Un año después de haber disuelto la banda con la que recorrió múltiples escenarios del país y penetró incluso en la escena argentina, Pablo Silvera (40 años) volvió a fundar un grupo para volcar sus inquietudes compositivas y con el que publicó recientemente Mota, su homónimo debut discográfico. “Si la historia se tiene que terminar acá, esta es una belleza tremenda, una gloria”, responde motivado sobre lo nuevo.

Luego de dos décadas y seis discos, los Tiros —tal como los distintos miembros identificaban a la banda— dejaron de quemar pólvora. Los había sorprendido la pandemia con Fango, un flamante álbum de impronta hard rock que apenas alcanzaron a tocar en la versión televisiva del Montevideo Rock, pero que jamás llegaron a presentar en vivo. Tras el impasse del confinamiento y los primeros encuentros para retomar el trabajo, los distintos miembros expresaron sus intenciones y diferencias, pero Silvera identificó un desgaste mayor, un vacío que le inundaba cada vez que culminaba un show. “No lo he trabajado aún en terapia, pero creo que, independientemente de Once Tiros, yo atravesaba una crisis”. Esa sensación fue la que le hizo no solo guardar la balas en su recámara y disolver la banda que había liderado la mitad de su vida, sino sentir ganas de tomar distancia de la escena artística musical.

Fueron sus amigos, futuros miembros del nuevo proyecto —Matías Matto Bello (exviolero de Bruto Dan) y Martín el Chino Maristán (exbatero de Once Tiros)— quienes le persuadieron para volver a tocar. Completan la banda: Martín Pérez en bajo y Leonardo Coppola (ex Once Tiros) en guitarra. El destello fue tan grande que hoy se siente aliviado, dando pasos que no había dado hasta ahora: “Es la primera vez que grabo una viola, nunca lo había hecho antes”, subraya, aún sorprendido.

La presentación en sociedad será el próximo 21 de abril, durante la primera de las dos fechas del Cosquín Rock, que tendrá lugar en el predio de la Rural del Prado.

El setlist se distribuirá entre un 80% para las flamantes canciones, y un 20% en el que seguro sonarán “Maldición” y algunos de los temas más populares de los Once Tiros.

Sobre los motivos de la separación, el impacto de la determinación en su interna familiar, la posibilidad de volver a tocar con sus excompañeros, la combinación de los nuevos temas y el viejo repertorio, los aprendizajes y los errores, y el trasfondo de muchas de las nuevas canciones conversó Pablo Silvera en este mano a mano para LatidoBEAT.

Después de más de dos décadas y seis discos decidieron separarse con Once Tiros. ¿Por qué fue la implosión? ¿Cuánto tuvo que ver la pandemia y las encrucijadas que esta le imponía al proyecto?

La decisión de terminar el proyecto —casi de vida por haber comenzado tan temprano— fue más allá de la pandemia. Siempre dijimos que, a pesar de que nos sucedían un montón de cosas paralelas en nuestra vida, lo único que permanecía con certeza era la banda; ese lugar común desde la juventud.

Yo sé que cada uno de la banda tuvo algunos motivos personales que luego confluyeron en el regreso de la pandemia. Pero, si cada uno ya tenía un parecer, lo que hizo la pandemia fue dar lugar a meditar lo que sucedió en estos 20 años. En el momento que nos volvimos a juntar para ver cómo queríamos continuar este proyecto, fue que sucedió el cortocircuito. Creo que eran cosas que venían desde antes y que la pandemia catalizó en cada uno. Lo único claro que sí teníamos era que, cuando sucediera eso, íbamos a dejar de tocar.

La carrera de los Tiros fue un subibaja real. Arrancamos muy de golpe con Parvadomus y nos fue muy bien siendo muy jóvenes, recorriendo el país, llenando lugares y sin entender mucho qué sucedía; mandándonos muchas macanas, porque éramos como los gurises chicos del rocanrol. Siempre se decía que los Tiros era una banda que tenía terrible energía sobre el escenario, pero abajo también. Y a veces eso generaba complicaciones. Si esto lo hubiésemos arrancado siendo más maduros, lo hubiésemos llevado de una manera más controlada. Dejamos que sucedieran un montón de cosas que, después de 20 años, cuando las echamos en cara, fue el detonante.

