A 18 años de su fallecimiento, una larga lista de canciones de Gustavo Príncipe Pena tendrán su versión orquestal por la Banda Sinfónica de Montevideo, bajo la curaduría artística de su hija Eli-u Pena y la dirección del maestro Martín Jorge, que preparan un homenaje de aquel espíritu inquieto —al decir de Horacio Buscaglia—, hoy patrocinado por su muerte.
En ocasión de este tributo, Imaginando buenas tendrá lugar apenas tres días antes de su aniversario natal y LatidoBEAT dialogó con Martín Jorge, director de la banda sinfónica; Eli-u Pena, su hija y custodia artística; Jorge Sadi, miembro de Buraco Incivilizado y productor artístico de La fuente de la juventud; Carlos Plá, bajista de Sin Fónica, U’manos y Rana Raraka, y Martín Morón de Autobombo, todos proyectos del artista. También se sumó Chole Gianotti, fundador de Abuela Coca, una de las bandas que lo tributó en vida. Para cada persona, recordarlo fue un recorrido nostálgico y agridulce, por un lado, llenos de admiración y respeto y, por otro, de tristeza y consuelo.
“Fijate que varios músicos de la banda sinfónica tocaron también con él, e incluso aparecen en la película. Entre ellos el asistente concertino, Fabián Pietrafesa —el segundo músico en jerarquía de la banda—, que es su primo y que tocó con él desde muy joven”, señala Martín Jorge. “Y además está Martín Muguerza, otro músico de la banda —percusionista— que también tocó con Príncipe”.
A medida que pasan los años, el trabajo minucioso de Eli-u Pena comienza a dar sus resultados. Luego del fallecimiento del Príncipe (13 de mayo de 2004), su hija mayor comenzó a organizar, identificar, conservar, rastrear, sistematizar, digitalizar, editar y difundir la rica y sustanciosa obra de su padre. Creó el sitio web Imaginando Buenas y puso a disposición todo el repertorio informalmente oficial.
Gustavo Pena Casanova, un inquieto compositor nacido en el barrio Colón el 2 de diciembre de 1955, creó sin parar un cancionero frondoso, ecléctico y luminoso que circuló en un pequeño ámbito artístico. Solo publicó dos trabajos en vida (Amigotez, 2002, y el El recital, 2003), de más de diez que llegó a grabar. Buena parte de su obra fue prácticamente marginal a la gran audiencia: en los 80, tempranamente por preferir una manifestación artística alejada de los panfletos o reivindicaciones y, más tarde, probablemente por sufrir el rechazo, o al menos, la displicente atención de la industria discográfica. Lo cierto es que más allá de la escucha que le prestaran, el Príncipe casi compulsivamente llevó a cabo sin descanso ni distracciones su misión en la vida: hacer canciones.
“Siempre que dejé la música se me vaciaba todo o me iba mal. Con la música puede ser que me vaya mal, pero me siento re bien y la gente también, entonces me parece que es la forma más útil que tengo de servir”, confesó a Robino y Silva, realizadores del corto universitario Ángel de la ciudad (2003), cuyas imágenes se incluyen en el largo documental de recorrido cronológico Espíritu inquieto, codirigido por Matías Guerrero y Eli-u Pena.
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“Para ser un cantautor —un tipo que hace canciones y toca la guitarra—, el Príncipe tenía un conocimiento rítmico-armónico que no es normal. El ya tenía idea de sonidos… Uno de los tipos más creativos con los que toqué por lejos”, apunta el músico y empresario musical Jorge Sadi, con quien compartió varios proyectos.
El Príncipe, un multinstrumentista mayormente autodidacta (flauta, armónica, guitarra, mandolín, teclados) y audaz cantante, había recibido algo de educación musical formal, pero se había curtido mayormente en calles y bares de Brasil, donde absorbió verdaderamente las claves de la armonía.
“Más allá de la poesía, las composiciones, en algunos casos son extremadamente sofisticadas en el estilo, muy avanzadas. Te das cuenta de que había un músico de genialidad y virtuosismo desde el estilo compositivo”, apunta Martín Jorge. “Para el proyecto se están haciendo arreglos nuevos. Franco Polimeni se está encargando de eso. Pero hay que saber que lo que hacía Gustavo Pena es irremplazable. Nuestra tarea es tratar de encontrar esas claves y homenajearlas, no reproducirlas o que se parezcan sino de recordarlas a partir del camino trazado”.
