Una sala de estar con una lámpara de pie de luz tenue, un par de guitarras y un gato en el sillón. Por momentos, se muestran paredes rayadas que parecen ser un tracklist. Por otros, se muestra el recorrido por una casa que está en estado de total abandono. El entrevistado es un joven desgarbado, con la camisa abierta, tan sucia como su pelo azabache. Extremadamente pálido, ojeroso, con los labios rotos y los dientes podridos.
Se le marcan los huesos del rostro, de la clavícula, de las muñecas y hasta de los dedos, que sostienen constantemente un cigarrillo. No para de balancearse, no puede mantenerse quieto. Las picaduras de los brazos, algunas tapadas con una curita, delatan lo que ya es obvio: un consumo más que problemático de heroína. Dos años atrás, este joven era el guitarrista de una de las bandas de rock más relevantes del mundo.
En 1994, el medio de comunicación holandés VPRO decidió hacerle una entrevista a John Frusciante en el auge de su consumo de heroína. En la misma, le preguntan al guitarrista qué opinaba de la reciente muerte de Kurt Cobain y la tendencia autodestructiva de los artistas en el medio. “Yo no creo que la muerte sea tan importante, no me importa si me muero ahora. No significa que sea autodestructivo, amo la vida y creo que es la única forma de amarla”, contestaba una versión alejada del John Frusciante que conocía el mundo.
En un episodio del podcast This Little Light de Flea Balzary, bajista y compañero de banda, el guitarrista habla sobre el camino rocoso que mantuvo con la guitarra. Como la gran mayoría de los padres, el suyo pensaba que primero tenía que amigarse con una acústica para luego llegar a la eléctrica.
Pero él tenía en la mente el sonido de distorsión al que quería llegar. No iba a ser posible con su guitarra. Lo supo a los ocho años, cuando le pidió a su primera profesora que le enseñara a tocar "Stairway To Heaven" de Led Zeppelin y no logró sonar como él se lo imaginaba. Dejaría la guitarra en un ropero por un tiempo.
En otra línea temporal, sería uno de los tantos que se rinde. Pero solo sería el comienzo de una serie de frustraciones en diferentes lecciones del instrumento, llegando incluso a cruzarse con un profesor que le dijo que no era talentoso, solo por priorizar la textura del sonido ante la velocidad.
Los rasgos rupturistas de Frusciante, entonces, también se mostrarían desde temprana edad. Si hay algo que lo caracteriza es llegar a lugares inimaginables de manera precoz. Como cuando a los 15 años, vio por primera vez a una banda que se convertiría en una de sus favoritas, sin saber que en tan solo unos años formaría parte de ella. Le gustaba que fuera under y que sonara diferente a lo que había en la vuelta.
La formación de Red Hot Chili Peppers contaba con Anthony Kiedis en la voz, Flea Balzary en el bajo, Jack Irons en la batería y Hillel Slovak en la guitarra. Otros integrantes habían estado antes, pero eran estos músicos los que grabaron Freaky Styley (1985) y The Uplift Mofo Party Plan (1987). Dos discos en los que se puede oír a un Kiedis más rapero que cantante, un estilo más pesado y experimental y el funky más latente que nunca.
La tragedia cambió los planes. Hillel Slovak falleció de una sobredosis en 1988 y Jack Irons no pudo soportarlo. Tras intentar suplantarlos sin éxito, con D.H. Peligro en la batería y DeWayne "Blackbyrd" McKnight en la guitarra, Flea conoció a John Frusciante, de 18 años, en un jam. La conexión fue inmediata, también interminable. En su podcast, el bajista afirmaría que la conexión musical que tuvo con él no es parecida a la que ha tenido con otros.
Más tarde, con la inclusión de Chad Smith en la batería, llegaría la consagración. Primero, Mother´s Milk (1989), una especie de conciliación entre el sonido que venían creando y el que estaban por crear. Luego, Blood Sugar Sex Magik (1991), el cambio de paradigma.
La entrada del productor Rick Rubin y una mansión abandonada, en la que supuestamente habían espíritus. En las habitaciones, elucubrarían el disco que sería la piedra fundamental de lo que son hoy, y también lo que impulsaría a su guitarrista a salir de la banda.
Pero si hay algo que caracteriza al músico, es la reinvención. Además de su vuelta a la banda, también innova con la música electrónica. Bajo el seudónimo de "Trickfinger", crea nueva música y lleva una firma discográfica junto a su pareja. Lo que nunca cambia, es esa melancolía en el rasgado de cuerdas y en el arrastre de su voz.
La complicidad entre su guitarra y el bajo de Flea, los brazos que delatan un pasado tan lejano como oscuro, las distorsiones de su guitarra. Los solos que estadios enteros corean. John Frusciante ama a la música tanto como la música lo ama a él. Se ganó la impunidad de la reinvención eterna porque detrás de todo esto, solo hay agradecimiento.