Por Federica Bordaberry
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Un Macondo, que es ficcional y que aparece en más de una novela del colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), pero sobre todo en Cien años de soledad (1967). Se ve así:
A orillas de un río, con un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Aislada por una sierra, pantanos, selvas tupidas, una extensión acuática sin horizontes que habitan sirenas. Fundada por José Arcadio Buendía, un coronel, durante una expedición con otras familias. Más o menos veinte casas de tierra, polvo, laboratorios de alquimia y platería, gitanos, un cementerio, un cuartel.
Se le atribuye a Gabo (García Márquez) haber dicho alguna vez que Macondo, sin embargo, no es un lugar, sino un estado de ánimo que permite ver lo que uno quiere y cómo quiere.
Por eso, también existe otro Macondo, muchísimo más conectado con la realidad. Ese es el de los recuerdos de un niño colombiano nacido en 1961, en el pueblo de Santa Marta. Ese Macondo es el de Carlos Vives, que no es escritor, pero es músico y actor.
Y ese Macondo, según lo que contó Carlos Vives a LatidoBEAT, se veía así:
Los vallenatos y las cumbias, el cruce de universos musicales que heredó Colombia, el folklore del norte, cerca del Caribe, los juglares con los que hacían amistad su padre y su tío, ambos médicos de la zona de la Magdalena, el fútbol, el carnaval, una timidez que le permitió observar antes de hacer.
“Descubrí, con el tiempo, que nací y crecí en ese mundo, en ese Macondo (…) Crecí rodeado de un imaginario muy especial”, dice Carlos Vives.
En Las palabras (1964), el filósofo y escritor francés, armó una de sus frases más conocidas: “Cada hombre tiene su lugar natural; ni el orgullo ni el valor fijan su altitud: la infancia decide”.
Eso, la infancia decide.
La infancia de Carlos Vives, entonces, decidió que él sería “el rey del vallenato”, uno de los géneros folklóricos del norte colombiano. Decidió que él lo internacionalizaría, que lo mezclaría con rock y con sonidos electrónicos. Que trabajaría en muchísimas series de televisión y telenovelas colombianas como actor. Que tendría un período de discos vinculados al pop y a la balada, como lo fueron Por dentro y por fuera (1986), No podrás escapar de mí (1987) y Al centro de la ciudad (1989).
Luego, llegaría eso que lo convirtió en Carlos Vives, uno de los músicos que llevó el sonido colombiano al mundo, el período de vallenato y fusión étnica. En 1991 y 1992 hizo los Escalona, inaugurándose en esos ritmos. Pasó por 17 discos de estudio, desde entonces (sin contar recopilaciones o mismo discos en vivo) con títulos como La tierra del olvido (1995), El rock de mi pueblo (2004) o Más corazón profundo (2014).
Vives, también autor de hits como “La bicicleta” con Shakira, “Robarte un beso” y “No te vayas”, se estará presentando en Uruguay una vez más, después de haber celebrado sus 30 años de carrera en el Antel Arena. Estará el próximo sábado 17 de febrero en el Festival de Folclore de Durazno (de entrada libre) en el Parque de la Hispanidad.
Carlos, después de tantos años de dedicarte a esto, ¿por qué música en tu vida?
Crecí rodeado de música: de los gustos de mis papás, de la ciudad donde nací y su relación con la historia de la música colombiana, de la música local, los vallenatos, las cumbias. Descubrí, con el tiempo, que nací y crecí en ese mundo, en ese Macondo. Así lo llamó Gabo (Gabriel García Márquez) de alguna una manera. Ahí confluye nuestra cultura, nuestro país. Crecí rodeado de un imaginario muy especial.
Aunque la industria y la música del mundo le muestre a uno otras cosas y reciba una influencia de todas partes, y cuando empezás no sabés todavía cuál es tu camino real en eso, pero lo vas encontrando, descubrí que todo lo tenía ahí donde había nacido. Me sirivió mucho conocer la música del mundo, y los fenómenos del rock, de la música folklórica y de todas partes.