De todas formas, el impasse fue un momento sanador. Les dio oportunidad de repensarse y concluir sin mayores conflictos, ¿no?

Sí, totalmente. De hecho, cuando comenzó la pandemia yo sentí fuertemente que no quería hacer más nada, no solo de Once Tiros sino de música, del ambiente.

¿Y por qué pensás que te pasó eso?

Yo creo que, independientemente de la banda, atravesaba una crisis. He leído bastante y es la crisis de que te subís al escenario, hay miles de personas y cuando se apaga la luz quedas como vacío. Le pasa a muchos artistas. Todavía no lo he trabajado en terapia, pero sí tenía identificado que eso me estaba pasando. Entonces cuando vino la pandemia y el parate dije: ¡Ta, ya está, se terminó!

Pero no es algo que tenga que ver con la exposición, ¿o sí? Porque, de hecho, estás haciendo radio y televisión.

Sí, pero igual que cuando arrancamos con los Tiros… Los caminos por donde me ha llevado la vida, de trabajar en radio y TV, no fueron cosas que yo me planteé, nunca aparecí con el currículum. Son cosas que me llegaron lateralmente. Me costó mucho tiempo aceptar mi primer trabajo en televisión, estuve un año para agarrar después de que me hicieron la primera propuesta. Finalmente terminé viviendo la aventura y hoy la comunicación es parte de mi trabajo. Lo que pasa es que siempre tiré muchas líneas porque fui padre muy joven y sentí que tenía que estar generando muchos trabajos para subsistir. Abrí muchos paraguas. Lo que tenía el proyecto de los Tiros era que en los momentos de la bajada había que tener un colchón donde trabajar.

¿Te referís al impasse entre discos, la merma de los conciertos?

Sí, y de las movidas. La movida del 2000 fue imponente, pero después hubo un bajón, vos lo sabés bien. Había dos o tres bandas que podían tocar, pero después todos los demás estábamos pichuleando. Nosotros, por el 2010 o 2011, no llenábamos boliches de cien personas. Teníamos que volver a remar. Por suerte estuvo el querido Bluzz Live y BJ, esos boliches que te hacían el aguante y nos hicieron respirar. Pero tuvimos como dos comienzos de carrera. Porque al primer disco le fue muy bien y luego pensamos que a todos les iba a ir muy bien.

La decisión de por qué se termina es básicamente porque un proyecto así necesita que los que se suban estén convencidos. Nuestro capital era la energía con la gente —más allá de que suene a lugar común—. Realmente lo era: el pogo, el ida y vuelta, cantar con la gente… Y si realmente no lo sentíamos se iba a generar un cortocircuito con el público.

El 15 de enero de 2022 anunciaron la disolución en las redes y, de hecho, fuiste el responsable del texto de despedida. Lo tenías escrito dos meses antes de concretar el adiós.  ¿Cómo fue ese proceso?

¡Tremendo! Lo escribió mi inconsciente y lo envió mi consciente. (Risas.) Lo escribí dos meses antes; explicaba lo que sucedía, era agradecido con la historia, pero al momento de tener que enviarlo di varias vueltas. Primero lo iba a mandar un viernes y algunos amigos me decían: “¿Te parece un viernes, justo cuando la gente sale?”. Después, iba a ser el sábado: “Fah, pero es justo cuando la gente se junta a comer un asado…”. Hasta que lo mandé.

No lo mandaste, lo soltaste.

Exacto, esa es la expresión. Solté y apagué el celular, no quería ni ver el feedback. Lo que no sabía era que iba a afectar tanto en mi familia.

Pablo Silvera. Foto: Javier Noceti

Pablo Silvera. Foto: Javier Noceti

¿Qué dijo Luca, tu hijo?

