Por Federica Bordaberry
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Leer a Quiroga. Desde Cuentos de la selva (1918) hasta Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917). "El almohadón de plumas", aquel relato de una mujer recientemente casada que se desangra en su lecho y que culmina con una explicación que deja gusto a poco, el horror se encargó de viciarlo todo. "La gallina degollada", la crueldad de un vínculo entre hermanos, la carencia total de piedad a partir de los celos de la infancia. No por nada lo llamaban el Edgar Allan Poe latinoamericano.
Leer a Quiroga. La experiencia que todo niño rioplatense tiene grabada a fuego y de la que no puede escapar. Porque uno no elige leer a Quiroga, el sistema educativo así lo indica. Entonces, ya no es solo su obra, sino también su vida. Su paso por la selva de Misiones, el asesinato accidental de su mejor amigo, el cianuro dejando rastros en diferentes momentos de su vida, hasta llegar hacía él de manera fulminante. A los golpes se aprende, y Quiroga es un uppercut que choca con la tersa inocencia de la niñez.
“Creo que después la realidad fue tan dura como ese cuento”, dice Adrián Caetano, en entrevista con Latido BEAT. Uruguayo, pero adoptado por Argentina. Perteneciente a una de las tantas generaciones que vivió su encuentro con Quiroga precozmente. Siempre hay un cuento que se instala de manera más profunda en sus lectores. En el caso de Caetano, fue "La gallina degollada". Según él, porque desentraña costumbres y arquetipos sociales tradicionales de nuestro país. “Toda la obra de Quiroga me interesa, y casi toda la obra de él me conmueve, pero ese cuento en particular”, afirma Caetano.
Al repasar su trayectoria, se encuentran puntos en común entre ambos. Hay un caos que se transmite, más allá de que sea en medio rural o urbano. Desde la película Pizza, birra y faso (1997) hasta la serie de Netflix El Marginal (2016-2022). En la primera fue director, en la segunda guionista. También dirigió la serie Puerta 7 (2020) y la serie biográfica Apache: la vida de Carlos Tevéz (2019).
Ahora el medio ya no es una pantalla. Ahora Adrián Caetano se traslada a las tablas de un escenario de teatro, para dar su versión de aquel cuento que, por ese entonces, lo conmovió. Donde lo único que va a tener un color, más allá del monocromo, es la sangre. Desde el 26 de marzo hasta el 14 de abril, en el Teatro Solís, Caetano presentará su versión de "La gallina degollada", bajo el nombre de “La Gayina”. Las entradas se pueden adquirir aquí.
¿Cuál es la diferencia entre horror y terror?
En el cine el terror tiene que ver más con lo climático. El horror más con lo explícito. El terror tiene que ver más con la ficción y el horror tiene que ver más con la realidad. Cuando vos leés en los diarios que hubo un crimen tremendo es un horror lo que pasó. Ahora, cuando hay una persona que se manda una macana se dice, "esa persona es de terror". Nadie dice que es de horror. Creo que tiene que ver más con un adjetivo un poco más amigable, el terror que el horror.
El horror es algo muy cercano, creo que tiene que ver con eso. Con algo horripilante, con algo que ni si quiera produce un miedo, sino que produce un rechazo mucho más grande. Por eso hay cine de horror, pero tiene que ver más con el gore o con esas cosas donde destripan gente que a mí mucho no me gusta. Me gusta cuando la cosa va más por otro lado, cuando va por un lado incluso hasta más estético, que no necesariamente es algo visual. Me parece que es mucho más amigable el terror, incluso para infundir horror. Es mucho mejor. Un horror es la realidad, suele ser más horrorosa que la ficción.
¿La línea entre lo uno y lo otro está en el morbo?
Sí. Yo cuando era chico vi todo el auge del morbo en los medios de comunicación, en las revistas, en todo esto que hoy se ve que es súper común, que cualquier niño puede ver cómo alguien es atropellado. No hablo de la pornografía, hablo de cosas peores incluso, aberraciones. Eso a mí siempre me dio mucho miedo, yo no podía ver esas cosas.
