A Lionel Messi y Diego Maradona se los ha abordado desde diferentes costados narrativos, aunque —como siempre sucede— el que llegó primero siempre tiene la ventaja. Fue así que, a lo largo de una carrera de mil (y tres) partidos, la historia de Messi pareció estar siempre comprendida dentro de la de Maradona. Como en Las mil y una noches, el clásico de la literatura árabe, aparece el recurso del “relato enmarcado”. De un antiguo libro de proezas, saldría el marco para las nuevas. Y también lo haría en Oriente Medio, que a partir de ahora se convertirá en el punto de partida de otros cuentos.
Esas nuevas historias siempre prometían ser, si no mejores, al menos iguales que las anteriores. Y, en cierta medida, lo iban siendo. Aunque, a medida que iban transcurriendo, a Messi lo compararon con Maradona, le pusieron la mochila de ser como y hasta fue dirigido por él. Como las buenas narrativas siempre tienden a cruzarse, Messi —el que en un momento dejó la selección argentina y volvió, sin dejar de ser comparado— iba a jugar el que al parecer sería su último Mundial. Y también, por esas vueltas de la vida, era el primero sin Maradona en el plano terrenal. Ese Diego, ese D10S al que parecía que no se le iba permitir descansar ni siquiera después de la muerte humana, y su 86 seguían ahí como siempre.
En su libro Una épica de los últimos instantes, el escritor argentino Matías Bauso hace un exhaustivo repaso por los adioses, los epitafios, los gestos postreros y las palabras finales de grandes personajes de la historia. En un pasaje, Bauso, quien curiosamente también es el autor del enciclopédico —864 páginas— libro publicado en 2014 sobre la historia oral del Mundial de 1978 ganado por Argentina, habla de la muerte de Moisés. “Esta es la tierra que juré darle a Abraham y a su descendencia. Dejo que la veas con tus propios ojos, pero no entrarás en ella”, le dijo Yahvé al profeta, que tenía en ese momento 120 años y gozaba de buena salud. Desde lo alto del cerro Nebo, Moisés vio lo que le habían mostrado y entendió que era el tiempo de Abraham y su descendencia. Él, que había sido jefe y fundador de Israel, solo podía contemplar en soledad y recostarse contra una piedra. Tras la muerte de Moisés, su pueblo guardó luto durante treinta días y hasta hoy se desconoce dónde está ubicada su tumba.
Diego Maradona, ese profeta que había surcado el irregular césped del Estadio Azteca como Moisés lo había hecho por las aguas del Mar Rojo, murió en noviembre de 2020, pero no había muerto del todo. Basta ver cómo se seguía hablando de él en presente, quizás hasta ese 18 de diciembre de 2022, el día en que —como dice la canción que canta todo el pueblo argentino— desde el cielo alentó a Lionel, le dio su bendición y —finalmente— podrá descansar en paz. Más allá de que su pueblo, al igual que el de Moisés, le agradezca eternamente.
Maradona, el ícono pop, el hombre que había alimentado las mil y una narrativas sobre su vida como una especie de cuentos de las mil y una noches contemporáneos, ya no estaba. En Catar, lujoso epicentro del mundo árabe, Messi había sido coronado con el “Beshth”, una capa confeccionada en pelo de camello y lana de cabra que solamente usan los miembros más selectos de la familia real. A los 35 años, después de haber ganado todo y de haber roto a su paso todos los records, había logrado por primera vez el estatus indiscutible de rey. Como en varios de los cuentos de Las mil y una noches, que utilizan la profecía autocumplida como una forma especial de prolepsis literaria que presagia lo que va a suceder, Messi había estado dando señales desde hacía mucho tiempo. Aunque él no lo supiera, incluso, los últimos pasos de su ilustre camino estaban plagados de presagios y la idea de destino aparecía como tema recurrente. Sí, como en aquellas historias que contaba Sherezade y que fascinaron a muchos escritores, incluso a Borges (que murió el 14 de junio de 1986, ocho días antes de enterarse que un futbolista podía llegar a ser considerado un Dios).
El cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, director de la película Las mil y una noches (1974) y gran apasionado del fútbol, observó que todos los relatos de aquel clásico de la literatura comenzaban con una aparición del destino que se manifestaba a través de una anomalía, que a su vez generaba otra. Y, cuanto más lógica, estrecha y esencial era esa cadena, más hermosa sería la historia. Dado que el final de cada cuento de Las mil y una noches consiste en la desaparición del destino, que se hunde en la somnolencia de la vida cotidiana, Pasolini concluyó que el verdadero protagonista de las historias termina siendo el destino mismo. Y, como de viajar en el tiempo y de hacer presagios sabía algo Diego Armando Maradona, dejó estas palabras en aquel 2010 que lo tuvo compartiendo un Mundial con Messi como entrenador y jugador. En ellas, hace protagonista al destino, aunque parezca que habla de Messi y de sí mismo: “¿Cómo no me va a poner feliz que Messi gane el Mundial? Se va a terminar la polémica Maradona-Pelé y lo mejor del asunto es que Messi es argentino. Todos. Brasileños, alemanes, españoles, van a tener que reconocer que el mejor del mundo nació en nuestro país. Es ahora el mejor del mundo, está en un nivel muy selecto. Está jugando un fulbito con Jesús”.
En 2022, en un mundial plagado de simbologías y paralelismos, de golpe, se habían terminado las comparaciones. Aunque la mitología creada en México en 1986 siempre vaya a tener su lugar, dice la mitología azteca que solo se alcanza el descanso eterno al acceder al noveno sitio infernal. En Catar, Messi ayudó a Maradona a llegar al Mictlán, el lugar del descanso eterno en el que la leyenda mexicana dice que los señores de la muerte reciben a las almas y le dan la bienvenida diciéndoles: “Han terminado tus penas, vete pues, a dormir tu sueño mortal”. Como en los relatos de Las mil y una noches, que se incluyen dentro de otros relatos, no hubo necesidad de desplazar a nadie. Mucha gente recién se había dado cuenta de que había lugar para más gente en la eternidad después de los mil (y tres) partidos de Messi, cuando ya los dos sabían finalmente que la copa del mundo pesa 6 kilos y 170 gramos. “La deseaba muchísimo. Recién decía que Diego me la iba a regalar”, dijo un emocionado Messi tras su coronación. Como dice la canción de Gustavo Cerati, suspiraban lo mismo. Los dos.