A lo largo de la historia, diversos personajes y períodos históricos aportaron a la construcción teórica y práctica de los derechos animales y el veganismo. Desde Pitágoras en la antigua Grecia, pasando por el renacimiento y el romanticismo. Todo terminó de solidificarse en el siglo XX, con el surgimiento del veganismo y la consolidación teórica de la ética animal.
El vegetarianismo, que se venía popularizando desde el siglo XIX, ya era algo bastante difundido, tenía asociaciones, grupos locales y boletines informativos en muchas ciudades de Occidente. Pero, a pesar de sus esfuerzos por promover un consumo sin carne, la industria se había adelantado al hacerlo cada vez más accesible.
Luego de la revolución industrial, la explotación animal también se fue transformando hacia un modelo de producción sistematizado, en el que los animales eran convertidos en piezas de una gran máquina industrial.
A finales del siglo XIX, también surge la zootecnia: la ciencia de potenciar características de animales que beneficiaban al humano. Por ejemplo, hacer que gallinas pongan 20 veces más huevos de lo normal, inseminar artificialmente a las vacas para que produzcan más leche por embarazo o engordar un cerdo a su tamaño adulto en solo seis meses. A esto se le sumó la invención de los antibióticos, que permitió encerrar a más animales en menos espacio, en peores condiciones de higiene y sin siquiera poder moverse.
El matadero se convirtió en una gran fábrica con cientos de trabajadores, donde animales de toda la región viajaban al rayo del sol o la nieve, cientos de kilómetros, esperando su destino más desafortunado.
El trabajador del matadero también se transformó en parte de la gran máquina, alineándose al realizar la misma tarea una y otra vez, un dispositivo de cortar cuellos y desmembrar cuerpos, cientos al día.
Tan eficiente se había convertido la casa de matar (del inglés slaughterhouse), que el mismísimo Ford dice haberse inspirado en ella para revolucionar la industria automotriz.
Pero no solo el trabajador estaba siendo alienado, sino que toda la sociedad: el granjero ya no tenía que ver morir a los animales que criaba, y mucho menos el consumidor final, que no veía ni la crianza ni la matanza de su cena, cómodamente presentada en los novedosos enlatados de comida prehecha. De repente, el animal de media tonelada ya no existía, solo latas de comida.
La mayoría de los vegetarianos también cayeron en la comodidad de no preguntarse cómo se producía lo que consumían. Después de todo, nada en una blanca botella de leche en la puerta o un paquete de huevos nos puede dar indicios de lo que pudo haber detrás.
Pero un grupo de vegetarianos más escépticos empezaron a cuestionarse a sí mismos. Si lo que buscaban era el respeto hacia los animales, ¿era el vegetarianismo suficiente?
Tras vivenciar el funcionamiento de la industria láctea y comprobar que se puede vivir sin lácteos (como lo hicieron los asiáticos durante toda la historia), quisieron formar un grupo dentro de la Vegetarian Society para discutir y promover un cambio en la concepción del vegetarianismo, ya que no se estaba alineando con los objetivos originales del respeto hacia los animales. Pero al hablar con las autoridades, a pesar de entender el planteo, se les responde que la prioridad de la sociedad vegetariana seguiría siendo el no consumo de carne y se les propone formar otro grupo por fuera.
Entre ellos estaban Elsie Shrigley y Donald Watson, que hacen un llamado a otros colegas “no lácteos” para discutir el destino de su nueva causa.
Para empezar, consideran necesario crear una nueva denominación que no sea “vegetarianos no lácteos”, ya que esta no englobaba otros conceptos como el no consumo de huevos, y tampoco querían definirse por lo que no consumían. Es así como el 5 de noviembre de 1944, seis meses antes de terminar la guerra, nace la Vegan Society y se acuña la palabra vegan (vegano) que usamos hoy en día.
En la primera edición de la revista de la sociedad The Vegan News, Donald Watson explica el motivo de esta nueva iniciativa, invitando a los vegetarianos a unirse. “La excusa de que no es necesario matar para obtener lácteos es insostenible en aquellos con el conocimiento de los métodos de la ganadería y de la competencia que cualquier granjero humanitario debe afrontar si quiere mantenerse en el negocio. Durante años, muchos hemos aceptado como lacto-vegetarianos, que la industria de la carne y la industria láctea están relacionadas, y que de alguna forma se subsidian mutuamente”, escribió.
