Para que algo —lo que sea— funcione bien, los engranajes no deben ser percibidos. El movimiento debe ser lo suficientemente orgánico y fluido como para que dé la impresión de que no existe un mecanismo que lo ponga en marcha. En el Auditorio Nacional Adela Reta, entre la calle Mercedes y la calle Andes, el espectáculo comenzó mucho antes del estreno.
—Mientras uno está viendo el show, adentro hay otra coreografía en la que cada área tiene un guion propio— dice Mayra Serra, directora técnica del Auditorio, desde el piso 2 del edificio, en donde ella considera que está situado el “corazón” de la institución.
En este piso de paredes de ladrillo y luces cálidas se encuentran la dirección general, el equipo de coordinación general y la sala de ensayo de la orquesta, en la que también ensaya la ópera. También está el escenario de casi 14 metros de boca por 20 de profundidad y 29 de altura. Cuenta con un foso de orquesta y con pisos cuya altura pueden regularse según el espectáculo que se presente. Es el escenario más grande del teatro en Uruguay. Sin embargo, parece ser más pequeño frente al hecho de que hay 70 personas fijas trabajando para que todo lo que se lleve a cabo ahí arriba salga bien.
Pizarrones, carpetas y bosquejos. Una constante que se reitera en cada oficina a la que se ingresa. Basta prestar atención para entender que en cada área se trabaja con diferentes unidades de medida, que abarcan desde el tiempo y el espacio hasta el peso, los metros de tela que se necesitan o las medidas del cuerpo de baile. En una cadena descendiente e iterativa, cada departamento cuenta con su propio funcionamiento para que el día del estreno, los piñones encajen.
—Hay dos mundos distintos— explica Mayra, mientras cruza la línea divisoria entre las oficinas y los talleres de producción. De repente, hay castillos de época y estructuras de madera. El último paso de la reconversión viene dado por la puerta colosal del taller de realización escenográfica. Ahora, la luz es exclusivamente natural y el olor a viruta y barniz lo invaden todo. El resto de la escenografía de Don Quijote recubre cada extremo.
Es la parte corpórea de lo que compone la escena. A partir de los bocetos, se ajusta la planimetría, el dibujo técnico y el funcionamiento. Se comienza de cero, con trabajo de herrería y carpintería. Luego, utilería se encarga de la parte de espuma, resina, enchapado, o lo que sea necesario para dar la sensación de realidad. “La idea es que, al subirse el telón, el público se deslumbre”, explica Mayra.
En el caso de Don Quijote, debía ser refaccionada para el estreno. El molino, la estructura de hierro que tiene diferentes utilidades a lo largo del ballet, son el resultado de un balance entre arte e ingenio. Todo tiene que asemejarse a algo real, pero también tiene que ser liviano para que pueda ser transportado.
—Hemos evolucionado en cómo resolver la magia— dice Mayra, entre risas.
El 18 de septiembre de 1971, un incendio destruyó por completo el Estudio Auditorio del Sodre. No fue hasta 2009, casi cuarenta años después, que fue reinaugurado. Definido como una etapa germinal, el ballet incrementó su producción bajo el liderazgo de Julio Bocca y Gerardo Grieco. La prioridad de los talleres era tal, que fueron refundados, pero los expertos en los oficios ya no estaban y tuvieron que ser recuperados, trayendo profesionales del exterior. El orden que existe ahora en estos talleres fue gracias a un proceso colectivo.
—Nosotros vivenciamos lo teatral como efímero. Una responsabilidad enorme de ser un teatro público nacional con fondos del estado es la preservación del patrimonio. No son solo pedazos de escenografía, sino que es patrimonio cultural— explica Mayra, con una carpeta entre manos con fotografías de la escenografía de Don Quijote.
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No es fácil adivinar qué puede haber detrás de cada puerta. Dos pisos más arriba, se encuentran el taller de telones y el de utilería. En la antesala, estantes que van desde el piso hasta casi el techo están llenos de bolsos negros. En los depósitos, los telones pueden sufrir daños por humedad y condiciones climáticas inmanejables, por lo que lo mejor es registrarlos y almacenarlos ahí mismo. Al ingresar, un cielo con nubes pintado, perteneciente a El Mago de Oz, se encuentra dividido en partes.
