Hoy se cumplen 79 años del nacimiento de James Douglas Morrison, compositor, poeta y frontman de la mítica banda The Doors. ¿Qué cabe decir sobre un personaje al que Oliver Stone le dedicó una película en 1991 haciendo que la fiebre por su mitología renaciera —como renació la de Freddie Mercury cuando en el 2018 se estrenó Bohemian Rapsody—? Francis Ford Coppola (compañero de generación de Jim en la escuela de cine de UCLA) utilizó “The End” como leit motiv de su película Apocalypse now, y decenas de biografías y documentales han salido a la luz, arrojando todas las luces y sombras que involucró su vida.

¿Qué se puede agregar que todo aquel que haya querido saber no lo haya encontrado en los miles de archivos que pululan por las redes? Para comenzar, digamos que el acercamiento a una de las figuras más influyentes de la cultura rock del siglo XX puede ser por varios lados. Muchas aristas y vértices tiene la historia de este tímido muchacho oriundo de Melbourne, Florida, que antes de los 14 años ya se había mudado siete veces de hogar, debido a que su padre era militar, almirante del primer navío nuclear.

Ávido lector, nunca recibió instrucción musical de ningún tipo, pero un día comenzó a sentir en su cabeza melodías que le llegaban de algún lado. Admirador de Sinatra, The Band y Elvis Presley, nunca imaginó que en el verano del 65, al encontrarse con un viejo compañero de la escuela de cine, sería el comienzo de una historia que en siete años tuvo su comienzo, desarrollo y trágico final. La explosión compositiva de esta supernova artística duró lo mismo que dura hoy que Netflix produzca dos temporadas de Stranger things. En ese tiempo, la banda editó seis discos de estudio.

Pero para no seguir redundado en anécdotas, por demás interesantes, adentrémonos en un individuo que según sus propias palabras estaba interesado en cualquier actividad “que empujara los límites de la realidad”, a través de, tal vez, el concierto más polémico de la historia del rock.

“¡Son un puñado de malditos esclavos!

Dejan que todo el mundo les diga lo que tienen que hacer

¿Qué van a hacer al respecto?

¿¡Qué van a hacer!?”

Estas palabras las soltó el Rey Lagarto frente a 6900 espectadores [N. del R.: el doble de la capacidad del auditorio] en el Dinner Key de Miami el primero de marzo de 1969 en uno de los conciertos más controversiales de la historia del rock. Todo lo que podía pasar en un concierto, se podría decir que sucedió. Jim llegó tarde, ebrio, excitado, casi anticipando que la tormenta perfecta se estaba gestando. Musicalmente se podría decir que fue paupérrimo, ya que del total de canciones que tocó la banda, casi ninguna logró empezar y terminar sin que Jim las interrumpiera para dirigirse a su público. Un público que nunca estuvo preparado para ver a un joven chamán barbudo de veinticinco años escupiendo verdades a medias y provocaciones sin precedentes para lograr lo que él más amaba: el caos. El eco del público se dividía entre abucheos y aplausos. La temperatura iba subiendo conforme los acordes se mezclaban con los gritos, aullidos y palabras inconexas de un Morrison que luego diría que estaba tratando, precisamente, de “empujar los límites de la realidad”.

“Hey, listen, I’m lonely, I need some love, I need to have some good time, la la la la, c’mon, anybody is gonna love my ass? C’mon, I need ya, I need ya…”

“Hey, hay mucha gente ahí atrás que ni conozco, ¿por qué no se acercan y aman mi culo un rato?”

Las improvisaciones bluseras de “Back Door Man” se entremezclaban con cánticos totalmente aleatorios e invitaciones bizarras que la audiencia tomaba, en la primera parte del show, como divertidas, pero conforme el toque avanzaba, la atmósfera se fue oscureciendo. “Five to one” fue el segundo tema que Robby Krieger comenzó a tocar como para sacar a Morrison de ese tránsito perenne de disertaciones inconexas. Antes del show, Jim se acercó a Robby, el guitarrista y compositor de varios grandes éxitos de la banda, y le puso en su lengua un cartón de ácido.

“You are a bunch of fucking idiots!

How long do you think it’s gonna last?”

“Tal vez les gusta, tal vez aman que su cara esté bien metida en la mierda…”

Las risas iban mutando por abucheos y desconcierto, mientras los acordes de “Five to One” seguían sonando sin intención alguna del vocalista de retomar la canción, hasta que finalmente…

“Your ballroom days are over, baby”.

