Cuando Adela Dubra tenía 20 años empezó a trabajar en la redacción del semanario Búsqueda para cubrir una suplencia, “de una forma muy aleatoria”. No estudiaba periodismo, pero admiraba a los periodistas. Era una “lectora voraz”. Recordaba de memoria los títulos y remates de las notas de Marcela Berthet, que escribía críticas de arte. En el altillo de la redacción, donde los periodistas leían, fumaban y escribían, Adela empezó a construir su carrera “sobre la marcha” y “sin un plan”, “consumiendo cultura”. De cubrir remates y tomar nota de los precios de cada cuadro, pasó a escribir sobre lo que le intrigaba: “Terminaba en el club Sud América, de noche y sola, para hacer una nota de Karibe con K, cuando la cumbia todavía no estaba de moda. A nadie se le ocurría decirme que no fuera”.
Trabajó en prensa escrita y la dejó por la radio. Fue columnista en televisión. También —además de nunca dejar de leer— escribió libros. El semanario volvió a buscarla; le ofrecían la dirección de la revista Galería. Al principio, Adela lo rechazó varias veces, dice. Pero, al final, habló con mujeres colegas y decidió aceptarlo: “Siempre he pedido mucho consejo, hasta demasiado”. En 2017, pasó de conducir Adelantate en Radio Cero a dirigir un medio periodístico, un desafío laboral nuevo. Hasta 2019.
Al poco tiempo le llegó otra propuesta, esta vez del otro lado del mostrador. Desde el nuevo gobierno de coalición le ofrecían la vicepresidencia del Sodre. Pero para tomar esa decisión no pidió consejos. Y, en 2021, con la renuncia de Martín Inthamoussu, Adela asumió la presidencia del instituto uruguayo dependiente del Ministerio de Educación y Cultura que realiza y difunde espectáculos culturales. Una mujer en posición de liderazgo.
Hoy, desde esa posición, se pregunta: “Cuando la mujer está en un puesto de poder, ¿cómo lo ejerce?”. Para Adela, lo esencial es “dar alas”.
Cuando empezaste a trabajar en Búsqueda, ¿tenías referentes mujeres?
Mi primera jefa fue Mariana Percovich. Se dio cuenta que yo no sabía mucho de arte y que tenía que formarme rápidamente. Fue muy estricta. En aquel momento las secciones de cultura tenían una gran cuota de bohemia, y Mariana me dio un rigor bárbaro; leer todos los diarios, ir a todos los vernissages, ver todas las exposiciones, hacer cursos de arte. María Esther Gilio también, escribía todas las semanas en Brecha y para mí era una mujer súper interesante.
En el comienzo de tu carrera, ¿sentías que tu trabajo era más desafiante por ser mujer?
No, para nada. [Danilo] Arbilla tenía una frase bastante particular: “Los periodistas no son hombres ni mujeres”. Pero, más allá de eso, te mandaban a hacer una cobertura de lo que fuera, sin importar si eras hombre o mujer, no era un tema. Empecé cubriendo remates, hacía cosas chicas, pero porque era muy júnior, tenía que formarme. Además, rápidamente, pude empezar a cubrir con total libertad lo que me interesaba; si quería ir al festival de folclore en Durazno, me iba. Pero me fui haciendo sobre la marcha.
Y, en el resto de tu carrera, ¿tampoco lo sentiste?
Sí, trabajé en una radio donde las mujeres conductoras ganábamos como 30% menos que los conductores hombres y, además, llegué a decirlo al aire. El periodismo tiene un problema: te gusta tanto lo que hacés que casi que pagarías por hacerlo, y la radio es fascinante. Yo estaba tan contenta con mi trabajo que no daba la batalla del salario. Creo que ahí faltó un poco de unión con las mujeres y, con la perspectiva del tiempo, sí: deberíamos haber hecho reclamos. Nunca hice nada al respecto. Tenía claro que era superinjusto, pero no me planteé dar esa batalla.
¿Te arrepentís?
Supongo que sí, pero no soy buena negociando para mí, siempre fui bastante achicada. Me he hecho amigas empresarias, y me doy cuenta de que tienen una capacidad muy distinta para pedir un cargo o sueldo. Yo, que venía de esa cosa bastante bohemia que era el periodismo cultural, no tenía esa capacidad. Hay que saber plantarse frente a un jefe con argumentos sólidos; una fortaleza interna y convicción que yo no tenía.
¿Te daba miedo?
Creo que sabía que iba a ir al muere, que no lo iba a conseguir.
Más allá de lo económico, ¿sentiste alguna otra diferencia en el ámbito laboral por ser mujer?
No sentí la barrera. Siempre había notas muy codiciadas; yo llegué a entrevistar a Robert Duvall, que era un tipo muy importante. Me mandaron a hacer coberturas a Nueva York y un curso de periodismo en México. Soy feminista, pero no sentí un tapón respecto a mi carrera o a qué podía cubir o no por ser mujer. Después, en la radio, sí tuve la pelea por el micrófono con mis colegas hombres. La pelea por el micrófono existe; es sana y es natural que se dé. Pero sí luché para tener un programa propio, sola. Y fui muy feliz. Esa era una meta que tenía.