Me acuerdo que yo ya estaba en Argentina y empezaron a salir esas revistas tipo de casos policiales, que venían en un sobre negro para que no vieras la portada. Y eso es lo más morbo, porque lo comprabas para ver qué era lo que había adentro. Sabés que yo no tengo morbo. Cuando alguien dice "me da morbo", yo no sé a qué se refieren con eso. No es algo que me resulte atractivo lo morboso, incluso con cosas que yo he hecho, a veces, hay gente que se acerca desde un lugar morboso y no sé si yo por lo menos busco eso. Es como la montaña rusa, me divierte más toda la trepada hasta el arriba. Me da mucho más miedo eso, que la soltada hacia abajo. Hay una cosa de convivir con el horror, no sé si en el morbo habrá algo erótico, no sé si habrá algo de suspenso, pero hay una convivencia con el horror de que nada tiene filtro.
Yo me acuerdo cuando empecé a hacer películas que, de una u otra manera, contaban cierto aspecto de la realidad que los medios no mostraban. Entonces, decías, "qué bueno mostrar esto porque nadie lo ve". Hoy ya lo ve todo el mundo, es muy difícil hacer cosas que alguien no conozca, o que alguien desconozca. Hoy es mucho más interesante recurrir a la ficción que al realismo. Mucho más difícil porque la metáfora se hace mucho más difícil, pero es el desafío.
La realidad hoy es algo que incluso está mucho más deforme, porque qué es la realidad. Está más abstracto que nunca. Pero estamos conviviendo hace años, con esas cosas de ver desmembramientos, o los noticieros. Acá están un poco más cuidados, pero en Argentina es mucho más crudo. Te ponen el nombre de la persona, el celular, la cédula, dónde vive, la cara y después van y le prenden fuego la casa al tipo que capaz que era inocente. Eso es un horror.
¿Por qué pensás que se está reestrenando La Gayina?
Creo que porque se quedó gente sin verla. Hubo mucha gente que no pudo verla y me llamaron. Yo estaba en México, fue el año pasado, por octubre. Me llamó Calderón para decirme que la iban a reponer y me puse re contento.
¿Dónde le pegó a la gente esa obra?
Creo que se le hizo un poco de fama de que la gente la quería ver, que eso me parecía que estaba bueno. Todo el mundo que la ve le conmueve, pero desde un lugar muy visceral. Hoy justo me crucé con una chica que está trabajando en el Sodre, que me decía que se había puesto a llorar, una chiquilina joven. Yo creo que está bueno conmover sin recurrir al horror, y creo que por otras razones también. Por Horacio Quiroga en sí mismo, porque es un cuento del que todos sabemos, pero nunca hablamos.
Es muy nuestro, muy uruguayo eso. Si ya sabemos de qué se trata, para qué hacer algo con eso. Después, sí, cualquiera que va a ver la obra sabe de qué se trata el cuento. A mí esta chica me decía que es peor la obra que el cuento, y yo le digo que es peor el cuento porque es primero, además. Y me decía que, cuando ella leyó el cuento, se había aburrido un poco. Y es esto de las nuevas generaciones, viste que el teatro es lo más cercano a lo audiovisual que hay. La literatura está en otro plano, incluso el cine como uno lo concebía está en otro plano.
Hay algo muy de la Genealogía de la moral de Nietzsche en todo esto: los débiles, los fuertes, incluso los curas como figura bastante oscura. ¿Hay una línea que La Gayina intente mostrar sobre este tema?
Creo que hay algo de la búsqueda de la normalidad y la perfección, que es súper horroroso y perverso, de pensar que uno puede tener todo el tiempo las cosas ordenadas, encasilladas y que si uno se porta bien las cosas te van a salir bien, y que si te portás mal las cosas te van a salir mal. Esa moralidad a mí me parece súper perversa porque obliga a un montón de gente a portarse bien y las cosas después le salen mal, y esa gente se termina echando la culpa diciendo qué habré hecho mal, capaz que nada. Capaz que es el sistema lo perverso. A veces, es suerte, o, a veces, es un sistema que no está premiando a los que se portan bien. Tiene que ver más con eso.
Lo de los débiles... yo nunca fui muy fan de Nietzsche, siempre me pareció como muy adolescente la mirada que él tenía como filósofo. Me hace acordar, de a ratos, a Milei ahora en Argentina. Hay como un desprecio hacia lo deforme, hacia lo no "bello", o hacia lo que no es normal. Y cuando me refiero a normalidad, me refiero a la normalidad absolutamente católica y occidental, y apostólica romana, y todo lo que heredamos nosotros de Europa. Eso sí me parece un sistema súper deforme y súper enfermo.