Le afectó también, estuvo a los llantos. Pero nosotros hablamos mucho y él sabía lo que me venía pasando. Pero mi viejo fue la primera vez que me expresó sentimientos fuertes; me dejó un audio y me dijo cosas que no me había dicho nunca en la vida. Hay que pensar que pertenece a una generación más tosca para decir “te amo” o “hijo, voy a estar contigo”. Pero hasta hoy, te cuento eso y me acuerdo del audio que me mandó. Me decía que nos había visto crecer, que había visto todo el proceso de la banda y que también para él se terminaba Once Tiros, era parte de su vida.

Volvamos al vacío que sentías como para no querer hacer nada más artístico ni volver a subir a un escenario. ¿Qué pasaba con ese manantial irrefrenable que te va dictando melodías o riffs? ¿Estaba seco o directamente lo ignorabas?

En su momento todo lo que aparecía lo eliminaba, lo bloqueaba, como un spam. El único momento en que lo dejé surgir fue después de que pasó un tiempo. Sentía necesidad de que lo de Once Tiros se terminara para volver a escribir; sentía que, de lo contrario, había una cosa como de infidelidad. Siempre fui el compositor de Once Tiros; laburé con colaboraciones, pero siempre partió de mí la parte compositiva. A pesar de eso, sentía que si no se terminaba yo no tenía que mirar otras canciones, algo así como una relación.

Acá tengo que ser honesto, tienen mucho que ver mis compañeros de Mota con el resurgimiento de mi sentir compositivo. Todo el mundo me decía que no podía cortar y hasta me enojaba la incomprensión. En un momento, Matto (guitarrista del nuevo proyecto) comenzó a mostrarme cosas que tenía y yo, al mismo tiempo, también le mostraba algunas grabaciones que guardaba o había dejado tiradas por ahí. De repente venía y me decía: “Mirá, agarré el riff ese que me diste e hice esta bobada”. Y, a los días, a esa bobada yo le había puesto un estribillo. Y así, medio coqueteando, comenzaron a surgir cosas. El Chino (Martin Maristán, baterista de Once Tiros) también estuvo muy ahí, disponible e insistiendo. Eso me ayudó a destapar eso y reencontrarme con esa parte artística. También me ayudó el ir a ver cosas cuando se liberó un poco el encierro de la pandemia. Fui a ver a Los Sumergibles con Luca, mi hijo, y me vio moviendo la cabeza y me dijo: “Te pica el bichito todavía, es tu territorio”. Y sí, renegaba de algo que necesitaba.

¿Cómo llegaste a cantar por primera vez, a pararte frente al micrófono y la platea?

Porque nadie se hacía cargo. (Risas.) Cuando empezamos con los Tiros yo escribía las canciones, pero el Mapache, otro guacho del barrio, cantaba. Pero era un desbunde y el resto queríamos armar algo más serio. En un momento se fue y pasé a cantar yo. Se fue dando y la gente me decía “no lo hacés mal”. (Risas.) Nadie decía lo hacés bárbaro. Hoy me siento compositor y la vida me ha dado los recursos básicos para, cada vez, hacerlo mejor. Hoy te podría decir que estoy cómodo, que tengo una identidad definida. En este proyecto logré liberarme más.

Con Once Tiros nunca llegaron a presentar Fango oficialmente, más allá de que tocaron algunas canciones en el Montevideo Rock televisado, que de hecho me tocó presentar. Pero aquel último disco era una decena de canciones, con una fuerte impronta heavy/hard rock, en la que se notaba mucho la mano de Bruno Andreu, productor de aquel material. ¿Estabas de acuerdo en aquel recorrido o te surgía ir por otro camino?