Mientras conversamos se prepara la fiesta y se ajustan los arreglos de un repertorio tan sensible como mágico. “Hoy Franco Polimeni me mandó el arreglo de ‘Mandolín’ y es un viaje; no sé como no llorar antes de cantar”, confiesa Eli-u. “No voy a spoilear. Solo te cuento que los invitados van a ser Maia Castro y Urbano Moraes”.
Sobre los arreglos y la concepción misma del autor, Eli-u rememora los trazos finales del show en vivo que Ayuí publicó finalmente en 2003, una de sus más célebres presentaciones. “En ‘El recital’ de la Sala Zitarrosa (concierto que preparó entre internaciones hospitalarias), los arreglos son sensacionales. En ‘La zamba del medio segundo’ —compuesta a fines de los 80—, todos los arreglos que hacen las cuerdas de El club de Tobi, mi viejo ya los había grabado con la voz. Él ya traía en sus maquetas los arreglos implícitos, o lo cantaba o lo sugería”, señala Eli-u.
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El Príncipe compuso religiosamente, incluso hasta los días previos a su partida, cuando físicamente ya sufría una parálisis parcial de su cuerpo. Años antes, en entrevista con Alejandro Ferreiro para Planetario (Radio El Espectador, 2001), estimó poseer por entonces más de 400 canciones y saberlas de memoria cada una. A lo largo de los años acumuló cajas y cajas de casetes y algunas cintas en las que se apilaban obras terminadas, esbozos, maquetas, fragmentos, melodías, textos, dibujos, partituras y algunos registros fílmicos.
“En la última etapa incluso, en la que usaba la computadora con el Band in a Box [software para componer], hizo casi 200 músicas instrumentales. A alguna le grabó voces también, pese a que su dicción ya no estaba bien”, recuerda su hija.
A Eli-u (nombre que el Príncipe eligió entre sueños, así con guion y todo), psicóloga, intérprete y compositora, la música la atravesó por completo. Buena parte de la conexión con su padre fue musical. Desde niña asistió a ensayos, grabaciones y presentaciones en los más diversos escenarios. “La relación tenía mucho de lo musical, lo lúdico, lo creativo. En vez de sentarnos a mirar la tele, nos poníamos a grabar cosas… Desde niña siempre me llevaron a ensayos y conciertos, por lo que para mí fue muy natural. Nunca sentí que la música nos separaba, al contrario, nos unió para siempre”. Hoy, todas aquellas personas que fueron parte de la “Cosmic War”, esa familia cósmica que Gustavo construyó durante años de entorno musical, escoltan y asesoran a su hija en cada decisión.
“Estuve años trabajando como hormiguita. Había una buena parte del material ordenado: Archivo 1, 2, 3… —algunos faltaban—. Y después, había montón de casetes sin clasificación ni marca. Eso me llevó más tiempo porque tenía que identificar las canciones. Una parte compleja era revisar uno a uno los casetes comprados que, por alguna razón —había notado— tenían las orejitas de protección tapadas… De John Lennon, por ejemplo… Me había dado cuenta que tenía que escanear hasta el final porque de repente ahí aparecía el REC y encontraba algún tema grabado. ¡Ahhh yo sabía que acá debía haber algo!”, celebra Eli-u al recordar la hazaña. “Era el trabajo de la vida de mi padre y lo tomé con el mayor compromiso y responsabilidad”.
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El Príncipe, aquel que en los 70 identificaban como un joven de melena rubia, ojos claros y pañuelo al cuello —en referencia al personaje de Saint-Exupéry— alcanzó a registrar 11 álbumes de estudio (mayormente grabados en casete de forma casera) y un disco en vivo (El recital), además de esbozar centenares de piezas musicales.
Una vez que falleció, Eli-u comenzó a saldar cuentas pendientes. Editó por Ayuí La Fuente de la Juventud (2005), luego Amor en el zaguán (el álbum junto a Nicolás Davis, 2006), y en 2008 publicó Creo en los elefantes, un disco en el que ella canta una serie de temas inéditos de su padre. Pero luego sintió que los tiempos y el costo de los sellos discográficos, además de encarecer el trabajo, no cumplían una necesidad fundamental: trascender las fronteras y llegar más lejos. Esa fue la razón por la que comenzó a subir gratuitamente los registros a internet para que cada quien los pudiese descargar.