“Get together one more time…”

La canción siguió su rumbo y parecía que Jim se disponía a finalizarla decorosamente, pero lo hizo sacando desde lo profundo del tiempo alaridos secos y roncos, y no faltaron los sonidos guturales.

Producto del calor que hacía, quedó con el torso al aire. Un espectador lo convidó con vino y otro le lanzó un gorro de cowboy con una calavera en la parte frontal, pero lo más bizarro fue cuando otro se subió al escenario y le puso sobre sus manos un cordero, a lo que Jim dijo: “Me lo cogería, pero es muy joven”.

“Five To One” finalmente terminó y dio paso a:

“No estoy hablando de no revolución

No estoy hablando de no demostración

Estoy hablando de divertirnos

De bailar, de amar a tu vecino, hasta que duela (risas)

Estoy hablando de amor, de algo de amor, de amor, amor, amor, amor, amor”

“Touch Me” fue el tercer tema y Morrison no esperó ni que terminara el primer verso para abortarlo:

“Wait a minute, wait a minute

You blow it

Bullshit!...”

La banda seguía tocando como si de hecho alguien estuviera cantando, pero finalmente la canción nunca terminó, así que Robby nuevamente intentó poner a Jim en posición horizontal con el siempre efectivo y potente riff de “Love Me Two Times”, uno de los éxitos del guitarrista.  

Dentro de todo el desorden sonoro y la verborragia de un concierto que algunos ya comenzaban a presentir que estaba siendo histórico, el tema transcurrió con cierta “normalidad”, aunque por supuesto algunos versos no se ajustaron a la versión incluida en el LP editado en octubre de 1967 con el nombre de Strange Days. El común denominador de cada acorde era aquella voz ronca, ebria, pero, por otro lado, con un control imposible del timing, la rítmica, la improvisación y el desenfado; solo algunas de las características de este rapsoda kamikaze de la contracultura hippie imperante.

La exuberante “When The Music’s Over”, también perteneciente a Strange Days, comenzó a sonar con los inconfundibles acordes del teclado del imprescindible Raymond Daniel Manzarek. Si había un tema que se prestaba para que Jim encontrara toda la libertad creativa en un concierto sin ningún tipo de límites, era ese. Sin embargo, lo comenzó con aplomo y sin cambios líricos:

“When the music’s over

When the music’s over

When the music’s over

Turn out the lights

Turn out the lights

Turn out the lights”

Luego de esa introducción vino el tema, épico. Uno de los cuatro mejores que tiene la banda, junto al edípico y exuberante “The End”, “The Celebration Of The Lizard” —que nunca pudo entrar entero en un LP (solo apareció “Not to Touch the Earth” en el tercer LP, Waiting for the sun)— y, finalmente, el magistral, el carnaval sonoro y psicodélico de “The Soft Parade”, que dio nombre al cuarto LP de la banda. Todos editados por Elektra Records.

Terminado el primer tercio del tema, irreproducible, no sometible a covers ni reversiones de ningún tipo, Jim retomó los alaridos y la conversación franca con el público.

“I want to change the world”

“I wanna see you people dancing in the street this summer! I wanna see you have some fun. I wanna see you roll around. I wanna see you paint the town. I wanna see you ring it out. I wanna see you shout. I wanna see some fun. I wanna see some fun from everyone!!"

El diálogo con el público tenía de telón de fondo a los acordes del bajo también tocado por el enorme y versátil Manzarek, ya que con su órgano Hammond tenía la habilidad de tocar a dos manos, y por otro lado, el rumor del público nunca cesaba. Cuando Morrison elegía una palabra la llevaba hasta el final, en una especie de transe tántrico: “Away, away, away, away, oh yeah”. Por su parte, John Densmore, baterista y autor del libro Raiders on the storm y The doors unhinged, acompañaba diligentemente el fondo rítmico del concierto.

“Before I sleep, into the big sleep

I want to hear the scream of the butterfly”

En determinado momento, la música se detuvo y subió un espectador al que Jim le preguntó cómo se llamaba, y luego le pidió un cigarro, al tiempo que manifiestó sentirse “solo arriba del escenario”. Se comenzaba a desatar la trama del final. La catarsis estaba cerca. Los acordes del bajo eran lo único que sostenía al concierto, musicalmente hablando. Luego continuó hablando con el público y retomó lo anteriormente dicho:

“No estoy hablando de no revolución

Estoy hablando de diversión, quiero verlos bailar en las calles este verano”.

