Es difícil llegar hoy a personas cercanas a China Zorrilla. Una mujer que nació hace 100 años, el 14 de marzo de 1922. Una actriz que compartió escenario con personajes como Soledad Silveyra, Susana Giménez, Antonio Gasalla, Taco Larreta y Carlos Perciavalle, y que interpretó guiones de Bertolt Brecht, Antón Chéjov, de Molière, Tirso de Molina y Luigi Pirandello. Solo algunos de los dramaturgos que hacen de su repertorio teatral universal. Una rioplatense que estuvo siempre entre Uruguay y Argentina. Pasó por muchos lados, pero también pasaron muchos años.
Concepción Matilde Zorrilla de San Martín vivió 40 años de su vida en Buenos Aires. Se instaló recién a los 50, exiliada por la dictadura uruguaya. Esa edad sería la época de oro de su carrera en las tablas. Así pasó 40 años hasta cumplir 90, momento en el que regresó a Uruguay. Ese breve resumen podría explicar por qué el Ministerio de Educación y Cultura conmemora a “la China” el Día del Patrimonio de este año bajo la consigna “Cultura de dos orillas”. Este evento es “la fiesta de los uruguayos que pone valor a lo tangible e intangible que nos une como nación”, según relataban las autoridades en el lanzamiento de la 28ª edición. El primero fue en 1995.
Entonces ¿por qué homenajear a la actriz?
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En carne y hueso, China Zorrilla llevó en su ADN parte de la autoconciencia nacional. La misma que llevó su padre, el escultor de Artigas, José Luis Zorrilla. La misma que llevó su abuelo, conocido como el poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Martín.
China fue la segunda de cinco hermanas, la única que no se casó ni tuvo hijos. Pero las otras cuatro le dieron 23 sobrinos. “Seguro que, algo, pudimos satisfacer su sentido de maternidad”, cuenta Hugo Estrázulas, el primer varón de los 23. China se enteró de su —esperado— nacimiento a través de un telegrama que le llegó a la pensión en la que vivía en Londres: “Llegué muy bien. Huguito”, decía. “Ese fue mi primer contacto con China”. Estrázulas dice que su tía siempre le relataba esa historia, contando que exclamó tal grito de festejo que la inglesa que gestionaba la pensión terminó por echarla del lugar. “Pero ella era actriz, probablemente vestiría ese cuento de alguna manera”, agrega.
Él, hijo de la vestuarista Guma Zorrilla, recuerda la sobremesa de la casa de su abuelo en la calle 21 de Setiembre. Un living lleno de Zorrillas que hablaban de política y teatro. Una sala de cuadros y algunas piezas que José Luis Zorrilla, el escultor, se trajo de su estadía en Europa, de cuando se fue a París a hacer el Monumento al Gaucho. Un comedor que vio desfilar a actores, directores y periodistas. “El arte siempre estuvo en casa”, dice Estrázulas de los Zorrilla.
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Era 1992 cuando un joven uruguayo de 32 años dedicado al teatro cruzaba a Buenos Aires para trabajar como asistente de dirección a pedido del director David Hammond. A un mes del estreno, el estadounidense se baja del proyecto y decide no ir. Ese infortunio causó que Agustín Maggi conociera a la que ahora dirigiría esa obra, China Zorrilla. A contrarreloj, porque los derechos para usar la obra vencían en poco tiempo, lograron poner en escena ese desafío. Él como asistente, ella como directora. “A los 15 días le cargaba la cartera para todos lados, iba con ella de arriba para abajo”, recuerda Maggi. La confianza —o la generosidad de China, quizás— habrá sido tal que Zorrilla se fue de gira a Mar del Plata y le entregó las llaves de su apartamento al joven uruguayo, para que se quedara a trabajar en Buenos Aires. A los dos meses se convertiría en su secretario personal por los cuatro años que siguieron.
En esa misma casa en Buenos Aires, Carlos Perciavalle recuerda a China dando una nota en vivo: “Yo no creo en los bancos”, decía. Así mostraba —públicamente— que guardaba dinero entre las páginas de los libros de su biblioteca. “Me imagino la gente que entraba a esa casa, los libros que habrán dado vuelta. Es como decir: ‘Vengan a mi casa, asáltenme’”, dice el actor. Maggi la recuerda solidaria: “Había navidades que se quedaba en Buenos Aires. Salía entre las ocho y las diez en auto, y, si veía gente en las paradas de ómnibus, frenaba a ofrecerles un viaje”. Se pasaba el 24 de noche llevando gente a sus casas. “Pobre gente, ¿te das cuenta? Llegan tarde en Navidad”; algo así podría haber dicho China, según Maggi.
De esos años trabajando a su lado, recuerda que “su living era su escritorio”. Habría que imaginar una mesa de comedor repleta de libros, lapiceras, tazas, cartas y una alta pila de guiones que esperaban ser leídos. Todo desordenado sobre la mesa del living de algún apartamento en la calle Uruguay. Por ahí Maggi vio “desfilar” a las hermanas y a los miles de sobrinos Zorrila. Hugo Estrázulas sería uno de ellos, y agrega que “no dejaba que la patria se alejara mucho”, porque, antes de vivir allí, Zorrilla estuvo por la calle Montevideo. Recuerda que China siempre tenía programas preparados para sus visitas en Buenos Aires: “Después del teatro nos íbamos a comer al Edelweiss, un restaurante al que iba siempre después de sus funciones”. Según cuenta Estrázulas, habrían llegado a poner un plato a nombre de la actriz.
Para Maggi, fue en Argentina que explotó su carrera a nivel popular: “No podías caminar por la calle con China”. Hizo teatro, cine y televisión. Protagonizó a Elvira Romero en Esperando la carroza, la historia del rumano-uruguayo Jacobo Lansgner que apela al ser rioplatense. Aunque Estrázulas no adjudica ese papel como el punto cúlmine en la trayectoria de China: “Las obras podían tener más o menos éxito. Valía más por sí misma que por las obras que deba”.
“Siempre me llamó la atención cómo una mujer de más de 50 años, que llega a Buenos Aires y es una extranjera, se convierte en pocos meses en una referencia ineludible, no solo artística y teatral, también social y con una opinión requerida y solicitada. ¿Por qué?”, se pregunta Estrázulas. “Ella sabía que nunca más iba a poder hacer un papel de joven protagonista”. El sobrino de China cuenta también que, cuando un director la contactaba por una nueva obra, Zorrilla solía preguntar: “¿Abuela de quién voy a ser?”.
Pero antes de estar esos 40 años del otro lado del río, estuvo en Londres, Nueva York y Montevideo, donde recorrió junto a la española Margarita Xirgu, actuó en la Comedia Nacional y fundó el Teatro de la Ciudad de Montevideo.
“Creo que, como uruguaya, China no tuvo que pagar derecho de transferencia. Fue rápidamente asimilada. Lo mismo pasa con los argentinos que vienen acá; no son extranjeros, al poco tiempo son uno más”, opina Estrázulas. Y, bajo esa visión, la consigna de este Día del Patrimonio, “Cultura de dos orillas”, adquiere sentido. China Zorrilla sería uno de los personajes que une la historia de ambos lados. “Siempre tenía presente un pequeño pabellón nacional en su camarín. Decía: ‘Allí donde un uruguayo lleva el arte, representa la patria’”, recuerda su sobrino.
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“Siempre pensé que China tenía una inteligencia instantánea”, dice Estrázulas. Algo que debe tener que ver con su capacidad en el humor. Él, Perciavalle y Maggi ,inevitablemente, recuerdan sus chistes y, hasta hoy, continúan riéndose en voz alta.