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“La noción del espacio y el tiempo en mi mente no es igual que para otra gente, puedo estar en lugares imaginarios”, advierte el Príncipe en uno de los pasajes de la película. Esa sentencia no solo ilustra su abstracción creativa sino su permanente órbita magistral. Pero cuidado, no debe confundirse con la enajenación, el Príncipe estaba concentrado en lo esencial de las cosas, no distraído. Su poesía habla del amor, las flores, el mar, la libertad, los amigos, la injusticia y los ángeles de la ciudad, de la contemplación de las estrellas o lo simple de la belleza. De la misma forma que podía despegar narrativamente podía también ilustrar musicalmente la situación social de los pibes de la cuadra marcados por la marginación o hablar del hambre y el pequeño placer de comer polenta con salsa caliente cuando las tripas crujen y el frío aprieta.
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Para el Príncipe, la música era un bálsamo espontáneo y las canciones le brotaban como manantial. Cuando antes de entrar en la adolescencia su tía le anunció la muerte de su mamá (poco después también murió su papá), Gustavo corrió hacia el dormitorio y antes de llorar siquiera fue por su guitarra y, con tres tonos, improvisó su primera composición. “Hago música por que no puedo parar de hacerla, es mi misión”, sentenció más de una vez para explicarlo.
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“Gustavo Pena es un compositor que destaca por las temáticas, en relación con otros cantautores nacionales en la dictadura. Lograba una mirada diferente, más allá de lo que pasaba. […] En el contexto de esos años, creo que arrojaba luz, calma, esperanza. Por eso, a nivel personal hago una asociación con Canciones para no dormir la siesta. Lo digo porque era lo que yo de niño consumía. La nube estaba ahí pero seguía habiendo una pulsión musical de Gustavo por guiar, iluminar, dar esperanza y llevar el mensaje de luz”, señala Martín Jorge sobre la obra de su homenajeado.
“Príncipe es un grandísimo compositor uruguayo. Un referente cultural, más que nada caracterizado por la libertad compositiva. Nunca estuvo adherido a un género musical, se tomó todas las libertades que quiso a la hora de componer. Me parece muy rica su obra porque es de acá con referencias de muchos lugares, sobre todo de Brasil. Y después, es mi padre, que me encanta, siempre fui fan. Es una persona que extraño mucho en la materia pero que gracias a su trabajo artístico tengo la posibilidad de escuchar su voz, algo que incluso trasciende la muerte”, confiesa Eli-u.
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Tal era su cometido, mucho más incluso que su vocación, que el Príncipe podía permanecer por horas o días sin interrumpir el canal de creación. Eso implicaba largas jornadas sin comer o varios días sin dormir, no para alcanzar un trance creativo, sino porque nada podía obstaculizar el proceso de composición.
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“Nos enroscábamos en tocar y podíamos estar tres o cuatro días tocando a lo loco. Pero tampoco era que estábamos de la mente… No existía nada de lo que hay ahora; hacerse un porro podía pasar dos veces al año (risas). Lo hacíamos de enfermos mentales que éramos con la música”, aclara Jorge Sadi, compañero de andanzas del Príncipe a mediados de los 80.
“Lo quise y quiero mucho. Y quizás está mal que lo diga, pero siempre traté de ayudarlo porque sabía que estaba quebrado la mitad del tiempo. Cuando vivimos juntos me ocupaba que comiera a diario, porque si era por él podía vivir solo de cigarro y alcohol, tocando y grabando”, apunta Carlos Plá.
“El quehacer del creador es algo muy misterioso para la gente que no lo experimenta”, precisa Eli-u poniéndose en sus zapatos. “Zambullirse en una música y perderse es algo que yo también experimenté. No me resultaba tan extraño. La línea de tiempo y espacio se modifica en la creación. Podes estar en un cuartito encerrado y al mismo tiempo creando un universo galáctico”.
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Pero el estado era delicado y frágil. Gustavo Pena era no solo diabético, sino insulinodependiente, y le habían diagnosticado también alta presión. Por tanto, todo aquel sometimiento físico no hacía más que poner en serio riesgo su condición.