Bruno ya hacía tiempo que venía afianzándose en la producción. Ya venía desde Imán (2011), en Bunker (2016) tuvo una presencia fuerte, y en Fango (2019) fue como pasarle la pelota. Como “tomá las canciones, laburalas vos”. Yo inconscientemente ya estaba en el proceso interno de ir soltando. Eran los pasos para una decisión final. Fango en sí es un discazo, pero cae en un momento de desgaste, e hizo ruido porque supongo que, para la otra parte, debe haber sido muy injusto, onda: ¡yo le metí con todo y ahora vos estás desganado! Es claro que ese desajuste haya tenido incidencias, es inevitable y completamente entendible.

Aquel tema de Imán en el que cantás: “Nos dijimos todo, no fingimos nada”, ¿aplica en esta instancia? ¿Quedó todo hablado?

Sí, creo que sí. Bueno, para ser sincero, te diría que esa charla dio para que estallaran los cortocircuitos y darnos cuenta de que no había que seguir. A partir de esa charla fue que nos dimos cuenta de que no íbamos a funcionar. No fingimos nada seguro, pero no sé si no habría que volver a hablar… Del mismo modo, no es que nos peleamos y se terminó para siempre; no es el caso nuestro. Es un parate y dejar que la vida suceda y ver si cabe la posibilidad volver.

Se disolvió la banda, pero hoy seguís tocando con el Chino Maristán (baterista cofundador) y Leo Coppola (guitarrista que se había sumado un poco más tarde a los Once). Eso hace evidente que el desgaste se dio mayormente con Bruno Andreu y Juan Lerena, los otros miembros de los Once.  

Sí, puede ser… Pero también hubo empuje de parte de ellos, estuvieron todo el tiempo atrás. Los demás no, tienen otros proyectos de vida. Bruno de hecho tiene Los Chatos, con los que ya venía de antes. [Bruno está en proceso de grabación de lo que será el disco debut; un proyecto de corte garage rock/hard rock]. Coppola no paró de tocar, no puede, le corre por las venas. Me decía: “Si querés salir a tocar a algún bolichito, avisame”.

¿Descartaste salir vos con la guitarra a recorrer escenarios en un plan solista o lo manejaste en algún momento?

Sabés que no logro conectar con eso todavía, nunca lo hice. Siempre me lo han sugerido, pero no puedo, soy bicho. (Risas.) Cada vez que he ido a tocar a un programa me siento cómodo y todo, pero cuando lo pienso para hacer de verdad, necesito a la manada, soy colectivo. No podría haber hecho esto si no fuese con Mota.

Mota es uno de tus históricos apodos, quizá no el más popular pero sí es bastante identitario. [Se lo pusieron con relación al Mota Gargano en la parrillada La Otra, donde trabajó por años, cuando se comenzó a dejar el pelo largo]. ¿Mota es la banda de Pablo Silvera?

El primer nombre que surgió fue Mota y nos encantaba. Sabíamos que tenía que ser una palabra, no una frase compuesta. Yo tenía clarísimo que no quería que fuese Mota y los xxx, ni nada parecido. Empezamos a buscar y las alternativas eran tremendas. Estaban “Los videntes”, “Motudo”, y eran horribles. (Risas.) La banda siempre insistió que, más allá del nombre, en los primeros tiempos, siempre iba a ser el proyecto del excantante de Once Tiros, y de hecho así es.

¿Los apuró el festival para bautizar a la banda, así como El Kinto consolidó su nombre tras la inscripción en el Festival de la Canción Beat y de Protesta en 1967?

No, nos apuró el disco quizás. ¿El Kinto se llamó así por eso? (Risas.) El año pasado apareció Cosquín y me dijeron: “Sabemos que están en esto, nos gustaría que participaran del festival”. Nos servía mucho empezar a tener deadlines de cosas para concretar y saber para qué estas haciendo eso. ¿Es como juntarnos a jugar fútbol 5 o tenemos un propósito? El festival sí desencadenó que trabajáramos un repertorio y en que la cosa empezara a funcionar más engranada. Entendíamos que estaba bueno tener la contención de un festival para mostrarse y no arrancar con la remada de la sala y la convocatoria. De hecho, estamos fascinados con tocar temprano y hacer juntos el camino de nuevo. Hay que pararse a defender las canciones y dar a entender de que esto es un grupo.

