Por Manuel Serra
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Como todo uruguayo, desde chico conocí y me regocijé con la historia del Maracanazo. Sí, ya sé, en periodismo es un error hablar de absolutos, sea “todos”, “siempre” o “jamás”. Y, sin embargo, lo digo: no se me ocurre pensar una persona en la penillanura semiondulada que es nuestro país que nunca haya escuchado hablar de esta increíble proeza. De la misma forma que no se me ocurre pensar de alguien en Inglaterra que no haya oído hablar de la reina o su monarquía.
Incluso, hay estudiosos que plantean que Uruguay, al ser un país nuevo, sin una historia obvia de la que agarrarse, tiene en el fútbol parte fundamental de su identidad. Y si esto es así, tanto el Mundial de 1930, pero más el Maracanazo, formarían parte vital de nuestro mito fundacional.
Algunos se animan a ir aún más lejos: siendo nuestra nación una de las más laicas del continente, con una separación de la Iglesia del Estado a principios del siglo XX, el deporte del balón cumple otra función en nuestra idiosincrasia: la de religión. No como algo institucionalizado, pero sí a efectos prácticos, de dónde depositamos nuestras esperanzas y nuestras penas. O dónde dejamos relucir verdaderos actos de fe.
Sea o no sea todo esto, es innegable que lo sucedido hace setenta y dos años, aquél 16 de julio de 1950 en el Estadio de Maracaná, es algo omnipresente en nuestro día a día y una referencia cotidiana a la que no dudamos en acudir. Cuántas discusiones habremos zanjado con brasileros simplemente mencionando esta hazaña…
No obstante, lo que sí resulta más increíble es que personas de otros países se sientan tan atraídos por esta mítica epopeya, que tiene como héroes al “Negro Jefe”, Obdulio Varela, a Alberto Schiaffino y a Alcides Ghiggia, por nombrar apenas algunos de los gladiadores que lograron lo aparentemente imposible. Y tal es el caso de Víctor Hugo Ortega, periodista y escritor chileno que publicó hace casi diez años “Elogio del Maracanazo”, un recompilado de cuentos que tiene como su principal uno titulado como el libro y que, al decir de su nombre, habla de este suceso que creemos tan nuestro.
Lo interesante, quizá, es que no habla en sí de la mundial de 1950, sino de su relación con ella y el viaje que hace el narrador junto a un amigo a Montevideo para acercarse al hito del que hace años con el que está obsesionado. Desde escuchar cien veces en un año el relato de Solé del segundo gol celeste a detalles – muy específicos, además – de sus periplos por recovecos capitalinos como el Mercado del Puerto, la escollera Sarandí o 18 de Julio. Y lo más importante: la búsqueda y la esperanza de encontrarse con Alcides Ghiggia, último superviviente de esa selección, con la promesa de verlo en la feria de Las Piedras, donde tenía un puesto junto a su mujer.
Esto es simplemente una sinopsis de lo que cuenta el relato, ya que no caeremos en el pecado imperdonable del spoiler, sin embargo, adelantaremos que es hasta sorprendente la cantidad de datos que manejan sobre el delantero que nos dio la victoria y que falleció hace siete años, también un 16 de julio, en otro aniversario de aquella final de 1950. O que, al menos, quién escribe no conocía o manejaba. Diremos, a su vez, que el escritor chileno, efectivamente, conoció a Ghiggia. Incluso, más de una vez. Y tuvo el placer de llevarle el libro impreso meses antes de su muerte.
Otro dato a destacar es que la primera publicación del libro, en 2013, fue autoeditado por Ortega, una práctica inmerecidamente estigmatizada en el mundo literario. Pero que, no obstante, parece ideal para la temática del cuento, ya que el camino que recorrió fue contra viento y marea y no solo llegó a tierra, sino que a puertos impensados. En 2017 llegaría la edición mexicana, por Librosampleados, en 2019 la chilena, por Los Perros Románticos, en 2020 la uruguaya, por Sujetos Editores y el año pasado llegaría incluso la brasilera, por Dolores Editora. También fue traducida al italiano y al inglés, por nombrar dos países más. Lo que lo hace, sin duda alguna, en un “Maracanazo editorial”.
¿Cómo llega un chileno a obsesionarse con el Maracanazo?
Creo que tengo un apego grande por las buenas historias latinoamericanas. Y esta, qué duda cabe, es tremenda. Muy poética también. Tal como en el cuento, me la contó mi vieja cuando yo era chico, y yo la llené de preguntas. Después, el Maracanazo fue apareciendo en mi vida cuando estudiaba periodismo. Siempre me llamó la atención. Me gustan mucho estas historias de David contra Goliat, independiente de que se den en el fútbol, en el tenis, en el cine o en la vida misma.
Muchas veces, y creo que este es el caso, en el fútbol proyectamos otras cosas de la vida cotidiana. De nuestros anhelos y también de nuestras desgracias. ¿Qué emana para vos esta proeza futbolística?
Admiración, respeto, curiosidad, eso de querer saberlo todo sobre la hazaña, muy de periodista inquieto. Al final, visto desde el hoy, el Maracanazo fue una de las tantas cosas que conocí por mi madre y en las que quise seguir indagando con el tiempo. Supongo que si a ella le llamaba la atención es porque creía mucho en eso de hacer referencia a lo que tenía a la mano para estimularme en diversos ámbitos de la vida. Yo heredé esa forma de vincularme con otras personas, a través de historias como esta que invitan al diálogo.
En un momento del cuento hablás de Brasil como “el verdugo de siempre de Chile”. ¿Qué haya sido contra ellos le da un sabor extra?
