Hace cinco meses que soy una uruguaya en Andalucía, precisamente en Sevilla. Para la mayoría, la uruguaya, porque no habían conocido a nadie del “paisito” antes. Créanme que es un verdadero ejercicio de alteridad. La pregunta de dónde eres la escucho seguido y, frente a mi respuesta, los andaluces suelen repetir: “¡Uruguaya!”, enfatizando el sonido de la “y” con gracia.
A veces me recuerda al mítico programa Uruguayos por el mundo de Canal 10, con Nano Folle visitando a dispersos uruguayos nostálgicos y, siento que, al menos en mi caso, estando afuera saco a relucir mucho más algunos aspectos de mi identidad. Y cuando reconozco algo nuestro… mucho más. Hace no más de un mes, estaba caminando con una amiga extremeña por el centro de Sevilla, cuando escuché “Montevideo” de Tabaré Cardozo sonando fuerte en un bar de esquina. No pude evitar frenar y preguntar quién era el otro uruguayo que estaba en la calle Amor de Dios. Historias como estas… miles.
Andalucía es un lugar especialmente marcado por la multiculturalidad. No es casualidad su singular ubicación: tiene Océano Atlántico y tiene Mar Mediterráneo. Ya desde su nombre: proviene de al-Ándalus, territorio de la península que estuvo bajo poder musulmán desde el 711 hasta 1492. Lo islámico se hibridó con lo cristiano —tras la reconquista finalizada en 1492—, con lo judío, con lo gitano y, sin dudas, con lo americano. Desde Andalucía fue que se controló el tráfico y el funcionamiento del imperio y monopolio comercial español con América. Primero desde Sevilla, puerto oficial. Luego, en el siglo XVIII, Cádiz. Inevitablemente, Andalucía y América tienen que ver. Inevitablemente, hubo mezclas culturales. Inevitablemente, hay parte de una historia compartida. Ejemplo claro: las representaciones de la Virgen de Guadalupe de México en iglesias españolas. Pero vayamos más allá y más al hoy. Tantos años de vínculo, deja sus huellas.
Estos pensamientos me acompañan desde que llegué. Fui a Cádiz. Su estructura, sus casitas blancas y sus terrazas. Su rambla. Me llevó un poco a Montevideo. Otro día. Mi amigo, “El Sevillano”, empezó a introducirme en la música andaluza. Me habló de Estrella Morente. La busqué. Encontré su interpretación de “Volver” de Carlos Gardel. Ahí también hay algo. Tango y flamenco, algo en su melancolía, algo en su profundidad. ¿Y el ubetense Joaquín Sabina? En 2017 dijo que, de acuerdo a su discográfica, Uruguay, en proporción a su número de habitantes, era donde más éxito tenía. Todas estas ideas se agudizaron cuando llegó febrero, y con febrero, carnaval. Y con carnaval, Cádiz.
El carnaval de Cádiz es uno de los más famosos de España. Las primeras noticias que se conocen de esta celebración son del siglo XVI. Tiene una gran influencia italiana —por la presencia genovesa en Cádiz— y americana, además de un interesante aporte africano, por la importantísima población esclava que había en la ciudad en los siglos XVII y XVIII.
Cuando llegué a esta fiesta popular, lo primero que vi fue un mar de gente disfrazada. En este aspecto, me recordó un poco al carnaval de La Pedrera, pero multiplicado por mil. No había rincón de la ciudad que no estuviera llena de gente, disfrazada, en modo fiesta. Todo lo que sucedía me llevaba a las ideas del historiador y literato ruso Mijaíl Bajtín que, en su estudio de la cultura popular en la Edad Media, hace una auténtica reflexión de lo carnavalesco.
Bajtín define el carnaval, esencialmente, como rechazo a la norma, entiende que está hecho para todo el pueblo, que no asiste al carnaval, sino que lo vive. Según él, el carnaval es libertad, es resistencia; es un momento en el que se relativizan los valores dominantes y se subvierte lo establecido, en el que se desdibujan diferencias sociales a través de un fenómeno, esencialmente, lúdico. Y esto se materializó de muchas maneras esa noche. Con mi compañera de carnavales y amiga vasca, en un momento pensamos: hay tanta gente disfrazada de policía —con unos disfraces muy creíbles— que no tenemos ni la menor idea de quién es policía de verdad en este momento. Auténtica subversión, auténtico descontrol.
