Por Diego Paseyro
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Her es una película del 2013, estrenada un 13 de octubre en el festival de cine de New York, dirigida por Spike Jonze y protagonizada por Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson. En ella se narra la historia de Theodore Twombly, quien desarrolla una relación afectiva con Samantha, una inteligencia artificial. La película estará llegando a su década este año, por lo que muchas cosas han pasado desde entonces. A la luz de los acontecimientos y de la recientemente estrenada inteligencia GPT, podemos decir sin temor a equivocarnos que fue una gran precursora y adelantada de conflictos y dilemas a los cuales nos estamos comenzando a enfrentar. Recordemos que Alexa vio la luz recién en noviembre de 2014. Chat GPT (Generative Pre-trained Transformer, por sus siglas en inglés) es un prototipo de chatbot de inteligencia artificial (IA) desarrollado en 2022 por la compañía sin fines de lucro, radicada en San Francisco, OpenAI, que tiene a Elon Musk y Sam Altman como sus más notables fundadores.
Sobre esta tecnología, cuyo carácter revolucionario es un tanto prematuro vaticinar, se puede sospechar que tendrá impactos formidables en la educación y en el mercado laboral. Puede generar un texto y mantener conversaciones detalladas y articuladas, “utilizando complejos algoritmos de procesamiento de lenguaje natural para entender el significado detrás de las palabras y responder de manera coherente”, respondió el chatbot cuando le pregunté “cómo funcionaba”. Ella es “plenamente consciente” de sus limitaciones y se maneja con cantidades incalculables de información, aunque no puede navegar libremente por la web ni maneja datos muy recientes. Teniendo en cuenta estas leves restricciones, uno puede pedirle que nos defina el peronismo e incluso, exigiéndole algo más metacognitivo, por qué es tan difícil definirlo. También que compare el concepto de “sustancia” en Descartes y Aristóteles, que nos desarrolle la teoría de la relatividad de Einstein o que nos diga cuántas personas murieron en todo el mundo en 1990.
Sin embargo, cualquier pregunta que vaya en la línea de lo valorativo, por ejemplo, si existe Dios, si hay un sistema político más deseable que otro o si Jung superó a Freud, no será respondido. Podemos decir, entonces, que esta IA es subjetivista o relativista llegada el caso, pero no bajará ninguna línea filosófica, religiosa o política en ningún sentido. O sea, hasta el momento, esta recién estrenada y algo “rudimentaria” IA puede ofrecernos cualquier texto descriptivo y explicativo, y podrá ofrecernos cualquier dato por más rebuscado y aleatorio que se presente, pero no podrá darnos textos críticos y reflexivos, intentando argumentar en un sentido u otro. No nos ofrece miradas de la realidad, vaticinios, diagnósticos ni predicciones. No ofrece miradas historicistas novedosas, ni produce tesis doctorales o ensayos filosóficos. En materia de poesía y cuento, si bien sus producciones son algo toscas, esta primera versión de la futura prescindencia de lo humano ya dejó la vara considerablemente alta. Sin embargo, no nos detengamos en lo que hoy no puede hacer, o no hace del todo bien, sino, justamente al revés, en todo lo que ya hace de manera tan diligente a pesar de que tiene en el mercado apenas unos meses. Recién estamos conociendo la superficie de una criatura muy honda y que, más temprano que tarde, estará haciendo todo y más de lo que anteriormente dije que aún no hacía.
Sin embargo, todo lo que esta inteligencia ya hace es suficiente para ponernos en jaque en más de un sentido. Por ejemplo, en el ámbito educativo, no va a tener ningún sentido proponerle a un joven ninguna tarea que implique elaborar un texto de cualquier especie. Resúmenes, cuestionarios, cuadros comparativos, diagramas o mapas conceptuales serán elaborados con una eficiencia de la que ningún docente podrá sospechar jamás. La sola imagen de pensar a un profesor o maestro leyendo decenas de trabajos hechos por una IA es desoladora. Desde noviembre que han muerto para no volver más las tan detestadas por los alumnos tareas domiciliarias. Durante mucho tiempo se debatió sobre la efectividad del trabajo en casa, y hubo muchas experiencias en ambos sentidos, sobre la importancia de que existan o se eliminen, sin llegar a resultados concluyentes. El peso de los hechos se llevó puesto cualquier disquisición teórica sobre este asunto. Ya no importa debatir si es deseable, porque lo cierto es que es una práctica obsoleta como también lo es la taquigrafía. ¿Cuál es el sentido de estudiar si la IA nos da todas las respuestas? ¿Cómo debemos evaluar a los alumnos? ¿Qué saberes son relevantes poseer y cuáles podemos darnos el lujo de delegárselos a la IA? ¿Cómo se determina la utilidad de un saber? ¿Útil para qué? ¿Para quién? Si el modelo de educación bancaria, en el que se asumía que el alumno era un recipiente al que se debía llenar con información, ya estaba en franca decadencia, ¿no viene esta nueva tecnología a darle su golpe de gracia y a sentenciar la muerte y prescindencia de cualquier asignatura cuyo leit motiv sea suministrar información?