“El tiempo dirá si tengo razón”, cantás en una de las canciones del nuevo disco. ¿Podría interpretarse como una carta de confianza en tus decisiones, de hacerte cargo y esperar los resultados?

Sí, totalmente. (Risas.) Cada oración de esa canción es una declaración y reafirmación de dónde estoy, qué va a pasar… Es la canción que me canto a mí. Ahora hay que ponerse a bailar y darle para adelante, el momento es ahora. La bandera que tenemos con la banda hoy es: “Un día a la vez y que sea disfrutable”. Tenemos la posibilidad de empezar un proyecto sin presión. La única presión es disfrutar los ensayos; nadie estaba esperando un disco de Mota. Al momento de terminar el disco no lo podíamos creer. Y, de verdad, si la historia se tiene que terminar acá, esta es una belleza tremenda, una gloria. El círculo nuestro de amigos está muy contento con el disco.

Esta irrupción de Mota tiene aún bastante de los Once Tiros, porque una parte del repertorio viene de descartes discográficos o son al menos embriones de aquel proceso. Contame, ¿cuánto de ayer y cuánto de nueva cosecha tiene este disco?

Hay de todo, pero mucho es completamente nuevo.

“Plata igual plomo” [último track del disco, pero canción que usaron como corte de adelanto] tiene hasta la connotación de los disparos.

Sí, pero hay cosas que aparecieron después. (Risas.) Esa canción estaba toda armada, menos el estribillo. Esa canción, en mi cabeza, era un ska del 2010, y Matto con el resto lo transformaron en un rockazo. Lo que te puedo decir es que, de ayer, lo que se mantiene es mi línea compositiva y las melodías.

Yo les dije: lo que más quiero es que busquemos el sonido individual y grupal. Estamos podridos y de acuerdo en que cada uno tenga que mostrar su virtuosismo; acá lo que importa es la canción. Tenemos dos guitarristas, Leo [Coppola] con una pata en el pasado y Matto [Bello] con una pata en el futuro, todo el tiempo investigando en la tecnología y el sonido. La consigna era: hagamos algo potente y moderno.

Más allá del corte con el que irrumpen, “Chaman” es el tema con que abren el disco de Mota; una canción folkrock de aire wéstern, con ambiente sonoro a fuego y en el que sentenciás que “la magia es mucho más que un juego”.

Es una canción con una estructura muy rara para estos tiempos, que empieza muy lento. Decidimos que fuera el primer tema para dejar en claro que esto es parecido, pero la cosa viene diferente. Si bien arranca lento, pausado, luego vira y entra una línea Pearl Jam, Ten, muy clara, intentando meter un Eddie Vedder todo chueco, charrúa. (Risas.) Pero marca decisiones estéticas del disco, como son laburar a un 70% de producción, no más. Todo el disco está permeado por ajustes técnico-musicales, pero no totalmente. No buscamos la perfección. Lo grabamos en vivo con la banda y no corregimos el tempo de todos los temas. Con Once Tiros todo era muy estructurado, acá quedaron hasta los gallos y pifies de tempo. Y, en cuanto a la lírica, quizá lo que tenía en mente era esa necesidad de buscar un guía, un chamán para que nos dijese cómo teníamos que atravesar todo lo que estábamos viviendo en la pandemia.

El disco, de la misma forma que el repertorio que construyó Once Tiros a lo largo de su historia, es tremendamente ecléctico, yendo del folk al hard rock pasando por el punk.

Sí, lo enmarcamos en una búsqueda noventosa. Nuestras influencias están muy clavadas ahí, compartimos una generación. Queríamos ser al mismo tiempo respetuosos con la historia y no soltarle la mano al pasado, como si todo lo que hicimos anteriormente no existiera. No tendría sentido porque podría dar a entender un resentimiento que no existe. Yo abrazo toda mi historia, todos lo hacemos.