Pero el carnaval de Cádiz va más allá de la fiesta de disfraces. Justamente, a partir del siglo XIX, frente al descontrol que se suscitaba por aquellas fechas, las autoridades de la ciudad procuraron reglamentar y disciplinar. Así, se empezaron a programar actos, bailes y comparsas, de donde surge la murga y la chirigota (que, principalmente, se distinguen en cantidad de personas que integran estas agrupaciones). La primera vez que escuché chirigota gaditana, de la mano de mi amigo “El Sevillano” y su introducción al mundo andaluz, le dije: ¡Pero esto se parece a la murga uruguaya! Una vez más, un punto de encuentro. Y no estaba tan lejos.
Indagando, descubrí que, con respecto al carnaval, Cádiz y Montevideo están incluso más relacionadas. De hecho, el origen legendario de la murga uruguaya nos lleva directamente a esta ciudad. Muchos apuntan al año 1909, cuando La Gaditana (una agrupación escénica de Cádiz) se presentó en un teatro montevideano y fue un rotundo fracaso. Para poder volver a la península, se disfrazaron con sacos de arpillera y salieron por Montevideo, cantando coplas carnavaleras de su ciudad natal. Y sí, lograron recaudar el dinero para volver. Al siguiente año, algunas compañías orientales habrían formado agrupaciones —como La Gaditana que se Va y La Hispano Uruguaya— para parodiar al grupo español. Este sería el puntapié que hizo nacer a la murga uruguaya como tal, creándose, al poco tiempo, algunas como Curtidores de Hongos.
De hecho, esta “hermandad” gaditana-montevideana llegó a su summum cuando en 2007 Araca la Cana presentó su espectáculo en el emblemático Gran Teatro Falla de Cádiz; ese mismo año, se creó Araka La Kana (llamada, así como tributo a la uruguaya), una comparsa de Cádiz que viajó a Montevideo a honrar este vínculo y a La Gaditana, que había desembarcado 100 años antes. De hecho, en 2020, La Gaditana que Volvió, una murga compuesta principalmente por uruguayos viviendo en España, haciendo honor, una vez más, a los sucesos de 1909, se presentó en el Gran Teatro Falla de Cádiz. Y se hizo escuchar. Le dedicaron una copla a Santiago Abascal, líder de Vox, en la que le recordaban que Uruguay había acogido a muchos inmigrantes españoles tras la Guerra Civil y que eran sus nietos lo que estaban cruzando el Atlántico y emigrando a España.
Escribiendo esta columna, me encontré con una investigadora francesa, de La Sorbonne, Dorothee Chouitem, especializada en historia y cultura rioplatense. Ella apunta que, si bien este cruce gaditano-oriental le brinda una leyenda fundacional a nuestra murga, en realidad va mucho más allá, ya que Montevideo resultó de mestizaje e inmigración, que fue un crisol étnico y cultural. Entiende que la murga, y el carnaval uruguayo en general, es el resultado de un proceso en el que hay herencia e influencia europea, americana y africana, pero una construcción cultural propia, uruguaya. Esto se refuerza con investigaciones como las de la historiadora Milita Alfaro, que plantea que ya en el siglo XIX había comparsas de inspiración española en Uruguay. Si bien no son exactamente lo que hoy entendemos como murga, ya existían indicios, con agrupaciones como Murga Uruguaya Carnavalesca (1887) y Los Murguistas (1889).
Parece lógico que una manifestación cultural como la murga no sea fruto de un episodio concreto ni que sea únicamente producto de un quinteto gaditano que se queda varado en Uruguay. Sin embargo, estas visiones no se contradicen, sino que es posible entender el nacimiento de la murga uruguaya como una construcción que es fruto de todo esto.
El carnaval terminó, tras muchas horas en la blanca y subvertida Cádiz. ¿Qué más vínculos puede encontrar una uruguaya en Andalucía? Se me ocurren varios. Pero esto recién empieza.