Para quien no conoce a lo que se refería Watson, todas las vacas en la industria lechera son enviadas al matadero alrededor de los 5 años, cuando no son más rentables para producir leche, incluyendo a los terneros macho, que se matan a las pocas semanas o meses para carne de ternera. La industria lechera era solo una variante de la industria cárnica.
Entre muchas otras prácticas, también se refería al cuajo que se utiliza en la fabricación de quesos, que es obtenido de los estómagos de los mismos terneros que fueron separados de sus madres para que no tomen la leche que es vendida a los humanos.
“Nos sentimos en una posición fuerte para criticar al lacto-vegetarianismo, porque lo peor que podemos decir será solo una repetición de la crítica que ya nos hicimos a nosotros mismos”, señaló.
La pequeña sociedad ya había sido fundada, pero a pesar de haber definido la alimentación vegana (sin derivados de origen animal), el veganismo como concepto no estaba aclarado. Unos años después, Leslie Cross propuso la siguiente definición: “El principio de la emancipación de los animales de la explotación del hombre”.
A diferencia del vegetarianismo, Cross puso un fuerte énfasis en posicionar al veganismo no como una dieta, sino como un movimiento de justicia social por los animales.
Hoy en día, la Vegan Society plantea la siguiente definición, pero la realidad es que cada vegano suele mantener pequeñas diferencias en su concepción del veganismo: “Una filosofía y forma de vida que busca excluir, en la medida de lo posible y practicable, todas las formas de explotación y crueldad hacia los animales, incluyendo su uso para comida, ropa o cualquier otro propósito”.
A diferencia de la imagen dogmática que se suele mostrar en muchos medios, desde sus inicios el veganismo considera que todavía no todos los humanos pueden evitar en su totalidad el uso de animales para su supervivencia. El objetivo es trabajar hacia una sociedad donde esto sea posible.
En paralelo al crecimiento del veganismo entre distintos sectores de la sociedad, el mundo académico no fue la excepción. En 1970, el psicólogo Richard D. Ryder creaba un concepto crucial para el entendimiento del veganismo como movimiento social, algo que explicaba contra qué estaba luchando: el especismo. Así como existía el machismo o el racismo, Ryder entendió necesario ponerle nombre a la discriminación y opresión del humano hacia los demás animales, algo que estaba (y sigue estando) tan normalizado que ni siquiera se ve como una relación de opresor-oprimido.
El especismo es la “discriminación moral arbitraria de las especies”, una ideología que no solo pone al humano por encima de los demás animales, sino que utiliza esa postura de superioridad para justificar todo uso y explotación que el humano desee, ignorando las capacidades e intereses que los demás animales tengan.
Al igual que con el racismo, existen diversos niveles y formas de especismo dependiendo de la especie y el contexto cultural en que se ubica. En cada cultura, distintos animales son catalogados de mayor o menor valor moral, un perro o una vaca, pueden ser tanto “animales de consumo” como “animales sagrados o dignos de respeto y cuidado”.
Lastimar y matar a un perro por diversión o por disfrutar de su sabor al cocinarlo y comerlo sería considerado por la mayoría de los occidentales como una aberración sádica e inhumana, digna de castigo penal por “maltrato animal”. Si esto sucediera, aparecería en todas las noticias y redes sociales, en las que muchos pedirían hasta pena de muerte al “monstruo” que cometió dicha barbaridad.
Al mismo tiempo, provocar el mismo destino a un cerdo es algo completamente legal y cotidiano, en el que todo tipo de crueldades existen durante y al final de su vida antes de convertirse en un producto: castraciones y mutilaciones sin anestesia, patadas, uso de picanas eléctricas y hasta la muerte por electrocución y cámara de gas (método considerado en muchos países como “faena humanitaria” bajo las “mejores” leyes de “bienestar animal”).
