Entre la muchedumbre de la platea, un hombre calvo de campera aviadora, al final de sus 30 años, festeja el comienzo de “Lazaretto” con una pitada de su cigarro, luego ofrendado al cielo gris de la noche, y un bailecito en su lugar, feliz.

En el cumpleaños número 10 del Festival Primavera Cero, el Teatro de Verano volvió a vestirse de negro y a recibir a miles de personas, pero a esa clase de personas que están convencidas de su capacidad para reconocer el verdadero rock and roll: jóvenes impetuosos, viejos decrépitos, recién iniciados y fanáticos religiosos.

Más temprano, el azul, o el celeste, de Jack White —el número principal de esta edición— comenzaba a llamar la atención alrededor de un ojo, en el diseño de las remeras alusivas al evento, colgadas con palillos en un puesto de venta oficial. En otro, en las afueras del teatro, clavado en el medio del pedregullo, una remera algo más artesanal con un dibujo increíble de una calavera y una bruja atraía a los apurados sabiondos con la ayuda de la música del propio White, que salía escupida de un parlante diminuto a punto de quemarse de tanto volumen.

Pasadas las ocho de la noche, los más tempraneros nos dimos el lujo de ver a Cat Power.

Casi en penumbras, acompañada por unas pocas luces púrpuras, la gran cantante nacida en Atlanta, Georgia, dio un show sobrio y armonioso. Cantó un repertorio clásico, poco hitero, como una sola melodía. Comenzó con “Say” de su disco Moon Pix y siguió con su singularísima versión de “(I can't Get no) Satisfaction”; hizo “Metal Heart” y su luminoso “Manhattan”; volvió a zambullirse en su mirada melancólica y, como una reina, cerró con “The Greatest”. Dijo en perfecto uruguayo “Hola”, “muchas gracias Uruguay” y “te amo”.

Antes del show principal, un ejército de hombres con sombreros de copa subió al escenario y probó cada instrumento, especialmente las guitarras de Jack. Durante ese rato, escuchamos la voz de la cantante alemana Nico, junto a Velvet Underground, en el registro de la compradora y serena “Femme fatale”. Y, de repente, las endemoniadas distorsiones de las guitarras, todavía enjauladas, pero capaces de asustar con sus ruidos molestos a vecinos de los barrios más lejanos del Parque Rodó.

La clase

La música de Jack White es tan tramposa como original. Nunca existió nada igual, y resulta extrañísimo escuchar su sonido en vivo en pleno 2022. Sin embargo, ahí están The Stooges, Led Zeppelin, Deep Purple y frecuencias disparadas por instrumentos valvulares o expulsadas por vehículos con motores castigados por aceite de pésima cálidad, y T-Bone Walker, Howlin' Wolf, Chuck Berry y Elvis. Así arranca un show de su banda, desafiando cualquier convención y, al mismo tiempo, tratando de emular lo más podrido de la historia del blues y el rock and roll. 

Daru Jones en batería, Dominic Davis en bajo y contrabajo, Quincy McCrary en teclados y magias, y Jack White en voz y guitarras, calientan con “Taking me back”, yendo de uno a 10 sin escala, tanto musical como emocionalmente. Tanto así, que White pareció desbordado de enojo en ese inicio de show, por algo que no sonó —por lo menos sobre el escenario— como él quería.

Hizo volar sus brazos, mientras su plomo y el sonidista trataban de explicarle algo de la acústica de la cúpula del Collazo, aunque luego todo volvió a cierta normalidad.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

El repentino fastidio del artista duró un segundo, casi imperceptible entre su desmesura permanente, su intensidad y su locura que pueden comprenderse en toda su magnitud a medida que pasan las canciones.

“No puedo hacer nada cuando la oscuridad cubre la luz de las chispas en la ciudad. Para mantenernos vivos, voy a abrazarte y esconder la electricidad”, canta en “Fear of the dawn”, otra de sus composiciones más nuevas. Y después, en “Love is selfish”, parece que le hablara a su sonidista cuando dice: “Y trabajo muy duro para hacerte entender. Sí, hago todo lo posible para ayudarte a entender”. Algo de esa letra resume un montón sobre la forma en que este artista concibe la música y su compromiso como continuador de un valioso legado.

Su entrega es total sobre el escenario, y eso es solo una parte del tiempo que sigue dedicando a su oficio, para estar a la altura de los más grandes.

Después del cuarto tema, la banda, que ya sonaba arrolladora pero algo caótica, se vuelve un organismo vivo y eléctrico.

Además de los riffs y las distorsiones, y los fragmentos de canciones deliberadamente afanados pero levemente modificados para su nuevo uso, hay algo en el pulso de este artista, reconocido por los propios Rolling Stones, que resulta asombroso. El tipo tiene un dominio absoluto del ritmo y la síncopa; por eso el bajo y la batería suenan tan fuerte como sus guitarras, y sus canciones pueden tener una, dos o tres partes, y la mejor viene luego de un corte repentino. 

“Love interruption” es una de sus mejores canciones, y sonó genial en vivo, como “I cut like a buffalo”, de su proyecto The Dead Weather. En el medio, bises incluidos, no faltaron temas de The White Stripes, como la frenética “Fell in love with a girl”, la nostálgica “We are going to be friends” y el clásico “Seven nation army”.

También tocó “What’s the trick”, de Fear of the Dawn, agradeció la gentileza del público uruguayo, y luego de dejar la vida sobre el Ramón Collazo, se fue al pedregullo, tan respetado como llegó, pero mucho más querido.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal