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Música
Gambeteando la eternidad

Canta Zitarrosa, juega Garrincha: una obra que conjuga belleza en letra, música y fútbol

Alfredo es la voz de un pueblo, Mané la alegría de otro. Voz y gambeta que no quieren ser pasado y juntos juegan como nadie, para siempre.

26.10.2022 12:42

Lectura: 8'

2022-10-26T12:42:00-03:00
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Por Sebastián Chittadini

En Pau Grande, un pueblo pobre del estado de Río de Janeiro donde la gente era feliz con poco o nada, un adolescente permanecía ajeno a la tragedia nacional. Mientras todo un país estaba pegado a la radio; Manoel Francisco dos Santos, de dieciséis años, pescaba. En su mundo, absorto y feliz, no sabía de lo que un grupo de uruguayos había hecho en el estadio construido para que Brasil le mostrara al mundo su poderío futbolístico y se consagrara campeón mundial.

Una de sus hermanas le había puesto el apodo “Garrincha”; por su parecido con un pájaro torpe, feo y muy veloz que habita en el Mato Grosso, sin imaginar que, ocho años después, iba a estar desparramando rivales en la lejana Suecia. Amagando ir, pero viniendo. Haciéndoles creer que venía, pero iba. Caían como muñecos, mientras él se divertía y su pueblo conocía a la gloria por la radio que alguna vez había transmitido desgracias. Él, sin embargo, seguía tan ensimismado como cuando se fue a pescar tras el partido final del Mundial de 1950. Solo jugaba para divertirse y entendía a su relación con la pelota como una fiesta, aunque lo suyo sirviera para ganar y elevara el juego a la categoría de arte. Aquello que él hacía con los pies hacía bailar a los rivales y conmovía a la gente, como conmueve la música o cualquier otra manifestación artística. Ver jugar a Garrincha despertaba emociones y alegría en el pueblo brasileño, pero también inspiraba a los artistas. Los más grandes poetas y cantantes populares de Brasil se rindieron a aquellos pies mágicos y a esas piernas torcidas que desafiaban a cualquier lógica.

Ya en 1962, cuando ganaba su segunda Copa del Mundo, el poeta de la Bossa Nova Vinicius de Moraes le escribió un soneto: “El ángel de las piernas chuecas”, que describe el avance del puntero mientras la pelota es feliz entre sus pies, los pies del viento. Claro, se trataba de un jugador en plenitud y acostumbrado a la gloria en Suecia y Chile. Lo difícil era retratarlo en auge y caída, como cuando en 1983 -cuando dejaba el plano terrenal con apenas 49 años-, una composición lo homenajeaba de forma desgarradora. Hay quienes dicen que se trata de la mejor canción dedicada a un futbolista, curiosamente obra de un compatriota de aquellos hazañosos futbolistas sobre los que Mané Garrincha no había escuchado nada por la radio en la tarde del 16 de julio de 1950.

Letra y música de la canción “Garrincha” fueron creación del poeta uruguayo Manuel Picón, exiliado y fallecido en España. El tema integra el disco del dúo que conformaba con la argentina Olga Manzano “Fuerza Natural”, de 1983 y se puede dividir en dos, como la vida del considerado el mejor puntero de la historia del fútbol: su gloria y posterior descenso a los infiernos por culpa del alcohol. Pero no sería hasta 1987, cuando llegaría otro cantor popular uruguayo para ponerle su garganta a la vida, milagros y olvido del crack brasileño en su álbum Melodía larga II. De paso, lo inmortalizó. En su serena tristeza, la voz de Alfredo Zitarrosa dejaría su impronta para opacar con su tono firme y melancólico a la versión original. Y, para agregar belleza, a alguien se le ocurrió juntar a esos versos y al ritmo de candombe con imágenes que muestran las hipnóticas incursiones de Garrincha por el costado derecho.

Lo lleva atado al pie, como una luna atada al flanco de un jinete

Lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre

Y le pega tan suave, tan corto, tan bello

Que el balón es palomo de comba en el vuelo

Y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo

Que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo

¡Y se estremece la gente!

¡Y lo ovaciona la gente!

Lo lleva unido al pie, como un equilibrista unido va a la muerte

Lo esconde, no se ve, le infunde magia y vida y luego lo devuelve

Y se escapa, lo engaña, lo deja, lo quiere

Y el balón le persigue, le cela, le hiere

Y se juntan y danzan y grita la gente

Y se abrazan y ruedan por entre las redes

¡Y se estremece la gente!

¡Y lo ovaciona la gente!

¿Quién se llevó de pronto la multitud?

¿Quién le robó de pronto la juventud?

¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón?

¿Quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón?

¿Quién le llenó su copa en la soledad?

¿Quién lo empujó de golpe a la realidad?

¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?

¿Quién le gritó en la cara: "usted no es nada, ya no es usted"?

El último balón lo para con el pecho y junto al pie lo duerme

Lo mira y sólo ve cenizas del amor que estremeció a la gente

Y lo pierde en la hierba, lo deja, lo olvida

No lo quiere, le teme, no puede, no atina

Y se siente de nuevo enterrado en la vida

Y el balón se le escapa entre insultos y risas

¡Y se enfurece la gente!

¡Y le abuchea la gente!

¿Quién se llevó de pronto la multitud?

¿Quién le robó de pronto la juventud?

¿Quién le quitó de un golpe el hechizo mágico del balón?

¿Quién le enredó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón?

¿Quién le llenó su copa en la soledad?

¿Quién lo empujó de golpe a la realidad?

¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?

¿Quién le gritó en la cara: "Usted no es nada, ya no es usted"?

Ya no es usted, señor

Ya no es usted

Ya no es usted, señor

Ya no es usted

Ya no es usted, señor

Ya no es usted

Aquel puntero brasileño tan impredecible como el ave que le había dado su sobrenombre y el cantor uruguayo, pájaro errante que emigró y volvió del exilio para seguir cantando eternamente libre, vuelan juntos en YouTube. Uno, hamacando su cintura frente a rivales desconcertados. El otro, fraseando su sentir hondo como nadie más pudo hacerlo. Cuenta el periodista Mateo Magnone en una nota de La Diaria, que alguna vez Joaquín Sabina tuvo la intención de grabar los versos de Manuel Picón, pero desistió al escuchar la versión de Zitarrosa. Esa voz poderosa lo convenció de que no podía lograr algo similar, por lo que la idea quedó archivada. También se cuenta la misma historia con Joan Manuel Serrat, además gran amigo de Zitarrosa, como protagonista. El catalán luego tomó esta canción como referencia para crear una para su ídolo Ladislao Kubala, que terminó incluyendo en su disco de 1989, Material sensible. Curiosamente, Sabina y Serrat harían muchos años después un espectáculo juntos, al que denominaron “Dos pájaros de un tiro”.

Garrincha en la cancha, Zitarrosa en los versos. Se decía que el jugador que no tenía nada que envidiarle a Pelé en la consideración del público hacía siempre la misma jugada. Y de alguna manera, la sigue haciendo con música del cantor que en los años ’60 le competía de igual a igual a los Beatles en venta de discos en Uruguay y en los ’80 empezó a reemplazar las fotos de Gardel en bares y peluquerías. En Uruguay, esa voz no dejará nunca de sonar. Ni de conmover. Aunque Garrincha, que le decía “Joao” a todos sus marcadores porque no los veía más que como obstáculos a los que no distinguía entre sí, no tuviera idea de Uruguay en aquella tarde de 1950 en la que se fue a pescar.

Por más que el dos veces campeón del mundo no haya sabido de la existencia de estos versos que Picón compuso tras su muerte y Zitarrosa grabó después, basta darle play al video para darse cuenta de esa simbiosis. Las pinceladas irrepetibles de un genio de la pelota, en combinación con el candombe que le dedicara el cantor que arrancaba aplausos después de cada frase, son arte americano en estado puro. Cada vez que alguien quiera hacer una descripción gráfica del valor artístico de la gambeta, pondrá un video de Garrincha, la alegría del pueblo brasileño. Cuando ese alguien extrañe ese artilugio casi perdido en el fútbol, lo mirará y pondrá la canción que cantó Zitarrosa, la voz del pueblo uruguayo.

Juegan juntos la gravedad hiriente de un voz inmensa y poderosa, pero a la vez compasiva, con el hombre que eludía a todos los rivales y a todas las lógicas. Y hay belleza futbolística, lírica y musical. Hay algo más que fútbol en esta simbiosis como la del gol de Maradona a Inglaterra con el relato de Víctor Hugo Morales; en definitiva, como la del fútbol con la cultura. Aunque la existencia de Mané haya llegado a su fin antes de haber cumplido los 50 años y Alfredo también haya muerto muy joven, con 52, son presente. Porque en ese tiempo verbal está el nombre del disco Canta Zitarrosa y parecen estar las diabluras de Garrincha en los videos en blanco y negro en YouTube. Porque son eternos. Y de la gente.

Por Sebastián Chittadini