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“Yo tenía mis ‘encrencas’ (broncas) con él; le dejaba comida y él se olvidaba de comerla”, puntualiza Eli-u con cierta tristeza. “Tampoco era que no tuviese el recurso. Es verdad que tenía poco dinero, pero era una elección. Con el tiempo, tuve que aprender a ubicar eso como una decisión incuestionable, más allá de que yo hubiese preferido que se cuidara. Fue una etapa muy complicada, yo no sabía qué hacer con él. Le dejabas la comida al lado y no podía detenerse. Sufrí bastante”.
Uno de los últimos proyectos musicales de Príncipe fue Autobombo, la banda que a fines de los 90 conformó con Martín Morón, Mario Gulla y Leo Anselmi.
“Martín Buscaglia lo definió una vez. Dijo que el Príncipe era el cerrajero supremo, tenía la llave de todas las puertas (risas). El tema es que él era su obra, no estaba disociado. No lo podés separar, venía con eso incorporado”, insiste Morón, y confiesa: “Para mí hablar del Príncipe es apasionante, aunque siempre intento humanizarlo. Al conocerlo no me la llevé de arriba, siempre me movilizó mucho. Era una aplanadora musical. Ir a un ensayo en su casa era toda una aventura artística y vivencial. Podía pasar que no hubiese ensayo o que demorara horas en atender… De repente, atendía a los 20 minutos, sin desayunar, almorzar ni cenar; con una fragilidad que daba miedo. A veces iba con víveres, bananas, alimentos… porque ya sabía. Antes de ensayar había que solucionar la parte práctica de alimentarse o darse un baño. Cocinábamos y luego tocábamos. Para él la música siempre estaba primero. Él era una usina creativa que jamás volví a ver”.
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“Príncipe fue uno de los pocos tipos que conocí que tenía un concepto total de lo que iba a hacer. Él podía escribir la música sin el instrumento y lo que escribía ahí era realmente lo que pasaba. Trabajamos mayormente con recursos muy limitados, con dos grabadores intervenidos, unidos por un cable. (Risas) Pero eso no nos impedía hacer música. En realidad, a Gustavo no le impedía nada hacer música”, recuerda Jorge Sadi, bajista de Buraco Incivilizado y coproductor artístico de La Fuente de la juventud, el único álbum que el Príncipe grabó profesionalmente (en estudio Panda de Buenos Aires), aunque paradójicamente recién se publicaría 14 años más tarde, luego de que su autor ya no estaba. “Las compañías no estaban acostumbradas a hacer un disco independiente y este lo era. Ellos siempre querían ser los dueños de todo, pagaban la grabación, pero eran los dueños editoriales; el mismo esquema que hoy tienen las multinacionales” (N. del R.: Ese disco fue producido ejecutivamente por Nilda Pena, la hermana de Gustavo.). “No podías ir como independiente a la Cámara del Disco y pedirles el número de ISRC [código editorial] para tus obras, eso no existía”.
El disco circuló entre un selecto grupo y no trascendió hasta después de su muerte.
En la reciente Feria del Libro de Montevideo, Nicolás Alberte presentó un libro de la colección de Estuario dedicado a aquella grabación.
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Además de poner todo su trabajo a disposición, Eli-u produjo y codirigió junto a Matías Guerreros el largometraje documental Espíritu inquieto, en el que condensa buena parte del repertorio de Gustavo y narra los vericuetos de la pulsión creativa del Príncipe y su universo artístico. Posteriormente, a través de Little Butterfly Records, editó un disco doble con la música que ilustra sonoramente la película e inéditos.
El próximo 2 de diciembre, fecha en la que Gustavo cumpliría 67 años, la película será también liberada de forma gratuita.
“Beto Ponce —un guitarrista que estudió con mi papá— me contó que mi viejo le había dicho que su trabajo era como el de los jarrones chinos. Yo decía: ¿Y qué tiene que ver? Y el tema es que se va completando generación tras generación. Él contaba con que el material que dejaba iba a tener su tiempo y espacio; él lo sabía”, concluye Eli-u, convencida del legado en sus manos.