Colombia es como un cruce de caminos, un país que lo bombardearon desde su cosa hispanoamericana, latinoamericana, la cosa afro, mexicana, cubana, y del Pacífico, con el Perú. En Colombia recibimos música de todas partes y yo creo que esa fue mi crianza.
También he actuado, pero para mí que todo forma parte de lo mismo. Desde la época en que estuve en el colegio, de pronto era por quitarme una timidez que tuve en mi infancia, pero cuando llegué a vivir a Bogotá se transformó en una ciudad que cambió mucho mi vida. Me empezó a gustar el teatro y cantar.
¿Dónde está el origen de ese amor por la música? ¿En la infancia?
Porque perdí a mi familia muy niño, tal vez fue la manera de aferrarme a unos mundos perdidos. Fue hacer esa música que mi papá llevaba a la casa, que era de los juglares. Entendí que no iba a hacer folklore, sino que yo podía sacar mi modernidad a partir de algo que era como una herencia que había traído mi papá a la casa.
Mi papá era médico y trabajó en la provincia. Mi banda, incluso, se llamaba La Provincia. Trabajó en las provincias de Magdalena y conoció juglares que después vinieron a Santa Marta. Vinieron a visitarlo, vinieron a nuestra casa, a la casa de otro tío mío, también médico, que también hizo amistad con juglares.
Mi infancia fue rodeada de ese mundo, que traían ese imaginario de historias y de personajes. De cuentos que contaban los vallenatos. Desde que me tuve que ir, dejar a mi papá, siempre eso me conectó con él. Lo hacía en el colegio y mis amigos de Bogotá eran felices cuando yo cogía una guitarra y cantaba un vallenato, porque era exótico para un bogotano.
Eso me hizo ser diferente con mi gente aquí, y eso me mantuvo muy vinculado con ese ser costeño, del Caribe, que tenía en mi casa. Mi papá trabajó en el fútbol y hoy trabajo en un barrio que él quería mucho y que también es de mucha música, de mucha cultura. Es nuestra cuna de carnaval. Terminé trabajando y haciendo la música de un lugar. Yo lo llamé “la tierra del olvido” porque empecé cantando otra música, que me encantaba. No tengo nada en contra las baladas, ni el rock que me gustaba, el rock en nuestro.
He sido feliz cantando lo que he podido cantar, pero como que nunca me desconecté de estos espíritus y el día que tuve que tomar una decisión sobre cuál iba a ser mi estilo, estaba bien, me gustaba cantar eso, pero también puedes ser auténtico y hacer algo original. Me preocupaba más.
Hace treinta años, te decían “graba esto” y vas a ser famoso. El otro camino es el que yo encontré. Me siento bien si soy original. No sé si eso te hace famoso, te lleva a Hollywood o a Rusia, pero había que hacer lo que había que hacer. Eso, sentir felicidad en el corazón y, de repente, hacerlo también por él (mi padre) y por ellos, por ese mundo perdido, de alguna manera.
Yo hacía música y la grabé de una manera diferente porque entendí también que yo no hacía folklore, pero que podía hacelro de una manera moderna. Entonces, cuando había que hacer cosas, lo primero que miraba era hacia ellos, hacia mi papá, hacia mis amigos de la provincia, hacia los viejos. ¿Cómo lo sienten? ¿Cómo lo ven? ¿Está muy loco? Esperaba de ellos una sonrisa y yo entonces decía “vamos bien”.
Más allá de la definición técnica, o rítmica de un vallenato, ¿cómo lo definirías en espíritu?
Es un folklore que es hijo de la cumbia. Genéticamente, el que hace el vallenato es un cumbiero. Es un mestizaje español y chimila. De los pueblos anfibios de los ríos grandes, donde estaban los chimilas. Allá llegó la cultura española, y luego la africana, y se fundieron muchas cosas. Pero la madre es la cumbia.