Entonces, casi siempre conviene mejor, como en las películas yanqui, en vez de hablar en contra de la Policía, siempre es mejor contar que hay un policía corrupto y no que la entidad es corrupta. En realidad, para mí lo corrupto es el sistema, no las personas. Las personas pueden portarse de manera corrupta o no, pero el sistema no puede ser corrupto. Si el sistema es corrupto, cualquiera se puede portar de cualquier manera, y si el sistema es lo suficientemente "sano", que es una palabra que en la obra no se usa como para contener la corrupción. Digo, no tiene que ser un hecho que nos espante la corrupción. Es algo que sucede, uno se muere, se corrompe, se pudre. Uno mira mucha tele deforme y se corrompe.
Incluso, hay que contemplar la mentira. Lo que no hay que hacer es escandalizarse ante esas cosas, porque es como que yo no tengo nada que ver, hay que horrible esta persona, mirá lo que hizo. ¿Y vos? Ahí es donde radica el peor de los horrores, el que uno esconde. El que se muestra no es tan grave. Entonces, yo creo que, a veces, si uno fuera menos rompe bolas con el tema de la perfección, se dedicaría a cosas mucho más interesantes, que en la obra carecen los personajes, que es el amor. Porque el amor, de hecho, es imperfecto. El estar enamorado te convierte en alguien más débil, sanamente más débil, más vulnerable. Y te podés equivocar también.
¿Quién no se ha equivocado amando?
Exacto. Pero el odio es más perfecto, porque odiás todo por igual y no creés en nada, no le creés a nadie. También eso te justifica para que vos puedas hacer cualquier cosa. Es como esta ideología, que pasa en la política, que dicen "somos todos una mierda". No, no somos todos una mierda, hay gente que no. Hay gente que comete errores, pero no necesariamente hace que sea todo una porquería. Hay como unas ganas de pudrirla en todo sentido, de pudrirla definitivamente para que nada valga la pena. Contame lo de Nietzsche de vuelta.
En la Genealogía de la moral él pone de un lado a los fuertes, vinculados a la libertad, y a los débiles, como animales de carga, que cargan con la moral. Él dice que en la sociedad la cosa es al revés, que lo que él percibe como fuerte es castigado y considerado débil, por eso hace una transposición de valores.
Sí, eso es tal cual. Hay mucha gente que viene a imponer idea, un garrón que pase eso. Nunca más católico todo.
¿Hay lugar para el amor en esta obra?
Sí, por carencia de. Por ausencia. Todo cambiaría más si hubiera amor. De hecho, lo único que tiene color en La Gayina es la sangre, después es todo blanco y negro. Viste que el amor tiene muchísimo que ver con la sangre, por su color, por esa concepción antigua y romántica del amor, cuando uno se moría por amor, se cortaba las venas por amor, se suicidaba por amor, mataba por amor.
Quitando toda la literalidad de la cuestión, y si uno se queda con la parte metafórica de matar por amor, en un punto algo uno mata cuando se enamora. Desde uno, o de la cotidanidad. Yo creo que nadie está dispuesto a resignar nada en La Gayina. Hay un cuento de Quiroga que me fascina, que es "La meningitis y su sombra", que me parece que es un re cuento de amor como yo nunca había leído antes.
Soy muy desconfiado de la ficción con el amor, porque el amor es tan real, tan imperfecto, tan neurótico, tan paranoico, tan devoto, a veces, que es muy difícil trasladarlo eso a una peli. En la literatura lo he visto un poco más. O en las canciones, en la música más todavía. Pero yo creo que en La Gayina todo cambiaría si hubiera amor, no sé si hay lugar. Creo que no, no hay lugar en ese cuento para el amor, ni si quiera la concepción de los hijos es un hecho de amor. Es un hecho de buscar el hijo, y así piensan los personajes, "que me salga bien". Que no sé qué es, a veces la deformidad pasa por adentro. Siempre pasa por adentro.
Hago la pregunta del amor porque cuando se habla de la maldad y el horror humano, aparecen las preguntas del comportamiento social. ¿El hombre es el lobo del hombre?
Sí, pero es peor. Es el lobo de todo, ya. Ya es un depredador autodestructivo para con él y para todo. A veces veo eso, si alguien va caminando y se le cruza una hormiga lo más probable es que la pise. Nadie esquiva una hormiga. Capaz si pasa un perro, no, por miedo a que lo muerda, pero nos hemos transformado en algo muy complicado. Pero así como tiene una actitud caníbal el hombre también puede no tenerla. También puede elegir no tenerla. No sé por qué está eligiendo todo lo malo ahora, no tengo la menor idea. Creo que se ha metido en un viaje autodestructivo, en una adicción al odio que no sé ni cómo se zafa, pero sí, claro que es el lobo. Y ya lo veo hasta con el ecosistema, con todo. Ya ni misántropo es. Ya odia todo, odia los misántropos, odia a la humanidad, y se odia a sí mismo. No sé en qué momento se perdió tanta autoestima en la humanidad. Igual creo que es algo de Occidente. Yo desconozco Oriente. Hay como una cosa muy retrógrada en esta primera parte del siglo.