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Este año, además, se comenzaron a materializar varios proyectos asociados. Gracias a los fondos del Fonam, los integrantes de la Rana Raraka, el baterista Martin Muguerza e incluso el bajista Carlos Plá, que hoy reside en Nueva Zelanda, regrabaron las bases de más de una decena de canciones nunca registradas de aquel grupo. Esta vez, incorporaron a Palito Elissalde en guitarra y Horacio Di Yorio en piano. “Nos quedó esa cuenta pendiente y ahora queremos poner en el éter todas las músicas que nunca fueron grabadas”, asegura Plá, quien compartió con el Príncipe además los proyectos U’mano y Sin Fónica. “Teníamos solo casetes mal grabados —yo también tenía montañas—- y fuimos uniendo las partes. Van a haber tres cantantes: Samantha Navarro, Martín Buscaglia y Eli-u. Está quedando fenómeno. Seguramente se va a llamar ¿Qué día es hoy?, evocando una de las frases de Gustavo”.
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Las comparaciones con Eduardo Mateo surgen en cada charla y se entreveran. La envestidura de culto que a ambos les trajo la muerte es sin dudas un punto en común para dos seres especiales con una notoria virtud musical. Ambos transitaron la exclusión y conocieron lo que significa vivir con lo puesto. Pero la distancia al momento de ver la obra publicada en cada caso es bien pronunciada. Si bien Mateo no alcanzó a grabar formalmente el disco de El Kinto, el primero de sus proyectos (luego se logró compilar algo del repertorio en Circa 68, y Musicación 4 ½) y es cierto que el primer trabajo en solitario (Mateo solo bien se lame) fue editado tras el abandono de su creador, el resto de su obra está oficialmente publicada.
“Príncipe fue el Mateo de nuestra época, una persona que componía una canción divina en segundos y la dejaba, componía otra y la dejaba”, sentencia Chole Gianotti, quien fuera compositor y cantante de Abuela Coca. “Siempre hacíamos canciones de él y le pedíamos autorización. Con Abuela Coca hicimos “Para ver las estrellas” y “Ángel de la ciudad”. Y ahora, con mi disco solista, hice “¿Cómo que no?”. Siempre lo hicimos como homenaje, pero sobre todo para dejar vivas muchas de esas canciones que él grabó de forma precaria”.
Carlos Plá recuerda con precisión el momento en el que le mostró la versión que incluía en El ritmo del barrio, su disco más popular. “Cuando teníamos unas maquetas prontas se las fui a mostrar; fuimos a buscar su visto bueno. Todos los disparates que me dijo son irreproducibles… (Risas) La reacción al principio fue rara… Tuvo que pensar para contestar y al final dijo: “Hagan lo que quieran”. (Risas) Y claro, sus músicas eran sus hijos, era onda ‘no me los toques’, pero en el fondo lo sentía como un mimo”.
En los principios de Abuela Coca, Príncipe había sido fundamental para el arreglo de voces. “El ayudó mucho en el desarrollo armónico. Todos los arreglos vocales son de él. Nos enseñó a usar mucho las sextas —que son bien del folklore— y lo seguimos aplicando hasta ahora”, asegura el Chole.
Para Martín Morón, trombonista también en la Abuela Coca, Príncipe se auto-boicoteaba al momento de registrar su obra o buscar por dónde editar. “Príncipe era el Dios y el Diablo en uno solo, levantaba el centro y al momento de cabecear en el área la agarraba con la mano (risas). Lo que pasa es que, viéndolo a la distancia, el diablito era re vulgar. Borrachos pesados hay miles, pero el angelito era único. No hay nadie que haga lo que hacía él... El tema es que de repente el diablito pesaba más… A mí me da un poco de vergüenza, pero lo tengo que decir, yo no le abrí la puerta una vez. Para mí sería muy fácil contar solo un lado bueno del asunto, pero soy honesto si digo ambas. A la distancia es apabullante su genialidad. Acá es re difícil vivir de la música, y él no lo logró, pero sí que vivió para la música. No tranzaba con nada”.
Carlos Plá trae un recuerdo más atrás en el tiempo. “Nos pasamos mil horas en bares y una cosa que me decía siempre era: ‘yo no quiero que me pase como Mateo; a mí que me la den ahora’ (Risas). Y lo peor es que terminó medio igual”.
Imaginando buenas
El homenaje al Príncipe por parte de la Banda Sinfónica de Montevideo tiene lugar en el Teatro Solís, el martes 29 de noviembre a las 20:30 horas.
Cantantes invitados: Eli-u Pena, Maia Castro y Urbano Moraes.
Dirección: Mtro. Martín Jorge.