Por Federica Bordaberry
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Dice que es la forma que encontró para poder expresarse. Dice que es cuando se siente más feliz. Dice que tampoco sabe muy bien cómo explicarlo. Dice que no sabe si fue ella la que lo eligió, o si ello la eligió a ella, si fue la vida, de a poco, acercándola.
¿Ello?
Sí, ello, el oficio de ser fotógrafa.
Delfina Piaggio, que es argentina y que vive en Uruguay hace siete años, dice que todas sus cámaras son, de alguna forma, muy especiales para ella. Que no tiene una favorita, que es una colección de quince cámaras que usa habitualmente, que unas las usa más que otras. Que las que frecuenta más son las de 35 milímetros, las analógicas, aunque también tiene digitales y de medio formato.
“Elijo qué cámara usar dependiendo de qué tipo de foto busco en el proyecto que esté haciendo, me gusta mucho trabajar en formato analógico porque es como pintar con luz”, comenta.
Eso, pintar con la luz.
Es cierto que, a veces, los clientes o las marcas llegan con las ideas más premeditadas y diagramadas, pero que siempre que puede intenta opinar. Lo ideal es que sea un ida y vuelta. Lo ideal es que ella pueda participar del proceso creativo porque “para mí es una de las partes más divertidas y desafiantes a la hora de crear”.
Y agrega que: “Con el tiempo, aprendí que el trabajo en equipo es la mejor opción, y agradezco a todas las personas talentosas que me encontré en el camino y de quienes aprendí tanto”.
Eso dice de una profesión que suele asociarse con la soledad profesional. De una profesión que suele ser un fotógrafo/a detrás de una cámara y delante un paisaje (sea cual sea, con o sin personas). De una profesión que tiene como mito que no es necesario el trabajo en equipo.
Lo que hace, acota, es dejar volar una idea. Y solo trabajando en equipo es que puede tocarla y hacerla realidad. "Lo lindo de hacer fotos es que nunca sabes cómo van a ser hasta que suceden, siempre hay una cuota de incertidumbre que (cuando son trabajos creativos) me gusta darme el espacio de tener", agrega.
Un ejemplo de todo esto, de la obra de Delfina Piaggio, son las fotos que le sacó a Alfonsina cuando todavía estaba embarazada, cuando todavía no había nacido su hijo. “No queríamos dejar de pasar la oportunidad de hacer fotos con León en la panza y ahí nos pusimos a prensar en el proyecto”, explica.
Las fotos no son solo fotos. Fueron pensadas en conjunto con Alfonsina y Lyan, su estilista, con la idea de transformarla en tres personajes distintos.
El primero: una especie de ángel maternal que terminó siendo dos personajes. “Digamos, el lado angelado inocente y el lado demonio”, dice Delfina.
El segundo: una mamá rockera y cool “que siento que vive muy latente dentro de Alfonsina”. Y el tercero: un samurai “con poses más jugadas y fuertes, bañado en luces de colores”.
Le dijeron a Alfonsina que iba a morir y que otros personajes iban a nacer. Pero no fue así, y esto lo dijo ella, la fotografiada: “sumamos otras dimensiones”.
“A mí, personalmente, me producen mucho alivio, libertad de sentir que las madres también son todos estos personajes, que pueden ser y jugar a ser lo que quieran.
Libres, fuertes, que toman las riendas de su propia estética y pensamientos. Creadoras de vida y de su propia historia”, dice, finalmente, Delfina.
Es que el arte, en parte, tiene que ver con eso, con darle significado a eso que no lo tiene. Y esto, lo anterior, tiene que ver con el significado de estas fotos.
Por Federica Bordaberry
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