Muy medieval, incluso.
Muy medieval, sí, como a principio del siglo XX. Es idéntica. Cómo triunfan los discursos de odio y de resentimiento y nadie dice "paremos un poco". Gana el que no se cansa de odiar. No sé qué va a pasar, nunca sentí tanta incertidumbre con el futuro. Antes no, incluso cuando las cosas estaban muy mal, en tiempos de dictadura, uno decía "esto se va a acabar". No sé qué es lo que se va a acabar ahora.
Es que es un monstruo sin nombre.
Sí. Algo se va a acabar y no sé qué.
Venís del cine y eso se nota, por ejemplo, en el hecho de querer generar un efecto en blanco y negro en la escena y en el público. ¿Qué llevaste del cine al teatro?
El 360, sobre todo. El espacio, lo espacial. Yo venía de dar clases en pandemia en la Universidad Nacional de Las Artes en Argentina y me dijeron, ¿de qué querés hablar? Y a mí siempre me fascinó la arquitectura y el cine, y el vínculo que ellos tienen. El espacio arquitectónico. Yo de chico quería ser arquitecto. Primero, quise ser arquitecto y después me dediqué al cine. Llevé eso, sobre todo, el espacio.
Cuando vi que había una sala que era como una suerte de domo, como un ring, como un espectáculo más que un espacio teatral, eso me gustó mucho. Lo del blanco y negro es más un capricho estético, pero lo del 360... lo que hace la cámara es decir, de todo esto que vos ves, a priori, a qué hay que prestarle atención. Y la obra tiene eso, pero cada tanto te desvía. Lo que más llevé del cine es eso, la tridimensionalidad, porque el teatro siempre me pareció como muy 2D. Esa sensación de que hay cosas que están sucediendo que yo no veo, pero en cine te lo da el fuera de campo, o que hay cosas que me estoy perdiendo porque no las estoy viendo, esa sensación solo me la da el cine.
Yo no quería usar música para dar suspenso, no quería usar los recursos cinematográficos que suelen usarse, sino usar más bien la tridimensionalidad del espacio. Yo no sé si sabría hacer una obra en un escenario tradicional. Hoy, no sé. Me gustó tanto eso que sería mucho más difícil, o usaría espejos.
¿Y qué llevarías del teatro al cine ahora?
Algo que el cine que hace rato que no tiene, que es como la libertad. Y, a la vez, las reglas. Hoy ya no hay reglas en el cine, como que todo vale, pero a la vez a la hora de tomar decisiones uno toma las decisiones que no debería tomar. En el teatro hay otro tipo de reglas, pero yo siento que hay un espacio de libertad que yo hacía rato que no tenía. Como la libertad de equivocarte, por ejemplo. La libertad de no hacer las cosas de manera perfecta. Por lo menos, a mí como persona que vengo del cine y que desembarcó en otra disciplina, me llevo. No sé cómo está el teatro hoy a nivel mundial, ni nada. Sé que como es una de las artes milenarias, creo que mucho no debe haber mutado. Pero lo que ha cambiado el cine en estos últimos 30 años, creo que nada ha cambiado tanto.
Has dicho en alguna entrevista que, de chico, el cine era tu escape. ¿Sentís que podés hacer que el teatro sea un escape para alguien? ¿O es más bien un choque frontal?
Depende de lo que estés contando. Yo creo que lo de La Gayina es más catártico si se quiere. Sí, es una piña, pero también a veces conmoverte con una ficción y pasarla mal está bueno. Reflexionar a partir de eso: por qué la pasé mal, por qué me hizo llorar, o por qué salí perturbado. También he visto obras donde la pasé muy bien, y me reí, sobre todo con el humor. El humor siempre es un escape. Y en La Gayina hay muy poco humor. Y, cuando hay humor, te da como incomodidad reírte también porque no sabés si está bien o si está mal reírse.
La Gayina, entonces, sería más bien un choque frontal.
