Comenzaremos de la misma forma que empieza Sergio Blanco, en su libro Autoficción. Una ingeniería del yo. Casi todo lo citado en este editorial vendrá de allí, de las teorías de este dramaturgo uruguayo, radicado en París hace tanto tiempo. Comenzaremos, entonces, con una cita de Sophie Calle, donde dice: “Mi arte es una ficción real, no es mi vida, pero tampoco es mentira”.
El padre del término autoficción, aunque no así del género, es Serge Doubrovsky, que dice “Una vida, a falta de poder retenerla, podemos reinventarla”. La autoficción parte de ese yo ficcional a la hora de escribir. Es autoficcional, dice Sergio Blanco, porque parte de ese personaje llamado “yo”. Es partir del yo para dar con el otro.
Pero hay algo qué revisar en esta fórmula de generación de ficción. Es, más o menos, con variaciones, así: un autor/artista, tiene una idea (conciente o inconciente), la escribe, la edita, la publica. El género autoficción, en su definición, empieza en la escritura de ese personaje.
Lo que le interesa a este artículo de opinión es lo que sucede antes. Es con el escritor. La hipótesis es esta: el escritor, lo sepa o no, tenga el personaje que tenga, manifieste de la forma que manifieste su ficción, es un yo que camina hacia otro. Siempre. Y, siempre y cuando, ese relato sea universal y entre en las categorías de lo artístico.
Siempre y cuando, cumpla con esa máxima de David Foster Wallace. Cuando se le preguntó de qué trata la ficción, aún vivo, respondió de manera clara: “Fiction is about being a fucking human being”. La ficción, en español, es sobre ser un maldito ser humano.
Hay un paso ignorado, fuera de la ficción, que es fundamental para su origen. Es el escritor, ese que escribe sí o sí desde sí mismo. Ese que podría ser la clave del asunto.
Si la autoficcion es universal, según las bases de su definición, 1= infinito. “Cada hombre lleva en sí la forma entera de la humana condición”, dice Montaigne, como parte de su “universalismo del yo”. Entonces, si ese escritor también es universal, también escribe desde uno para ser múltiple. Desde lo personal para ser universal.
“Rousseau señala esta posibilidad ambigua que supone encontrar siempre en el “yo” al otro, demostrando que finalmente toda escritura de uno mismo puede contener a otro”, escribe Sergio Blanco.
Aunque ese escritor no se evidencie en la autoficción, aunque no diga “yo soy Sergio”, ahí está. Siempre. Y si eso es cierto, si es sobre eso, si el arte trata de eso, del humano en tanto que humano, y el humano en su relación con lo que lo rodea, entonces es imposible que esa expresión artística no sea autoficcional.
Si se parte de un yo, hacia cualquier personaje, hay una cuota personal de uno (de cada autor y de cada lector) en ese personaje.
Es un movimiento desde uno hacia una ficción, pero oculto. Quizá, en negación o en falta de conciencia. El “yo” en la escritura, el uso de la primera persona, es solo un carácter evidente de la autoficción.
“Tanto Rousseau como Stendhal van a hacer un aporte mayor a la noción de la autoficción: la autenticidad del relato autorreferencial va a residir no tanto en la veracidad de lo que cuentan, sino en la toma de la conciencia de esta imposibilidad de alcanzar una posible verdad”. Aquello es cierto, pero qué pasa si todo es autorreferencial.
Entonces, ¿dónde está la autoficción? ¿En la intención? Es que, quizá, no importe. Quizá, la autoficción sea algo que suceda siempre, sea voluntario o no por parte del escritor, del artista.
Según Sergio Blanco, Rimbaud es quien va a instalar definitivamente en Occidente esa idea de que hablar de mí es forzosamente hablar de ese otro. De esos otros. La equivalencia de la ecuación, entonces, hace evidente que lo que viene de un lado es igual al otro. Por lo tanto: si 1= infinito, entonces infinito = 1.
Es que “tanto Rimbaud como Nietzsche, al insistir en este estado de inconciencia del yo, van a preparar el terreno para que el psicoanálisis entre en escena con su lema que el sujeto puede albergar a otro no necesariamente conocido”.
O, según Sartre, “el hombre es ese ser que es lo que no es, y que es lo que no es”.
Lo que sucede, según el análisis histórico de la autoficción, según Sergio Blanco, es que “el psicoanálisis va a terminar proscribiendo el género de la autobiografía clásica, convencido de que ningún sujeto puede librarnos de un relato auténtico de su vida”. Ahí está, es eso: “ningún sujeto puede liberarnos de un relato auténtico de vida”. Según el psicoanálisis, es imposible ignorar la autoficción.
Blanco explica que, a partir de la llegada del psicoanálisis, con base en el pasado, los grandes relatos heroicos de emancipación colectiva serán reemplazados por los relatos del yo. Luego, cita a Foucault en La hermenéutica del sujeto: “No hay otro punto, primero y último, de resistencia al poder político que la relación de uno consigo mismo”.
Todo esto, los cambios históricos, los estilos, los cambios de paradigma, hablan del “cómo”. Cómo se manifiesta lo artístico. Y la cuestión aquí trata del “qué”. Sobre qué se manifiesta lo artístico. De qué trata lo artístico.
Hay dos opciones: o la autoficción tiene como característica extra y necesaria el “yo”, la manifestación de la primera persona (entonces nada de este editorial tiene sentido), o todas las obras de arte tienen una cuota de autoficción en ellas. ¿Por qué? Por esa simple ecuación: 1 = infinito.
El final es este, lo que sigue. Annie Ernaux, novelista francesa, afirma: “En cuanto se escribe sobre uno mismo, la elección de las palabras ya es ficción”. Siempre se escribe sobre uno mismo.