Por Sofía Durand Fernández
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Una sala de estar con una lámpara de pie de luz tenue, un par de guitarras y un gato en el sillón. Por momentos, se muestran paredes rayadas que parecen ser un tracklist. Por otros, se muestra el recorrido por una casa que está en estado de total abandono. El entrevistado es un joven desgarbado, con la camisa abierta, tan sucia como su pelo azabache. Extremadamente pálido, ojeroso, con los labios rotos y los dientes podridos.
Se le marcan los huesos del rostro, de la clavícula, de las muñecas y hasta de los dedos, que sostienen constantemente un cigarrillo. No para de balancearse, no puede mantenerse quieto. Las picaduras de los brazos, algunas tapadas con una curita, delatan lo que ya es obvio: un consumo más que problemático de heroína. Dos años atrás, este joven era el guitarrista de una de las bandas de rock más relevantes del mundo.
En 1994, el medio de comunicación holandés VPRO decidió hacerle una entrevista a John Frusciante en el auge de su consumo de heroína. En la misma, le preguntan al guitarrista qué opinaba de la reciente muerte de Kurt Cobain y la tendencia autodestructiva de los artistas en el medio. “Yo no creo que la muerte sea tan importante, no me importa si me muero ahora. No significa que sea autodestructivo, amo la vida y creo que es la única forma de amarla”, contestaba una versión alejada del John Frusciante que conocía el mundo.
El mismo hombre por el cual millones de fanáticos estallaron de alegría en diciembre de 2019, al leer un comunicado de Red Hot Chili Peppers que anunciaba su regreso a la banda. Ese, el que escucha en estadios de todo el mundo cómo corean su apellido.
El que, a veces, les da un gusto a sus devotos subiéndose solo al escenario con su Fender Stratocaster. John, pero recientemente también Trickfinger. Frusciante, el que se va y vuelve por una puerta giratoria, el que provoca tantísimos tipos diferentes de lágrimas, el que es tan caótico como solo lo puede ser un astro de la guitarra.
Jeff Beck, Jimmy Page y Jimmi Hendrix, una línea de tres de la historia del rock en la que Frusciante soñaba colarse. También Frank Zappa, a tal punto que fue a probarse a su banda, pero se arrepintió porque “no lo iban a dejar drogarse”.
En un episodio del podcast This Little Light de Flea Balzary, bajista y compañero de banda, el guitarrista habla sobre el camino rocoso que mantuvo con la guitarra. Como la gran mayoría de los padres, el suyo pensaba que primero tenía que amigarse con una acústica para luego llegar a la eléctrica.
Pero él tenía en la mente el sonido de distorsión al que quería llegar. No iba a ser posible con su guitarra. Lo supo a los ocho años, cuando le pidió a su primera profesora que le enseñara a tocar "Stairway To Heaven" de Led Zeppelin y no logró sonar como él se lo imaginaba. Dejaría la guitarra en un ropero por un tiempo.
En otra línea temporal, sería uno de los tantos que se rinde. Pero solo sería el comienzo de una serie de frustraciones en diferentes lecciones del instrumento, llegando incluso a cruzarse con un profesor que le dijo que no era talentoso, solo por priorizar la textura del sonido ante la velocidad.
Los rasgos rupturistas de Frusciante, entonces, también se mostrarían desde temprana edad. Si hay algo que lo caracteriza es llegar a lugares inimaginables de manera precoz. Como cuando a los 15 años, vio por primera vez a una banda que se convertiría en una de sus favoritas, sin saber que en tan solo unos años formaría parte de ella. Le gustaba que fuera under y que sonara diferente a lo que había en la vuelta.
La formación de Red Hot Chili Peppers contaba con Anthony Kiedis en la voz, Flea Balzary en el bajo, Jack Irons en la batería y Hillel Slovak en la guitarra. Otros integrantes habían estado antes, pero eran estos músicos los que grabaron Freaky Styley (1985) y The Uplift Mofo Party Plan (1987). Dos discos en los que se puede oír a un Kiedis más rapero que cantante, un estilo más pesado y experimental y el funky más latente que nunca.
La tragedia cambió los planes. Hillel Slovak falleció de una sobredosis en 1988 y Jack Irons no pudo soportarlo. Tras intentar suplantarlos sin éxito, con D.H. Peligro en la batería y DeWayne "Blackbyrd" McKnight en la guitarra, Flea conoció a John Frusciante, de 18 años, en un jam. La conexión fue inmediata, también interminable. En su podcast, el bajista afirmaría que la conexión musical que tuvo con él no es parecida a la que ha tenido con otros.
Más tarde, con la inclusión de Chad Smith en la batería, llegaría la consagración. Primero, Mother´s Milk (1989), una especie de conciliación entre el sonido que venían creando y el que estaban por crear. Luego, Blood Sugar Sex Magik (1991), el cambio de paradigma.