“¿Ni la mejor computadora?
¿Lo dice usted que es un simple humano?
Se muestra tan ufano
Pero le llegó la hora
Porque su ego lo devora
Y se cree superior a ultranza
Pero con una muestra alcanza
Hoy las bombas que crearon sus mentes
Son más inteligentes
Que los idiotas que las lanzan”.
El Cuarteto de Nos, “Contrapunto para humano y computadora”.
Como toda nueva tecnología disruptiva que viene a hacer tambalear un paradigma que por otras razones ya pedía ser resignificado, el ChatGPT fue recibido de manera ambivalente. Se pueden encontrar aquellos que se muestran reacios a su incorporación y lo denuncian como un exceso de la razón técnica que solo va a traer aparejados males mayores, así como los tecnófilos que sin demasiadas preguntas abrazan cada adelanto como el inevitable rumbo que los acontecimientos debían tomar y que debemos adaptarnos y reconocer todas sus bondades. Finalmente, podemos encontrar un tercer grupo, que en principio podría ser el más razonable: el de aquellos que entienden que no se puede ir contra la corriente tecnológica ni adoptar políticas prohibicionistas, porque tenemos muchas experiencias de lo contraproducentes que pueden ser, pero paralelamente, entienden que muchas preguntas son las que se deben formular con relación a qué implica y cómo debe darse su implementación. No importa en qué grupo uno se ponga, esto ya está sucediendo y nada hace pensar que se vaya a detener, sino todo lo contrario, más temprano que tarde, mientras decidimos cómo recibir esta versión, ya habrán salido sus sucesoras.
Sin ánimos de caer en el primer conjunto de individuos, esta tecnología, a diferencia de anteriores que se presentaron transgresoras, como la calculadora, que en definitiva no era más que una IA que producía textos muy restringidos, o yendo más atrás en el tiempo, la birome, que vino a suplantar a la pluma, esta nueva versión del chatbot, parecería dar un salto cualitativo en relación con lo que permite y a los problemas que en tiempo récord debemos enfrentar y resolver. En un artículo del 2007 de Humberto Eco, “¿De qué sirve el profesor?”, ya se planteaban muchas de las interrogantes que ahora nos convocan. En aquel texto, el dilema se presentaba al oponer la figura del docente frente a la existencia de internet, y la salida de Eco apuntaba a que el rol del docente en ese momento, más que ser poseedor de información pura y dura, tenía más que ver con la guía y el consejo. Aunque todo esté en internet, ¿cómo distingo lo verdadero de lo falso? ¿Qué es una buena fuente? ¿Cómo cito? ¿Cómo integro una referencia a un texto? Todas esas preguntas pueden ser retomadas hoy en relación con esta nueva tecnología. La IA tiene todas las respuestas, pero ¿qué necesito preguntar? ¿Qué es una buena pregunta? En definitiva, aunque el enciclopedismo parecería que ya no tiene ninguna vigencia, y la inteligencia no se puede medir más por cuanto uno “sabe”, o sea, recuerda, memoriza, repite, etc., todavía sigue habiendo un espacio de lo “esencialmente humano” e irremplazable (por el momento) por cualquier IA y tiene que ver con la capacidad de formular preguntas novedosas, miradas originales sobre lo mismo, y en definitiva, elaborar textos cuya potencia no radica únicamente en el manejo de datos e información.
Dicho esto, es innegable que estamos frente a un cambio de paradigma que pone en jaque el rol que la escuela tuvo históricamente en la alfabetización e ilustración de los alumnos. Ante cada salto tecnológico, parecería que el margen de acción de lo humano se reduce y nos vemos replegados frente a una inteligencia que conquista nuevos territorios, pero paralelamente esta “amenaza” nos obliga a identificar con mayor justeza y rigor qué de lo humano, si finalmente hay algo, nunca será socavado por ninguna criatura digital.
Por Diego Paseyro
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