Por supuesto jajaja. Yo soy de una generación que tiene una relación de amor y odio con Brasil. Cuando yo era niño, quería que a Brasil le fuera bien en los mundiales, porque era sudamericano, algo muy típico de esos tiempos, pero que se ha ido perdiendo. Nos han ganado toda la vida y algunas derrotas han sido muy dolorosas. En ese sentido, el Elogio del Maracanazo es una forma de saber que sí se puede doblegar a los poderosos, en el fútbol y en la vida.
Más allá de que en el cuento el nombre del narrador es diferente al tuyo, realmente viniste y conociste a Ghiggia, como en el libro. ¿Cómo fue la experiencia?
Sí, claro, fue en 2012, viajamos con un amigo a Uruguay y esa era uno de los propósitos del viaje. Fue una experiencia muy linda. Él fue super amable y atento con nosotros, aunque la primera visita nos mandó de vuelta a Montevideo porque estaba ocupado. Volvimos otro día y conversamos con él. Nos atendió en un supermercado de Las Piedras, donde tenía una oficina improvisada. Ahí nos dimos cuenta de que había varios peregrinos que viajaban a visitarlo y a conversar con él. De hecho, después de esa vez lo volví a ver y le comenté que escribiría un libro con la historia del primer viaje. Y hubo un tercer encuentro, en 2015, que fue cuando le entregué la primera edición del libro, unos meses antes de su muerte.
No puedo dejar de preguntarte cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en el relato. Dentro de lo que se pueda contar, claro.
A lo largo del libro hay mucha verdad y sobre todo en ese cuento. Creo que la ficción me ayudó construir algunas escenas de la historia, pero la base del libro en general es muy realista.
¿Siempre la obsesión fue con Alcides, o quizá otros jugadores como el “Negro Jefe” o Schiaffino también tenían su lugar, pero, a diferencia de él, no estaban vivos cuando viniste?
Siempre me llamó la atención Alcides Ghiggia por el tema del gol. En esa época, cuando viajé a conocerlo, yo pensaba que para ser autor de quizás uno de los goles más importantes de la historia de los mundiales, él tenía un perfil bastante bajo. Visto desde el hoy, claro, es posible que influyó también que los otros jugadores estaban fallecidos.
Una cosa que me sorprendió fue el uso de los chilenismos durante la narración, en los diálogos de los personajes. Es como un recordatorio que es una visión de afuera de algo que en Uruguay consideramos nuestro. Y que, evidentemente, ya es del mundo. ¿Fue algo pensado o simplemente se dio así?
Lo que pasa en esa época yo escribía con muchos chilenismos y con muchas palabrotas. Nosotros tenemos un lenguaje muy particular. Pasamos de la formalidad a la informalidad en un segundo. Era algo natural en mi forma de escribir. Lo que sí te puedo decir es que con cada edición posterior a la primera, los chilenismos y las palabrotas fueron disminuyendo. Y hubo una edición, la mexicana (Librosampleados, 2017), que tuvo un glosario para los chilenismos.
Con tu experiencia en Chile y tu experiencia en nuestro país, ¿qué tan diferente se vive el fútbol o quizá no existen tantas diferencias?
Creo que ustedes son más fanáticos que nosotros, y cuidan mucho más el fútbol que en Chile. Nosotros estamos viviendo un periodo muy triste, en todo nivel: dirigencial, de juego, arbitraje, prensa. Ojalá que las cosas mejoren pronto.
Otro “Maracanazo”, por seguir con la metáfora, es el derrotero de este libro. Tuviste el coraje de autoeditarte en 2013, y hoy, afortunadamente, ya tiene varias ediciones y en varios países. ¿Cómo viviste ese camino? Porque parece incluso profético desde el título…
Ha sido un camino literario increíble, de mucho trabajo, de buscar oportunidades, de creer en el libro. He tenido suerte también de que se han presentado oportunidades que he sabido tomar de buena manera. Creo que ha sido muy importante para mí, el apoyo y la confianza que me dieron los editores de cada una de las versiones del libro. Me hicieron ver un potencial que yo no sabía que el libro tenía. Cuando publicas un libro de forma independiente, tienes que aguantar subestimaciones e ironías innecesarias. Entonces agradezco a los editores y también a quienes se han interesado por traducirlo, he aprendido mucho de cada persona que se ha vinculado al proyecto. El Elogio del Maracanazo ha sido como hacer un doctorado en creación literaria y gestión editorial.
Una de esas ediciones es brasilera, lo que me llamó la atención, ¿por qué creés que hay brasileños que quieren leer sobre ese golpe que tuvieron en su historia futbolística?
Porque es una historia que los marcó y los llevó a ser la potencia que son hoy. Hay una historia que cuenta Pelé, de cuando era niño y vio a su padre llorar por el Maracanazo. Y le prometió que ganaría un mundial para Brasil. Le cumplió con creces. También está la historia del arquero Barbosa, que es muy triste. Hay un cortometraje, que de hecho se llama Barbosa, donde un hombre viaja a través de una máquina del tiempo al Maracanazo para impedir el gol de Ghiggia, es buenísimo.
Además, creo que las personas tienen mucha curiosidad por la forma en que son vistas sus historias, desde otras partes del mundo, en este caso de Chile.
¿Pensás que tu visión del Maracanazo cambió hoy de la que tenías al momento de publicar el cuento hace casi diez años?
Sabes que no, sigo admirando y elogiando la historia del Maracanazo y todas sus consecuencias y relatos secundarios.
En setiembre de este año, el escritor chileno publicará su segundo libro en Uruguay, El pasado es un durazno sangrando, también por Sujetos Editores.
Por Manuel Serra
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