Los telones se pintan con pintura al agua. El lienzo es de algodón, para que no genere arrugas. El gramaje depende de la intención artística. Hay dos aspectos fundamentales: deben estar clavados al piso y el taller debe contar con un balcón. El primer factor es para evitar que la tela no encoja. El segundo, por una cuestión de perspectiva.
Con un boceto cuadriculado, proceden a trasladarlo al lienzo, primero en carbonilla y luego con pintura. Los telones de cada obra deben hacerse por separado, por una cuestión de paleta de colores y estilo artístico. Todo esto, teniendo en cuenta el cronograma de estreno. Y restándole 15 días por el montaje. Al ser consultados por trabajar bajo presión, los integrantes del taller de telones explican, con tranquilidad en la voz, que conforme se desarrolla cada proyecto uno debe tener presente el cronograma, pero que lo importante es evitar los retrasos y, si los hay, encontrar la causa.
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Una gallina muerta, una pata de jamón, un ramo de ajos, chorizos y un par de copas que tienen brillo metálico. Todo esto se encuentra en el mismo estante. Ninguno es lo que parece ser. El trabajo en utilería es el mismo que el de un ilusionista. Las macetas al costado del taller son de espuma plas, y es probable que cualquiera, al intentar levantar una, ejerza más fuerza de la necesaria.
Las recetas son múltiples: resina, espuma tallada, cosido a máquina, o todas las anteriores. La gallina muerta, en realidad, es el producto de unir alambre y polizón con látex.
—El horario es de ocho horas, cinco días a la semana, pero es mentira. En realidad, tenemos gente a cargo que está trabajando desde las siete de la mañana hasta las doce de la madrugada, los siete días de la semana. El trabajo sigue en tu casa— dice Andrea Peveroni, jefa de escenografía. Los tres talleres bajo su liderazgo tienen sus propios cronogramas y deben conjugarse en los estrenos de todas las obras. Esto, sin considerar a los talleres de vestuario y caracterización.
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La confección de un tutú es un arte por sí mismo. Cuando reabrió el Auditorio, alguien del Teatro Colón de Buenos Aires tuvo que venir a capacitar en la materia. A lo largo de la historia del ballet, su composición ha ido evolucionando, no solo por las necesidades estéticas, sino también por la comodidad de los bailarines. El resultado no solo debe ser bello, también tiene que permitir la movilidad.
El tul con el que se confecciona no se vende en el mercado uruguayo y es específico. Se hacen distintas capas que permitan sostener el peso de la más grande, además de hacer puntadas especiales. Una vez que la estructura está lista, deben bordarse la bombacha y el corsé.
Otro desafío encontrado es la falta de diversidad de telas. Eso lleva a que, en un trabajo similar al de utilería, deban hacer transformaciones para que luzcan diferente. Serigrafía, apliques y teñidos. En Romeo y Julieta, un ballet de hace algunos años, confeccionaron vestidos de cortesanas con una tela deportiva, con un revés brillante.
Infinidad de percheros con vestuarios colgados y telas guardadas en diferentes partes del taller. Aun así, nada parece carecer de un rótulo o etiqueta que indique una referencia.
En el entrepiso del taller de vestuarios, funciona el de maquillaje, peinado y caracterización. Mientras confeccionan guantes, los prueban. Mueven la mano en un espectro de movimientos para verificar que cumpla con los requisitos. Al costado, tres sombreros que emulan ser cabezas de gallinas están expuestas.
—Hay mucho de experimentación, el vestuarista te presenta unos dibujos divinos, pero después, ¿cómo traducís eso a la realidad? Además, teniendo en cuenta que debe verse de lejos. El primer espectador está a siete metros y el más lejos a veinte. El nivel de detalle que precisas no es el mismo— explica Mayra.