We want the same thing. We want the world and we want it… el público gritó un decidido: NOW!, y Jim remató con más alaridos. “When The Music’s Over” se acercaba al final y, como tantos otros temas emblemáticos de la banda, como “LA Woman”, se retomaban los acordes y versos introductorios:

So when the music’s over…

Turn out the lights…

Music is your only friend

Until the end

Llegó el momento de comenzar a recitar parte de “Celebration Of The Lizard”. Una nueva oportunidad para que la improvisación lírica se hiciera presente, pero no pasaron más de unos segundos para que el primer éxito de la banda, compuesto también por Robby Krieger, se hiciera presente: “Light My Fire”. Este tema, que por razones comerciales la banda recortó a tres minutos, en su versión de estudio dura casi ocho, con dos largos solos de los teclados de Manzarek, primero, y luego de la guitarra de Robby, una Gibson SG, con el agregado de que en muchos conciertos se tomara la licencia de incorporar unos acordes de “Eleanor Rigby”.

Desde allí hasta el final, lo que sucedió fue confuso y no hay registros de audio ni de imagen que prueben lo que a la postre fue un juicio contra Jim Morrison por los cargos de “incitar a un motín, indecencia y obscenidad pública”. Aquí es donde el mito y la realidad se dan la mano, y no creo que sea necesario agarrar ningún bisturí epistemológico y separar la paja del trigo. Antes de que terminara “Light My Fire”, Jim invitó al público a subir al escenario.

“I wanna see some action out there”. “I wanna see you people here having some fun”. “No limits. This is your show. Anything you want it”.

Luego se siente una voz que dice “alguien puede salir herido”, y el audio se corta. Aparentemente, el público habría colapsado el escenario. Lo cierto es que 41 años después del emblemático concierto, el estado de Florida indultó a Jim Morrison, ya que nunca se pudo probar que efectivamente hubiese mostrado su miembro viril al público, algo que, a la luz del presente, es lo menos relevante y más anecdótico, pero luego de un año de idas y venidas judiciales fue lo que terminó de decidir a Mr. Mojo Rising —uno de los tantos apodos y fisonomías del enorme Jim— de que era suficiente la exposición, y se radicó en París, en el barrio de Le Marais, con su eterna compañera de ruta, Pamela Courson. Seis meses después, apareció muerto en su bañera, el 3 de julio de 1971, en condiciones que nunca se pudieron aclarar. El cuerpo, sin autopsia, fue enterrado al día siguiente en el cementerio de Père Lachaise, y el manto de duda, hipótesis imposibles y elucubraciones de todo tipo abrazaron la figura de Jim Morrison por las décadas venideras.

Nunca se terminó de esclarecer por qué su corazón dejó de latir. Es cierto que su consumo de alcohol era, sin dudas, problemático, y que días antes de morir su mujer lo vio escupir sangre; también es cierto que su consumo de marihuana y LSD, sus drogas predilectas, lo acompañaron desde una edad temprana, pero también es cierto que otras sustancias más nocivas como la cocaína o la heroína nunca fueron de su predilección. Parecería que siempre lo suyo siempre fue el viaje psicodélico. Entonces, ¿cuál fue la causa de su muerte? No lo sabremos nunca y los propios miembros de la banda también quedaron con dudas de todo tipo. De hecho, semanas antes, John Densmore fue el último que habló telefónicamente con Jim y quedó muy entusiasmado porque este le dijo que tenía ganas de tocar en vivo los temas del último LP, “LA Woman”, y de incluso componer nuevos. Pamela Courson moriría de sobredosis tres años después.

Entonces, ¿por qué retomar la figura de Jim Morrison tantos años después de su muerte y tantos más después de su nacimiento? ¿Cuál es el legado de este poeta maldito, borracho kamikaze, que se indujo un suicidio a los 27 años? Quizá uno de los máximos creadores del club. Su poesía, su música, sus canciones, podrían responder muchos. A mí se me ocurre responder con una de las divisas del Mayo del 68: “Que la garantía no de no morirnos de hambre no implique el riesgo de morirnos de aburrimiento”.

***

This is the end, beautiful friend

This is the end, my only friend

The end

It hurts to set you free

But you’ll never follow me

The end of laughter and soft lies

The end of nights we tried to die

This is the end