¿Cuando trabajabas con hombres te sentías condicionada?
En ese momento, creo que estaba un poco instalado que el hombre era el conductor y la mujer la coconductora, casi que de una manera medio tácita. No era así en el contrato, pero, cuando se prendía el micrófono, el hombre arrancaba el programa. Estaba bastante visto —hoy cada vez menos— que la mujer era quien tenía que decir el clima o las líneas de comunicación con el programa, esas cosas chicas. Se daba de forma natural, como algo que te correspondía. Al aire se da una pelea sobre quién pregunta más y mejor, quién hace la repregunta. Aunque, en un momento, trabajé con una mujer, Clarita Berenbau, y también tuvimos una competencia sana por el micrófono.
¿Cuándo escuchaste hablar sobre feminismo por primera vez?
Las mujeres que trabajábamos en Búsqueda teníamos a Cristina Canoura que, en realidad, cubría el área de Salud, pero trabajaba físicamente donde yo estaba, en un altillo. Cristina era militante del feminismo y se dedicó a abrirnos la cabeza y hablarnos del tema. Siempre se lo agradezco.
¿Cómo eran esas charlas?
Era algo de todos los días; leíamos los diarios todos juntos y Cristina comentaba: “Este titular, qué vergüenza. Mirá cómo titulan sobre la ministra, que tiene polleras. Mirá la foto que ponen de la mujer. Mirá la primera pregunta que le hacen: ¿por qué le preguntan por el marido?¿Por qué al tipo no le preguntan por la mujer?”. Ahí te caía la ficha. Ella decía: “El destino inevitable de toda mujer es terminar siendo feminista”.
¿Qué pensabas al respecto?
No era un clima donde hubiera un ambiente machista. La cultura, en general, suele ser bastante abierta, eso ayudaba.
Dentro del feminismo se plantea que, históricamente, se construyó un modelo femenino en la sociedad que define cómo las mujeres deben comportarse y ser. ¿El feminismo te llevó a deconstruirte?
Sin duda. Por más de que, en un momento de mi vida, estuve en una posición económica en la que podía decidir no trabajar, siempre tuve claro que quería trabajar y tener un ingreso económico propio. Creo que el feminismo me ayudó a ser una jefa atenta, a darle visibilidad a las mujeres que muchas veces quedan opacadas, o por barreras propias o por jefes o jefas que no les dan el espacio que merecen. Intento hacerlo hoy en el Sodre. Estoy atenta siempre en la medida que puedo; hay 720 funcionarios y áreas con las que no tengo un contacto diario, pero me importa el asunto.
Tuve jefas mujeres que daban muchas alas, y otras que no, eran territoriales. También tuve jefes hombres que daban alas. Y, creo que, cuando fui jefa en la revista Galería di muchas alas a quienes trabajaban conmigo, porque yo había sufrido que no me dieran un lugar. Me preocupé de darles visibilidad a quienes estaban en mi equipo.
¿Qué le dirías a tu mujer de 20 años?
Le diría que tenga una estrategia. No tuve una carrera con un plan, fue muy a los ponchazos. Y me parece que es muy importante tener uno. Si tuviera que darle un consejo a una mujer joven, le diría que se preocupe por saber cómo hacer dinero. Pensé en hacer un libro sobre eso, que al final nunca hice: la mujer y el dinero, que era el título del libro de Fany Puyesky. Creo que nos hemos olvidado mucho de la parte del dinero. En esa investigación, que nunca terminé, quise buscar quién fue la primera mujer en tener una cuenta bancaria a su nombre. Las mujeres hace relativamente muy poco que manejan dinero. En Uruguay no hay mujeres que hayan hecho dinero en grande, hay mujeres que ganan un buen salario, pero no hay mujeres empresarias que estén en las grandes ligas. Y miro a las nuevas generaciones con preocupación: no sé si el asunto de ganar dinero es un asunto para ellas.
Abogadas de estudios jurídicos importantes me han contado que, cuando una empresa familiar quiere gestionar una venta, los hombres son quienes se sientan en la mesa y que las mujeres, muchas veces, mandan a sus hermanos, maridos, cuñados. Creo que hay una cuota de incomodidad en las mujeres respecto a los números.
¿Qué pensás que le podés dejar a las mujeres?
A mujeres y hombres: hacer el trabajo a fondo, con enorme dedicación. Siempre trabajé tratando de buscar el mejor estándar. Cuando me levantaba de mañana para ir a la radio, iba pensando que estaba yendo a la BBC. Hay que aspirar a la excelencia siempre, con mucho profesionalismo y dedicación.
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El feminismo y yo es una serie de entrevistas a mujeres referentes en el ámbito de la cultura realizadas por el equipo de LatidoBEAT. Habrá una nueva lectura cada sábado de marzo.