Sí, claro. Sí porque yo cuando leí ese cuento de chico me había dejado tan perturbado que yo sabía cómo quería que se sintieran los demás, quería que se sintieran tan mal como yo me había sentido. Una vez lo vi en un reportaje a Jorge Luis Borges, donde le pegaba a todos los escritores latinoamericanos, pero cuando habla de Quiroga dice que no le gusta como escritor, pero que sus cuentos son inolvidables, en el peor de los sentidos. Que nunca se pudo olvidar del universo que ese hombre plasma, con la crudeza que los plasma. Imaginate, acá te lo daban en la escuela. Yo no sé si sigue sucediendo eso. Y creo que necesitás compartir el horror para que no sea tan pesado. Si vos no contás algo que te impactó, que te traumó, si vos no socializás el dolor, como hay que socializar todo lo demás, la pasás peor. Y, cuando socializás lo bueno, también la pasás mejor.
Ahora sí quiero hablar de Quiroga. Como a todos los que nos lo han leído de chicos, ¿cómo te traumó?
Me traumó por la bestialidad que contaba. A parte no me era tan lejano eso. Yo me acuerdo que en mi infancia yo me vinculé con un montón de compañeros de escuela, vecinos, amigos del barrio, parientes, con cierta discapacidad intelectual. Ya sea síndrome de down u otras discapacidades, pero lo notaba eso y, de repente, que eso se convierta en algo amenazante es súper traumático.
Pero igual lo que más miedo me dio de ese cuento, y se lo preguntaba a mi viejo, es por qué no paraban de tener hijos, por qué no se dan cuenta de que la cosa no da para más. Entonces, ahí vi algo de desprecio por eso. Me acuerdo que esos gurises vivían siempre puertas adentro. Yo viví en Belvedere un tiempo, y había un chiquilín con discapacidad, que los padres lo sacaban a la puerta. Lo dejaban solito en la puerta y él se ponía jugar con una latita y yo me quedaba mirándolo un montón de tiempo. Ese abandono...
Nunca supe nada más de ese chiquilín, nunca supe qué pasó. Entonces, que Quiroga fuera tan cercano a eso y eso pasa mucho acá, y en el campo también. Hay un montón de eso. Tenemos nuestra población de pacientes psiquiátricos que nadie atiende, es algo muy uruguayo. Yo ahí me di cuenta que ese loco era uruguayo, en ese cuento sobre todo. Más que en el "Almohadón de plumas", porque ese cuento tiene algo social, que el resto de los cuentos de Quiroga no tiene, que es demostrar una familia constituida. Y, a parte, no son católicos, ni nada, y tampoco hace mucha mención a que ellos tienen ese problema por el campo, o porque podían ser primos. No hay ninguna alusión a eso. Lo cuenta de manera tan desnuda. Igual, también tenía una cosa Quiroga que era que necesitaba sacarse los cuentos de encima. Los escribía y, salvo los Cuentos de la selva, los otros los termina en media página, de manera súper abrupta. Y creo que el debe haber visto algo de eso en el campo. No es un imaginario, es algo súper real.
¿Cómo procesaste a Quiroga siendo niño?
No sé si lo procesé. Creo que después la realidad fue tan dura como ese cuento. Era época de los milicos, después mi viejo se tuvo que ir a trabajar a Buenos Aires y me fui de acá a los 14 años. Los pocos amigos que venía cosechando como podía los perdí, tuve que ir a otros país y empezar de cero de nuevo, me costó un montón y todavía tengo esa cosa. Tengo parientes en muchas partes del mundo que todavía no saben cómo volver al Uruguay y tampoco saben cómo terminar de irse. Yo como estoy un poco más cerca, de última cruzo, y voy y vengo. Igual, toda la obra de Quiroga me interesa, y casi toda la obra de él me conmueve, pero ese cuento en particular.
Dentro de todos los cuentos de Quiroga, ¿por qué "La gallina degollada" y no otro?
Por el maltrato a los niños, creo yo. Que eso era algo muy común en la pobreza del Uruguay de los 70. Súper común el maltrato a los niños, pegarles palizas. Esa cosa era súper común y eso el cuento lo trae, aunque es peor que pegarles porque directamente es dejarlos de lado. Había algo que, creo yo, pero igual nunca empaticé con eso, que me lo decía mi viejo, algo de venganza en ese asesinato. Pero no a manos de ellos, algo más divino. Creo que es lo único religioso que tiene el cuento es esa venganza de alguien que no tiene idea, pero no por una cuestión de discapacidad intelectual, sino porque son niños, no se dan cuenta porque lo único que hacen es imitar lo que hacen los grandes. Y los grandes lo que hacen es ejercer actos violentos todo el tiempo. Es como un ABC de cómo se comportan los niños. Si vos los tenés abandonados, no les das pelota, y encima todos los días ven cómo le cortan la cabeza a una gallina, lo más probable es que cuando estén solos lo hagan igual.