Si te das cuenta hay un río grande, donde nace la cumbia, y hay un río menos grande, que entra y penetra el territorio conocido como el territorio del vallenato y es el Río César. Es decir, para entender el vallenato hay que entender que el Río César es un afluente de otro río muy grande, que es el Río Madgalena, que es la cuna de la cumbia.
El vallenato es el folklore del campo, del campesino, del que trabajaba el ganado, del que sembraba. Por eso yo pienso que, aunque me digan “el rey del vallenato”, yo exactamente no hago vallenato. No puedo hacer folklore porque el folklore no se hace en un disco.
Los vallenatos eran crónicas, eran cantos de juglaría, pero las líneas melódicas vienen de una forma de cantar y de hablar que tiene el campesino, que se puede ver en el canto de vaquería. El trabajador va con el ganado y no es una canción, sino una forma de hablarles. Eso son los cantos de vaquería. Existen en los folklores de Colombia, de los vaqueros, llaneros.
Existe, entonces, en los vaqueros del Caribe que manejaban el ganado. Se puede encontrar el origen de las melodías vallenatas la manera en que el campesino se expresa, le habla al ganado. De ahí nacieron esas crónicas, de la necesidad de contar historias.
Después llega la industria de la grabación y se encuentra con esas tradiciones orales. Se empiezan a grabar y se empiezan a electrificar. Eran creadas en la industria de Medellín y como ciudad industrial atrajo a muchos de esos artistas a estudios de grabación. Para mí, cuando se empieza a grabar, deja de ser foklore. Como le pasó al blues, que se volvió rock and roll.
Yo lo llamo rock and roll a lo que hago. El vallenato es mi rock and roll porque es mi modernidad. Las influencias son las influencias. Lo que uno es como americano es una mezcla de cosas maravillosas. Así fue cómo lo entendí hace treinta años. Cuando entendí que el rock nació de un folklore de tradiciones orales, antes de que llegaran las electricidades, entendí que mi música también podía ser moderna.
Yo miraba a Leandro Díaz o a Alejo Durán, esos campesinos que hicieron esas genialidades, esa poesía popular, y nunca fueron a un colegio. Vivían con la naturaleza, con el río, con las aves, y cantaban. Él no estaba haciendo eso para grabar un disco, para hacer un video, para ver si cantaba con Bad Bunny. Él era un campesino, vivía y se expresaba así. Y eso se volvió tradición oral. Yo sé que la industria no piensa como yo, ni pretendo cambiar el pensamiento de nadie, pero para mí nadie que se sube a un escenario, electrifica, va a un estudio de grabación, hace folklore.
Es que la esencia del folklore está en otro lado. Eso pasa no solamente en Colombia, sino en todo América Latina.
Sí, es como un jugo de naranja exprimido y el otro es el más industrial. Al final, no existe un patrón de la música moderna que nos guste hoy de estos artistas que suenan en inglés, o en español moderno, de estos urbanos, que no esté usando patrones ancestrales. Que no tenga sus patrones rítmicos nacidos de patrones ya sea americanos, sea africanos, de diferentes corrientes percutivas del África, o del norte de África, de la cosa española. Es decir, no hay nada que no se construya ya sobre cosas muy antiguas.
Hablando de que todo se construye en base a algo, ¿cuáles son los géneros madre, para ti?
Desde las polkas de Europa, hasta las músicas medievales y las corrientes de los ríos. Si tu piensas en el Río Guadalquivir en España, vas a entender mucho de la corriente de la música española. Especialmente, de la corriente flamenca. La música española está conectada a un río. El blues en el Río Mississippi está conectado a un río y el blues generó más cosas. Es decir, es casi que una madre.
Hoy todo el mundo tiene cumbia porque, cuando llegó la industria a Colombia, empezó a disparar orquestas eléctricas de cumbias y sembró cumbias en muchas partes. Pero también está, en el Río de la Plata, todo el fenómeno del tango.