“Algo de verdad”, otra de las canciones del disco nuevo, ¿tiene también relación con todo este proceso de reinvención?: “Ahora solo quiero arder, ser una fogata nueva. Quemar todo lo que hizo mal, renacer desde la hoguera”.

Sí, tenía el estribillo desde antes. Es una canción que tiene mi fascinación por el fuego. Es un lugar donde conecto mucho y empecé a ver el fuego desde lugares comunes como el ave fénix, querer arder de vuelta, etcétera.

En “Tumba”, esa especie de epitafio canción que aparece como el penúltimo tema del disco, hay una cuestión más introspectiva y despojada en arreglos de banda. “Sentado sobre mi tumba, viendo pasar mi cuerpo bajo una inmensa lluvia, me quedo respirando lo que queda de luna y me voy despacito al cielo…”.

Creo que es de los temas que más me gustan. Entró en los descuentos, una semana antes de grabar. Yo quería armarlo en banda, pero ellos me insistieron en que funcionaba perfecto tocando solo. Luego yo insistí en que tenían que entrar al final. Tiene una narración cinematográfica; de hecho, lo pensé como un guion para hacer el video. Es un cliché poético. Se terminó, soy un alma en pena… Por qué no te lo dije cuando estaba vivo. En este tema grabé viola, nunca había grabado una guitarra en mi vida. No me tenía fe, y la banda insistió en que yo tenía que hacerlo y que no tenía por qué ser perfecto. Este proyecto me da esa cosa de fe, de vamos para adelante. “Tumba” lo quiero mucho.

¿Cómo van a programar el show de cara a este festival y con relación a la inclusión de temas de Once Tiros?

En este festival, por un tema de tiempos, un 80% van a ser canciones del disco nuevo y un 20% van a ser composiciones anteriores. Es raro lo que me pasa, porque las canciones, si bien eran de Once Tiros, primero eran mías. Es raro hablar de posesiones, pero hay canciones que quiero mucho porque salieron de mí y me acuerdo hasta dónde nació cada una. No las voy a dejar de tocar. Cuánto hay además de que son mías y cuánto de la gente. “Maldición” —por poner un ejemplo— por qué no la haría si me acompañó tanto tiempo. Cuando presentemos el disco, claramente vamos a repasar el disco entero y hay muchas ganas de complementar con algunos covers, otras cosas, invitar amigos y jugar por ese lado.

¿Va a haber una presentación oficial entonces?

No lo sé. (Risas.) No sé si creemos mucho en las presentaciones; quizás sí armar un ciclo de presentaciones durante el año. Pero no va a ser una parafernalia de presentación.

¿Qué tres cosas aprendiste casi como fórmula artística o musical con tu antiguo proyecto y vas a aplicar en Mota?

Hay algo que no sé si es aprendido o es innato, que es la capacidad de rodearme de gente que admiro. Este proyecto me da eso. Lo segundo, es definir: si es un juego y nos vamos a divertir, vamos solo por ese lado; si es un juego y nos vamos a divertir, pero queremos que llegue a algo, no hay otra manera que hacerlo profesionalmente, con objetivos claros y una planilla Excel. Y, lo tercero, es que de un punto al otro del trayecto sea disfrutable el objetivo. Lograr que sea increíble el resultado no puede ir en detrimento del resto, ese trayecto no puede ser bajo presión ni tortura.

Y ¿qué tres errores aprendiste y no volverías a cometer en un proyecto colectivo?

Lo que no volvería o intentaría no volver a cometer son los que cometo con mis relaciones cotidianamente: no hablar las cosas a tiempo; cargar rencores; seguir en una inercia sin sentido; no estar en la ruedita del hámster dando vueltas. Y otra cosa que siempre le repito a Matto: ¡No es tan grave! Cuando hay momentos que algo me apabulla, paro, analizo las consecuencias y me repito: ¡No es tan grave! Pueden ponerlo en práctica. (Risas).

Pablo Silvera. Foto: Javier Noceti

Pablo Silvera. Foto: Javier Noceti