacer la plancha.
Con ese disco me embarqué en una empresa enorme, de componer, arreglar, producir y mezclar el álbum, no una, sino dos veces ya que la primera vez que terminé el disco no quedé completamente satisfecho y lo volví a comenzar absolutamente de cero.
Durante todo ese proceso me pasaron diez millones de cosas en mi vida, como el fallecimiento de mi padre, primeros trabajos de verdad, vivir solo, la DGI, sucesiones, etc, que no solo tomaron mi tiempo operativamente, sino que también a nivel psico-emocional el desgaste fue absoluto. Apenas terminé el disco sabía que necesitaba un descanso de mi proyecto personal para poner en orden todo el resto de mi vida.
Aún así me mantuve colaborando con otros artistas, como Juan Wauters; Charlie; el álbum Tridimensional de Paul Higgs y su puesta en vivo con Hidroala; Los Siberianos, con algunos pianos para su último álbum; Pato Lange; Albino Negro; Max Ruano; entre otros., y grabando y coproduciendo el siguiente álbum de Algodón, como manera de calmar mis necesidades artísticas.
Dicho esto, mi relación con los shows en vivo siempre fue de amor-odio. Hay algo en la noción de rendir musicalmente un día y una hora específica y no fallar, no estar abierto completamente a lo que el universo proponga en ese momento de hacer música y tener que dar la mejor versión de las canciones si o si ahí y en ese momento, que me estresa bastante. Ni que hablar de la pata logística: los riders, las pruebas de sonido, los horarios, las entradas, los likes, los afiches, que suman al estrés.
Lo que sí disfruto absolutamente y con pasión es el estar arriba del escenario en sí, el mostrar y sentir la atención y el cariño. Que una canción tocada con amigos salga honesta y fresca; que haya testigos amorosos de lo que sucedió es una sensación que logra ganarle a todo el estrés previo. Me gusta también lo único e irrepetible que tiene cada show, y el hecho de tocar una vez cada tanto creo que me ayuda a valorar más aún lo irrepetible de los toques en vivo.
¿Qué tenés en común con Los Siberianos?
Todo menos ser pampeano y muy alto. Las influencias coinciden mucho, la manera de escuchar y vivir la música en estos tiempos también. Hay algo en la manera de estar en el mundo de ellos que encastra perfectamente con la mía, como si fuésemos amigos del barrio. Si les pudiese pegar un abrazo más seguido lo haría.