Para el Lago de los cisnes, los trajes deben ser teñidos con el mismo tono de piel de cada bailarín. La idea del bosquejo es que el corsé tenga una moldería que genere un volumen y se asemeje a las alas en reposo de los cisnes. La propuesta parece desafiar la gravedad.
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—Uno se adapta y va desarrollando más sus sentidos — dice, entre risas, Pablo García, parte del equipo de luminaria. Su trabajo incluye trabajar con electricidad, por lo que muchas veces es necesario contar con linternas. Además de hacerlo en la altura y con equipamiento que puede llegar a ser peligroso.
Al equipo de luminaria lo integran 13 personas que ejercen diferentes roles, no solo el de montaje. Alguien debe operar la consola, y también operar los seguidores. Todo depende de las necesidades y el orden. La tecnología avanza de manera constante, por lo que es un trabajo en el que el aprendizaje es constante. "Es la vida misma", acota Pablo al respecto.
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El primer eslabón se encuentra entre dos oficinas: la de producción técnica y la de regiduría de escenario. La primera tiene como tarea “bajar a tierra” los espectáculos de los cuerpos estables del Auditorio. Trasladar las ideas de producción a costos, cantidades, fechas y tiempos y ajustarlas a las posibilidades dentro del Auditorio. Los parámetros de cada temporada se establecen el año anterior, en el que se tienen en cuenta la cantidad de espectáculos. Sobre esa base, se asignan a cada productor, que se encarga de estipular las tareas en cada jefatura. Según Mayra, son “quienes van llevando adelante la producción”.
El pizarrón de la segunda oficina está invadido por las diez funciones de Jaime Roos. “Ya estamos trabajando para Jaime Roos, nos reunimos con su equipo técnico y coordinamos desde los horarios de uso del escenario, hasta los requerimientos técnicos del show, como la microfonía, la tarima y la caja de luces”, afirma Alejandra Fleurquin, jefa de escenario.
A diferencia de la producción técnica, regiduría de escenario también se encarga de los espectáculos externos al auditorio y se aseguran de que no falte ningún elemento en términos técnicos. Tiene sentido, entonces, que sea el área donde el personal es más diverso y proviene de distintas especialidades. Es el nexo entre el Auditorio y las producciones, como una especie de embudo. El equipo está presente en todas las fases: en la coordinación técnica previa, en el día del montaje, durante el ensayo y también durante la función.
Nicolas Belli, integrante del área de sonido, matiza las responsabilidades de las partes a la hora de un espectáculo: “La mayoría de los artistas vienen con su equipo técnico. Lo que mandan son una lista de requerimientos sobre dónde y cómo tienen que estar los elementos”.
Continuando con el ejemplo de cabecera, Mayra agrega: “Jaime Roos trae a su sonidista, que manda un listado de requerimientos. Estos son analizados por el jefe de audio que analiza qué tenemos y que nos falta. En los espectáculos musicales cada artista tiene su sonidista, nosotros lo asistimos, pero no somos los responsables de cómo suena el artista”.
En los espectáculos musicales, el sonido suele ser uno de los puntos en los que se fija mayor atención. Si ese aspecto no sale bien, las culpas no tardan en asignarse.
—Un caso que fue famoso y ocurrió hace muchos años fue el de Al Di Meola. Cuando estuvo en el auditorio, no tenían sonidista. No se escuchó bien, pero lo que el público leyó fue que había sido un problema del equipo técnico del auditorio. En realidad, la responsabilidad era de su sonidista. Pero si vos venís a ver a un artista y no sale la voz, ¿en quién pensás? En el auditorio. El mundo del espectáculo trabaja sobre la inmediatez, es una sola vez el concierto, tiene que salir bien— acota Mayra.
Grandes dadores de soluciones, así podría definirse el rol del productor técnico. Pero las soluciones, el ingenio, el manejo del tiempo y el espacio de una manera que permita agilizar el trabajo también engloban el día a día de los setenta trabajadores que forman parte del mecanismo. Uno que permite que, a la hora de sentarse a disfrutar de un espectáculo en el Auditorio del Sodre, no piense en todo lo que hay detrás.