La entrada del productor Rick Rubin y una mansión abandonada, en la que supuestamente habían espíritus. En las habitaciones, elucubrarían el disco que sería la piedra fundamental de lo que son hoy, y también lo que impulsaría a su guitarrista a salir de la banda.
A John Frusciante le gusta ser un músico, un artista, no una estrella de rock. Eventualmente, la exposición lo desgastó y empezó a autosabotearse. Sin éxito, porque su talento no se lo permitió. Es imposible olvidar la presentación en Saturday Night Live de 1992, donde tocó una versión inédita de "Under The Bridge", sin avisarle a sus compañeros. Algunos fanáticos, dicen que es hasta mejor que la original. Anthony Kiedis no pensó lo mismo.
"No tenía la más mínima idea de la canción que estaba tocando o el tono. Parecía como si estuviera en otro mundo. Estábamos en vivo frente a millones de personas, fue una tortura. Sentí como si me estuvieran apuñalando por la espalda frente a Estados Unidos mientras este tipo estaba en un rincón a la sombra, tocando un experimento disonante y fuera de tono. Sentí que estaba haciéndolo a propósito, solo para joderme", dijo Kiedis al respecto en su libro de memorias Scar Tissue (2004).
Tiempo después, y durante la gira del disco en Japón ese mismo año, decidió irse. Atrapado en la droga, terminó por perder los dientes e inyectarse hasta infectarse los brazos. Los mismos que, por esos tiempos, se quemó en un incendio en su casa, tratando de salvar sus guitarras. En 1993, vio a su amigo River Phoenix morir de una sobredosis.
Aun así, lanzó Niandra Lades and Usually Just a T-Shirt (1994), un disco catártico y en el que experimentó a rienda suelta. Pero ahora, en otra línea temporal, no solamente habría dejado de tocar la guitarra, sino que también habría perdido la vida.
En 1998 volvió a Red Hot Chili Peppers, recuperado y sin guitarra. Anthony Kiedis tuvo que comprarle una. Antes, lo había suplantado Dave Navarro. Una etapa fructífera, no solo por Californication (1999), un disco que simboliza un tipo de resurrección, y By The Way (2002). Con estos discos, sería más que suficiente. Pero, en paralelo, Frusciante continuó componiendo de manera solista. Lanzó To Record Only Water For Ten Days (2001), un disco instrumental.
Formó un grupo paralelo, Ataxia, junto a Joe Lally of Fugazi y Josh Klinghoffer y publicaron Ataxia's Automatic Writing (2004). En ese mismo año y durante el mismo periodo de seis meses, lanzó otros cinco discos más: The Will to Death, Inside of Emptiness, Curtains, A Sphere in the Heart of Silence y Shadows Collide With People. Es tan vulgar como acatado definirlo como una bestia. Todo esto, sin tener en cuenta que colaboró con la banda Mars Volta.
Tras Stadium Arcadium (2006), otro de los discos dorados de Red Hot Chili Peppers, Frusciante volvió a dar las gracias y despedirse. Esta vez para concentrarse en su carrera solista. Otra vez la desolación por parte de un público que nunca se acostumbraría a esta tendencia. Lo suplantaría Klinghoffer, su compañero de Ataxia.
Pasaron años, tantos como para que el sueño de un nuevo regreso se fuera haciendo cada vez más borroso. El golpe de suerte se dio en 2019, con un Klinghoffer dolido como consecuencia y una pandemia de por medio que generó el terror de que, quizá, el guitarrista se arrepintiera y decidiera irse de nuevo.
Pero no. Llegó con Unlimited Love (2022) y Return of the Dream Canteen (2022) bajo la manga, con el tour mundial Global Stadium Tour que incluyó a Sudamérica. Con una estabilidad que genera tranquilidad, aunque nunca del todo.
Con su vuelta, también regresan los covers que hace en vivo y que se han convertido en clásicos, por más que algunas veces innove, como es el caso de "How Deep Is Your Love" de Bee Gees y "Tiny Dancer" de Elton John. Volvió el privilegio de observar a alguien compenetrarse tanto con su instrumento que se ganó su propio término: "frugasm".
Pero si hay algo que caracteriza al músico, es la reinvención. Además de su vuelta a la banda, también innova con la música electrónica. Bajo el seudónimo de "Trickfinger", crea nueva música y lleva una firma discográfica junto a su pareja. Lo que nunca cambia, es esa melancolía en el rasgado de cuerdas y en el arrastre de su voz.
La complicidad entre su guitarra y el bajo de Flea, los brazos que delatan un pasado tan lejano como oscuro, las distorsiones de su guitarra. Los solos que estadios enteros corean. John Frusciante ama a la música tanto como la música lo ama a él. Se ganó la impunidad de la reinvención eterna porque detrás de todo esto, solo hay agradecimiento.
Por Sofía Durand Fernández
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