Hay algo re clásico, pero también re popular, en Quiroga, a pesar de que el idioma no es para nada simplista. ¿Por qué te parece que se ha convertido en eso?
Primero porque escribe cuentos. Los cuentos son mucho más populares que las novelas, toda la vida.
Sin embargo, la poesía no lo es tanto.
No, la poesía es súper críptica. A mí me re cuesta la poesía. Me gusta, pero me re cuesta. Yo creo que es porque escribe cuentos, porque los cuentos que escribe de fantástico tienen poco, son súper reales. Están plagados de enfermedades, de bichos, de personajes. Creo que pegó por eso y porque lo enseñan en la escuela también. Básicamente lo enseñan en la escuela. A parte es de los más entretenidos de los que enseñan en la escuela. Me acuerdo de Rodó, Juana de Ibarbourú, me re aburrían. No me acuerdo de ninguno de Rodó, pero de Quiroga sí. También porque recurre al terror y a las fábulas para niños, las dos cosas. Los cuentos de la selva son oscuros, pero son para niños. Animales hablando, fábulas. Y lo de terror, porque es terror. No hay nada más lindo que te cuenten un cuento de miedo, pero tampoco que te cuenten un cuento de miedo y te dejen solo sin decirte que es un cuento, o sin abrazarte. A veces, era crudo. Creo que por eso es popular, por el tema de los cuentos, porque es un universo súper cercano. O por la difusión que tuvo también. Creo que en los diarios se publicaban sus cuentos.
Ni que hablar que hay algo re popular en el hecho de que una persona que nunca dirigió teatro, pueda ponerse a hacerlo y desde la Comedia Nacional. Que al teatro le interesen también las miradas ajenas. ¿Por qué crees que al teatro puede interesarle la tuya?
Creo que es a esta gestión en particular, no sé si es al teatro. Creo que es a Calderón y a su gestión. Las cosas que terminan cambiando la realidad siempre la ejercen las personas, es como que se alinearon los astros en ese momento. Yo no sé si es al teatro, creo que es a esta gestión. A mí me interesó el teatro. Creo que el teatro, desde afuera, parece ser algo súper cerrado. En general mira con cierta reticencia a la gente que viene de otros lugares.
Como puede pasar en el cine, pero en el cine no tanto porque el cine es súper abierto. Sabés que la figura director de cine no existe, no está reglamentada por ningún organismo laboral en el mundo. Director de cine no existe, pero productor y guionista sí. Pero director es alguien que no tiene sindicato, no tiene nada. Cada vez que te contratan es un contrato privado, y no te recibís de director. Hay mucha gente que dirige, hay gente del teatro que se metió a hacer cine, músicos. En el teatro me parece que sí existe la figura del director de teatro, que sí se conforma y que casi siempre es alguien que tiene una mochila cultural muchísimo más grande de la que puede llegar a tener un director de cine.
Un director de cine puede ser analfabeto, podría no saber leer ni escribir, si sabe qué quiere filmar y cómo filmarlo. El teatro es más complejo. A mí del teatro lo que más complejo me parece siempre es escribir, por eso esta obra es mucho más visual si se quiere. Que los textos igual, si bien tiene pocos textos y son súper acertados, no radica ahí el power de la obra. Pero la verdad que se hayan interesado en que yo hiciera algo me pone muy contento. Al principio, la idea de Quiroga la traje yo. Me había llamado Calderón, me había hablado de que estaban haciendo clásicos y le dije que no sabía del teatro clásico, pero le conté de La Gayina. Yo también estoy en un momento súper desorientado, no sé qué película hacer y a veces pienso que el teatro es como un lugar de mucha libertad, mucho más rigor que el cine. A mí me estresó mucho más hacer esta obra que dirigir una peli.
Hay menos lugar al error.
Y están vivos los actores, y el vivo es tremendo. Te da unos nervios. Últimamente me pasan cosas re locas que es que no todo lo que pienso se me transforma en una película, sino que en una obra de teatro. Ojalá siga.
Por Federica Bordaberry
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