Nadie hace un escándalo en las noticias por la vida de un cerdo (ni siquiera por la de los millones que lo viven diariamente) y mucho menos se exigiría castigo a los responsables, que técnicamente incluiría a todos los que consumen productos de esas industrias.
El anterior es un ejemplo de especismo, muchas veces acompañado por la “disonancia cognitiva” que todos vivimos cuando nada de esto se nos informa ni educa como consumidores.
Si nos vamos a la ciencia, tanto perros como cerdos tienen capacidades casi idénticas de inteligencia (los cerdos son más inteligentes), sociabilidad y lo más importante: la capacidad de sentir (sintiencia). Para la víctima, sea un perro, un cerdo o una vaca, su experiencia subjetiva es igual de cruel, sin importar si la cultura humana que lo rodea lo considera justificable o no.
Pocos años después, en 1975 el filósofo moral australiano Peter Singer publica Liberación animal, un libro que marcó un antes y un después en la lucha por los derechos animales.
En contraposición al especismo y el antropocentrismo, Singer propone al sensocentrismo como una postura ética consistente ante toda situación que se le presente, en la que el eje de la consideración moral (es decir, lo que nos debería importar al analizar éticamente nuestras acciones). Se basa en la capacidad de sentir y no en características arbitrarias que no apliquen a la discusión ética, como etiquetas de raza, sexo o especie.
La capacidad de sentir dolor, estrés, miedo, así como felicidad, placer o tranquilidad no son únicas del humano, por lo que pertenecer o no a la raza humana es indiferente a la hora de considerar moralmente a otros individuos.
Pero que no se confunda igual consideración con igualar dos vidas o sus derechos. Singer menciona: “El principio básico de la igualdad no exige un tratamiento igual o idéntico, sino una misma consideración”.
Es decir, no es necesario reconocer a un cerdo o una rata como un individuo “igual” al humano para considerar sus intereses y poder respetarlos. Lo que tampoco significa que les debamos dar todos los derechos que los humanos tenemos, como el derecho a voto, que no surgiría del interés del animal, ni tendría la capacidad intelectual necesaria para comprender y desarrollar el sufragio. En ese caso, discriminamos la inteligencia del animal de forma pertinente y no para justificar la negación de intereses y capacidades que sí tienen, como la capacidad de sentir y el interés de vivir sin sufrir.
Desde el lanzamiento de Liberación Animal, el movimiento empezó a crecer a pasos agigantados, con fuertes cambios legales en lo que respecta la experimentación animal y formándose diversos grupos activistas en todo el mundo, de distintas corrientes e intersecciones con otros movimientos. Con la llegada del internet, la información y la realidad que ocurre detrás de las industrias se hizo mucho más accesible, permitiendo algo que antes era imposible: que el consumidor y ciudadano decida con sus propios ojos si lo que viven los animales es algo que podemos justificar.
Hoy en día, en 2023, el veganismo se ha expandido a prácticamente todos los países del mundo, desde América, África hasta Asia, países de primer mundo y países en desarrollo, donde cada cultura lo ha adaptado a su contexto cultural, gastronómico y hasta religioso. A diferencia del especismo, la consideración y empatía por las demás especies no es algo cultural, si no que algo que vuelve a emerger desde el interior de nuestras conciencias, algo que, cuando adquirimos las herramientas para llevarlo a cabo y la apertura de cuestionar nuestras propias culturas, terminamos preguntándonos: ¿cómo no lo hicimos antes?
En el siguiente fragmento de la primera publicación de la Vegan News en noviembre de 1944, Watson respondía a una de las críticas ante la “loca” idea del veganismo. Hoy podemos confirmar que la determinación humana puede convertir los ideales de un grupo de 20 visionarios en un movimiento de más de 70 millones de personas en todo el mundo, siendo aún solo el comienzo.
“Una crítica común es que el momento todavía no está maduro para nuestra reforma. ¿Puede algún momento estar maduro para cualquier reforma a menos que sea madurado por la determinación humana? ¿Acaso Wilberforce esperó por la “maduración” del tiempo antes de comenzar su lucha en contra de la esclavitud? […] Hay un claro peligro en dejar la realización de nuestros ideales a la posteridad, porque puede que la posteridad no tenga nuestros ideales”, escribió.