Hay toda la parte musical de los ríos, como cunas, que se puede ver en lo prehispánico con los pueblos, como sucede con los aimaras. Ahí es cuando uno entiende que la cumbia está más cerca de un carnavalito boliviano que de un son cubano. Todo esto tiene que ver con nuestra historia.
En la música prehispánica hay patrones, como la cumbia, que son endémicos, que no están en ninguna de las culturas indigenas, que no son del Río de la Magdalena, o de los pueblos zenúes de Colombia. N está en ninguni de los patrones endémicos, no existe en ninguna cultura africana, ni en las culturas europeas. Es decir, la cumbia es uno de esos patrones endémicos únicos que, donde estaba la sangre, donde llegó la raza, se quedó.
Y el blues nos conecta. El blues conectó al mundo, además, porque después del blues nace el swing. En la época de la industria, bañó al mundo entero y puso a cantar a todos swing. Pero ese es el blues. Si tú oyes un vallenato y un calipso, lo vas a asociar. Uno tiene origen indígena y el otro tiene orígen más de los tambores africanos. Hay conexiones increíbles.
África, por supuesto, es una madre importante de lo que viene siendo el zoko. Es uno de esos folklores que se quedaron en la cuenca del Caribe. La champeta en Cartagena fue producto de las grabaciones de zoko africano, que trajeron los franceses. Pasó en Panamá, también. Ese patrón que vino del áfrica genera un movimiento hasta el día de hoy.
El reggeatón no es una copia más de lo que se acostumbraba en Latinoamérica, a copiar el hip hop o el rap. O eso de a los fenómenos internacionales copiarlos y hacerlos a nuestra versión en español. No, el reggeatón es mucho más que eso porque tiene, intrínsicamente y por esas cunas, las cumbias. Tiene los patrones de la caja vallenata. Muchas cosas que realmente lo han hecho diferente y lo han ayudado a ser un fenómeno. Ahí detrás hay patrones muy ancestrales.
Se dice que has internacionalizado al vallenato como género, ¿qué pensás de eso?
Creo que sí lo he dado a conocer, porque el vallenato casi que es un término medio macondeano. García Márquez decía que Cien años de soledad (1967) era un vallenato largo.
Yo hice una serie de televisión sobre la vida de un compositor vallenato, de estos que sembraban y hacían canciones por allá en los cuarenta, y se me reconoció en España. Cuando yo llegué con la gota fría, pues ya me pusieron allá la vaina del rey. Ya soy el rey del vallenato. Yo entiendo perfectamente porque esa es mi cuna.
Me produce un profundo orgullo y, tal vez, el amor que siento por eso y por esa infancia donde conocí a todos esos personajes, es que canto con ese amor con el que he cantado mi música. Pero siempre que me dicen “el rey del vallenato” pienso en cómo me gustaría que entendieran un poquito a este lugar, a estos ríos, a estos campesinos, a estos montes, a este personaje humilde comiendo un plátano con la mano y haciendo décimas.
Hay que entender que lo que no podemos perder es ese río, ese territorio, esas aves, ese campesino, la felicidad de la gente, esa diversidad. La violencia y la pobreza son los reales enemigos del folklore. Han sido los reales enemigos del género y, a veces, el folklore mismo siendo víctima de esas cosas lo dice y lo expresa.
Sí, creo que yo soy un Elvis. Yo me digo el Elvis cienaguero. Parte de mi familia es de un municipio en el delta del río Grande (Río Magdalena) que se llama Ciénaga. Parte de mi familia viene de alli y es importante en la historia de la música. Ahí nacieron grupos que después, incluso, migraron hacia Argentina. Se hicieron vallenatos que hoy tienen familia en Argentina, y llevaron vallenatos junto al Cuarteto Imperial y una generación de musicos que son de ese pueblo. Ese pueblo es, hoy, un pueblo muy olvidado. Estoy seguro que García Márquez se inspiró realmente en Ciénaga y es capital de la cumbia.
Por Federica Bordaberry
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